Volver al menú inicio
Inicio
[Home]
 
Virtualidad y política
(por Claudio Gutiérrez)

 

Introducción

Este hermoso ejemplar de arte rupestre, descubierto en Combe d'Arc (Ardèche), Francia, hace unos pocos años y que mostramos aquí por una cortesía del Ministerio de Cultura de la República Francesa, constituye un magnífico ejemplo de la virtualidad de que quiero hoy hablar aquí, y ello en un doble sentido. En primer lugar, es una imagen que bajé a mi disco duro -muy pronto después del descubrimiento de la caverna de Combe d'Arc- por medio de Internet. Pero además, su original es el resultado de uno de los primeros casos de ejercicio de la capacidad de virtualizar, es decir, de representar simbólicamente, por parte de nuestra especie. Tuvo lugar ya hace entre quince y veinte mil años, es decir, relativamente cerca del comienzo de la humanización del ser humano. El hombre paleolítico que dibuja en la caverna la representación pictórica del animal que va a intentar cazar al día siguiente no se equivoca al atribuir poderes causales a su acto de representación. Esta objetivación del blanco de su cacería le ayuda a fijar su atención en la especie y detalles anatómicos y de movimiento de su eventual presa. Pero además, es el comienzo de un largo proceso de virtualización que deberá culminar después de una larga historia en el corpus gigantesco de la ciencia y las técnicas modernas.

Si tomamos en cuenta la escala temporal de la evolución biológica, en que un instante es equivalente a unos cien mil años, el momento de la creación de este ejemplar de arte rupestre es prácticamente contemporáneo; ha sido creado por un cerebro y unas manos genéticamente comparables con las nuestras. Si tomamos en cuenta todo lo ocurrido entre esa creación y el presente desde el punto de vista de evolución cultural, por el contrario, entonces nos separa de ese acto de creación un abismo, la diferencia tecnológica entre la decoración monocroma de una piedra no tallada y la transmisión y elaboración de información digital, a una velocidad cercana a la velocidad de la luz, propia de la era informática.

Nos encontramos aquí con un contraste entre la evolución biológica y la evolución cultural. En otra parte he sostenido ( GUTIÉRREZ 97b), con base en el análisis de Daniel Dennett ( DENNETT 95), que ambas evoluciones actualizan un mismo algoritmo, el de "prueba y error" o "investigación y desarrollo". Dicho de otra manera, ambas son ejemplos del procedimiento lógico que asociamos con la selección natural. La diferencia consiste en que en el primer caso la unidad reproductiva es el gen, constituido por ácido desoxirribonucleico (ADN) -una molécula con capacidades de replicación y susceptible de sufrir mutaciones- en el núcleo de las células de un organismo; mientras que en el segundo caso la unidad es el mem ( DAWKINS 76), constituido por una estructura simbólica -una idea digna de imitarse y de experimentar con ella para mejorarla- en la mente de los seres humanos.

En este contexto, la evolución histórica puede ser descrita como el paso de la ignorancia al conocimiento por medio de la experimentación. Partimos de una ignorancia muy especial, la ignorancia de un primate cuya corteza cerebral se ha ampliado repentinamente (en la escala de tiempo biológica) y tiene la conectividad necesaria para aprender, y aprender a aprender. Es entonces una ignorancia con sabiduría potencial, que irá siendo actualizada a lo largo del tiempo. Una sabiduría que surgirá de una incesante experimentación, de ensayos y errores multiplicados por el mismo crecimiento de la población, y por la curiosidad insaciable de cada uno de estos primates de nuevo cuño, ejemplares frescos de Homo sapiens sapiens. La ignorancia del investigador insatisfecho que desea probarlo todo, con la esperanza, muchas veces gratificada, de que su experimentación le descubra un conocimiento mayor y más refinado que el del que ha disfrutado hasta ese momento. Investigación que solo puede operar en libertad, donde la libertad de los experimentos de los otros no sofoque la propia, y donde los resultados de esos experimentos puedan ser usados para potenciar los propios. Experimentación recursiva, en que casi nunca se comienza de cero, y los resultados de anteriores experimentaciones y de las experimentaciones de los otros, a lo largo de los siglos y de los milenios, da la base y los constreñimiento que facilitan las investigaciones propias. Libertad de investigación que solo puede darse en un ambiente social de respeto recíproco asegurado por un orden normativo.

La virtualidad

La noción de lo virtual, tan traída y llevada en relación con fenómenos informáticos como la "realidad virtual" o la comunicación por la Internet, no es un sinónimo de lo falso o lo irreal. Como bien lo hace notar Pierre Lévy, "lo virtual no se opone a lo real sino a lo actual". De hecho, el avance de la virtualidad sobre la actualidad ha sido una característica permanente del proceso de desarrollo de la humanidad: nuestra especie se ha constituido en y por una virtualización creciente ( LÉVY 95). Considérese, por ejemplo, el lenguaje y el arte, grandes y poderosos logros del hombre primigenio: su carácter eminentemente simbólico los coloca de lleno en el orden de lo virtual. La literatura y la ciencia, productos maduros de la cultura, son también esencialmente virtuales, puesto que nos abren mundos insospechados muy diferentes a nuestro entorno físico y social.

