Introducción
Este
hermoso ejemplar de arte rupestre, descubierto en
Combe d'Arc (Ardèche), Francia, hace unos pocos
años y que mostramos aquí por una cortesía del
Ministerio de Cultura de la República Francesa,
constituye un magnífico ejemplo de la virtualidad de
que quiero hoy hablar aquí, y ello en un doble
sentido. En primer lugar, es una imagen que bajé a
mi disco duro -muy pronto después del descubrimiento
de la caverna de Combe d'Arc- por medio de Internet.
Pero además, su original es el resultado de uno de
los primeros casos de ejercicio de la capacidad de
virtualizar, es decir, de representar
simbólicamente, por parte de nuestra especie. Tuvo
lugar ya hace entre quince y veinte mil años, es
decir, relativamente cerca del comienzo de la
humanización del ser humano. El hombre paleolítico
que dibuja en la caverna la representación
pictórica del animal que va a intentar cazar al día
siguiente no se equivoca al atribuir poderes causales
a su acto de representación. Esta objetivación del
blanco de su cacería le ayuda a fijar su atención
en la especie y detalles anatómicos y de movimiento
de su eventual presa. Pero además, es el comienzo de
un largo proceso de virtualización que deberá
culminar después de una larga historia en el corpus
gigantesco de la ciencia y las técnicas modernas.
Si
tomamos en cuenta la escala temporal de la evolución
biológica, en que un instante es equivalente a unos
cien mil años, el momento de la creación de este
ejemplar de arte rupestre es prácticamente
contemporáneo; ha sido creado por un cerebro y unas
manos genéticamente comparables con las nuestras. Si
tomamos en cuenta todo lo ocurrido entre esa
creación y el presente desde el punto de vista de
evolución cultural, por el contrario, entonces nos
separa de ese acto de creación un abismo, la
diferencia tecnológica entre la decoración
monocroma de una piedra no tallada y la transmisión
y elaboración de información digital, a una
velocidad cercana a la velocidad de la luz, propia de
la era informática.
Nos
encontramos aquí con un contraste entre la
evolución biológica y la evolución cultural. En
otra parte he sostenido ( GUTIÉRREZ 97b), con base
en el análisis de Daniel Dennett ( DENNETT 95), que
ambas evoluciones actualizan un mismo algoritmo, el
de "prueba y error" o "investigación
y desarrollo". Dicho de otra manera, ambas son
ejemplos del procedimiento lógico que asociamos con
la selección natural. La diferencia consiste en que
en el primer caso la unidad reproductiva es el gen,
constituido por ácido desoxirribonucleico (ADN) -una
molécula con capacidades de replicación y
susceptible de sufrir mutaciones- en el núcleo de
las células de un organismo; mientras que en el
segundo caso la unidad es el mem ( DAWKINS 76),
constituido por una estructura simbólica -una idea
digna de imitarse y de experimentar con ella para
mejorarla- en la mente de los seres humanos.
En
este contexto, la evolución histórica puede ser
descrita como el paso de la ignorancia al
conocimiento por medio de la experimentación.
Partimos de una ignorancia muy especial, la
ignorancia de un primate cuya corteza cerebral se ha
ampliado repentinamente (en la escala de tiempo
biológica) y tiene la conectividad necesaria para
aprender, y aprender a aprender. Es entonces una
ignorancia con sabiduría potencial, que irá siendo
actualizada a lo largo del tiempo. Una sabiduría que
surgirá de una incesante experimentación, de
ensayos y errores multiplicados por el mismo
crecimiento de la población, y por la curiosidad
insaciable de cada uno de estos primates de nuevo
cuño, ejemplares frescos de Homo sapiens sapiens. La
ignorancia del investigador insatisfecho que desea
probarlo todo, con la esperanza, muchas veces
gratificada, de que su experimentación le descubra
un conocimiento mayor y más refinado que el del que
ha disfrutado hasta ese momento. Investigación que
solo puede operar en libertad, donde la libertad de
los experimentos de los otros no sofoque la propia, y
donde los resultados de esos experimentos puedan ser
usados para potenciar los propios. Experimentación
recursiva, en que casi nunca se comienza de cero, y
los resultados de anteriores experimentaciones y de
las experimentaciones de los otros, a lo largo de los
siglos y de los milenios, da la base y los
constreñimiento que facilitan las investigaciones
propias. Libertad de investigación que solo puede
darse en un ambiente social de respeto recíproco
asegurado por un orden normativo.
La
virtualidad
La
noción de lo virtual, tan traída y llevada en
relación con fenómenos informáticos como la
"realidad virtual" o la comunicación por
la Internet, no es un sinónimo de lo falso o lo
irreal. Como bien lo hace notar Pierre Lévy,
"lo virtual no se opone a lo real sino a lo
actual". De hecho, el avance de la virtualidad
sobre la actualidad ha sido una característica
permanente del proceso de desarrollo de la humanidad:
nuestra especie se ha constituido en y por una
virtualización creciente ( LÉVY 95). Considérese,
por ejemplo, el lenguaje y el arte, grandes y
poderosos logros del hombre primigenio: su carácter
eminentemente simbólico los coloca de lleno en el
orden de lo virtual. La literatura y la ciencia,
productos maduros de la cultura, son también
esencialmente virtuales, puesto que nos abren mundos
insospechados muy diferentes a nuestro entorno
físico y social.
