SANTO TOMÁS: DEL COMPENDIO DE TEOLOGÍA

CAPITULO VIII. EN DIOS NO HAY SUCESIÓN ALGUNA

Es también evidente que en Dios no hay sucesión alguna, sino una existencia completa y simultánea. La sucesión no existe mas que en los seres que, de cualquier modo que sea, están sujetos al movimiento, supuesto que la sucesión del tiempo es el producto de la anterioridad o de la posterioridad en el movimiento: y como ya hemos probado que Dios no está de modo alguno sujeto al movimiento, claro es que en Dios no hay sucesión alguna, sino una existencia completa, indivisible, simultánea.

Además, el ser en quien no hay una simultaneidad completa de existencia debe tener posibilidad de perder o de adquirir. Así es que todo lo que pasa es perdido para ese ser, en tanto que puede adquirir todo lo que en el tiempo venidero pueda ser objeto de su esperanza. Es así que en Dios no hay ni disminución ni aumento, porque es inmutable; luego Dios tiene una existencia completa y simultánea. Esto prueba que Dios es eterno y que ésta es una propiedad de su naturaleza, supuesto que el ser que tiene una existencia permanente, completa y simultánea, es eterno por esencia, según estas palabras de Boecio: "La eternidad es la posesión simultánea y perfecta de una vida sin fin".

CAPÍTULO IX. DIOS ES SIMPLE

Dedúcese de lo dicho que el primer motor debe ser necesariamente simple, porque en toda composición ha de haber dos cosas que son entre sí lo que la potencia es al acto: es así que en el primer motor, si es completamente inmutable, es imposible admitir la potencia unida al acto, porque todo lo que es in potentia es por lo mismo móvil; luego es imposible que el primer motor sea un compuesto. Además, todo ser compuesto debe tener algo que sea anterior a él, porque las moléculas que entran en la composición de un cuerpo preceden naturalmente en existencia al cuerpo que forman.

Es, pues, imposible que lo que es primero que todos los seres sea compuesto. En el orden mismo de las cosas compuestas vemos que las más simples son las primeras, porque los elementos preceden naturalmente a los cuerpos mixtos. Esto sucede aun entre los elementos; el primero es el fuego, porque es el más simple, y esto sucede también en los cuerpos celestes que son anteriores a todos los elementos, porque son de una naturaleza más simple, supuesto que están libres de toda contrariedad. No podemos, pues, dejar de deducir que el primero de los seres debe ser completa y absolutamente simple.

CAPÍTULO XXV. NO HAY SINONIMIA EN LAS DIFERENTES DENOMINACIONES APLICADAS A DIOS

De lo dicho podemos deducir las siguientes conclusiones: primera, que los diferentes nombres aplicados a Dios, aunque signifiquen una misma cosa en sí, no son, sin embargo, sinónimos. Para que ciertos nombres sean sinónimos, es necesario que signifiquen la misma cosa y representen la misma concepción del entendimiento; es así que, cuando una cosa está designada según las diversas relaciones o concepciones que de ella tiene la inteligencia, no hay sinonimia, porque no hay identidad perfecta de significación, supuesto que las palabras significan inmediatamente las concepciones de la inteligencia, que son las semejanzas de las cosas; luego, como las diversas denominaciones aplicadas a Dios significan las diferentes concepciones de nuestra inteligencia con relación a Dios, es evidente que no son sinónimas, aun cuando significan absolutamente una misma cosa.

CAPÍTULO XXVI. LO QUE ESTA EN DIOS NO PUEDE SER DEFINIDO POR LAS DEFINICIONES DE ESTOS NOMBRES O DENOMINACIONES

La segunda consecuencia es que, no pudiendo nuestra inteligencia abarcar perfectamente la esencia divina por medio de ninguna de las concepciones significadas por las denominaciones aplicadas a Dios, es imposible que lo que está en Dios sea definido por las definiciones de estos nombres, como si, por ejemplo, creyéramos que la definición de la sabiduría era la definición del poder divino, y así en todo lo demás. Aún podemos presentar otra prueba. Toda definición está basada en el género y las diferencias; la especie es propiamente el objeto de la definición; es así que la esencia divina no puede ser contenida, ni en género ni en especie alguna, según hemos demostrado antes; luego no puede formularse ninguna definición de la esencia divina.