En nuestro tiempo, por primera vez en la historia, lo virtual incluye también una dimensión inédita hasta la segunda parte de este siglo, asociada con la manipulación digital electrónica de textos, números y gráficos, y hecha posible por la gran revolución social que asociamos con la palabra informática. A esa dimensión muchos podrían considerarla como el orden de lo virtual por excelencia. A pesar de los innegables aspectos sangrientos y abundantes cataclismos sociales de nuestro tiempo, es imposible no discernir en las fuerzas que operan sobre la sociedad a las puertas del tercer milenio una tónica general de avance en el proceso de hominización del hombre. Este avance está relacionado precisamente con el desarrollo del orden virtual.

En realidad, la cultura ha avanzado siempre, en cada uno de sus pasos, gracias a una transformación de la realidad desde un orden comparativamente más concreto hasta un orden progresivamente más abstracto, simbólico o virtual, y por ello mismo también más poderoso, de mayor alcance y densidad de contenido. Piénsese en la diferencia en grado de abstracción entre el intercambio primitivo de bienes y servicios, y el comercio internacional moderno, basado en moneda cada vez menos concreta y un sistema de precios que equivale a la capacidad abstracta de sustitución de todos los productos por todos los productos. Los separan varios órdenes de realidad construidos a lo largo de los milenios por la mente humana. En el presente, el proceso de virtualización ha alcanzado una intensidad muy grande, dada la intervención de la informática en todos los procesos sociales y económicos.

Considérese, por ejemplo, la desterritorialización de las empresas económicas: el teletrabajo aleja al empleado de las oficinas de la compañía, para situarlo en su propia casa, en locales comunitarios compartidos por varias empresas a nivel de barrio, o simplemente en la carretera o el avión donde puede realizar su trabajo gracias a aparatos informáticos portátiles. Las compañías también relocalizan ciertas líneas completas de actividad en diversas partes del mundo, que quedan coordinadas entre sí por medio de redes telemáticas, como es el caso de servicios telefónicos de atención al cliente de varias empresas americanas -localizados ahora en Barbados-, o el de digitación de cupones de aviación -ubicados en China-.

Un grado superior de la virtualidad económica es el de carácter contractual, y no simplemente geográfico:: una "empresa virtual" en este sentido es la que subcontrata todas sus actividades con otras empresas, de modo que su entidad consiste simplemente en una lista de punteros NOTA 1 hacia otras firmas, también virtuales, hasta llegar progresivamente a la empresa mínima no virtual que realiza una función concreta muy pequeña. Este sentido de virtualidad no es otra cosa que la misma división de trabajo que Adam Smith señaló como fuente de la riqueza de las naciones, pero llevada a su paroxismo, gracias a los medios de comunicación (telemáticos y físicos) característicos de la sociedad contemporánea ( TOFFLER 95).

Sentido, necesidad y límites del orden normativo

Es bien sabido que las capacidades simbólicas y virtualizantes del ser humano descansan en el funcionamiento de la corteza cerebral, mucho más extendida en nuestro caso que en el de cualquiera de los otros primates y, por supuesto, del resto de los mamíferos. Por ejemplo, tenemos cuatro veces más neuronas corticales que nuestro primo más cercano, el chimpancé. A este exceso de capacidad cortical se le denominó en el siglo pasado "áreas asociativas", aunque en realidad solo se sabía que eran áreas vacantes, pues no estaban comprometidas con funciones motoras ni de sensibilidad. Hoy sabemos que son las que permiten nuestras funciones simbólicas, probablemente mediante un algoritmo interno parecido al que opera en la evolución de las especies (selección natural). Entre esas funciones simbólicas están, por supuesto, en primer lugar las funciones linguísticas, por ser las más antiguas ya enraizadas parcialmente en ciertas áreas del neocortex (áreas de Brocca y de Wernicke), aunque con todavía un amplio grado de variabilidad de cerebro a cerebro. Si somos bilingues o trilingues, por ejemplo, cada idioma es almacenado separadamente. Los hombres y las mujeres organizan su almacenamiento de manera distinta, y por supuesto también lo hacen los zurdos y los derechos.

Enseguida tenemos las funciones normativas, de diverso carácter, por ejemplo lógicas o éticas. En el fondo, las funciones lógicas y éticas se compenetran ya que la ética no viene a ser otra cosa que la depuración lógica de los automatismos morales que nos imponen el amor y el temor a nuestros padres. Esta depuración va siendo realizada por el análisis racional, conforme la función lógica se desarrolla progresivamente en el camino hacia la edad del "uso de razón" NOTA 2. Las funciones normativas jurídicas, naturalmente, pertenecen a un orden de virtualidad mucho mayor, al implicar la existencia del Estado y de la economía. Pero no es difícil mostrar el nexo natural entre las funciones primordiales linguísticas y éticas con las funciones jurídicas, vía las relaciones de dominio (origen de la política) y las relaciones contractuales (origen de la economía). La coordinación de la acción humana a través de los pactos de dominio y de las obligaciones contractuales, ambas sustentadas por la ética y el lenguaje, dan fundamento al edificio fabuloso de ese cuerpo humano colectivo que llamamos civilización.