En
nuestro tiempo, por primera vez en la historia, lo
virtual incluye también una dimensión inédita
hasta la segunda parte de este siglo, asociada con la
manipulación digital electrónica de textos,
números y gráficos, y hecha posible por la gran
revolución social que asociamos con la palabra
informática. A esa dimensión muchos podrían
considerarla como el orden de lo virtual por
excelencia. A pesar de los innegables aspectos
sangrientos y abundantes cataclismos sociales de
nuestro tiempo, es imposible no discernir en las
fuerzas que operan sobre la sociedad a las puertas
del tercer milenio una tónica general de avance en
el proceso de hominización del hombre. Este avance
está relacionado precisamente con el desarrollo del
orden virtual.
En
realidad, la cultura ha avanzado siempre, en cada uno
de sus pasos, gracias a una transformación de la
realidad desde un orden comparativamente más
concreto hasta un orden progresivamente más
abstracto, simbólico o virtual, y por ello mismo
también más poderoso, de mayor alcance y densidad
de contenido. Piénsese en la diferencia en grado de
abstracción entre el intercambio primitivo de bienes
y servicios, y el comercio internacional moderno,
basado en moneda cada vez menos concreta y un sistema
de precios que equivale a la capacidad abstracta de
sustitución de todos los productos por todos los
productos. Los separan varios órdenes de realidad
construidos a lo largo de los milenios por la mente
humana. En el presente, el proceso de virtualización
ha alcanzado una intensidad muy grande, dada la
intervención de la informática en todos los
procesos sociales y económicos.
Considérese,
por ejemplo, la desterritorialización de las
empresas económicas: el teletrabajo aleja al
empleado de las oficinas de la compañía, para
situarlo en su propia casa, en locales comunitarios
compartidos por varias empresas a nivel de barrio, o
simplemente en la carretera o el avión donde puede
realizar su trabajo gracias a aparatos informáticos
portátiles. Las compañías también relocalizan
ciertas líneas completas de actividad en diversas
partes del mundo, que quedan coordinadas entre sí
por medio de redes telemáticas, como es el caso de
servicios telefónicos de atención al cliente de
varias empresas americanas -localizados ahora en
Barbados-, o el de digitación de cupones de
aviación -ubicados en China-.
Un
grado superior de la virtualidad económica es el de
carácter contractual, y no simplemente geográfico::
una "empresa virtual" en este sentido es la
que subcontrata todas sus actividades con otras
empresas, de modo que su entidad consiste simplemente
en una lista de punteros NOTA 1 hacia otras firmas,
también virtuales, hasta llegar progresivamente a la
empresa mínima no virtual que realiza una función
concreta muy pequeña. Este sentido de virtualidad no
es otra cosa que la misma división de trabajo que
Adam Smith señaló como fuente de la riqueza de las
naciones, pero llevada a su paroxismo, gracias a los
medios de comunicación (telemáticos y físicos)
característicos de la sociedad contemporánea (
TOFFLER 95).
Sentido,
necesidad y límites del orden normativo
Es
bien sabido que las capacidades simbólicas y
virtualizantes del ser humano descansan en el
funcionamiento de la corteza cerebral, mucho más
extendida en nuestro caso que en el de cualquiera de
los otros primates y, por supuesto, del resto de los
mamíferos. Por ejemplo, tenemos cuatro veces más
neuronas corticales que nuestro primo más cercano,
el chimpancé. A este exceso de capacidad cortical se
le denominó en el siglo pasado "áreas
asociativas", aunque en realidad solo se sabía
que eran áreas vacantes, pues no estaban
comprometidas con funciones motoras ni de
sensibilidad. Hoy sabemos que son las que permiten
nuestras funciones simbólicas, probablemente
mediante un algoritmo interno parecido al que opera
en la evolución de las especies (selección
natural). Entre esas funciones simbólicas están,
por supuesto, en primer lugar las funciones
linguísticas, por ser las más antiguas ya
enraizadas parcialmente en ciertas áreas del
neocortex (áreas de Brocca y de Wernicke), aunque
con todavía un amplio grado de variabilidad de
cerebro a cerebro. Si somos bilingues o trilingues,
por ejemplo, cada idioma es almacenado separadamente.
Los hombres y las mujeres organizan su almacenamiento
de manera distinta, y por supuesto también lo hacen
los zurdos y los derechos.
Enseguida
tenemos las funciones normativas, de diverso
carácter, por ejemplo lógicas o éticas. En el
fondo, las funciones lógicas y éticas se
compenetran ya que la ética no viene a ser otra cosa
que la depuración lógica de los automatismos
morales que nos imponen el amor y el temor a nuestros
padres. Esta depuración va siendo realizada por el
análisis racional, conforme la función lógica se
desarrolla progresivamente en el camino hacia la edad
del "uso de razón" NOTA 2. Las funciones
normativas jurídicas, naturalmente, pertenecen a un
orden de virtualidad mucho mayor, al implicar la
existencia del Estado y de la economía. Pero no es
difícil mostrar el nexo natural entre las funciones
primordiales linguísticas y éticas con las
funciones jurídicas, vía las relaciones de dominio
(origen de la política) y las relaciones
contractuales (origen de la economía). La
coordinación de la acción humana a través de los
pactos de dominio y de las obligaciones
contractuales, ambas sustentadas por la ética y el
lenguaje, dan fundamento al edificio fabuloso de ese
cuerpo humano colectivo que llamamos civilización.
