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    alfonsina.jpg (2500 bytes) "Poesías", de Alfonsina Storni (Argentina. 1892-1938)

     

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    V I D A

    MIS NERVIOS están locos, en las venas
    la sangre hierve, líquido de fuego
    salta a mis labios donde finge luego
    la alegría de todas las verbenas.

    Tengo deseos de reír; las penas
    que de donar a voluntad no alego,
    hoy conmigo no juegan y yo juego
    con la tristeza azul de que están llenas.

    El mundo late; toda su armonía
    la siento tan vibrante que hago mía
    cuando escancio en su trova de hechicera.

    Es que abrí la ventana hace un momento
    y en las alas finísimas del viento
    me ha traído su sol la primavera.


    A S I

    HICE el libro así:
    Gimiendo, llorando, soñando, ay de mí.

    Mariposa triste, leona cruel,
    Di luces y sombra todo en una vez.
    Cuando fui leona nunca recordé
    Cómo pude un día mariposa ser.
    Cuando mariposa jamás me pensé
    Que pudiers un día zarpar o morder.

    Encogida a ratos y a saltos después
    Sangraron mi vida y a sangre maté.
    Sé que, ya paloma, pesado ciprés.
    O mata florida, lloré y más lloré.
    Ya probando sales, ya probando miel,
    Los ojos lloraron a más no poder.
    Da entonces lo mismo, que lo he visto bien,
    Ser rosa o espina, ser néctar o hiel.

    Así voy a curvas con mi mala sed
    Podando jardines de todo jaez.


    S A B A D O

    ME LEVANTE temprano y anduve descalza
    Por los corredores: bajé a los jardines
    Y besé las plantas
    Absorbí los vahos limpios de la tierra,
    Tirada en la grama;
    Me bañé en la fuente que verdes achiras
    Circundan. Más tarde, mojados de agua
    Peiné mis cabellos. Perfumé las manos
    Con zumo oloroso de diamelas. Garzas
    Quisquillosas, finas,
    De mi falda hurtaron doradas migajas.
    Luego puse traje de clarín más leve
    Que la misma gasa.
    De un salto ligero llevé hasta el vestíbulo
    Mi sillón de paja.
    Fijos en la verja mis ojos quedaron,
    Fijos en la verja.
    El reloj me dijo: diez de la mañana.
    Adentro un sonido de loza y cristales:
    Comedor en sombra; manos que aprestaban
    Manteles.
    Afuera, sol como no he visto
    Sobre el mármol blanco de la escalinata.
    Fijos en la verja siguieron mis ojos,
    Fijos. Te esperaba.


    DULCE TORTURA

    POLVO de oro en tus manos fue mi melancolía
    Sobre tus manos largas desparramé mi vida;
    Mis dulzuras quedaron a tus manos prendidas;
    Ahora soy un ánfora de perfumes vacía.

    Cuánta dulce tortura quietamente sufrida
    Cuando, picada el alma de tristeza sombría,
    Sabedora de engaños, me pasada los días
    ¡Besando las dos manos que me ajaban la vida!


    DOS PALABRAS

    ESTA noche al oído me has dicho dos palabras
    Comunes. Dos palabras cansadas
    De ser dichas. Palabras
    Que de viejas son nuevas.

    Dos palabras tan dulces, que la luna que andaba
    Filtrando entre las ramas
    Se detuvo en mi boca. Tan dulces dos palabras
    Que una hormiga pasea por mi cuello y no intento
    Moverme para echarla.

    Tan dulces dos palabras
    -Que digo sin quererlo -oh qué bella, la vida-
    Tan dulces y tan mansas
    Que aceites olorosos sobre el cuerpo derraman.

    Tan dulces y tan bellas
    Que nerviosos mis dedos,
    Se mueven hacia el cielo imitando tijeras.
    Oh, mis dedos quisieran
    Cortar estrellas.


    TU ME QUIERES BLANCA

    TU ME QUIERES alba,
    Me quieres de espumas,
    Me quieres de nácar.
    Que sea azucena
    Sobre todas, casta.
    De perfume tenue.
    Corola cerrada

    Ni un rayo de luna
    Filtrado me haya.
    Ni una margarita
    Se diga mi hermana.
    Tú me quieres nívea,
    Tú me quieres blanca,
    Tú me quieres alba.

    Tú que hubiste todas
    Las copas a mano,
    De frutos y mieles
    Los labios morados.
    Tú que en el banquete
    Cubierto de pámpanos
    Dejaste las carnes
    Festejando a Baco.
    Tú que en los jardines
    Negros del Engaño
    Vestido de rojo
    Corriste al Estrago.

    Tú que el esqueleto
    Conservas intacto
    No sé todavía
    Por cuáles milagros,
    Me pretendes blanca
    (Dios te lo perdone),
    Me pretendes casta
    (Dios te lo perdone),
    ¡Me pretendes alba!

    Huye hacia los bosques,
    Vete a la montaña;
    Límpiate la boca;
    Vive en las cabañas;
    Toca con las manos
    La tierra mojada;
    Alimenta el cuerpo
    Con raíz amarga;
    Bebe de las rocas;
    Duerme sobre escarcha;
    Renueva tejidos
    Con salitre y agua;
    Habla con los pájaros
    Y lévate al alba.
    Y cuando las carnes
    Te sean tornadas,
    Y cuando hayas puesto
    En ellas el alma
    Que por las alcobas
    Se quedó enredada,
    Entonces, buen hombre,
    Preténdeme blanca,
    Preténdeme nívea,
    Preténdeme casta.


    PRESENTlMIENTO

    TENGO el presentimiento que he de vivir muy poco.
    Esta cabeza mía se parece al crisol,
    Purifica y consume.
    Pero sin una queja, sin asomo de horror,
    Para acabarme quiero que una tarde sin nubes,
    Bajo el límpido sol,
    Nazca de un gran jazmín una víbora blanca
    Que dulce, dulcemente, me pique el corazón.

    ASPECTO

    VIVO dentro de cuatro paredcs matemáticas
    Alineadas a metro. Me rodean apáticas
    Almillas que no saben ni un ápice siquiera
    De esta fiebre azulada que nutre mi quimera.
    Uso una piel postiza que me la rayo en gris.
    Cuervo que bajo el ala guarda una flor de lis.
    Me causa cierta risa mi pico fiero y torvo
    Que yo misma me creo pura farsa y estorbo.


    PARASITOS

    JAMAS pensé que Dios tuviera alguna forma.
    Absoluta su vida; y absoluta su norma.
    Ojos no tuvo nunca: mira con las estrellas.
    Manos no tuvo nunca: golpea con los mares.
    Lengua no tuvo nunca: habla con las centellas.
    Te diré, no te asombres;
    Sé que tiene parásitos: las cosas y los hombres.


    ¿SABEIS ALGO?...

    SUBI, subí, subí. Ya estaba bien arriba
    Cuando sentí un murmullo. ¿Era reto, diatriba?
    Escuché: carcajadas, ironías, insultos.
    ¿Que os parezco una simia? Oh mis buenos estultos:
    ¿Sabéis de cosas bellas?
    Yo hace siglos que vivo trenza que trenza estrellas.


    ESTE LIBRO

    ME VIENEN estas cosas del fondo de la vida:
    Acumulado estaba, yo me vuelvo reflejo...
    Agua continuamente cambiada y removida;
    Así como las cosas, es mudable el espejo.

    Momentos de la vida aprisionó mi pluma,
    Momentos de la vida que se fugaron luego,
    Momentos que tuvieron la violencia del fuego
    O fueron más livianos que los copos de espuma.

    En todos los momentos donde mi ser estuvo,
    En todo esto que cambia, en todo esto que muda,
    En toda la sustancia que el espejo retuvo,
    Sin ropajes, el alma está limpia y desnuda.