Ética y técnica

A pesar de su carácter fundamental, quiero sostener sin embargo, un poco contra las buenas maneras establecidas, que las funciones éticas no representan lo más excelso de los bienes de la cultura. Por el contrario, creo que corresponden más bien a "males necesarios", hasta donde podemos considerarlos inevitables. Lo mejor de la cultura es más bien la actividad interesante y creadora, la conversación con otros seres humanos (especialmente el humor), y la contemplación de la belleza en todas sus formas, desde las más naturales, como un atardecer de verano o una mujer bonita, hasta las más abstractas como la música de Chopin o los murales de César Valverde. También, por supuesto, la contemplación de esa otra clase de belleza abstracta representada por las verdades matemáticas o las portentosas creaciones de la técnica. Podría agregar tal vez los arrebatos místicos o amorosos, pero tengo serias dudas, dada la cantidad de acciones insensatas a que somos arrastrados los seres humanos llevados por esas experiencias.

Lo normativo en este contexto no puede ser otra cosa que instrumental, un medio no deseado, por el que se paga un alto costo, que sin embargo no tenemos más remedio que emplear para poder disfrutar suficientemente de aquello que de verdad nos interesa. Lo normativo surge en defensa de la libertad, y la libertad conviene que exista por la necesidad de experimentar en un mundo en que el conocimiento es supremamente limitado. Lo normativo entonces es consecuencia de la necesidad de permitir el experimento de todos los miembros de la especie. Por eso estoy convencido de que debemos tratar de reducir al máximo el campo de las soluciones éticas. Repudio las fantasías infantiles que deseaban que hubiera un terremoto para demostrar nuestro buen corazón atendiendo a los heridos; o la realidad de muchas madres desquiciadas que solo están felices cuando sus hijos se enferman para prodigarles sus cuidados maternales. Dichosamente, los medios de evitar la ética cada vez están más disponibles gracias al progreso de la técnica. Otra manera de decir esto es que, en la medida en que tenemos conocimiento, debemos disfrutarlo, y gozar de las soluciones que nos ofrece la causalidad natural domesticada por la técnica. Debemos evitar a toda costa considerar la normatividad como un fin en sí mismo. Siendo un artefacto de la defensa de la libertad debe restringir la libertad lo menos posible.

El problema moral, surge en la mayor parte de los casos como resultado de vivir en una situación de escasez. Los manuales de moral del siglo pasado abundaban en falsos problemas como este: si se está hundiendo una lancha en que usted va con un adulto enfermo y un niño, y existen solo dos salvavidas, ¿cómo los distribuiría usted? Por supuesto, la única solución razonable es no hacerse a la mar a menos que tengamos suficientes salvavidas para todos. En Costa Rica aborrecemos el militarismo, y quizá por ello hemos tratado de mantener a la policía lo más reducida y lo menos equipada posible. La fuerza pública, que en otros países hermanos los ha transformado en países ocupados por su propio ejército, nos ha parecido siempre mucho más de temer que los delincuentes. Preferimos las soluciones tecnológicas: una alarma o bastón para evitar el robo de carros, o las omnipresentes rejas en las casas de San José para prevenir atracos domésticos.

Un caso interesante de solución tecnológica, eminentemente virtual, a un problema con solución normativa tradicional, puede ser observada en el caso de las transferencias de dinero entre los bancos. En Costa Rica por lo menos, la transferencia física de valores en carros blindados es una de las ocasiones más frecuentes para el delito de apropiación indebida. Constantemente ocurren atracos de este tipo por montos millonarios. Y sin embargo, sería posible hacer esas transacciones, en forma completamente segura, con moneda virtual, por medios electrónicos -por ejemplo, vía Internet-, gracias a los avances de una disciplina informática muy importante, la criptografía. Por supuesto, ello implica cambios sociales considerables y difíciles de implantar, pero los beneficios en seguridad, y en eliminación de complejidades normativas, serían impresionantes. Entiendo que nuestras instituciones bancarias están en proceso de transformación en ese sentido. Sin embargo, obstáculos no faltan; volveremos sobre este tema más adelante.

En un plano superior de virtualidad, el delito puede verse como un engendro de la escasez, que solo puede superarse por el acceso a la abundancia. Los seres satisfechos, a menos que sean enfermos mentales, no son delincuentes. La mejor manera de cerrar prisiones es abrir fuentes de trabajo. El aumento de productividad de la nación, que el estado del conocimiento, incluido muy especialmente el conocimiento económico, permite hoy, es la única vacuna permanente contra la mendicidad, la delincuencia y la violencia. Sin embargo, muchos costarricenses creen todavía que estos problemas pueden resolverse multiplicando la intervención del Estado, o manteniendo la existencia de instituciones asistenciales públicas cuyo renglón presupuestario más importante son los salarios.