Ética
y técnica
A
pesar de su carácter fundamental, quiero sostener
sin embargo, un poco contra las buenas maneras
establecidas, que las funciones éticas no
representan lo más excelso de los bienes de la
cultura. Por el contrario, creo que corresponden más
bien a "males necesarios", hasta donde
podemos considerarlos inevitables. Lo mejor de la
cultura es más bien la actividad interesante y
creadora, la conversación con otros seres humanos
(especialmente el humor), y la contemplación de la
belleza en todas sus formas, desde las más
naturales, como un atardecer de verano o una mujer
bonita, hasta las más abstractas como la música de
Chopin o los murales de César Valverde. También,
por supuesto, la contemplación de esa otra clase de
belleza abstracta representada por las verdades
matemáticas o las portentosas creaciones de la
técnica. Podría agregar tal vez los arrebatos
místicos o amorosos, pero tengo serias dudas, dada
la cantidad de acciones insensatas a que somos
arrastrados los seres humanos llevados por esas
experiencias.
Lo
normativo en este contexto no puede ser otra cosa que
instrumental, un medio no deseado, por el que se paga
un alto costo, que sin embargo no tenemos más
remedio que emplear para poder disfrutar
suficientemente de aquello que de verdad nos
interesa. Lo normativo surge en defensa de la
libertad, y la libertad conviene que exista por la
necesidad de experimentar en un mundo en que el
conocimiento es supremamente limitado. Lo normativo
entonces es consecuencia de la necesidad de permitir
el experimento de todos los miembros de la especie.
Por eso estoy convencido de que debemos tratar de
reducir al máximo el campo de las soluciones
éticas. Repudio las fantasías infantiles que
deseaban que hubiera un terremoto para demostrar
nuestro buen corazón atendiendo a los heridos; o la
realidad de muchas madres desquiciadas que solo
están felices cuando sus hijos se enferman para
prodigarles sus cuidados maternales. Dichosamente,
los medios de evitar la ética cada vez están más
disponibles gracias al progreso de la técnica. Otra
manera de decir esto es que, en la medida en que
tenemos conocimiento, debemos disfrutarlo, y gozar de
las soluciones que nos ofrece la causalidad natural
domesticada por la técnica. Debemos evitar a toda
costa considerar la normatividad como un fin en sí
mismo. Siendo un artefacto de la defensa de la
libertad debe restringir la libertad lo menos
posible.
El
problema moral, surge en la mayor parte de los casos
como resultado de vivir en una situación de escasez.
Los manuales de moral del siglo pasado abundaban en
falsos problemas como este: si se está hundiendo una
lancha en que usted va con un adulto enfermo y un
niño, y existen solo dos salvavidas, ¿cómo los
distribuiría usted? Por supuesto, la única
solución razonable es no hacerse a la mar a menos
que tengamos suficientes salvavidas para todos. En
Costa Rica aborrecemos el militarismo, y quizá por
ello hemos tratado de mantener a la policía lo más
reducida y lo menos equipada posible. La fuerza
pública, que en otros países hermanos los ha
transformado en países ocupados por su propio
ejército, nos ha parecido siempre mucho más de
temer que los delincuentes. Preferimos las soluciones
tecnológicas: una alarma o bastón para evitar el
robo de carros, o las omnipresentes rejas en las
casas de San José para prevenir atracos domésticos.
Un
caso interesante de solución tecnológica,
eminentemente virtual, a un problema con solución
normativa tradicional, puede ser observada en el caso
de las transferencias de dinero entre los bancos. En
Costa Rica por lo menos, la transferencia física de
valores en carros blindados es una de las ocasiones
más frecuentes para el delito de apropiación
indebida. Constantemente ocurren atracos de este tipo
por montos millonarios. Y sin embargo, sería posible
hacer esas transacciones, en forma completamente
segura, con moneda virtual, por medios electrónicos
-por ejemplo, vía Internet-, gracias a los avances
de una disciplina informática muy importante, la
criptografía. Por supuesto, ello implica cambios
sociales considerables y difíciles de implantar,
pero los beneficios en seguridad, y en eliminación
de complejidades normativas, serían impresionantes.
Entiendo que nuestras instituciones bancarias están
en proceso de transformación en ese sentido. Sin
embargo, obstáculos no faltan; volveremos sobre este
tema más adelante.
En
un plano superior de virtualidad, el delito puede
verse como un engendro de la escasez, que solo puede
superarse por el acceso a la abundancia. Los seres
satisfechos, a menos que sean enfermos mentales, no
son delincuentes. La mejor manera de cerrar prisiones
es abrir fuentes de trabajo. El aumento de
productividad de la nación, que el estado del
conocimiento, incluido muy especialmente el
conocimiento económico, permite hoy, es la única
vacuna permanente contra la mendicidad, la
delincuencia y la violencia. Sin embargo, muchos
costarricenses creen todavía que estos problemas
pueden resolverse multiplicando la intervención del
Estado, o manteniendo la existencia de instituciones
asistenciales públicas cuyo renglón presupuestario
más importante son los salarios.
