E l   p a s a j e
 

Abajo se amontonaban hojas de té, limones exprimidos, granos de arroz, tallarines, todos desechos de la comida anterior (almuerzo); sobre la alba superficie del lavaplatos (ensuciaplatos le pondría por estar casi siem-pre sucio). Las hormigas buscaban afanosamente rutas para escapar de la lluvia de fino detergente que caía de mis manos. De pronto una voz: "¡Quiero 50 pesos prestados!" Y una voz femenina, sin alterarse, segura de su autoridad, sin prepotencia, responde: ¡No hay que gastar, el mes es largo! Recién estamos a 13 y a ti te pagan el 20.  Ya está sin plata el viejo, pienso desde la cocina, donde lavo los platos.  Me voy a la calle...se altera mi her-mano menor. La polola lo ataja casi en la puerta de la casa.  ¡Me siento hu-millado!, dice con calor.  (¿Será sincero, pienso, o es puro teatro?). No te alteres, ¿adónde iremos a estas horas?, responde la niña con suavidad y en sus ojos negros parece brillar una luz indefinida. ¿Será tristeza?.

  Les pregunto ¿de cuánto es el billete que necesitan para viajar a Viña del Mar?  Treinta pesos, me responde la niña y su pelo negro flota al viento helado de la tarde primaveral que se cuela por las rendijas de la ma-dera del comedor de nuestra casa. Esta es una construcción de dos pisos: nosotros habitamos el piso de arriba (da más el sol, había dicho mi madre al pedir éste a mi padre para habitarlo), tres dormitorios, living-comedor, baño y cocina habría rezado un aviso económico de un diario.

  Mis padres siguieron en sus quehaceres domésticos ignorando el mini-drama de mi hermano y su polola, que abatidos escuchaban música en el living.

  En el silencio roto por la radio antigua y deteriorada de la casa, se oía la voz pastosa de Sandro:
  "Quiero llenarme de tiiiiii
  Quiero volverte a encontrar entre la naturaleza y
  mi vieja tristeza poder olvidar..."

  El sonido de la música había calmado los ánimos. Una vez en-juagada la loza, me dirigí a acompañar a  mi hermano.

  Estábamos los tres sentados en los confortables sillones de te-vinil amarillo, cuando después de cavilar un rato le dije a Pedro calmada-mente: Si te presto treinta pesos, ¿cuándo me los devuelves?.  Sus ojos y los de su polola se alertaron; al parecer, pensó rápido y su respuesta fue espon-tánea... ¡Cuándo me paguen en el P.E.M.!  ¡Claro, Juan, él te los devuelve ese día, no seas desconfiado!, lo apoya con calor su media naranja.

  Al ver el buen ánimo de la pareja, metí mi mano al bolsillo y entregué a Pedro una moneda de cincuenta pesos.

  Según supe por las conversaciones de mis padres, Pedro y su "pierna", como se dice, atenderían un pequeño kiosco en un Liceo nocturno viñamarino . Expenderían a los estudiantes sandwiches y café, cigarrillos, chicles, etc.
  El pequeño préstamo que les había concedido les servía para el primer viaje a inaugurar su pequeño negocio.

  Como en esa época yo estaba cesante, veía poco a mi hermano. El se iba temprano a laborar y su morena "pierna" lo venía a buscar para irse a Viña del Mar por las tardes.

  Lentos fueron transcurriendo los días... Se acercaba fin de mes. ¿Me pagaría mi hermano?... El dinero que le había facilitado era el primer producto de los recortes a las compras a que mi madre me enviaba al boli-che de la esquina. Casi siempre eran cosas para el almuerzo: un  cuarto kilo de arroz, un octavo de aceite, pan, etc.

  El día sábado lo esperaba con ansias, pues bajaba a la feria de la Avenida Argentina a comprar verduras. Nunca me recortaba menos de 100 pesos, debido a que había precios caros y baratos para un mismo pro-ducto hortícola o frutícola y la calidad era similar. Casi nunca me reclama-ban en casa por el vuelto.

  En mis correrías nocturnas me tomaba una o dos cañas de tinto.  Siempre frecuentaba el Almendral, pues me quedaba más cerca de casa. El puerto lo consideraba más peligroso, ya que lanzas y cogoteros andan a la caza de los dólares que gastan los marinos mercantes, tanto chilenos como extranjeros.  Así me contaban otros bohemios que frecuentaban esa zona.

  Cuando faltaba una semana para el pago de Pedro, apareció por nuestro domicilio una gata ploma. Era nueva y mamá empezó a alimentarla, pues el animal  dio muestras de ser una feroz cazadora de lauchas y ratones.  Durante el día tenía por costumbre subirse al muro de nuestra propiedad a tomar sol.  Empecé a tomarle cariño, ya que si en verdad era una enemiga terrible de ratones y lauchas, conmigo era inofensiva.

  Cuando almorzaba, le daba pequeños trozos de carne que devo-raba con avidez, pero a medida que fue tomando confianza se acostumbró a subirse a la mesa, ante la indignación de mis padres, quienes me obligaban reiteradamente a lanzarla a la calle. El dócil animal se hizo conocido de los vecinos, los cuales la alimentaban generosamente.

  Finalmente llegó el día de pago de Pedro. era un treinta de oc-tubre...fin de mes. La mañana transcurrió rutinariamente. A la hora de al-muerzo llegó mi hermano. Después de comer, como era su costumbre, le dio el dinero a mi madre para ayudar a solventar los gastos alimentarios. Sólo cuando se dirigía a su dormitorio a dormir la siesta, le consulté. ¿y el dinero del pasaje, Pedro?.  Se detuvo un instante molesto y me respondió "¡para la otra quincena".  Siguió caminando y cerró bruscamente la puerta del dor-mitorio.

  En la tarde llegó su polola a buscarlo como de costumbre.  Sentado en el living los dejé conversar. No insistí más en cobrarle la plata que me debía. De vez en cuando me daba una mirada indiferente. Toda su piel olía a violencia.

  La niña no le conocía esa faceta de su personalidad y lo obser-vaba con timidez.
  Oyendo las conversaciones que tenían los mayores en nuestro hogar supe algo...¡Pedro quiere casarse, viejo!  ¿Qué dices tú?  Vieja, ¡"el que se casa, casa quiere!"  ¿No le permitirías vivir con nosotros?  ¡Jamás! ¡Vendrían muchos problemas!...

  Quedé sorprendido por el trozo de diálogo escuchado...Pedro quería matrimonio. ¿Cuándo sería?  La niña venía puntualmente a buscarlo al anochecer.

  Mi hermano había sufrido una metamorfosis: de soltero des-preocupado a padre de familia.  Habría que esperar que el cambio fuera para bien y que acaso algún día ...yo recuperara mis cincuenta pesos.