Expertos y notables

El contraste entre lo virtual y lo normativo puede aclararse un poco con un ejemplo muy simple de la vida social. Cuando tenemos un caso muy difícil de salud convocamos a una "junta de médicos", que es un caso especial de una junta de expertos. Se trata de un conjunto de personas con conocimientos expertos complementarios que pueden aclarar y aportar una solución al caso difícil. No necesitamos repetir especialidades, pues si los expertos están bien escogidos cada uno será eminente en una disciplina y su saber vertirá luz, gracias a su ciencia, en asuntos que no cubren los otros. Por ejemplo, la junta podría estar integrada por un oncólogo, un endocrinólogo y un geriatra. O si se tratara de un caso jurídico complicado, una compañía podría asesorarse con un abogado internacionalista, otro constitucionalista y un tercero experto en derecho del trabajo. Una junta de expertos representa a la ciencia y a la técnica, en su versión más actual y excelente posible, ante el problema concreto.

Cuando hay un problema de crisis política importante se convoca en cambio, o se convocaba por lo menos en el "tiempo de antes" (que por supuesto quiere decir cuando yo era niño), a una "junta de notables". Esto es una solución política o ética. Aquí se escoge a un grupo de personas ilustres, por su probidad, por su educación, por su historial de servicio público, por su edad, por su riqueza, o ... por su cuna. Estas personas no tienen experticia especial, sino que más bien repiten sus competencias, y el sentido de su escogencia estribaba precisamente en esa redundancia. Frente a la ignorancia, el camino es multiplicar los experimentos, las experiencias, para aumentar las probabilidades de acertar dentro de un contexto de conocimiento fragmentario, incompleto e inexacto. Un análisis profundo de este tema puede encontrarse en el diálogo que sustuve el año pasado con el economista Alberto Di Mare y que está publicado en Acta Universitaria y en mi sitio Web ( DI MARE Y GUTIÉRREZ 96).

La razón del contraste con el caso anterior es muy simple: en el caso de la junta de expertos, el campo de consideración es un campo de conocimientos seguros, por lo menos razonablemente establecidos. Es un caso para la técnica o la ciencia. Pero la junta de notable se reune más bien para discutir un problema político. Y en política, por definición, sabemos muy poco. La política, como conocimiento, es una categoría residual. Es lo que queda cuando hemos sustraído todo aquello sobre lo que sabemos claramente algo. En el resto lo que impera no es la ciencia, sino el "sentido común", o el "olfato político", si se quiere. En este caso, entonces, lo importante no es la complementareidad de conocimientos especializados sino más bien la redundancia de conocimientos amplios pero poco confiables. La esperanza es que donde sabemos muy poco, la superposición de conocimientos vagos, imprecisos o incompletos nos integre un cuadro con una opinión resultante en que sí se pueda confiar. Por supuesto en este caso la mejor junta de notables sería la consulta a todos los ciudadanos, porque así obtendríamos la máxima redundancia, y la máxima posibilidad de que alguna de las ponencias contenga una solución acertada.

Es evidente que en nuestra historia patria la convocatoria a juntas de notables ha caído en desuso. En este fenómeno deben estar operando dos causas: por una parte, el avance de las ciencias sociales, especialmente la economía y la estadística, que ha creado zonas de experticia donde antes nos encontrábamos completamente dentro del reino de lo opinable; pero por la otra, también ha avanzado nuestra concepción de la política como un proceso de experimentación y concertación, como un método de investigación y, como resultado, una actividad cada vez más abierta a la participación de los ciudadanos, cada vez menos elitista.

La pertinencia de este análisis con la discusión anterior sobre la tensión entre lo normativo y lo técnico es obvia si se considera que la política es esencialmente parte de la ética: es la ética de lo colectivo. La tensión aquí toma el siguiente carácter: la humanización del hombre, el ascenso de lo virtual sobre lo simplemente físico, el paso de la ignorancia que quiere dejar de serlo hacia el conocimiento que se consolida y utiliza, es igualmente un progreso desde la política y la ética hacia la ciencia y la técnica. Nadie negará, creo yo, ninguno de las siguientes dos constataciones: primero, que con el paso de los siglos cada vez más asuntos, que antes solo podían resolverse con criterios políticos, se pueden resolver ahora con criterios técnicos; y segundo, que cada vez menos asuntos se resuelven de hecho invocando criterios puramente políticos y más se resuelven con el concurso de expertos y como resultados de recomendaciones técnicas. Lo cual no significa que en todos o en la mayoría de los casos los criterios técnicos prevalezcan sobre los criterios políticos, sino simplemente que cada vez es menos factible para un gobernante aparecer ante los ojos de sus electores como habiendo actuado puramente por razones de clientelismo político y no en virtud de criterios técnicos.