Expertos
y notables
El
contraste entre lo virtual y lo normativo puede
aclararse un poco con un ejemplo muy simple de la
vida social. Cuando tenemos un caso muy difícil de
salud convocamos a una "junta de médicos",
que es un caso especial de una junta de expertos. Se
trata de un conjunto de personas con conocimientos
expertos complementarios que pueden aclarar y aportar
una solución al caso difícil. No necesitamos
repetir especialidades, pues si los expertos están
bien escogidos cada uno será eminente en una
disciplina y su saber vertirá luz, gracias a su
ciencia, en asuntos que no cubren los otros. Por
ejemplo, la junta podría estar integrada por un
oncólogo, un endocrinólogo y un geriatra. O si se
tratara de un caso jurídico complicado, una
compañía podría asesorarse con un abogado
internacionalista, otro constitucionalista y un
tercero experto en derecho del trabajo. Una junta de
expertos representa a la ciencia y a la técnica, en
su versión más actual y excelente posible, ante el
problema concreto.
Cuando
hay un problema de crisis política importante se
convoca en cambio, o se convocaba por lo menos en el
"tiempo de antes" (que por supuesto quiere
decir cuando yo era niño), a una "junta de
notables". Esto es una solución política o
ética. Aquí se escoge a un grupo de personas
ilustres, por su probidad, por su educación, por su
historial de servicio público, por su edad, por su
riqueza, o ... por su cuna. Estas personas no tienen
experticia especial, sino que más bien repiten sus
competencias, y el sentido de su escogencia estribaba
precisamente en esa redundancia. Frente a la
ignorancia, el camino es multiplicar los
experimentos, las experiencias, para aumentar las
probabilidades de acertar dentro de un contexto de
conocimiento fragmentario, incompleto e inexacto. Un
análisis profundo de este tema puede encontrarse en
el diálogo que sustuve el año pasado con el
economista Alberto Di Mare y que está publicado en
Acta Universitaria y en mi sitio Web ( DI MARE Y
GUTIÉRREZ 96).
La
razón del contraste con el caso anterior es muy
simple: en el caso de la junta de expertos, el campo
de consideración es un campo de conocimientos
seguros, por lo menos razonablemente establecidos. Es
un caso para la técnica o la ciencia. Pero la junta
de notable se reune más bien para discutir un
problema político. Y en política, por definición,
sabemos muy poco. La política, como conocimiento, es
una categoría residual. Es lo que queda cuando hemos
sustraído todo aquello sobre lo que sabemos
claramente algo. En el resto lo que impera no es la
ciencia, sino el "sentido común", o el
"olfato político", si se quiere. En este
caso, entonces, lo importante no es la
complementareidad de conocimientos especializados
sino más bien la redundancia de conocimientos
amplios pero poco confiables. La esperanza es que
donde sabemos muy poco, la superposición de
conocimientos vagos, imprecisos o incompletos nos
integre un cuadro con una opinión resultante en que
sí se pueda confiar. Por supuesto en este caso la
mejor junta de notables sería la consulta a todos
los ciudadanos, porque así obtendríamos la máxima
redundancia, y la máxima posibilidad de que alguna
de las ponencias contenga una solución acertada.
Es
evidente que en nuestra historia patria la
convocatoria a juntas de notables ha caído en
desuso. En este fenómeno deben estar operando dos
causas: por una parte, el avance de las ciencias
sociales, especialmente la economía y la
estadística, que ha creado zonas de experticia donde
antes nos encontrábamos completamente dentro del
reino de lo opinable; pero por la otra, también ha
avanzado nuestra concepción de la política como un
proceso de experimentación y concertación, como un
método de investigación y, como resultado, una
actividad cada vez más abierta a la participación
de los ciudadanos, cada vez menos elitista.
La
pertinencia de este análisis con la discusión
anterior sobre la tensión entre lo normativo y lo
técnico es obvia si se considera que la política es
esencialmente parte de la ética: es la ética de lo
colectivo. La tensión aquí toma el siguiente
carácter: la humanización del hombre, el ascenso de
lo virtual sobre lo simplemente físico, el paso de
la ignorancia que quiere dejar de serlo hacia el
conocimiento que se consolida y utiliza, es
igualmente un progreso desde la política y la ética
hacia la ciencia y la técnica. Nadie negará, creo
yo, ninguno de las siguientes dos constataciones:
primero, que con el paso de los siglos cada vez más
asuntos, que antes solo podían resolverse con
criterios políticos, se pueden resolver ahora con
criterios técnicos; y segundo, que cada vez menos
asuntos se resuelven de hecho invocando criterios
puramente políticos y más se resuelven con el
concurso de expertos y como resultados de
recomendaciones técnicas. Lo cual no significa que
en todos o en la mayoría de los casos los criterios
técnicos prevalezcan sobre los criterios políticos,
sino simplemente que cada vez es menos factible para
un gobernante aparecer ante los ojos de sus electores
como habiendo actuado puramente por razones de
clientelismo político y no en virtud de criterios
técnicos.
