Mensaje de un Sacerdote No hay milagros. Todos asistimos a la alborada de una nueva ciencia. La ciencia, cada día, trae una rama desgajada del árbol de lo maravilloso, para injertarla en el tronco creciente de lo que nosotros denominamos lo sobrenatural. La mediumnidad es tan antigua como la humanidad. Desde que existen hombres existen médium, protegidos o influenciados por los habitantes de los demás planetas o ultraterrenales. La mediumnidad, sin ser comprendida, produjo fenómenos en la más remota antigüedad que solo estudiaban los sacerdotes. Estos, trayendo a sus templos a todos cuantos poseían facultades mediumnímicas, hiciéronse médium por el roce con estos últimos. En los templos de la India se multiplicó la mediumnidad de un modo maravilloso, tanto, que llegó a producir fenómenos verdaderamente sorprendentes. Lo poco que se conserva de la antigüedad y lo obtenido por los fakires de estos días, no es más que un pálido reflejo de lo que hace miles de años pasó. Pero volvamos a la época actual. Hablemos del grande de los grandes, hablemos del divino Jesús. Hasta la edad de treinta años en que inauguró sus predicaciones, no se supo lo que hizo; dónde residió ni con que estudios logró engrandecer su vasta inteligencia. El viajo y fue iniciado en los templos. Su espíritu filosófico era tan grande, su juicio tan seguro, su virtud de tal ascendiente, que doquiera que iba despertaba un murmullo de admiración y de respeto en torno a él. Quiso predicar a su raza las nuevas enseñanzas, quiso ser el Mesías de su nación. Ahora, decidme vosotros, ¿qué le importaba a Jesús predicar ante humildes barqueros y pescadores? Bien sabía Jesús que en estos hombres avezados a rudos trabajos materiales, desprovistos de toda instrucción y quizás de toda inteligencia, había un nexo del pasado, que él, Jesús, despertaría en ellos. ¿Sabía Jesús que si hablando de los apóstoles a sus discípulos, hablaba a los mismos apóstoles que anunciando su venida habíanle cantado en una existencia anterior? ¡Ah, bien sabía Jesús que aquellos hombres sencillos que le seguían, volverían de profetas y difundirían su palabra! Jesús poseía todas las mediumnidades y también tesoros de virtud. Viéndolo los corazones rudos se confundían y los que sufrían quedaban curados. Así pudieron ver lo que en aquella época llamaron milagros. O mejor dicho, todos pudieron observar los fenómenos maravillosos que producía el Maestro. Muchos de aquellos adquirieron con su roce y trato, facultades mediumnímicas, y el mejor regalo, el más hermoso presente que Jesús pudo dejarle a los discípulos a su partida de la tierra, fue el de transmitir la curación. Ellos curaban las llagas del corazón como las del cuerpo. Esto duró algún tiempo, pues sus discípulos también transmitían el poder de curar a los que ellos ordenaban. De tal suerte que los efluvios de Jesús fueron amortiguándose entre los que sucedieron a sus discípulos. Siglos después, los obispos habían disipado sus últimos efluvios. El cristianismo habíase convertido en catolicismo, y los sacerdotes habían desconocido y olvidado la misión de caridad y amor, perdiendo con esto lo que ellos denominaban el don de los milagros. Lo perdido por su culpa bien perdido está, a menos que Jesús vuelva a la tierra para enseñar a recuperarlo. ¿No les había advertido que la viña sería arrebatada a los malos cultivadores? Hermanos, es cuanto puedo decir acerca de mis conocimientos y en la obra que ponéis a disposición de la humanidad y de vuestros hermanos espirituales. Pasaba en estos momentos por aquí, cuando un hilo luminoso traspasaba las capas fluidas del espacio. Fui atraído al sitio donde emanaba ese rayo de luz y no podía perder esta grandiosa oportunidad que vosotros dignamente habéis brindado a mi espíritu para dejar como colaboración a vuestro importante trabajo, esta humilde oración que acabo de dictaros. Solo puedo deciros que soy un sacerdote. El Sacerdote
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