Entiéndaseme bien: no estoy contra el imperio de los valores en la vida individual o colectiva. Todo lo contrario: por definición, la vida personal o social solo tiene sentido como realización de valores. Los valores son todo aquello de que podemos disfrutar individual o colectivamente. Solo quiero señalar que las normas, jurídicas o éticas, son criatura de la libertad, y la libertad es criatura de la ignorancia, el único verdadero método que tenemos de superarla. En un mundo en que reina la escasez y la falta de conocimiento, el único medio efectivo de superar ambas es la experimentación, el ensayo y el error, y la rectificación progresiva con vista a los resultados obtenidos. Y para que haya experimentación es necesario un contexto social en que cada uno respete el experimento del otro y todos puedan beneficiarse de los resultados de los experimentos de todos. La libertad es nuestro único camino para conseguir el conocimiento, y con él la abundancia; y la ética y el derecho son solamente los medios de asegurar y mantener el ejercicio de la libertad en un mundo con pluralidad de sujetos. Solo en el mundo de Robinson Crusoe, aislado en una isla desierta, la ética y el derecho son innecesarios. El conocimiento, por su parte, y no la ética, es lo único que nos da seguridad y nos permite el disfrute de los valores, en última instancia el único medio para existir plenamente en el nivel virtual que es propio de la naturaleza humana.

En esto consiste la condición humana: como especie zoológica, una de las más desarrolladas y complejas, el ser humano vive inmerso en el orden de la necesidad de las leyes naturales. Existe porque esas leyes se lo permiten, y la evolución ha encontrado una fórmula oportunista para explotarlas por un tiempo en su propio beneficio como organismo y colonia de organismos. Pero gracias a los recursos que evolutivamente ha desarrollado es capaz de acceder al orden virtual, es decir, puede representar simbólicamente los hechos de la naturaleza y sus distintos elementos y relaciones. Pero esa capacidad no es infinita, y cada persona puede generar un número limitado de ideas, la mayor parte de las cuales resultan falsas al enfrentarlas con la causalidad de las cosas. Algunas, sin embargo, tienen éxito, y merecen imitarse y transmitirse de una mente a otra. De la conveniencia de maximizar esas experiencias exitosas surge el orden de la libertad, el órden ético o político, el orden normativo, que impone el respeto de todos a las oportunidades de acción y experimentación de cada uno. Este orden es instrumental y busca la obtención del conocimiento y de la abundancia, que es lo único que puede lograr la satisfacción de los objetivos humanos.

Historia de la Internet

La Internet es un ejemplo de como una idea tecnológica puede revolucionar el orden social, aumentando su virtualidad, y, de paso, reducir el ámbito de lo coercitivo, las limitaciones impuestas por la necesidad de garantizar la libertad de todos con vistas a la expansión del conocimiento. Si hay un medio rápido y eficiente de reunir en una noche, en la propia casa, a una junta de expertos, es precisamente una navegación bien organizada en la Internet. Pero también, nada mejor que el ambiente Internet para organizar una junta de notables de enorme amplitud, de gran redundancia y no elitista, por medio de un bien organizado grupo de discusión. Suponemos, por supuesto, que el uso de la red continuará ampliándose y democratizándose, y que la posesión de los medios electrónicos de entrada llegarán pronto a ser tan comunes como lo son hoy el aparato de radio o la televisión, tal vez mediante una adaptación tecnológica de esos mismos aparatos.

Internet, que en español significa literalmente "red de redes" NOTA 3, se basa en el concepto de una multiplicidad de redes independientes, de diseño arbitrario, la primera de las cuales fue ARPANET, pionera de la tecnología del "packet switching" (en español, algo así como "enrutamiento de paquetes" NOTA 4). Internet descansa en el principio de la "arquitectura abierta", que deja a cada red individual en libertad de hacer su transmisión interna por los métodos que considere más convenientes, imponiendo solo el respeto a ciertos "protocolos" que posibilitan el intercambio de mensajes entre cada par de redes. Esta libertad ha fomentado el progreso tecnológico, pues cada red ha podido experimentar con sus propios diseños, y los que han resistido la prueba del fuego han podido ser emulados por los otros socios. Magnífica demostración de las ventajas de la libertad de experimentación y de intercambio de información, así como de la posibilidad de funcionar y desarrollarse sin autoridad central, más allá de la necesaria para coordinar la adopción y el mantenimiento de los protocolos.

La idea de la arquitectura abierta fue introducida originalmente por Robert E. Kahn en 1972, creador del protocolo que eventualmente llegaría a llamarse "Transmission Control Protocol/Internet Protocol", el famoso TCP/IP con que todos configuramos hoy nuestras computadoras personales para poder entrar a Internet. Este protocolo se basa en las siguientes cuatro reglas fundamentales:

* Autonomía: Cada distinta red debe bastarse a sí misma; ningún cambio interno es necesario para conectarla a Internet.

* Buena voluntad: Las comunicaciones se hacen sobre la base del mejor esfuerzo. Si un paquete no llega a destino final, se retrasmite desde la fuente un momento después.

