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¡Les juro que I have nothing to see! Era inútil, el comisario Wolf ya había decidido que yo era el asesino. La expresión de su enorme cara roja, entre divertida e incrédula, me hacía polvo -¡I am a escientific of cesic, joder, no un puto kiler! -Cuanto más explicaba que se trataba de un lamentable error, más impotente me sentía. Por un momento me vino a la mente una de esas gráficas que estaba harto de ver, donde hay una recta que sube entre unos ejes de valores indescifrables: grado de explicación frente a cara de gilipollas o, para el caso, tamaño de partícula.
En eso estaba, cuando por el fax situado en una esquina de la habitación empezó a salir una fotografía...¡Era yo! Ahora no tenía ninguna duda de que estaba siendo víctima de un complot. Sin embargo, aquello evitó mi desmoronamiento. A mi mente sólo acudía la palabra venganza, además de un pupurrí de grandes éxitos de Tom Jones que estuve escuchando en el avión. Quería saber quién y el porqué de tan macabra conspiración. Tenía que ser alguien que conocía mis movimientos y estaba al tanto de mi viaje a Berlín para el noveno congreso de ciencia del carbón. ¡Cómo explicarle todo esto al comisario!. El fax venía de España pues pude ver el logotipo de la Guardia Civil con lo de Todo por la Patria. El comisario Wolf esperó pacientemente a que terminase de salir y, a continuación, giró el flexo que apuntaba directamente sobre mi cara para poder leer mejor, lo que mis ojos agradecieron. Después se volvió hacia mí y sin mediar palabra me soltó una hostia que me tiró de la silla, al mismo tiempo que me arrojaba el fax hecho un burruño. No sólo tenían mi mensaje en el contestador de Palmira, sino que habían encontrado en mi casa una caja de fotos suyas tomadas a través de la ventana de su habitación, y prendas de ropa interior, sin duda, robadas de su tendal. Dios mío, me estaba enfrenando a un saicokiler frío, metódico y calculador. Lo último que recuerdo es la bota derecha del comisario acercándose rápidamente hacía mí.
Cuando desperté en el Hospital Gómez Hulla, además de un fuerte dolor por todo el cuerpo, tenía también dos nombres martilleándome el cerebro: Delilah y... ¡no podía ser! Durante mi inconsciencia había dado con la clave.
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