Entiéndaseme
bien: no estoy contra el imperio de los valores en la
vida individual o colectiva. Todo lo contrario: por
definición, la vida personal o social solo tiene
sentido como realización de valores. Los valores son
todo aquello de que podemos disfrutar individual o
colectivamente. Solo quiero señalar que las normas,
jurídicas o éticas, son criatura de la libertad, y
la libertad es criatura de la ignorancia, el único
verdadero método que tenemos de superarla. En un
mundo en que reina la escasez y la falta de
conocimiento, el único medio efectivo de superar
ambas es la experimentación, el ensayo y el error, y
la rectificación progresiva con vista a los
resultados obtenidos. Y para que haya
experimentación es necesario un contexto social en
que cada uno respete el experimento del otro y todos
puedan beneficiarse de los resultados de los
experimentos de todos. La libertad es nuestro único
camino para conseguir el conocimiento, y con él la
abundancia; y la ética y el derecho son solamente
los medios de asegurar y mantener el ejercicio de la
libertad en un mundo con pluralidad de sujetos. Solo
en el mundo de Robinson Crusoe, aislado en una isla
desierta, la ética y el derecho son innecesarios. El
conocimiento, por su parte, y no la ética, es lo
único que nos da seguridad y nos permite el disfrute
de los valores, en última instancia el único medio
para existir plenamente en el nivel virtual que es
propio de la naturaleza humana.
En
esto consiste la condición humana: como especie
zoológica, una de las más desarrolladas y
complejas, el ser humano vive inmerso en el orden de
la necesidad de las leyes naturales. Existe porque
esas leyes se lo permiten, y la evolución ha
encontrado una fórmula oportunista para explotarlas
por un tiempo en su propio beneficio como organismo y
colonia de organismos. Pero gracias a los recursos
que evolutivamente ha desarrollado es capaz de
acceder al orden virtual, es decir, puede representar
simbólicamente los hechos de la naturaleza y sus
distintos elementos y relaciones. Pero esa capacidad
no es infinita, y cada persona puede generar un
número limitado de ideas, la mayor parte de las
cuales resultan falsas al enfrentarlas con la
causalidad de las cosas. Algunas, sin embargo, tienen
éxito, y merecen imitarse y transmitirse de una
mente a otra. De la conveniencia de maximizar esas
experiencias exitosas surge el orden de la libertad,
el órden ético o político, el orden normativo, que
impone el respeto de todos a las oportunidades de
acción y experimentación de cada uno. Este orden es
instrumental y busca la obtención del conocimiento y
de la abundancia, que es lo único que puede lograr
la satisfacción de los objetivos humanos.
Historia
de la Internet
La
Internet es un ejemplo de como una idea tecnológica
puede revolucionar el orden social, aumentando su
virtualidad, y, de paso, reducir el ámbito de lo
coercitivo, las limitaciones impuestas por la
necesidad de garantizar la libertad de todos con
vistas a la expansión del conocimiento. Si hay un
medio rápido y eficiente de reunir en una noche, en
la propia casa, a una junta de expertos, es
precisamente una navegación bien organizada en la
Internet. Pero también, nada mejor que el ambiente
Internet para organizar una junta de notables de
enorme amplitud, de gran redundancia y no elitista,
por medio de un bien organizado grupo de discusión.
Suponemos, por supuesto, que el uso de la red
continuará ampliándose y democratizándose, y que
la posesión de los medios electrónicos de entrada
llegarán pronto a ser tan comunes como lo son hoy el
aparato de radio o la televisión, tal vez mediante
una adaptación tecnológica de esos mismos aparatos.
Internet,
que en español significa literalmente "red de
redes" NOTA 3, se basa en el concepto de una
multiplicidad de redes independientes, de diseño
arbitrario, la primera de las cuales fue ARPANET,
pionera de la tecnología del "packet
switching" (en español, algo así como
"enrutamiento de paquetes" NOTA 4).
Internet descansa en el principio de la
"arquitectura abierta", que deja a cada red
individual en libertad de hacer su transmisión
interna por los métodos que considere más
convenientes, imponiendo solo el respeto a ciertos
"protocolos" que posibilitan el intercambio
de mensajes entre cada par de redes. Esta libertad ha
fomentado el progreso tecnológico, pues cada red ha
podido experimentar con sus propios diseños, y los
que han resistido la prueba del fuego han podido ser
emulados por los otros socios. Magnífica
demostración de las ventajas de la libertad de
experimentación y de intercambio de información,
así como de la posibilidad de funcionar y
desarrollarse sin autoridad central, más allá de la
necesaria para coordinar la adopción y el
mantenimiento de los protocolos.
La
idea de la arquitectura abierta fue introducida
originalmente por Robert E. Kahn en 1972, creador del
protocolo que eventualmente llegaría a llamarse
"Transmission Control Protocol/Internet
Protocol", el famoso TCP/IP con que todos
configuramos hoy nuestras computadoras personales
para poder entrar a Internet. Este protocolo se basa
en las siguientes cuatro reglas fundamentales:
*
Autonomía: Cada distinta red debe bastarse a sí
misma; ningún cambio interno es necesario para
conectarla a Internet.
*
Buena voluntad: Las comunicaciones se hacen sobre la
base del mejor esfuerzo. Si un paquete no llega a
destino final, se retrasmite desde la fuente un
momento después.