    Yo no estoy y estoy siempre en mis versos, viajero,
    Pero puedes hallarme si por el libro avanzas
    Dejando en los umbrales tus fieles y balanzas:
    Requieren mis jardines piedad de jardinero.


    ALMA DESNUDA

    SOY un alma desnuda en estos versos,
    Alma desnuda que angustiada y sola
    Va dejando sus pétalos dispersos.

    Alma que puede ser una amapola,
    Que puede ser un lirio, una violeta,
    Un peñasco, una selva y una ola.

    Alma que como el viento vaga inquieta
    Y ruge cuando está sobre los mares,
    Y duerme dulcemente en una grieta.

    Alma que adora sobre sus altares,
    Dioses que no se bajan a cegarla;
    Alma que no conoce valladares.

    Alma que fuera fácil dominarla
    Con sólo un corazón que se partiera
    Para en su sangre cálida regarla.

    Alma que cuando está en la primavera
    Dice al inviemo que demora: vuelve,
    Caiga tu nieve sobre la pradera.

    Alma que cuando nieva se disuelve
    En tristezas, clamando por las rosas
    Con que la primavera nos envuelve.

    Alma que a ratos suelta mariposas
    A campo abierto, sin fijar distancia,
    Y les dice libad sobre las cosas.

    Alma que ha de morir de una fragancia,
    De un suspiro, de un verso en que se ruega,
    Sin perder, a poderlo, su elegancia.

    Alma que nada sabe y todo niega
    Y negando lo bueno el bien propicia
    Porque es negando como más se entrega,

    Alma que suele haber como delicia
    Palpar las almas, despreciar la huella,
    Y sentir en la mano una caricia.

    Alma que siempre disconforme de ella,
    Como los vientos vaga, corre y gira;
    Alma que sangra y sin cesar delira
    Por ser el buque en marcha de la estrella.


    NOCHE DIVINA

    ESTE jardín nos cede su delicia,
    Nos cede el árbol de manzanas lleno.
    Fuente de dioses a la sed propicia,
    Pan del instinto, para el hambre, bueno.

    Mas blanco mármol sin igual pudicia
    Fija en nosotros su mirar sereno;
    Muslo desnudo, vigoroso el seno,
    Puro, como la luz que lo acaricia.

    Se hacen tus ojos demasiado azules
    Cubren tus manos impalpables tules
    Y algo divino te levanta en vuelo.

    No cortemos la fruta deleitosa
    Y mira el alma en una nube rosa,
    Cómo es de azul la beatitud del cielo.


    SOY ESA FLOR

    TU VIDA es un gran río, va caudalosamente,
    A su orilla, invisible, yo broto dulcemente.
    Soy esa flor perdida entre juncos y achiras
    Que piadoso alimentas, pero acaso ni miras.

    Cuando creces me arrastras y me muero en tu seno,
    Cuando secas me muero poco a poco en el cieno;
    Pero de nuevo vuelvo a brotar dulcemente
    Cuando en los días bellos vas caudalosamente.

    Soy esa flor perdida que brota en tus riberas
    Humilde y silenciosa todas las primaveras.


    MELANCOLIA

    OH MUERTE, Yo te amo, pero te adoro, vida...
    Cuando vaya en mi caja para siempre dormida,
    Haz que por vez postrera
    Penetre mis pupilas el sol de primavera.

    Déjame algún momento bajo el calor del cielo,
    Deja que el sol fecundo se estremezca en mi hielo...
    Era tan bueno el astro que en la aurora salía
    A decirme: buen día.

    No me asusta el descanso, hace bien el reposo,
    Pero antes que me bese el viajero piadoso
    Que todas las mañanas,
    Alegre como un niño, llegaba a mis ventanas.


    PAZ

    VAMOS hacia los árboles... El sueño
    Se hará en nosotros por virtud celeste.
    Vamos hacia los árboles; la noche
    Nos será blanda, la tristeza leve.

    Vamos hacia los árboles, el alma
    Adormecida de perfume agreste.
    Pero calla, no hables, sé piadoso;
    No despiertes los pájaros que duermen.


    PESO ANCESTRAL

    TU ME DIJISTE: no lloró mi padre;
    Tú me dijiste: no lloró mi abuelo;
    No han llorado los hombres de mi raza,
    Eran de acero.

    Así diciendo te brotó una lágrima
    Y me cayó en la boca... Más veneno
    Yo no he bebido nunca en otro vaso
    Así pequeño.

    Débil mujer, pobre mujer que entiende,
    Dolor de siglos conocí al beberlo;
    Oh, el alma mía soportar no puede
    Todo su peso.


    DATE A VOLAR

    ANDA, date a volar, hazte una abeja,
    En el jardín florecen amapolas,
    Y el néctar fino colma las corolas;
    Mañana el alma tuya estará vieja.

    Anda, suelta a volar, hazte paloma,
    Recorre el bosque y picotea granos,
    Come migajas en distintas manos
    La pulpa muerde de fragante poma.

    Anda, date a volar, sé golondrina,
    Busca la playa de los soles de oro,
    Gusta la primavera y su tesoro,
    La primavera es única y divina.

    Mueres de sed: no he de oprimirte tanto...
    Anda, camina por el mundo, sabe;
    Dispuesta sobre el mar está tu nave:
    Date a bogar hacia el mejor encanto.

    Corre, camina más, es poco aquéllo...
    Aún quedan cosas que tu mano anhela,
    Corre, camina, gira, sube y vuela:
    Gústalo todo porque todo es bello.

    Echa a volar... mi amor no te detiene,
    ¡Cómo te entiendo, Bien, cómo te entiendo!
    Llore mi vida... el corazón se apene...
    Date a volar, Amor, yo te comprendo.

    Callada el alma... el corazón partido,
    Suelto tus alas... ve... pero te espero.
    ¿Cómo traerás el corazón, viajero?
    Tendré piedad de un corazón vencido.

    Para que tanta sed bebiendo cures
    Hay numerosas sendas para tí...
    Pero se hace la noche; no te apures...
    Todas traen a mí...


    EL DIVINO AMOR

    TE ANDO buscando, amor que nunca llegas,
    Te ando buscando, amor que te mezquinas,
    Me aguzo por saber si me adivinas,
    Me doblo por saber si te me entregas.

    Las tempestades mías, andariegas,
    Se han aquietado sobre un haz de espinas;
    Sangran mis carnes gotas purpurinas
    Porque a salvarte, oh niño, te me niegas.

    Mira que estoy de pie sobre los leños,
    Que a veces bastan unos pocos sueños
    Para encender la llama que me pierde.

    Sálvame, amor, y con tus manos puras
    Trueca este fuego en límpidas dulzuras
    y haz de mis leños una rama verde.


    ¿Y TU?

    Sí, yo me muevo, vivo, me equivoco;
    Agua que corre y se entremezcla, siento
    El vértigo feroz del movimiento:
    Huelo las selvas, tierra nueva toco.

    Sí, yo me muevo, voy buscando acaso
    Soles, auroras, tempestad y olvido.
    ¿Qué haces allí misérrimo y pulido?
    Eres la piedra a cuyo lado paso.


    UN SOL

    MI CORAZON es como un dios sin lengua,
    Mudo se está a la espera del milagro,
    He amado mucho, todo amor fue magro,
    Que todo amor lo conocí con mengua.

    He amado hasta llorar, hasta morirme.
    Amé hasta odiar, amé hasta la locura,
    Pero yo espero algún amor natura
    Capaz de renovarme y redimirme.

    Amor que fructifique mi desierto
    Y me haga brotar ramas sensitivas,
    Soy una selva de raíces vivas,
    Sólo el follaje suele estarse muerto.

    ¿En dónde está quien mi deseo alienta?
    ¿Me empobreció a sus ojos el ramaje?
    Vulgar estorbo, pálido follaje
    Distinto al tronco fiel que lo alimenta.

    ¿En dónde está el espíritu sombrío
    De cuya opacidad brote la llama?
    Ah, si mis mundos con su amor inflama
    Yo seré incontenible como un río.