 

CAPÍTULO CXXIV. DIOS GOBIERNA A LAS CRIATURAS INFERIORES POR MEDIO DE LAS

SUPERIORES

Se da el nombre de superiores a ciertas Criaturas en cuanto que son más perfectas en bondad. Dios es el que comunica a las Criaturas ese orden de bondad en cuanto que por Él son gobernadas, y, por consiguiente, las criaturas superiores participan más que las inferiores del orden del gobierno divino. Es así que lo que participa más de una perfección cualquiera es, comparado a lo que participa menos de la perfección, como el acto a la potencia, y el ser activo al ser pasivo; es así que las criaturas superiores son comparadas a las inferiores en el orden de la Divina Providencia, como el ser activo al ser pasivo; luego las Criaturas inferiores son gobernadas por las superiores. Además, es una propiedad de la bondad divina comunicar su semejanza a las criaturas, y por esta razón se dice que Dios lo hizo todo por su bondad, como aparece de lo dicho antes; luego pertenece a la perfección de la bondad divina ser bueno en si y atraer a los demás seres a su bondad, cosas ambas que comunica a las Criaturas haciendo que sean buenas en si, y haciendo que una traiga a la otra al bien. De este modo es como por medio de ciertas criaturas conduce a otras al bien, y es, por consiguiente, necesario que estas Criaturas sean Criaturas superiores. En efecto, lo que participa por medio de algún agente de la semejanza de forma y de acción, es más perfecto que lo que sólo participa de la forma y no de la acción, como, por ejemplo,

la luna, que no solamente es luminosa, sino que comunica la iluminación, y recibe los rayos del sol de una manera más perfecta que los cuerpos opacos, que reciben la luz sin comunicarla. Dios, por consiguiente, gobierna a las criaturas inferiores por medio de las superiores. Además, el bien de muchos es mejor que el bien de uno solo, y por consiguiente, Dios, que es el bien de todo el universo, representa mejor la bondad divina. Si la criatura superior que participa de una manera más abundante de la bondad de Dios no cooperara al bien de las criaturas inferiores, esta abundancia de bondad no seria más que de uno solo; es así que es común a muchos por la cooperación de la Criatura superior al bien de muchos; luego es propio de la bondad divina regir y gobernar a las criaturas inferiores por medio de las superiores.

CAPÍTULO CXXV. LAS SUSTANCIAS INTELECTUALES INFERIORES SON REGIDAS POR LAS SUPERIORES

Siendo las criaturas intelectuales superiores a las demás criaturas, es evidente que Dios se sirve de las criaturas intelectuales para gobernar a las demás. Además de esto, como entre las mismas criaturas intelectuales hay unas que son superiores a las otras, Dios se vale de las superiores para gobernar a las inferiores, y por eso sucede que los hombres que ocupan un lugar inferior, según el orden natural, en las sustancias intelectuales son gobernados por los espíritus superiores, llamados ángeles o mensajeros, porque están encargados de llevar a los hombres las órdenes divinas. Aun entre los mismos ángeles, los que son inferiores son gobernados por los que son superiores, con arreglo a la distinción establecida entre ellos por las diversas jerarquías o principados sagrados, y por las diversas órdenes de las jerarquías.

 

CAPITULO CXXVI. DEL GRADO Y ORDEN DE LOS ÁNGELES

Como toda operación de una sustancia intelectual, en cuanto intelectual procede del entendimiento, necesario es que en las sustancias intelectuales la operación, la superioridad y el orden sean diferentes, según los diversos modos de inteligencia. Cuanto más elevado o más digno