*
Privacidad: Se usan "cajas negras" NOTA 5
para conectar las redes, los famosos
"gateways" (portones) o "routers"
(enrutadores), que cada suplidor especifica como
quiera. Estas cajas negras no retienen ninguna
información de los paquetes que pasan por ellas; no
tienen que preocuparse por reconstruir mensajes en
caso de fallas del aparato, y en consecuencia su
diseño es bastante simple.
*
Autarquía: No existe ningún control global de las
operaciones, no existe un comando central de la red.
Las cosas funcionan porque cada enrutador cumple con
sencillez y eficacia su misión de acercar un poquito
cada paquete a su destino final.
Es
evidente que si estos principios hacen hoy posible la
comunicación, sin acción central, entre más de
cincuenta millones de computadoras esparcidas por
todo el mundo entre personas de las culturas más
diversas, bien podrían erigirse en forma
generalizada como paradigma para las relaciones de la
sociedad como un todo. Su traducción a un contexto
político es trivial, y el resultado podría ser un
nuevo enunciado de las ideas liberales apropiado para
el siglo XXI: respeto a la autonomía del individuo y
a los grupos de base, confianza en las iniciativas
privadas, no intervención del Estado en los asuntos
privados, reducción del aparato gubernamental, etc.
El éxito de estos principios en el desarrollo y
funcionamiento de Internet podría incluso usarse
como argumento para la defensa de un anarquismo de
cuño cibernético, que exigiría limitar la acción
de las autoridades pública al establecimiento y
mantenimiento de "protocolos" en sentido
telemático. Ejemplos típicos podrían ser las
reglas de tránsito, las de la circulación
monetaria, las de la administración de justicia,
etc.
La
motivación principal original tanto de ARPANET como
de Internet fue la de compartir recursos escasos.
Esto se logra por la transferencia de archivos y la
operación remota de computadoras. Sin embargo, el
correo electrónico se convirtió muy pronto en la
más exitosa aplicación de Internet. El
"e-mail" llegó a constituirse en todo un
nuevo modelo de cómo la gente puede comunicar entre
sí y cambió muy rápidamente la naturaleza misma de
la colaboración, en la comunidad científica primero
y finalmente también en la de los negocios.
Espléndida ilustración de la tendencia que tiene la
tecnología de encontrar usos valiosos, no
anticipados por sus creadores originales. Esto fue
posible porque los creadores de Internet no la
diseñaron para una sola aplicación, sino como una
infraestructura general sobre la cual podrían
montarse aplicaciones todavía no concebidas. Otra
prueba de la correcto de esta posición ha sido la
aparición más reciente de la "World Wide
Web", la ya famosa triple W. Una enseñanza
fácilmente aplicable a otros órdenes de la vida
social; nuestras instituciones de educación superior
podrían tomarla como una recomendación para
fortalecer la formación de tipo básico y general,
dejando a los negocios la tarea de adaptar los
graduados al arcoiris rápidamente cambiante de las
profesiones del futuro.
La
Internet surgió originalmente como un proyecto
eminentemente académico, primero en la comunidad de
los científicos de la computación, generalizándose
posteriormente a toda la comunidad científica. Pero
hoy, como sabemos, la Internet de negocios se ha ya
instaurado y está en plena expansión. Gran parte de
este fenómeno se debe a la introducción de otros
avances tecnológicos relacionados con la
criptografía, disciplina matemática cuyos
antecedentes se remontan al fundador mismo de la
informática, Alan Turing. La aplicación de cifrado
con doble llave, una pública y otra privada, permite
la transmisión segura de datos confidenciales entre,
por ejemplo, un banco y sus cuentacorrentistas, o un
proveedor y sus clientes. El auge del comercio en la
red, basado en esas circunstancias, promete ser una
revolución productiva de proporciones incalculables,
cuyos único obstáculo predecible lo constituye la
estupidez proverbial de los políticos.
A
este propósito cabe lamentar una iniciativa
descaminada de la presente administración
norteamericana. He leído con zozobra en el New York
Times que a un "genio" del Gobierno del
señor Clinton se la ha ocurrido impulsar la
iniciativa, que espero nunca llegue a aprobarse, de
requerir que todo esquema criptográfico aplicado a
las operaciones de Internet tenga una "puerta
trasera" para la observación policial, como
forma de prevenir el uso de Internet para propósitos
delictivos. La idea es por supuesto totalmente
descabellada. En primer lugar, ningún esquema de
cifrado puede ofrecer esas "ventanas" sin
negarse totalmente como "sistema seguro".
Por otra parte, las novelas policiacas, las
películas francesas, y lamentablemente también la
historia, ilustran que el medio policial es uno de
los ambientes sociales más susceptibles a la
corrupción. ¿Quién nos podría garantizar que un
policía dotado de ventanas para observar
transacciones privadas entre un banco y sus clientes
no se sienta tentado a usarlas en su propio
beneficio? Pero por otra parte, ¿quien nos garantiza
que los maleantes no seguirán usando esquemas
criptográficos propios, en la misma Internet, para
disfrazar sus perversos mensajes de poemas o cartas
de amor, de imágenes pornográficas o estampas de
santos? Decididamente, ser político, que según mi
definición quiere decir no ser experto en nada
particular, tampoco garantiza la posesión de sentido
común.