    ¿En dónde está el que con su amor me envuelva?
    Ha de traer su gran verdad sabida...
    Hielo y más hielo recogí en la vida:
    Yo necesito un sol que me disuelva.


    ODIO

    OH, PRIMAVERA de las amapolas,
    Tú que floreces para bien mi casa,
    Luego que enjoyes las corolas,
    Pasa.

    Beso, la forma más voraz del fuego,
    Clava sin miedo tu endiablada espuela,
    Quema mi alma, pero luego,
    Vuela.

    Risa de oro que movible y loca
    Sueltas el alma, de las sombras, presa,
    En cuanto asomes a la boca,
    Cesa.

    Lástima blanda del error amante
    Que a cada paso el corazón diluye,
    Vuelca tus mieles y al instante,
    Huye.

    Odio tremendo, como nada fosco,
    Odio que truecas en puñal la seda,
    Odio que apenas te conozoo,
    Queda.


    PIEDRA MISERABLE

    OH, PIEDRA dura, miserable piedra,
    Yo te golpeo, te golpeo en vano,
    Y es inútil la fuerza de mi mano,
    Oh piedra dura, miserable piedra.

    Pero haces bien, oh miserable piedra,
    Deja que tiente un golpe sobrehumano,
    Deja golpear, deja golpear mi mano,
    Oh piedra dura, miserable piedra.

    No me des nada, miserable piedra,
    Guarda un silencio altivo y soberano,
    No te ablandes jamás entre mi mano;
    Oh piedra dura, miserable piedra.

    Con tu impiedad, oh miserable piedra,
    Recobro alientos y el deseo gano,
    No te dejes caer sobre mi mano,
    Mezquina, estulta, miserable piedra.

    Si un día torpe, miserable piedra,
    Te venciera la fuerza del verano
    Y cayeras a gotas en mi mano
    Yo te odiaría, miserable piedra...


    EL RACIMO INOCENTE

    ASI, COMO jugando, te acerqué el corazón
    Hace ya mucho tiempo, en una primavera...
    Pero tú, indiferente, pasaste por mi vera...
    Hace ya mucho tiempo.

    Sabio de toda cosa, no sabías acaso
    Ese juego de niña que cubría discreto
    Con risas inocentes el tremendo secreto,
    Sabio de toda cosa...

    Hoy, de vuelta a mi lado, ya mujer, tú me pides
    El corazón aquél que en silencio fue tuyo,
    Y con torpes palabras negativas arguyo
    Hoy, de vuelta a mi lado.

    Oh, cuando te ofrecí el corazón en aquella
    Primavera, era un dulce racimo no tocado
    El corazón... Ya otros los granos han probado
    Del racimo inocente...


    FRENTE AL MAR

    OH MAR, enorme mar, corazón fiero
    De ritmo desigual, corazón malo,
    Yo soy más blanda que ese pobre palo
    Que se pudre en tus ondas prisionero.

    Oh mar, dame tu cólera tremenda,
    Yo me pasé la vida perdonando,
    Porque entendía, mar, yo me fui dando:
    "Piedad, piedad para el que más ofenda".

    Vulgaridad, vulgaridad me acosa.
    Ah, me han comprado la ciudad y el hombre.
    Hazme tener tu cólera sin nombre:
    Ya me fatiga esta misión de rosa.

    ¿Ves al vulgar? Ese vulgar me apena,
    Me falta el aire y donde falta quedo,
    Quisiera no entender, pero no puedo:
    Es la vulgaridad que me envenena.

    Me empobrecí porque entender abruma,
    Me empobrecí porque entender sofoca,
    ¡Bendecida la fuerza de la roca!
    Yo tengo el corazón como la espuma.

    Mar, yo soñaba ser como tú eres,
    Allá en las tardes que la vida mía
    Bajo las horas cálidas se abría...
    Ah, yo soñaba ser como tú eres.

    Mírame aquí, pequeña, miserable,
    Todo dolor me vence, todo sueño;
    Mar, dame, dame el inefable empeño
    De tornarme soberbia, inalcanzable.

    Dame tu sal, tu yodo, tu fiereza,
    ¡Aire de mar!... ¡Oh tempestad, oh enojo!
    Desdichada de mí, soy un abrojo,
    Y muero, mar, sucumbo en mi pobreza.

    Y el alma mía es como el mar, es eso,
    Ah, la ciudad la pudre y equivoca
    Pequeña vida que dolor provoca,
    ¡Que pueda libertarme de su peso!

    Vuele mi empeño, mi esperanza vuele...
    La vida mía debió ser horrible,
    Debió ser una arteria incontenible
    Y apenas es cicatriz que siempre duele.


    BIEN PUDIERA SER...

    PUDIERA ser que todo lo que en verso he sentido
    No fuera más que aquéllo que nunca pudo ser,
    No fuera más que algo vedado y reprimido
    De familia en familia, de mujer en mujer.

    Dicen que en los solares de mi gente, medido
    Estaba todo aquéllo que se debía hacer...
    Dicen que silenciosas las mujeres han sido
    De mi casa materna... Ah, bien pudiera ser...

    A veces en mi madre apuntaron antojos
    De liberarse, pero se le subió a los ojos
    Una honda amargura, y en la sombra lloró.

    Y todo eso mordiente, vencido, mutilado,
    Todo eso que se hallaba en su alma encerrado,
    Pienso que sin quererlo lo he libertado yo.


    EL SILENCIO

    ¿NUNCA habéis inquirido
    Por qué, mundo tras mundo,
    Por el cielo profundo
    Van pasando sin ruido?

    Ellos, los que traspiran
    Las cosas absolutas,
    Por sus azules rutas
    Siempre callados giran.

    Sólo el hombre, pequeño,
    Cuyo humano latido
    En la tierra, es un sueño,
    ¡Sólo el hombre hace ruido!


    MI HERMANA

    SON LAS DIEZ de la noche; en el cuarto en penumbra
    Mi hermana está dormida, las manos sobre el pecho;
    Es muy blanca su cara y es muy blanco su lecho,
    Como si comprendiera, la luz casi no alumbra.

    En el lecho se hunde a modo de los frutos
    Rosados, en el hondo colchón de suave pasto.
    Entra el aire a su pecho y levántalo casto
    Con su ritmo midiendo los fugaces minutos.

    La arropo dulcemente con las blancas cubiertas
    Y protejo del aire sus dos manos divinas;
    Caminando en puntillas cierro todas las puertas,
    Entorno los postigos y corro las cortinas.

    Hay mucho ruido afuera, ahoga tanto ruido.
    Los hombres se querellan, murmuran las mujeres,
    Suben palabras de odio, gritos de mercaderes:
    Oh, voces, deteneos. No entréis hasta su nido.

    Mi hermana está tejiendo como un hábil gusano
    Su capullo de seda: su capullo es un sueño.
    Ella con hilo de oro teje el copo sedeño:
    Primavera es su vida. Yo ya soy el verano.

    Cuenta sólo con quince octubres en los ojos,
    Y por eso los ojos son tan limpios y claros;
    Cree que las cigueñas, desde países raros,
    Bajan con rubios niños de piececitos rojos.

    ¿Quién quiere entrar ahora? Oh ¿eres tú, buen viento?
    ¿Quieres mirarla? Pasa. Pero antes, en mi frente
    Entíbiate un instante; no vayas de repente
    A enfriar el manso sueño que en la suya presiento.

    Como tú, bien quisieran entrar ellos y estarse
    Mirando esa blancura, esas pulcras mejillas,
    Esas finas ojeras, esas líneas sencillas.
    Tú los verías, viento, llorar y arrodillarse.

    Ah, si la amáis un día sed buenos, porque huye
    De la luz si la hiere. Cuidad vuestra palabra,
    Y la intención. Su alma, como cera se labra,
    Pero como a la cera el roce la destruye.