es el entendimiento, tanta más posibilidad tiene para considerar las razones de los efectos en causa más elevada y más universal. Antes hemos dicho también que una inteligencia superior tiene especies inteligibles más universales. El primer modo de entender que conviene a las sustancias intelectuales, es participar en la causa primera, es decir, en Dios, del conocimiento de las razones de los efectos, y por consiguiente de sus obras, supuesto que por su medio Dios produce los efectos inferiores. Esto es propio del primer orden de las jerarquías, que se dividen en tres ordenes, en conformidad a las tres cosas que se observan en toda arte de operación. La primera, es el fin de donde se toman las razones de las obras; la segunda, las razones de las obras existentes en la mente del artífice, y la tercera, la aplicación de las obras a los efectos. Es propio del primer orden recibir del Sumo Bien, como fin último de las cosas, el conocimiento de los efectos; y por esta razón se dice que los serafines están como abrasados o encendidos en el fuego del amor, porque el bien es el objeto del amor. Es propio del segundo orden contemplar los efectos de Dios en las mismas razones inteligibles, según están en Dios, y por esta razón los querubines reciben su nombre de la plenitud de la ciencia. Es propio del tercer orden considerar en Dios mismo cómo las criaturas entran en participación de las razones inteligibles aplicadas a los efectos, y por esta razón son llamados Tronos, porque Dios descansa sobre ellos. El segundo modo de entender es considerar las razones de los efectos en las causas universales, lo cual es propio de la segunda jerarquía, que se divide también en tres órdenes, según las tres cosas pertenecientes a las causas universales que obran principalmente en el orden intelectual. La primera es preordenar lo que debe hacerse, y ésta es la razón por la que entre los arquitectos las primeras artes son preceptivas y reciben el nombre de arquitectónicas. En virtud de esto recibe el nombre de Dominaciones el primer orden de estas jerarquías; porque, en efecto, al Señor corresponde dar preceptos y preordenar. La segunda cosa que se encuentra en las causas universales, es aquello que mueve desde luego para la ejecución de la obra, como poseyendo el principado de la ejecución, y por esto el segundo orden de esta jerarquía recibe el nombre de Principados, según san Gregorio, o Virtudes, según san Dionisio; derivándose esta denominación de virtudes de la grandísima virtud que hay en ellas para obrar desde luego. La tercera cosa que se encuentra en las causas universales es aquello que separa los obstáculos que se oponen a la ejecución, y por eso el tercer orden de esta jerarquía es llamado Potestades, siendo su oficio alejar todo lo que puede ser obstáculo para la ejecución de las órdenes divinas. Ésta es la razón por la que se dice también que las potestades alejan los demonios. El tercer modo de entender es considerar las razones de los efectos en los efectos mismos, lo cual es propio de la tercera jerarquía, que está en relación inmediata con nosotros, que recibimos de los efectos mismos el conocimiento que de ellos tenemos. Esta jerarquía tiene también tres órdenes, siendo el más inferior el de los ángeles, llamados así porque anuncian a los hombres las cosas necesarias para su gobierno, razón por la que son también llamados guardas o custodios de los hombres. Sobre este orden está el de los arcángeles, por cuyo medio se anuncia a los hombres todo aquello que es superior a la razón, como los misterios de la fe. El orden más elevado de esta jerarquía es llamado Virtudes, según san Gregorio, porque obra cosas sobrenaturales para probar las cosas que anuncia y son superiores a las razones, y por eso se dice que es propio de las virtudes obrar los milagros. San Dionisio, por el contrario, llama Principados al primer orden de esta jerarquía, para enseñarnos que los Principados presiden a cada nación, los ángeles a cada hombre, y los arcángeles están encargados de dar a conocer a cada hombre las cosas pertenecientes a la salud común. Obrando una potencia inferior en virtud de la potencia superior, el orden inferior ejerce las funciones del orden superior, en cuanto que obra por su virtud, al paso que las potencias superiores poseen de una manera más excelente lo que pertenece a las inferiores. Por esta razón todo es común entre ellas de cierta manera; pero sin embargo toman nombres particulares de las cosas que respectivamente les convienen. El último orden ha conservado el nombre común, obrando como obra por la virtud de todos. Siendo, como es, privilegio del superior obrar sobre su inferior, y como por otra parte la acción intelectual consiste en enseñar o instruir, los ángeles superiores, en tanto que instruyen a los inferiores, los purifican, los iluminan y los perfeccionan. Los purifican, en cuanto remueven su ignorancia; los iluminan, en cuanto que por medio de su luz robustecen la inteligencia de los inferiores, haciéndolos capaces de concepciones más altas, y los perfeccionan, conduciéndolos a la perfección de una ciencia superior; porque todas estas tres cosas, como dice san Dionisio, conducen a la adquisición de la ciencia. Nada de esto es obstáculo, sin embargo, para que todos los ángeles, aun los más inferiores, vean la esencia divina. En efecto, aunque cada uno de los espíritus bienaventurados vea a Dios en esencia, los unos le ven más perfectamente que los otros, como se deduce de lo dicho antes. Cuanto más perfectamente es conocida una causa, tanto mayor es el número de los efectos en ella conocidos; por consiguiente, sólo los efectos divinos que los ángeles superiores conocen en Dios más perfectamente que en los demás, son objeto de la instrucción que comunican a los inferiores, pero no la esencia divina, cuya visión tienen todos inmediatamente.

 

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