Telépolis
Javier
Echeverría, filosofo vasco ( ECHEVERRÍA 96), ha
propuesto llamar Telépolis (ciudad a distancia) a la
nueva forma de interacción social surgida en la
segunda mitad del siglo XX, que comienza con la
aparición de la televisión y culmina con la
generalización de la Internet. Propone que las
profundas modificaciones operadas en la producción,
el trabajo, el comercio, el dinero, la escritura, la
identidad personal, la política, la ciencia, y las
comunicaciones pueden bien ser pensadas en términos
de urbanismo, con ventaja para su análisis e
interpretación.
Por
oposición a los Estados, que están determinados por
el territorio sobre el que ejercen su jurisdicción,
Telépolis desborda las fronteras geográficas y
políticas. Su estructura no es la de un recinto, con
interior y exterior, sino la de una red de
interconexiones que vincula puntos geográficamente
dispersos, unidos solo por medio de la tecnología.
Según esta metáfora y en inversión copernicana,
podemos considerar la superficie del planeta como la
bóveda de la ciudad, mientras que los cimientos de
la misma estarían literalmente en el espacio
exterior, por estar constituidos por los satélites
de comunicaciones. Las nuevas tecnologías
(informática, audiovisuales, telecomunicaciones,
etc.) serían comparables a las industrias que
posibilitaron el crecimiento de las metrópolis del
siglo XIX (acero, petró1eo, automóviles, etc.).
Las
semejanzas entre la ciudad real y la ciudad virtual
son múltiples. Como en las calles de las ciudades
ordinarias, mucha gente que se pasea por la Internet
por curiosidad. Hay quienes se detienen ante el
"sex shop"; otros participan en charlas y
grupos de debate; no faltan quienes usen Internet
para ir de compras.... Otros visitan universidades,
museos o bibliotecas. Desde que los periódicos y
revistas han dado en instalarse en la
"Web", muchos ciudadanos se dedican a ojear
la prensa en el telekiosco. Los jóvenes son
particularmente adeptos a circular por la telecalle
mayor, como siempre sucedió en las ciudades y ahora
sucede en los "malls" o centros comerciales
. En resumen, la Internet ofrece toda la pluralidad
de formas de interacción que caracterizan a la
sociedadl, incluídas las formas privadas e íntimas
de interrelación. Y como no podían faltar, están
también las "telecasas", lugares Web donde
los escritores ponen sus libros y artículos, los
pintores sus cuadros, los científicos sus últimos
hallazgos, o los simples ciudadanos (famosos o no) su
"curriculum vitae", los retratos de su
esposa y de sus hijos, la lista de sus
"hobbies" o el recuento de cómo pasaron
sus últimas vacaciones. Porque el telepolita tiende
a ser exhibicionista.
Como
en las ciudades tradicionales, en Telépolis uno
puede, dándose su tiempo, salir a buscar lo que
desea. En vez del bus o el metro, el telepolita usa
alguno de los magníficos buscadores automáticos de
direcciones que permiten de manera muy simple
encontrar con poco esfuerzo lo que uno busca.
El
futuro de la virtualidad política
Si
hay una enseñanza importante en el artículo de
Echeverría es que el ambiente virtual de Internet
ofrece una especie de resurrección del ambiente
urbano de la ciudad-estado antigua, ahora a escala
mundial. Si combinamos esta enseñanza con la idea
esbozada hoy por mí sobre las limitaciones y
carácter intrínsecamente indeseable de lo normativo
y la razonable preferencia de las soluciones
técnicas sobre las soluciones éticas o jurídicas,
podemos llegar a la conclusión de que la Internet, y
la Telépolis en formación, ofrecen una oportunidad
única de volver al régimen de gobierno directo, no
representativo, esbozado por la democracia ateniense
varios siglos antes de Cristo.
La
noción de gobierno directo como ideal inalcanzable
ha estado latente en todos los defensores de la
democracia representativa. La representación se
aceptó, por así decirlo, como mal menor, dadas las
dificultades de reunir a toda la población para
discutir los asuntos públicos. Creo que los
tratadistas coinciden en que la selección de un
cuerpo colegiado que "representa" a los
ciudadanos no deja de tener riesgos muy serios. El
principal y más notado es que el representante
sustituya al representado, en el sentido de que
defienda más sus intereses que los de sus
representados y no los consulte nunca o lo haga muy
pocas veces. No obstante, en la vida práctica, por
lo menos en las democracias representativas de
Occidente en el siglo XX, el mayor de los riesgos
parece ser otro muy distinto: es el peligro muy real
de que los intereses de los ciudadanos sean
sustituidos por las consignas de partido, es decir,
por los dictados de una estructura partidaria que ni
siquiera ha sido refrendada ella misma por el voto
popular. Este peligro reduce a total ridículo el
argumento favorito de los defensores de la
representación: que un grupo de personas
inteligentes y educadas, seleccionadas y aprobadas
por el pueblo, puede velar por los intereses de los
miembros del cuerpo social mejor que ellos mismos.