* Privacidad: Se usan "cajas negras" NOTA 5 para conectar las redes, los famosos "gateways" (portones) o "routers" (enrutadores), que cada suplidor especifica como quiera. Estas cajas negras no retienen ninguna información de los paquetes que pasan por ellas; no tienen que preocuparse por reconstruir mensajes en caso de fallas del aparato, y en consecuencia su diseño es bastante simple.

* Autarquía: No existe ningún control global de las operaciones, no existe un comando central de la red. Las cosas funcionan porque cada enrutador cumple con sencillez y eficacia su misión de acercar un poquito cada paquete a su destino final.

Es evidente que si estos principios hacen hoy posible la comunicación, sin acción central, entre más de cincuenta millones de computadoras esparcidas por todo el mundo entre personas de las culturas más diversas, bien podrían erigirse en forma generalizada como paradigma para las relaciones de la sociedad como un todo. Su traducción a un contexto político es trivial, y el resultado podría ser un nuevo enunciado de las ideas liberales apropiado para el siglo XXI: respeto a la autonomía del individuo y a los grupos de base, confianza en las iniciativas privadas, no intervención del Estado en los asuntos privados, reducción del aparato gubernamental, etc. El éxito de estos principios en el desarrollo y funcionamiento de Internet podría incluso usarse como argumento para la defensa de un anarquismo de cuño cibernético, que exigiría limitar la acción de las autoridades pública al establecimiento y mantenimiento de "protocolos" en sentido telemático. Ejemplos típicos podrían ser las reglas de tránsito, las de la circulación monetaria, las de la administración de justicia, etc.

La motivación principal original tanto de ARPANET como de Internet fue la de compartir recursos escasos. Esto se logra por la transferencia de archivos y la operación remota de computadoras. Sin embargo, el correo electrónico se convirtió muy pronto en la más exitosa aplicación de Internet. El "e-mail" llegó a constituirse en todo un nuevo modelo de cómo la gente puede comunicar entre sí y cambió muy rápidamente la naturaleza misma de la colaboración, en la comunidad científica primero y finalmente también en la de los negocios. Espléndida ilustración de la tendencia que tiene la tecnología de encontrar usos valiosos, no anticipados por sus creadores originales. Esto fue posible porque los creadores de Internet no la diseñaron para una sola aplicación, sino como una infraestructura general sobre la cual podrían montarse aplicaciones todavía no concebidas. Otra prueba de la correcto de esta posición ha sido la aparición más reciente de la "World Wide Web", la ya famosa triple W. Una enseñanza fácilmente aplicable a otros órdenes de la vida social; nuestras instituciones de educación superior podrían tomarla como una recomendación para fortalecer la formación de tipo básico y general, dejando a los negocios la tarea de adaptar los graduados al arcoiris rápidamente cambiante de las profesiones del futuro.

La Internet surgió originalmente como un proyecto eminentemente académico, primero en la comunidad de los científicos de la computación, generalizándose posteriormente a toda la comunidad científica. Pero hoy, como sabemos, la Internet de negocios se ha ya instaurado y está en plena expansión. Gran parte de este fenómeno se debe a la introducción de otros avances tecnológicos relacionados con la criptografía, disciplina matemática cuyos antecedentes se remontan al fundador mismo de la informática, Alan Turing. La aplicación de cifrado con doble llave, una pública y otra privada, permite la transmisión segura de datos confidenciales entre, por ejemplo, un banco y sus cuentacorrentistas, o un proveedor y sus clientes. El auge del comercio en la red, basado en esas circunstancias, promete ser una revolución productiva de proporciones incalculables, cuyos único obstáculo predecible lo constituye la estupidez proverbial de los políticos.

A este propósito cabe lamentar una iniciativa descaminada de la presente administración norteamericana. He leído con zozobra en el New York Times que a un "genio" del Gobierno del señor Clinton se la ha ocurrido impulsar la iniciativa, que espero nunca llegue a aprobarse, de requerir que todo esquema criptográfico aplicado a las operaciones de Internet tenga una "puerta trasera" para la observación policial, como forma de prevenir el uso de Internet para propósitos delictivos. La idea es por supuesto totalmente descabellada. En primer lugar, ningún esquema de cifrado puede ofrecer esas "ventanas" sin negarse totalmente como "sistema seguro". Por otra parte, las novelas policiacas, las películas francesas, y lamentablemente también la historia, ilustran que el medio policial es uno de los ambientes sociales más susceptibles a la corrupción. ¿Quién nos podría garantizar que un policía dotado de ventanas para observar transacciones privadas entre un banco y sus clientes no se sienta tentado a usarlas en su propio beneficio? Pero por otra parte, ¿quien nos garantiza que los maleantes no seguirán usando esquemas criptográficos propios, en la misma Internet, para disfrazar sus perversos mensajes de poemas o cartas de amor, de imágenes pornográficas o estampas de santos? Decididamente, ser político, que según mi definición quiere decir no ser experto en nada particular, tampoco garantiza la posesión de sentido común.

