RIMA XCII

    Apoyando mi frente calurosa
    en el frío cristal de la ventana,
    en el silencio de la oscura noche
    de su balcón mis ojos no apartaba.
    
    En medio de la sombra misteriosa
    su vidriera lucía iluminada,
    dejando que mi vista penetrase
    en el puro santuario de su estancia.

    Pálido como el mármol el semblante;
    la blonda cabellera destrenzada,
    acariciando sus sedosas ondas,
    sus hombros de alabastro y su garganta,
    mis ojos la veían, y mis ojos
    al verla tan hermosa, se turbaban.

    Mirábase al espejo; dulcemente
    sonreía a su bella imagen lánguida,
    y sus mudas lisonjas al espejo
    con un beso dulcísimo pagaba...
    
    Mas la luz se apagó; la visión pura
    desvanecióse como sombra vana,
    y dormido quedé, dándome celos
    el cristal que su boca acariciara.

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