Recientemente
tuve el privilegio de participar en un debate
"impromptu" con un distinguido abogado
miembro de la cúpula de uno de nuestros partidos
mayoritarios, precisamente sobre este tema de la
"línea de partido". Su posición, que
defendió con calor e intransigencia, me dejó
profundamente consternado. Sostuvo que si un elegido
(diputado o miembro de consejo municipal) llega a
entrar en conflicto de conciencia con la línea de
partido (como la definan las autoridades partidarias
del momento) queda moralmente obligado a renunciar a
su posición, porque fue adquirida gracias al partido
y ello implica un compromiso de total disciplina con
las consignas que este le imponga.
Me
llenó de zozobra ver que no aceptara para variar su
posición ninguno de los argumentos, para mí
totalmente convincentes, que le ofrecí como
crítica. Le recordé que los puestos respectivos son
de representantes del pueblo, no del partido; que son
elegidos por todos los costarricenses, no por los
ciudadanos inscritos como militantes partidarios; que
la Constitución proscribe que cualquier grupo se
arrogue la soberanía, lo que constituye delito de
sedición. Que obligar a una persona a retirarse de
un puesto por razones de conciencia atenta
directamente contra los derechos humanos. Que su
posición destruye toda posibilidad de distinguir
entre partidos democráticos y partidos totalitarios.
Lamentablemente, ninguno de esos argumentos logró
hacer mella a su total convicción de que la
imposición de la línea de partido sobre diputados y
regidores es un derecho absoluto y sin excepciones.
Quedé
con la amarga sensación de que hay algo
fundamentalmente malo en nuestro tipo de democracia,
en que tan fácilmente los "representantes del
pueblo" quedan de hecho, por la fuerza de
circunstancias políticas, sometidos a los dictados
arbitrarios de personas que muchas veces ni siquiera
fueron seleccionadas, para su posición en la
"cúpula", por una consulta popular.
Definitivamente, la democracia representativa no
puede ser, como se dice, el mejor de los sistemas de
gobierno posibles. Por lo menos no puede serlo ahora,
cuando tenemos nuevos y poderosos medios de ejercer
una democracia directa.
Es
cierto que, hasta cierto punto, los suizos han venido
practicando sin Internet, desde hace mucho tiempo y
con éxito, una democracia directa en ambiente
contemporáneo. Pero el medio electrónico nos ofrece
la posibilidad de practicarla a los mortales comunes,
no dotados del sentido común y disciplina de que han
hecho gala proverbialmente los helvéticos. La
humanidad ha visto la experiencia suiza como un caso
de excepción, condicionado históricamente por la
intraterritorialidad y la neutralidad, o hasta quizá
por el aire enrarecido y espiritualizante de los
Alpes. El nuevo medio y el efecto demostrativo que la
Internet tiene como organización autárquica (por no
decir anárquica) puedan llegar a hacer más
palatables las propuestas de corte radical para la
superación del gobierno representativo. Tal vez
Telépolis sea la manera de recapturar la atmósfera
de gobierno directo del ágora de Atenas o del foro
romano, a falta de la posibilidad, en principio
todavía más deseable, de superar toda forma de
gobierno.
Tal
vez, quién sabe, y a pesar de nuestras lacras
políticas de hoy, la virtualidad y racionalidad
crecientes de la especie humana nos tengan reservadas
algunas sorpresas agradables para el siglo próximo.
Tal vez los asuntos públicos del mañana se lleguen
a poder resolver por medio de una combinación de
juntas de expertos planetarias y juntas de notables
locales. Las primeras estarían formadas por miembros
de las mejores academias y centros de conocimiento
del mundo, que solo gastarían unos minutos para
evacuar una consulta especializada enviada a ellos
por un órgano canalizador de consultas de interés
público. Y las segundas, por las personas más
afectadas por las decisiones que se vayan a tomar,
que serían las encargadas de recibr los dictámenes
de los expertos y hacer una recomendación a los
electores. Estos tomarían la decisión final votando
directamente desde su computadora. Tal vez, solo tal
vez, permitámonos este sueño virtual, el mundo
pueda verse pronto libre de los políticos.
MANIFIESTO
Copyright (c) 1997 Claudio Gutiérrez
Notas:
NOTA
1 En un sentido muy parecido a los enlaces en un
hipertexto o en Internet; en concreto, se trataría
de una oficina con unos pocos empleados y unos
cuantos teléfonos y computadoras.
NOTA
2 Sobre este tema pueden consultarse nuestros
trabajos GUTIÉRREZ 97c y GUTIÉRREZ Y CASTRO 92.
NOTA
3 Para una reseña muy completa y rigurosa de la
historia de Internet, consúltese LEINER 97.
NOTA
4 Esta tecnología contrasta con la del circuito
telefónico el cual mantiene su identidad mientras
dura la comunicación. En el "packet
switching" la información digital que
representa el mensaje se divide en pequeños
paquetes, cada uno de los cuales es enviado
separadamente, con una etiqueta de dirección, por
cualquier camino que esté disponible en cada lugar y
momento, para ser reensamblada en el punto de llegada
una vez que han arribado todos los paquetes.
Recordemos que todo esto ocurre, dadas las mejores
condiciones de tráfico, a una velocidad muy cercana
a la velocidad de la luz.
NOTA
5 En cibernética (la teoría del control) caja negra
significa un aparato cuyo mecanismo está oculto o
preferimos no definir por el momento. Una caja negra
se define como tal solo por sus entradas
("input") y salidas ("output").
(Enviado
por ProCalCo)