Crisis
de confianza
ETA ha roto la tregua y ha vuelto a asesinar. Es motivo de preocupación. Y, en este lamentable contexto, la preocupación por la falta de claridad, la desorientación, la devaluación de las referencias, el debilitamiento de los liderazgos, la ruptura de confianza en las instituciones aceptadas mayoritariamente es redundante. Siempre es posible elaborar nuevos programas, crear mejores instituciones, fabricar otros líderes. Sin embargo, serían inadecuados si no se apoyaran en el ámbito de las referencias, de las reglas, de los valores que legitiman y que otorgan confianza al sistema político. En una sociedad que camina hacia la división política, lo urgente es restaurar ese contexto de confianza para que, en el futuro, cualquier solución política sea posible.
El
conocimiento de los riesgos, la perfecta consciencia ante las elecciones que
caben realizar ante el futuro son cuestiones cuya ausencia pueden producir
desorientación, temor e incertidumbre. Y en los momentos en que se ha de
decidir si se otorga la confianza o no a algo o a álguien es conveniente
cultivar una opinión pública más consciente e informada. Una opinión pública,
una sociedad, más abierta y conocedora que no se convierte, por ello, en
enemiga de la política. Una sociedad que, al contrario, precisa de una política
que sepa orientar sin ocultar las claves, sin secretismos, actuando con
transparencia. Si apelando a la discreción que presuntamente sería más
necesaria en los momentos más sensibles, se elude la transparencia
en las estrategias y los comportamientos de los políticos, si se
desprecia la claridad a la hora de exponer las posiciones y propuestas políticas
o si se maquillan o enmascaran éstas para que sean digeribles por la sociedad,
se podría resquebrajar la confianza de la sociedad en los liderazgos políticos
y en las mismas instituciones.
Mi compañero de partido, el exalcalde de Atarrabia-Villaba y sociólogo, Peio Monteano, ha advertido del riesgo de subordinar la realidad de la evolución de la sociedad, de los cambios sociales, a las ficticias exigencias de los cambios políticos. Sólo con eso se puede comenzar a quebrar un estado de confianza. Sólo eso puede comenzar a corromper y obstaculizar la integración social y política de una comunidad, de la comunidad en la que vivimos, más concretamente.
Se ha dicho, en este sentido, que la propuesta de soberanía de EH es “irrealista”. En principio, creo que no es inútil que digamos que es una réplica exacta, con todo lo que ello puede significar, de la que ETA divulgó en su boletín interno a primeros del año pasado. Es un documento en el que se maneja con soltura todo el bagaje de discurso, simbolismo e imaginería más atractivo para la gente nacionalista que, por ser expuesto en su versión más radical y rupturista, ha llevado a que los partidos nacionalistas se hayan apresurado a calificar la propuesta como “irrealista”.
Pero, hay algo más. Los propios portavoces de EH han subrayado que tan importante o más que la fórmula teórica de soberanía propuesta es la estrategia a seguir para implantarla. Y respecto a ésta, hay una tremenda confusión. No se conoce gran cosa en torno a la estrategia que EH y el MLNV proponen para construir un nuevo mapa geo-político más a su gusto. Los vascos no conocen, entre otras cosas, el papel que va a representar ETA en ello, cómo se pretende realizar la sustitución de la vigente legalidad por otra diferente, qué factores de legitimación política van a garantizar la estabilidad institucional del nuevo sistema, qué modelo de armonía o de convivencia social se va a instaurar en el país para que puedan seguir coexistiendo la pluralidad de opciones políticas o culturales hoy existentes o cómo se van a articular las relaciones de solidaridad con los pueblos y territorios vecinos. Casi nada está claro.
Y una lectura crítica en profundidad de la propuesta de ETA y EH descubre algo
más que un planteamiento “irrealista”. La busqueda de puntos de ruptura y
antagonismo políticos siguen siendo el eje de la estrategia. La categoría de
“enemigo” permanece. La identificación del nuevo “sujeto político”
pasa por el establecimiento de una nueva frontera social y política. Y esta es
la cara menos atractiva para el esforzado nacionalismo que, en los 20 años en
los que ha dirigido el país, ha derrochado grandes energías, sudores y lágrimas
en hacer un política integradora. Ante esta cuestión, decir que la propuesta
de EH es “poco realista” puede tener el efecto de tranquilizar a la opinión
pública. Sin embargo, hoy más que nunca es necesaria la responsabilidad de los
dirigentes políticos. Una responsabilidad que oriente a la sociedad y que
busque recuperar su confianza en la política vasca. Por eso, hay que decir lo
que hay sin ambages: la propuesta de ETA y EH no es “poco realista”. O por
ser “irrealista” puede ser, además, fracturadora, destructiva. La falla
social que podría abrir atravesaría cada territorio, cada pueblo y ciudad,
cada barrio y cada familia.
Frente a esto, los nacionalistas, por su parte, debemos ofrecer garantías de confianza e integración a la sociedad vasca. En primer lugar, la disposición de los que somos nacionalistas a continuar construyendo la nación vasca tiene plena legitimidad democrática. Pero, conocemos asimismo que la estabilidad de cualquier nuevo escenario dependerá del grado de integración política del mismo. Es decir, de que la mayoría integre y no busque imponerse a la minoría. Esta línea de trabajo viene avalada por la dilatada trayectoría política del nacionalismo vasco. En segundo lugar, debemos sostener con la misma legitimidad que el punto de partida de toda reforma, modificación o ampliación del autogobierno vasco son el marco y las instituciones vigentes. Evidentemente, el sujeto político no surge de la nada. Este se identifica y se desenvuelve en el ámbito jurídico-institucional que ha legitimado, libre y democráticamente. En tercer lugar, seamos prudentes. A menudo, cuesta entender que se puedan hacer propuestas estratégicas a cambio de la paz. Conjugar la idea o el deseo de paz inmediata, sea planteado como requisito previo o lo sea como contrapartida, como moneda de cambio puede ser más fácilmente un obstáculo que un acelerador para una política de integración social y política basada en el progreso democrático.
Es un momento crítico. En todo caso, toda crisis lleva consigo factores de degeneración y regeneración. Hemos de trabajar sobre estos últimos. Impulsando la regeneración, cuyo desarrollo depende esencialmente de la actitud de las instituciones y de la sociedad y de que ámbas sepan aprovechar al máximo todas sus capacidades de integración democrática. Con sus acciones u omisiones, ETA quiere imponernos sus soluciones. Haga ETA lo que haga, sin someternos a sus decisiones, la democracia siempre debe apostar por el ejercicio democrático en profundidad. Así se cultivan la confianza y la integración más auténticas, fundamento de toda construcción que se quiera hacer en el ámbito de lo social. Y, a la postre, el ejercicio de la democracia nos proveerá de los mejores útiles para conseguir las mas altas cotas de paz.
HERNANI,
17 de enero de 2000 Joxan
Rekondo (Juntero de EA)