    Haced como esa estrella que de noche la mira
    Filtrando el ojo por un cristalino velo:
    Esa estrella le roza las pestañas y gira,
    Para no despertarla, silenciosa en el cielo.

    Volad si os es posible por su nevado huerto:
    ¡Piedad para su alma! Ella es inmaculada.
    ¡Piedad para su alma! Yo lo sé todo, es cierto.
    Pero ella es como el cielo: ella no sabe nada.


    S I E S T A

    SOBRE la tierra seca
    EI sol quemando cae:
    Zumban los moscardones
    Y las grietas se abren...
    El viento no se mueve.
    Desde la tierra sale
    Un vaho como de horno;
    Se abochorna la tarde
    Y resopla cocida
    Bajo el plomo del aire...
    Ahogo, pesadez,
    Cielo blanco; ni un ave.

    Se oye un pequeño ruido:
    Entre las pajas mueve
    Su cuerpo amosaicado
    Una larga serpiente.
    Ondula con dulzura.
    Por las piedras calientes
    Se desliza, pesada,
    Después de su banquete
    De dulces y pequeños
    Pájaros aflautados
    Que le abultan el vientre.

    Se enrosca poco a poco,
    Muy pesada y muy blanda,
    Poco a poco se duerme
    Bajo la tarde blanca.
    ¿Hasta cuándo su sueño?
    Ya no se escucha nada.
    Larga siesta de víbora
    Duerme también mi alma.


    UN DIA

    ANDAS por esos mundos como yo; no me digas
    Que no existes, existes, nos hemos de encontrar;
    No nos conoceremos, disfrazados y torpes,
    Por los anchos caminos echaremos a andar.

    No nos conoceremos, distantes uno de otro
    Sentirás mis suspiros y te oiré suspirar.
    ¿Dónde estará la boca, la boca que suspira?
    Diremos, el camino volviendo a desandar.

    Quizá nos encontremos frente a frente algún día,
    Quizá nuestros disfraces nos logremos quitar.
    Y ahora me pregunto... Cuando ocurra, si ocurre,
    ¿Sabré yo de suspiros, sabrás tú suspirar?


    CARTA LIRICA A OTRA MUJER

    VUESTRO nombre no sé, ni vuestro rostro
    Conozco yo, y os imagino blanca,
    Débil como los brotes iniciales,
    Pequeña, dulce... Ya ni sé... Divina.
    En vuestros ojos placidez de lago
    Que se abandona al sol y dulcemente
    Le absorbe su oro mientras todo calla.
    Y vuestras manos, finas, como aqueste
    Dolor, el mío, que se alarga, alarga,
    Y luego se me muere y se concluye
    Así, como lo veis; en algún verso.
    Ah, ¿sois así? Decidme si en la boca
    Tenéis un rumoroso colmenero.
    Si las orejas vuestras son a modo
    De pétalos de rosas ahuecados...
    Decidme si lloráis, humildemente.
    Mirando las estrellas tan lejanas.
    Y si en las manos tibias se os aduermen
    Palomas blancas y canarios de oro.
    Porque todo eso y más, vos sois, sin duda:
    Vos, que tenéis el hombre que adoraba
    Entre las manos dulces, vos la bella
    Que habéis matado, sin saberlo acaso,
    Toda esperanza en mí... Vos, su criatura.
    Porque él es todo vuestro: cuerpo y alma
    Estáis gustando del amor secreto
    Que guardé silencioso... Dios lo sabe
    Por qué, que yo no alcanzo a penetrarlo.
    Os lo confieso que una vez estuvo
    Tan cerca de mi brazo, que a extenderlo
    Acaso mía aquélla dicha vuestra
    Me fuera ahora... ¡sí! acaso mía...
    Mas ved, estaba el alma tan gastada
    Que el brazo mío no alcanzó a extenderse:
    La sed divina, contenida entonces,
    Me pulió el alma... ¡Y él ha sido vuestro!
    ¿Comprendéis bien? Ahora, en vuestros brazos
    El se adormece y le decís palabras
    Pequeñas y menudas que semejan
    Pétalos volanderos y muy blancos.
    Acaso un niño rubio vendrá luego
    A copiar en los ojos inocentes
    Los ojos vuestros y los de él
    Unidos en un espejo azul y cristalino...
    ¡Oh, ceñidle la frente! ¡Era tan amplia!
    ¡Arrancaban tan firmes los cabellos
    A grandes ondas, que a tenerla cerca
    No hiciera yo otra cosa que ceñirla!
    Luego dejad que en vuestras manos vaguen
    Los labios suyos; él me dijo un día
    Que nada era tan dulce al alma suya
    Como besar las femeninas manos...
    Y acaso, alguna vez, yo, la que anduve
    Vagando por afuera de la vida,
    -Como aquellos filósofos mendigos
    Que van a las ventanas señoriales
    A mirar sin envidia toda fiesta-
    Me allegue humildemente a vuestro lado
    Y con palabras quedas, susurrantes,
    Os pida vuestras manos un momento,
    Para besarlas, yo, como él las besa...
    Y al recubrirlas, lenta, lentamente,
    Vaya pensando: aquí se aposentaron
    ¿Cuánto tiempo?, sus labios, ¿cuánto tiempo
    En las divinas manos que son suyas?
    ¡Oh, qué amargo deleite, este deleite
    De buscar huellas suyas y seguirlas
    Sobre las manos vuestras tan sedosas,
    Tan finas, con sus venas tan azules!
    Oh, que nada podría, ni ser suya,
    Ni dominarle el alma, ni tenerlo
    Rendido aquí a mis pies, recompensarme
    Este horrible deleite de hacer mío
    Un inefable, apasionado rastro.
    Y allí en vos misma, sí, pues sois barrera,
    Barrera ardiente, viva, que al tocarla
    Ya me remueve este cansancio amargo,
    Este silencio de alma en que me escudo,
    Este dolor mortal en que me abismo,
    Esta inmovilidad del sentimiento
    ¡Que sólo salta, bruscamente, cuando
    Nada es posible!


    ESTA TARDE

    AHORA quiero amar algo lejano...
    Algún hombre divino
    Que sea como un ave por lo dulce,
    Que haya habido mujeres infinitas
    Y sepa de otras tierras, y florezca
    La palabra en sus labios, perfumada:
    Suerte de selva virgen bajo el viento...

    Y quiero amarlo ahora. Está la tarde
    Blanda y tranquila como espeso musgo,
    Tiembla mi boca y mis dedos finos,
    Se deshacen mis trenzas poco a poco.

    Siento un vago rumor... Toda la tierra
    Está cantando dulcemente... Lejos
    Los bosques se han cargado de corolas,
    Desbordan los arroyos de sus cauces
    Y las aguas se filtran en la tierra
    Así como mis ojos en los ojos
    Que estoy sonañdo embelesada...

    Pero
    Ya está bajando el sol de los montes,
    Las aves se acurrucan en sus nidos,
    La tarde ha de morir y él está lejos...
    Lejos como este sol que para nunca
    Se marcha y me abandona, con las manos
    Hundidas en las trenzas, con la boca
    Húmeda y temblorosa, con el alma
    Sutilizada, ardida en la esperanza
    De este amor infinito que me vuelve
    Dulce y hermosa...


    LA MIRADA

    MAÑANA, bajo el peso de los años,
    Las buenas gentes me verán pasar,
    Mas bajo el peño oscuro y la piel mate
    Algo del muerto fuego asomará.

    Y oiré decir: ¿quién es esa que ahora
    Pasa? Y alguna voz contestará:
    -Allá en sus buenos tiempos
    Hacía versos. Hace mucho ya.

    Y yo tendré mi cabellera blanca,
    Los ojos limpios, y en mi boca habrá
    Una gran placidez y mi sonrisa
    Oyendo aquéllo no se apagará.