Telépolis

Javier Echeverría, filosofo vasco ( ECHEVERRÍA 96), ha propuesto llamar Telépolis (ciudad a distancia) a la nueva forma de interacción social surgida en la segunda mitad del siglo XX, que comienza con la aparición de la televisión y culmina con la generalización de la Internet. Propone que las profundas modificaciones operadas en la producción, el trabajo, el comercio, el dinero, la escritura, la identidad personal, la política, la ciencia, y las comunicaciones pueden bien ser pensadas en términos de urbanismo, con ventaja para su análisis e interpretación.

Por oposición a los Estados, que están determinados por el territorio sobre el que ejercen su jurisdicción, Telépolis desborda las fronteras geográficas y políticas. Su estructura no es la de un recinto, con interior y exterior, sino la de una red de interconexiones que vincula puntos geográficamente dispersos, unidos solo por medio de la tecnología. Según esta metáfora y en inversión copernicana, podemos considerar la superficie del planeta como la bóveda de la ciudad, mientras que los cimientos de la misma estarían literalmente en el espacio exterior, por estar constituidos por los satélites de comunicaciones. Las nuevas tecnologías (informática, audiovisuales, telecomunicaciones, etc.) serían comparables a las industrias que posibilitaron el crecimiento de las metrópolis del siglo XIX (acero, petró1eo, automóviles, etc.).

Las semejanzas entre la ciudad real y la ciudad virtual son múltiples. Como en las calles de las ciudades ordinarias, mucha gente que se pasea por la Internet por curiosidad. Hay quienes se detienen ante el "sex shop"; otros participan en charlas y grupos de debate; no faltan quienes usen Internet para ir de compras.... Otros visitan universidades, museos o bibliotecas. Desde que los periódicos y revistas han dado en instalarse en la "Web", muchos ciudadanos se dedican a ojear la prensa en el telekiosco. Los jóvenes son particularmente adeptos a circular por la telecalle mayor, como siempre sucedió en las ciudades y ahora sucede en los "malls" o centros comerciales . En resumen, la Internet ofrece toda la pluralidad de formas de interacción que caracterizan a la sociedadl, incluídas las formas privadas e íntimas de interrelación. Y como no podían faltar, están también las "telecasas", lugares Web donde los escritores ponen sus libros y artículos, los pintores sus cuadros, los científicos sus últimos hallazgos, o los simples ciudadanos (famosos o no) su "curriculum vitae", los retratos de su esposa y de sus hijos, la lista de sus "hobbies" o el recuento de cómo pasaron sus últimas vacaciones. Porque el telepolita tiende a ser exhibicionista.

Como en las ciudades tradicionales, en Telépolis uno puede, dándose su tiempo, salir a buscar lo que desea. En vez del bus o el metro, el telepolita usa alguno de los magníficos buscadores automáticos de direcciones que permiten de manera muy simple encontrar con poco esfuerzo lo que uno busca.

El futuro de la virtualidad política

Si hay una enseñanza importante en el artículo de Echeverría es que el ambiente virtual de Internet ofrece una especie de resurrección del ambiente urbano de la ciudad-estado antigua, ahora a escala mundial. Si combinamos esta enseñanza con la idea esbozada hoy por mí sobre las limitaciones y carácter intrínsecamente indeseable de lo normativo y la razonable preferencia de las soluciones técnicas sobre las soluciones éticas o jurídicas, podemos llegar a la conclusión de que la Internet, y la Telépolis en formación, ofrecen una oportunidad única de volver al régimen de gobierno directo, no representativo, esbozado por la democracia ateniense varios siglos antes de Cristo.

La noción de gobierno directo como ideal inalcanzable ha estado latente en todos los defensores de la democracia representativa. La representación se aceptó, por así decirlo, como mal menor, dadas las dificultades de reunir a toda la población para discutir los asuntos públicos. Creo que los tratadistas coinciden en que la selección de un cuerpo colegiado que "representa" a los ciudadanos no deja de tener riesgos muy serios. El principal y más notado es que el representante sustituya al representado, en el sentido de que defienda más sus intereses que los de sus representados y no los consulte nunca o lo haga muy pocas veces. No obstante, en la vida práctica, por lo menos en las democracias representativas de Occidente en el siglo XX, el mayor de los riesgos parece ser otro muy distinto: es el peligro muy real de que los intereses de los ciudadanos sean sustituidos por las consignas de partido, es decir, por los dictados de una estructura partidaria que ni siquiera ha sido refrendada ella misma por el voto popular. Este peligro reduce a total ridículo el argumento favorito de los defensores de la representación: que un grupo de personas inteligentes y educadas, seleccionadas y aprobadas por el pueblo, puede velar por los intereses de los miembros del cuerpo social mejor que ellos mismos.

