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La Paciencia


Jamás, nadie ha sacado ventaja alguna de la impaciencia; ya que la paciencia, es la mejor aliada de las grandes obras. Servirá de ejemplo, un detalle aislado de mi propia vida. Si el jardinero llegaba tarde o yo perdía mi aguja de bordar, me impacientaba de tal manera que el resto del día lo trocaba en un infierno e furia y desasosiego.

Una mañana, abrumada de fastidio en mi propia casa tan lleno de todo, salí con el propósito de dar un corto paseo por los alrededores. Como pasara por la puerta donde vivía Isabel la paralítica, entre a su casita estrecha y limpia como un caracol.

Cerca de la pared donde élla estaba en su silla de inválida, había una ventana de madera toscamente labrada que daba al patio. Cuando me acerqué, le dije unas palabras de compasión en forma inexperta y brusca; y élla, señalando por la ventana hacia el patio matizado de clavellinas y nardos, respondióme muy acertadamente.

-Así es el curso de todas las cosas en la vida. Esos pequeños seres que se alimentan de agua, aire y sol; eran unos pobres bejucos negros pegados a la tierra árida; pero, vuestro jardinero llegó un día silencioso y decidido a limpiar la tierra y a regar los troncos cubiertos de polvo y olvido.

Desde entonces, no ha faltado con su canción de agua fresca una sola mañana. Y ya ves, hay rosas y hojas verdes que alegran el ambiente de esta casita vacía.

Avergonzada me retiré del lugar, y cuando pretendo impacientarme, recuerdo la justificada tardanza de mi jardinero y la lección inolvidable de Isabel.










Hoy he visitado de nuevo a Isabel. Una circunstancia imprevista me llevo a su casa; pero esta vez, mis palabras fueron de esperanza y optimismo.

En el jardín había ramilletes hermosos y fragantes. Ella vendía flores, y con el producto había cambiado totalmente el aspecto de su casita humilde y limpia. Todo era fresco y poético, los retratos que colgaban de la pared, tenían marcos nuevos y brillantes. Isabel vivía de sus recuerdos, frente a su jardín alegre y ebrio de sol.

Yo pensé mirándole los ojos claros y llenos de esperanza: -¿Qué será de esas pobres flores si mi jardinero no viene pronto con su canción de agua fresca regar el jardín? Si él está enfermo, enfermarán ellas también y morirán de tristeza y sed. Y tomando un cántaro que había cerca, dije a Isabel que iba a regar su rosal, porque mi jardinero se encontraba en un lugar distante y tal vez tardaría en llegar.

Ella protestó, pero al fin, terminó por aceptar cuando le expliqué que la tarea era grata y beneficiosa. Mañana, con algún pretexto, volveré a la casa de Isabel si mi jardinero no puede ir con su canción de agua fresca a regar el rosal.