    Seguiré mi camino lentamente,
    Mi mirada a los ojos mirará,
    Irá muy hondo la mirada mía,
    Y alguien, en el montón, comprenderá.


    EL CANAL

    EN LA DULCE fragancia
    De la dulce San Juan,
    Recuerdos de mi infancia
    Enredados están.

    Mi casa hacia los fondos
    Tendía su vergel;
    Allí canales hondos
    Entre abejas y miel.

    De enrojecidas ondas
    Y pequeño caudal
    Era el mío, entre frondas,
    Predilecto canal.

    Vagas melancolías
    Llevábanme a buscar
    En los oscuros días
    Aquel dulce lugar.

    Barquitos trabajaba
    En nevado papel
    Y en el agua soltaba
    Tan menudo bajel.

    Y navegaban hasta
    Que un recodo fugaz
    Se interponía: ¡basta!
    No los veía más.

    Y al perder mi barquito
    Solíanme embargar
    Ideas de infinito
    Y rompía a llorar.

    Niña: ya presentías
    Lo que ocurrir debió:
    Todo, por otras vías,
    Se ha ido y no volvio.


    Q U E J A

    SEÑOR, mi queja es ésta,
    Tú me comprenderás:
    De amor me estoy muriendo,
    Pero no puedo amar.

    Persigo lo perfecto
    En mí y en los demás,
    Persigo lo perfecto
    Para poder amar.

    Me consumo en mi fuego,
    ¡Señor, piedad, piedad!
    De amor me estoy muriendo,
    ¡Pero no puedo amar!


    LA QUE COMPRENDE

    CON LA CABEZA negra caída hacia adelante
    Está la mujer bella, la de mediana edad,
    Postrada de rodillas, y un Cristo agonizante
    Desde su duro leño la mira con piedad.

    En los ojos la carga de una enorme tristeza,
    En el seno la carga del hijo por nacer,
    Al pie del blanco Cristo que está sangrando reza:
    -¡Señor, el hijo mío que no nazca mujer!


    EL HIJO DE UN AVARO

    YA LA AVARICIA te imprimió su huella
    Sobre las carnes: la materia escasa
    Recubre apenas tu armazón exiguo
    De hombros estrechos.

    Cabellos tienes desteñidos; mira
    Cómo tu piel no brilla. Se repite
    En tí el milagro de tu padre, el hombre
    De ojos agudos.

    ¿Recuerdas tú? Cuando eras niño apenas
    Medio dormido entre la sombra, oías
    Caer monedas, lenta, lentamente...
    Una por una.

    Como tu padre, a medianoche anduvo
    También tu abuelo en subterráneo, y antes,
    El padre de su padre ya ambulaba
    Bajo la tierra.

    Mira tus dedos deprimidos, mira.
    Mira la curva del pulgar derecho,
    Menguado está como tu alma; ¡mira!...
    ¿Miedo no sientes?

    Ni los esclavos te aman.. . ¡Ah, no sabes
    Cuán fácil aman los esclavos! Muestra
    La bolsa tuya y llegarán cantando
    Tus alabanzas.

    Odias el sol pues te parece el oro
    Que no pudiste conseguir. Te encierras
    Por no mirarlo, cuando sale a darse
    Sencillamente.

    Cuando tus manos van a tus bolsillos
    Temblor las mueve, que tu raza toda
    Pesa en los dedos con que, apenas, tiendes
    Su vil moneda.

    Oh las mujeres que a tu lado pasan
    Sienten el hielo de tus ojos y huyen
    En sueños dulces a lejanos bosques
    Primaverales.

    Hijo de avaro, ven a mis rodillas,
    Piedad me sobra..., recogí en los ojos
    El cielo azul, y el mar, que es movimiento,
    Filtró por ellos.

    ¡Hijo de avaro, recubrirte ansío
    Con mis dos brazos y en los ojos grises
    Mirarte fijo!... ¡Como un soplo ardiente
    Te daré el alma!

    Te sentirás crecer: los hombros tuyos
    Han de agrandarse; tus cabellos secos
    Tomarán brillo y el pulgar menguado
    La curva mía.

    Hijo de avaro, ven a mis rodillas;
    ¡Nadie te amó! Encogido, tembloroso,
    Nunca entendiste el bien de los humanos;
    Unico: darse.

    A ricos de alma le ofrecí mi alma
    Toda, temblando de alegría; llega,
    No tengas miedo, buitre, no se acaba
    El pozo mío.

    Que nadie es pobre como tú, el enjuto
    De pecho y alma, el de los ojos grises,
    El de los dedos comprimidos, secos...
    ¡Hijo de avaro!


    BUENOS AIRES

    BUENOS AIRES es un hombre
    Que tiene grandes las piernas,
    Grandes los pies y las manos
    Y pequeña la cabeza.

    (Gigante que está sentado
    Con un río a su derecha,
    Los pies monstruosos movibles
    Y la mirada en pereza.)

    En sus dos ojos, mosaicos
    De colores, se reflejan
    Las cúpulas y las luces
    De ciudades europeas.

    Bajo sus pies, todavía
    Están calientes las huellas
    De los viejos querandíes
    De boleadoras y flechas.

    Por eso cuando los nervios
    Se le ponen en tormenta
    Siente que los muertos indios
    Se le suben por las piernas.

    Choca este soplo que sube
    Por sus pies, desde la tierra,
    Con el mosaico europeo
    Que en los grandes ojos lleva.

    Entonces sus duras manos
    Se crispan, vacilan, tiemblan,
    ¡A igual distancia tendidas
    De los pies y la cabeza!

    Sorda esta lucha por dentro
    Le está restando sus fuerzas,
    Por eso sus ojos miran
    Todavía con pereza.

    Pero tras ellos, velados,
    Rasguña la inteligencia
    Y ya se le agranda el cráneo
    Pujando de adentro afuera.

    Como de mujer encinta
    No fíes en la indolencia
    De este hombre que está sentado
    Con el Plata a su derecha.

    Mira que tiene en la boca
    Una sonrisa traviesa,
    Y abarca en dos golpes de ojo
    Toda la costa de América.

    Ponle muy cerca el oído:
    Golpeando están sus arterias:
    ¡Ay, si algún día le crece
    Como los pies, la cabeza!


    UN CEMENTERIO QUE MlRA AL MAR

    DECID, oh muertos, ¿quién os puso un día
    Así acostados junto al mar sonoro?
    ¿Comprendía quien fuera que los muertos
    Se hastían ya del canto de las aves
    Y os han puesto muy cerca de las olas
    Porque sintáis del mar azul, el ronco
    Bramido que apavora?

    Os estáis junto al mar que no se calla
    Muy quietecitos, con el muerto oído
    Oyendo cómo crece la marea,
    Y aquel mar que se mueve a vuestro lado,
    Es la promesa no cumplida, de una
    Resurrección.

    En primavera, el viento, suavemente,
    Desde la barca que allá lejos pasa,
    Os trae risas de mujeres... Tibio
    Un beso viene con la risa, filtra
    La piedra fría, y se acurruca, sabio,
    En vuestra boca y os consuela un poco...
    Pero en noches tremendas, cuando aúlla
    El viento sobre el mar y allá a lo lejos
    Los hombres vivos que navegan tiemblan
    Sobre los cascos débiles, y el cielo
    Se vuelca sobre el mar en aluviones,
    Vosotros, los eternos contenidos,
    No podéis más, y con esfuerzo enorme
    Levantáis las cabezas de la tierra.

    Y en un lenguaje que ninguno entiende
    Gritáis: -Venid, olas del mar, rodando,
    Venid de golpe y envolvednos como
    Nos envolvieron, de pasión movidos,
    Brazos amantes. Estrujadnos, olas,
    Movednos de este lecho donde estamos
    Horizontales, viendo cómo pasan
    Los mundos por el cielo, noche a noche...
    Entrad por nuestros ojos consumidos,
    Buscad la lengua, la que habló, y movedla,
    ¡Echadnos fuera del sepulcro a golpes!