Recientemente tuve el privilegio de participar en un debate "impromptu" con un distinguido abogado miembro de la cúpula de uno de nuestros partidos mayoritarios, precisamente sobre este tema de la "línea de partido". Su posición, que defendió con calor e intransigencia, me dejó profundamente consternado. Sostuvo que si un elegido (diputado o miembro de consejo municipal) llega a entrar en conflicto de conciencia con la línea de partido (como la definan las autoridades partidarias del momento) queda moralmente obligado a renunciar a su posición, porque fue adquirida gracias al partido y ello implica un compromiso de total disciplina con las consignas que este le imponga.

Me llenó de zozobra ver que no aceptara para variar su posición ninguno de los argumentos, para mí totalmente convincentes, que le ofrecí como crítica. Le recordé que los puestos respectivos son de representantes del pueblo, no del partido; que son elegidos por todos los costarricenses, no por los ciudadanos inscritos como militantes partidarios; que la Constitución proscribe que cualquier grupo se arrogue la soberanía, lo que constituye delito de sedición. Que obligar a una persona a retirarse de un puesto por razones de conciencia atenta directamente contra los derechos humanos. Que su posición destruye toda posibilidad de distinguir entre partidos democráticos y partidos totalitarios. Lamentablemente, ninguno de esos argumentos logró hacer mella a su total convicción de que la imposición de la línea de partido sobre diputados y regidores es un derecho absoluto y sin excepciones.

Quedé con la amarga sensación de que hay algo fundamentalmente malo en nuestro tipo de democracia, en que tan fácilmente los "representantes del pueblo" quedan de hecho, por la fuerza de circunstancias políticas, sometidos a los dictados arbitrarios de personas que muchas veces ni siquiera fueron seleccionadas, para su posición en la "cúpula", por una consulta popular. Definitivamente, la democracia representativa no puede ser, como se dice, el mejor de los sistemas de gobierno posibles. Por lo menos no puede serlo ahora, cuando tenemos nuevos y poderosos medios de ejercer una democracia directa.

Es cierto que, hasta cierto punto, los suizos han venido practicando sin Internet, desde hace mucho tiempo y con éxito, una democracia directa en ambiente contemporáneo. Pero el medio electrónico nos ofrece la posibilidad de practicarla a los mortales comunes, no dotados del sentido común y disciplina de que han hecho gala proverbialmente los helvéticos. La humanidad ha visto la experiencia suiza como un caso de excepción, condicionado históricamente por la intraterritorialidad y la neutralidad, o hasta quizá por el aire enrarecido y espiritualizante de los Alpes. El nuevo medio y el efecto demostrativo que la Internet tiene como organización autárquica (por no decir anárquica) puedan llegar a hacer más palatables las propuestas de corte radical para la superación del gobierno representativo. Tal vez Telépolis sea la manera de recapturar la atmósfera de gobierno directo del ágora de Atenas o del foro romano, a falta de la posibilidad, en principio todavía más deseable, de superar toda forma de gobierno.

Tal vez, quién sabe, y a pesar de nuestras lacras políticas de hoy, la virtualidad y racionalidad crecientes de la especie humana nos tengan reservadas algunas sorpresas agradables para el siglo próximo. Tal vez los asuntos públicos del mañana se lleguen a poder resolver por medio de una combinación de juntas de expertos planetarias y juntas de notables locales. Las primeras estarían formadas por miembros de las mejores academias y centros de conocimiento del mundo, que solo gastarían unos minutos para evacuar una consulta especializada enviada a ellos por un órgano canalizador de consultas de interés público. Y las segundas, por las personas más afectadas por las decisiones que se vayan a tomar, que serían las encargadas de recibr los dictámenes de los expertos y hacer una recomendación a los electores. Estos tomarían la decisión final votando directamente desde su computadora. Tal vez, solo tal vez, permitámonos este sueño virtual, el mundo pueda verse pronto libre de los políticos.

MANIFIESTO
Copyright (c) 1997 Claudio Gutiérrez

Notas:

NOTA 1 En un sentido muy parecido a los enlaces en un hipertexto o en Internet; en concreto, se trataría de una oficina con unos pocos empleados y unos cuantos teléfonos y computadoras.

NOTA 2 Sobre este tema pueden consultarse nuestros trabajos GUTIÉRREZ 97c y GUTIÉRREZ Y CASTRO 92.

NOTA 3 Para una reseña muy completa y rigurosa de la historia de Internet, consúltese LEINER 97.

NOTA 4 Esta tecnología contrasta con la del circuito telefónico el cual mantiene su identidad mientras dura la comunicación. En el "packet switching" la información digital que representa el mensaje se divide en pequeños paquetes, cada uno de los cuales es enviado separadamente, con una etiqueta de dirección, por cualquier camino que esté disponible en cada lugar y momento, para ser reensamblada en el punto de llegada una vez que han arribado todos los paquetes. Recordemos que todo esto ocurre, dadas las mejores condiciones de tráfico, a una velocidad muy cercana a la velocidad de la luz.

NOTA 5 En cibernética (la teoría del control) caja negra significa un aparato cuyo mecanismo está oculto o preferimos no definir por el momento. Una caja negra se define como tal solo por sus entradas ("input") y salidas ("output").

(Enviado por ProCalCo)