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...Tampoco en lo demás habría sufrido mejoría, especialmente en lo de su eyaculación precoz. Viriato era más fugaz que un relámpago, si bien deslumbraba menos que una colilla de cigarrillo a diez metros. Se le iluminaban los ojos antes del rayo, una efímera centella, y luego, cuando descargaba su "aguacero", dos gotas, se quedaban apagados aunque abiertos. Pobre Viriato.
El problema de lo conciso se originó por reversión obsesiva. Viriato nació con un estigma patronímico, pues le dieron el nombre de un gran guerrero lusitano, siendo él, o quizá se convirtió en, apenas un púgil onírico. Ahí comenzó el asunto, en no soportar media batalla y presentar rendición incondicional.
Y luego la fijación fálica, algo que se sumó al nombre, si bien su nimiedad la llevaba antes del bautizo. El pobre estaba obsesionado por el tamaño, además de la firmeza al presentar armas. Y, para colmo, lo de la resistencia. Tenía la idea de competir en una olimpiada orgásmica cada día de su vida. Pretendía, con obstinación celtíbera, ofrendar diez eretismos a aquellas que se contentaban con uno bueno o dos regulares. Pero ello a priori, como proyecto pre-tálamo; pues, una vez en la palestra, se le escurría el grifo como si tuviera rota la junta de goma.
Ante tanta planeación, masturbaciones especulativas y fricciones menos mentales, llegaba a la lid con la pólvora encendida, y el gatillo se disparaba a control remoto. Eso le sucedió la primera vez que fue de putas. Tenía la libido tan a flor de piel que notaba trémulas las encías. Cuando subió la escalera, tras su asistente sexual, la que le iba a develar el misterio de la entrepierna, se encontraba a segundos del clímax. Es que el movimiento de las antípodas de ella le tenían frito. Una vez arriba, cuando ella se quitó el sostén, Viriato quiso cerrar los ojos, pero éstos se rebelaron. El pobre sintió que se le desbordaba la abstinencia, mojando el calzoncillo y meando sus expectativas. Lloró y suplicó la devolución de lo pagado, alegando que aquello debía ser gratis ya que él lo puso todo, incluyendo la mancha en el pantalón, y su "instructora" solamente mostró una teta. Pero la mujer le recordó que la teta era de su propiedad, exenta de silicona, de textura mediterránea, y que, al inducirle al telecoito, merecía el crédito. Si él era consciente de su velocidad eyaculatoria, de tener el pene regido por la retinas, se hubiera comprado el Play Boy y no hacerle a ella perder el tiempo. No se lo dijo de esta forma, sino de otra más inteligible para Viriato:
-Si te vas de vareta mirando, espía en el parque a las parejas y te ahorrarás una pasta.
Pobre Viriato, con su problema y buscando a Palmira la insaciable. ¿Intentaba un nuevo tipo de terapia?. Quizá su celeridad se acabaría cuando ella le exigiese cumplir con hechos lo que alardeaba. O a ella no le prometería "cuatro y el extra para el camino", al saber, de antemano, que Palmira no desayunaba antes de anotarse media docena. Con tal premisa, tan cerca de lo utópico estaban sus sueños como su triste
realidad..
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