    Y acaso el mar escuche, innumerable,
    Vuestro llamado, monte por la playa,
    ¡Y os cubra al fin terriblemente hinchado!

    Entonces, como obreros que comprenden,
    Se detendrán las olas y leyendo
    Las lápidas inscriptas, poco a poco
    Las moverán a suaves golpes, hasta
    Que las desplacen, lentas, -y os liberten.
    ¡Oh, qué hondo grito el que daréis, qué enorme
    Grito de muerto, cuando el mar os coja
    Entre sus brazos, y os arroje al seno
    Del grande abismo que se mueve siempre!

    Brazos cansados de guardar la misma
    Horizontal postura; tibias largas,
    Calaveras sonrientes: elegantes
    Fémures corvos, confundidos todos,
    Danzarán bajo el rayo de la luna
    La milagrosa danza de las aguas.
    Y algunas desprendidas cabelleras.
    Rubias acaso, como el sol que baje
    Curioso a veros, islas delicadas
    Formarán sobre el mar y acaso atraigan
    A los pequeños pájaros viajeros.


    H U M I L D A D

    YO HE SIDO aquélla que paseó orgullosa
    El oro falso de unas cuantas rimas
    Sobre su espalda, y creyó gloriosa,
    De cosechas opimas.

    Ten paciencia, mujer que eres oscura:
    Algún día, la Forma Destructora
    Que todo lo devora,
    Borrará mi figura.

    Se bajará a mis libros, ya amarillos,
    Y alzándola en sus dedos, los carrillos
    Ligeramente inflados, con un modo

    De gran señor a quien lo aburre todo,
    De un cansado soplido
    Me aventará al olvido.


    S O Y

    SOY SUAVE y triste si idolatro, puedo
    Bajar el cielo hasta mi mano cuando
    El alma de otro al alma mía enredo.
    Plumón alguno no hallarás más blando.

    Ninguna como yo las manos besa,
    Ni se acurruca tanto en un ensueño,
    Ni cupo en otro cuerpo, así pequeño,
    Un alma humana de mayor terneza.

    Muero sobre los ojos, si los siento
    Como pájaros vivos, un momento,
    Aletear bajo mis dedos blancos.

    Sé la frase que encanta y que comprende
    Y sé callar cuando la luna asciende
    Enorme y roja sobre los barrancos.


    PALABRAS A MI MADRE

    NO LAS GRANDES verdades yo te pregunto, que
    No las contestarías; solamente investigo
    Si, cuando me gestaste, fue la luna testigo,
    Por los oscuros patios en flor, paseándose.

    Y si, cuando en tu seno de fervores latinos
    Yo escuchando dormía, un ronco mar sonoro
    Te adormeció las noches, y miraste, en el oro
    Del crepúsculo, hundirse los pájaros marinos.

    Porque mi alma es toda fantástica, viajera,
    Y la envuelve una nube de locura ligera
    Cuando la luna nueva sube al cielo azulino.

    Y gusta, si el mar abre sus fuertes pebeteros.
    Arrullada en un claro cantar de marineros
    Mirar las grandes aves que pasan sin destino.


    DUERME TRANQUILO

    DIJlSTE la palabra que enamora
    A mis oídos. Ya olvidaste. Bueno.
    Duerme tranquilo. Debe estar sereno
    Y hermoso el rostro tuyo a toda hora.

    Cuando encanta la boca seductora
    Debe ser fresca, su decir ameno;
    Para tu oficio de amador no es bueno
    El rostro ardido del que mucho llora.

    Te reclaman destinos más gloriosos
    Que el de llevar, entre los negros pozos
    De las ojeras, la mirada en duelo.

    ¡Cubre de bellas víctimas el suelo!
    Más daño al mundo hizo la espada fatua
    De algún bárbaro rey Y tiene estatua.


    LA VIA LACTEA

    BLANCO polen de mundos, dulce leche del cielo
    ¡Quién fuera una gigante mariposa divina
    Para hundir la cabeza en aquella tu harina
    Impalpable y libarte como a cosa del suelo!

    Ya de nuevo en los ojos quema la primavera,
    Mas mi pasión humana yace, roto el peciolo,
    Y agotada mi alma está el mundo tan solo
    Que camino y retumban mis pasos en la esfera.

    Y en las noches nevadas, cuando a pesar de quietos
    Siento moverse arriba los blancos esqueletos
    De las estrellas muertas, me acomete como un

    Deseo de los cielos, y no sé qué ofreciera
    Porque sobre mi frente miserable cayera
    Una gota tan sólo te la leche de Juno.


    F I E S T A

    JUNTO a la playa, núbiles criaturas,
    Dulces y bellas, danzan, las cinturas
    Abandonadas en el brazo amigo.
    Y las estrellas sirven de testigo.

    Visten de azul, de blanco, plata, verde...
    Y la mano pequeña, que se pierde
    Entre la grande, espera. Y la fingida,
    Vaga frase amorosa, ya es creída.

    Hay quien dice feliz: -La vida es bella.
    Hay quien tiende su mano hacia una estrella
    Y la espera con dulce arrobamiento.

    Yo me vuelvo de espaldas. Desde un quiosco
    Contemplo el mar lejano, negro y fosco,
    Irónica la boca. Ruge el viento.


    CARA COPIADA

    ES LA CARA de un niño transparente, azulosa,
    Como si entre los músculos y la piel de la cara
    Una napa de leche lentamente rodara.
    En ella solamente la boca es una rosa.

    Y detrás de ese cutis de lavada azucena
    Otra cara se esconde, fuertemente esculpida;
    Es aquella del hombre que le ha dado la vida
    Y se mueve en sus rasgos y los gestos le ordena:

    Mira con inocencia y es dura su mirada.
    Su sonrisa es tranquila y en el fondo es taimada:
    Hay huellas en la fresca ternura de su pulpa.

    Ya en la boca se pinta la blandura redonda
    Que dan los besos largos y en su nariz la honda
    Codicia de la especie. ¡Y carece de culpa!


    O L V I D O

    LIDIA ROSA: hoy es martes y hace frío. En tu casa,
    De piedra gris, tú duermes tu sueño en un costado
    De la ciudad. ¿Aún guardas tu pecho enamorado,
    Ya que de amor moriste? Te diré lo que pasa:

    El hombre que adorabas, de grises ojos crueles,
    En la tarde de otoño fuma su cigarrillo.
    Detrás de los cristales mira el cielo amarillo
    Y la calle en que vuelan desteñidos papeles.

    Toma un libro, se acerca a la apagada estufa,
    En el tomacorriente al sentarse la enchufa
    Y sólo se oye un ruido de papel desgarrado.

    Las cinco. Tú caías a esta hora en su pecho,
    Y acaso te recuerda... Pero su blando lecho
    Ya tiene el hueco tibio de otro cuerpo rosado.


    E N C U E N T R O

    LO ENCONTRE en una esquina de la calle Florida
    Más pálido que nunca, distraído como antes,
    Dos largos años hubo poseído mi vida...
    Lo miré sin sorpresa, jugando con mis guantes.

    Y una pregunta mía, estúpida, ligera,
    De un reproche tranquilo llenó sus transparentes
    Ojos, ya que le dije de liviana manera:
    -¿Por qué tienes ahora amarillos los dientes?

    Me abandonó. De prisa le vi cruzar la calle
    Y con su manga oscura rozar el blanco talle
    De alguna vagabunda que andaba por la vía.

    Perseguí por un rato su sombrero que huía...
    Después fue, ya lejana, una mancha de herrumbre.
    Y lo engulló de nuevo la espesa muchedumbre.


    E L E N G A Ñ O

    SOY TUYA, Dios lo sabe por qué, ya que comprendo
    Que habrás de abandonarme, fríamente, mañana,
    Y que, bajo el encanto de mis ojos, te gana
    Otro encanto el deseo, pero no me defiendo.

    Espero que esto un día cualquiera se concluya,
    Pues intuyo, al instante, lo que piensas o quieres.
    Con voz indiferente te hablo de otras mujeres
    Y hasta ensayo el elogio de alguna que fue tuya.

    Pero tú sabes menos que yo, y algo orgulloso
    De que te pertenezca, en tu juego engañoso
    Persistes, con aire de actor del papel dueño.

    Yo te miro callada con mi dulce sonrisa,
    Y cuando te entusiasmas, pienso: no te des prisa,
    No eres tú el que me engaña; quien me engaña es mi
    [sueño.


    EL PARQUE

    EN EL AIRE reseco, flota miel diluída,
    De los árboles bajan zumos de primavera,
    La sangre de los troncos su subida acelera.
    La abeja soberana va a quitar una vida.

    Por el urbano parque de rojizos senderos,
    Afeitadas gramillas y artificiales fuentes,
    Paseo. Las estatuas tienen tristes las frentes,
    Pero a sus pies las flores saltan de los canteros.

    Bosquecillos de acacias, puestos de trecho en trecho,
    Calan el horizonte, al dibujo sensible.
    Zumba un oro ligero, mas sin cuerpo visible.
    Hay arriba un zafiro ahuecado por techo.

    En el verdoso lago, donde el pétalo ambula,
    Señoriales, los cisnes, enarcados, navegan;
    Finas columnas blancas se reflejan y juegan
    A encontrarse en el agua, que las tuerce y ondula.

    Como hace miles de años flota un áspero aliento
    De mediodía, y bajo mi planta destructora
    La gramilla aplastada no se duele ni llora;
    Pugna por levantarse sobre el brazo del viento.

    Como hace miles de años sube de las corola,
    Un venenoso, dulce y profundo llamado:
    Paréceme que algo va a serme revelado.
    Retrocedo en el tiempo. Queman las amapolas.

    ¿Dónde he visto estos cisnes, esta hiedra, hace mucho?
    ¿Estas blancas columnas y este sol deslumbrante?
    No tenía estas ropas grises de caminante:
    Yo nadaba en un lago y escuché lo que escucho.

    Una nota asustada, suelta mi pecho magro.
    ¿Siento mi voz acaso como por vez primera?...

    Ah, el corazón disuelto de tanta primavera
    Está fuera del tiempo y anticipa un milagro.

    Está fuera del tiempo, porque vuelvo la vista
    Al tupido boscaje de espinosas retamas
    Y presiento que acechan las pupilas en llamas
    De algún sátiro joven que el asalto se alista.

    Va la tierra a prensarse bajo el casco de uña,
    Y a su rito salvaje, veré alzarse las aves
    De sus nidos ocultos, y los céspedes suaves
    Encogerse al amago de la dura pezuña.

    Algo de otras edades, de una extraña grandeza,
    Sorprenderá a los cisnes blancos del siglo xx,
    Sonreirán las bocas de mármol de la fuente
    Al amor desusado de una fiera simpleza.

    Por mirar cómo escapan las mujeres rosadas,
    Las mujeres de piedra darán vuelta sus bustos,
    Y en la sombra discreta de los negros arbustos
    Habrá una fuga fina de blancas carcajadas.

    Pero es grave el contraste: bajo mis ojos cae
    Saliendo del boscaje, una cara pulida:
    Es de mi siglo: un joven; por la boca sin vida
    Pasa un cansancio lento que a lo real me trae.

    Hacia mí se encamina con un paso que ondula
    Su piel amarillenta le da una muerta gracia,
    Ojeras prematuras sellan su aristocracia;
    Pasa a mi lado, mira, me pesa y me calcula...

    Galantería fácil, frase de primavera,
    Irrumpe de su boca, tenue mancha lavada;
    Miro sus manos pulcras y su barba afeitada;
    Y se anima en sus ojos una llama ligera.

    ... Pero se aleja a paso reposado y tranquilo,
    Algún cisne lo mira sin sorpresa en el lago,
    sigue cantando el ave su canto fino y vago,
    La araña no ha cesado de tejer con su hilo.

    El sol, sobre su cuerpo, cobra la indiferencia
    De un filósofo triste que contemplara escombros;
    Cada vez más se alejan los rellenados hombros
    Y a su paso las cosas se cargan de paciencia.

    No han girado sus bustos las mujeres de piedra;
    Sigue el agua goteando con idéntico canto;
    En el bosque no hay risas ni carreras de espanto;
    Mana un negro silencio, y está quieta la hiedra...

    Allá lejos se pierde la figura del hombre;
    Recuerdo su mirada, turbia y domesticada.
    ¡Oh suspicaz, moderna y pequeña mirada,
    El corazón me llenas de una angustia sin nombre!


    DOLOR

    QUISIERA esta tarde divina de octubre
    Pasear por la orilla lejana del mar;

    Oue la arena de oro, y las aguas verdes,
    Y los cielos puros me vieran pasar.

    Ser alta, soberbia, perfecta, quisiera,
    Como una romana, para concordar

    Con las grandes olas, y las rocas muertas
    Y las anchas playas que ciñen el mar.

    Con el paso lento, y los ojos fríos
    Y la boca muda, dejarme llevar;

    Ver cómo se rompen las olas azules
    Contra los granitos y no parpadear

    Ver cómo las aves rapaces se comen
    Los peces pequeños y no despertar;

    Pensar que pudieran las frágiles barcas
    Hundirse en las aguas y no suspirar;

    Ver que se adelanta, la garganta al aire,
    El hombre más bello; no desear amar...

    Perder la mirada, distraídamente,
    Perderla, y que nunca la vuelva a encontrar;

    Y, figura erguida, entre cielo y playa,
    Sentirme el olvido perenne del mar.


    NATURALEZA MIA

    NATURALEZA mía, la que fuera
    Como pesada abeja en primavera,
    Ociosa y hecha para siestas de oro,
    Voraz, aletargable, mudadera.

    Bajo las tardes cálidas, dormida
    De amor, ya el nuevo amor te daba brida,
    Y tú arrastrabas un pesado cuerpo,
    Pesado por el zumo de la vida.

    ¿Qué hice de tí? Para enfrentar tus males
    Sobre tus formas apreté sayales,
    Y en flagelarte puse empeño tanto
    Que hoy filosofas junto a los rosales.

    Disminuida, atáxica, robada,
    En tu pura pureza violada,
    Miras te baten palmas los sensatos
    Con tu ya blanca y última mirada.


    MUNDO DE SIETE POZOS

    SE BALANCEA,
    arriba, sobre el cuello,
    el mundo de las siete puertas:
    la humana cabeza...

    Redonda, como dos planetas:
    arde en su centro
    el núcleo primero.
    Osea la corteza;
    sobre ella el limo dérmico
    sembrado
    del bosque espeso de la cabellera.

    Desde el núcleo
    en mareas
    absolutas y azules,
    asciende el agua de la mirada
    y abre las suaves puertas
    de los ojos como mares en la tierra.

    ... tan quietas
    esas mansas aguas de Dios
    que sobre ellas
    mariposas e insectos de oro
    se balancean.

    Y las otras dos puertas:
    las antenas acurrucadas
    en las catacumbas que inician las orejas;
    pozos de sonidos,
    caracoles de nácar donde resuena
    la palabra expresada
    y la no expresa:
    tubos colocados a derecha e izquierda
    para que el mar no calle nunca.
    y el ala mecánica de los mundos
    rumorosa sea.
    Y la montaña alzada
    sobre la línea ecuatorial de la cabeza:
    la nariz de batientes de cera
    por donde comienza
    a callarse el color de vida;
    las dos puertas
    por donde adelanta
    -flores, ramas y frutas-
    la serpentina olorosa de la primavera.

    Y el cráter de la boca
    de bordes ardidos
    y paredes calcinadas y resecas;
    el cráter que arroja
    el azufre de las palabras violentas,
    el humo denso que viene
    del corazón y su tormenta;
    la puerta
    en corales labrada suntuosos
    por donde engulle, la bestia,
    y el ángel canta y sonríe
    y el volcán humano desconcierta.

    Se balancea,
    arriba,
    sobre el cuello,
    el mundo de los siete pozos:
    la humana cabeza.

    Y se abren praderas rosadas
    en sus valles de seda:
    las mejillas musgosas,

    Y riela
    sobre la comba de la frente,
    desierto blanco,
    la luz lejana de una muerta...


    VOLUNTAD

    MARIPOSA ebria,
    la tarde,
    giraba sobre nuestras cabezas
    estrechando sus círculos
    de nubes blancas
    hacia el vértice áspero
    de tu boca
    que se abría frente al mar.

    Cielo y tierra
    morían
    en la música verde de las aguas
    que no conocían caminos.

    Retrocedía,
    ahuecada,
    la pared del horizonte
    e iban a echarse a danzar
    las rocas negras.

    Me desnivelaban ya
    los círculos de arriba
    empujándome hacia ti
    como hacia raíz lejana
    de la que brotara.

    Pero sólo la tarde
    bebió, lenta,
    la cicuta
    de tu boca.


    V O Z

    TE ATARE
    a los puños
    como una llama,
    dolor de servir
    a cosas estultas.
    Echaré a correr
    con los puños en alto
    por entre las casas
    de los hombres.

    Hemos dormido, todos,
    demasiado.

    Dormido
    a plena luz
    como las estrellas
    a pleno día.

    Dormido,
    con las lámparas
    a medio encender;
    enfriados
    en el ardimiento solar;
    contando el número
    de nuestros cabellos,
    viendo crecer
    nuestras veinte
    uñas.

    ¿Cuándo
    los jardines del cielo
    echarán raíces
    en la carne de los hombres,
    en la vida de los hombres,
    en la casa de los hombres?

    No hay que dormir,
    hasta entonces.
    Abiertos los párpados;
    separados con los dedos,
    si quieren ceder,
    hasta enrojecerlos
    por el cansancio,

    como los círculos
    lunares,
    cuando la tormenta
    quiere
    desmembrar
    el universo.


    CONTRA VOZ

    ENTIERRA la pluma
    antes de atarte a los puños
    como una llama
    el dolor de servir
    a cosas estultas.

    Por su punta,
    como por los canales
    que desagotan el río,
    tu agua se desparrama
    y muere en el llano.

    La palabra arrastra limos,
    pule piedras,
    y corta selvas imaginarias.

    Piden los hombres
    tu lengua,
    tu cuerpo,
    tu vida:
    Tírate a una hoguera,
    florece en la boca
    de un cañón.

    Una punta de cielo
    rozará
    la casa humana.


    L L A M A

    MI QUEJA abre la pulpa
    del corazón divino
    y su estremecimiento
    aterciopela
    el musgo de la tierra.

    Un ámbar agridulce
    destilado de las
    flores cerúleas
    cae a mojar
    mi labios sedientos.

    Ríos de sangre
    bajan de mis manos
    a salpicar el rostro
    de los hombres.
    Sobre la cruz del tiempo
    clavada estoy.

    El rumor lejano
    del mundo, ráfaga cálida,
    evapora el sudor
    de mi frente.
    Mis ojos, faros de angustia,
    trazan señales misteriosas
    en los mares desiertos.

    Y eterna,
    la llama de mi corazón
    sube en espirales
    a iluminar el horizonte.


    REGRESO EN SUEÑOS

    BOCA perdida en el vaivén del tiempo;
    detrás de los paisajes escondida;
    boca hacia atrás huyente en el espacio;
    boca muerta que fuiste boca viva:

    Torbellinos de rostros te apagaron,
    tú, que eras rosa ya palidecida;
    bloques de casas, cielos circulantes,
    telones fueron a velarte esquiva.

    Alguna vez la punta de la llama
    pintó en el aire la ligera estría
    de tu boca atersada a finos verbos:
    seda en la seda, flor más florecida.

    O levanté la mano para asirte
    en la nube traslúcida que lucía
    acuchillada del cuchillo mismo
    que parte en dos la ya palidecida.

    Y a veces, en el fondo de otra boca,
    flor de agua pura aún mas verdecida,
    hube de hallarte. Mas se abrió tu boca
    como la sal al viento en las salinas...

    Pero anoche, ¿de dónde regresaste?
    ¿De tumbas de agua? ¿De raíz nutrida
    en anchos bosques? ¿De trasmundos malva?
    ¿Qué cadenas de seres te fue guía?

    Cortaste los paisajes y los rostros,
    los circulantes cielos en huidas,
    bloques de casas, hojarasca de horas,
    y me hallaste no muerta, que dormida.

    Pájaro de aire, reposó la boca
    sobre la boca mía anochecida.
    Mas no era boca. A musgo, macerado
    en los soles de Dios, se parecía.


    F R A S E

    FUERA de ley, mi corazón
    A saltos va en su desazón.

    Ya muerde acá, sucumbe allí,
    Cazando allá, cazando aquí.

    Donde lo intento yo dejar
    Mi corazón no se ha de estar.

    Donde lo deba yo poner
    Mi corazón no ha de querer.

    Cuando le diga yo que sí,
    Dirá que no, contrario a mí.

    Bravo león, mi corazón
    Tiene apetitos, no razón.


    MAÑANA GRIS

    SE ABREN bocas grises
    en la plancha
    redonda del mar.

    Tragan nubes grises
    las bocas
    silenciosas del mar.

    Dormidos los peces,
    en el fondo,
    están.

    Colocados en nichos,
    el cuerpo frío horizontal
    duermen todos los peces
    del mar.

    Uno, bajo una aleta,
    tiene un pequeño
    sol invernal.

    Su luz difusa
    asciende
    y abre una aurora pálida
    en cada boca gris del mar.

    Pasa el buque
    y los peces
    no se pueden despertar.

    Gaviotas trazan signos de acero
    sobre la inmensidad.


    C A L L E

    UN CALLEJON abierto
    entre altos paredones grises.
    A cada momento
    la boca oscura de las puertas,
    los tubos de los zaguanes,
    trampas conductoras
    a las catacumbas humanas.
    ¿No hay un calosfrío
    en los zaguanes?
    ¿Un poco de terror
    en la blancura ascendente
    de una escalera?
    Paso con premura.
    Todo ojo que me mira
    me multiplica y dispersa.
    Un bosque de piernas,
    un torbellino de círculos
    rodantes,
    una nube de gritos y ruidos,
    me separan la cabeza del tronco,
    las manos de los brazos,
    el corazón del pecho,
    los pies del cuerpo,
    la voluntad de su engarce.
    Arriba;
    el cielo azul
    aquieta su agua transparente;
    Ciudades de oro
    lo navegan.


    PLAZA EN INVIERNO

    ARBOLES desnudos
    corren una carrera
    por el rectángulo de la plaza.
    En sus epilépticos esqueletos
    de volcadas sombrillas
    se asientan,
    en bandada compacta,
    los amarillos
    focos luminosos.

    Bancos inhospitalarios,
    húmedos
    expulsan de su borde
    a los emigrantes soñolientos.
    Oyendo fáciles arengas ciudadanas,
    un prócer,
    inmóvil sobre su columna
    se hiela en su bronce.


    E L H O M B R E

    NO SABE cómo: un día se aparece en el orbe,
    hecho ser; nace ciego; en la sombra revuelve
    los acerados ojos. Una mano lo envuelve.
    Llora. Lo engaña un pecho. Prende los labios. Sorbe.

    Más tarde su pupila la tiniebla deslíe
    y alcanza a ver dos ojos, una boca, una frente.
    Mira jugar los músculos de la cara a su frente
    y aunque quién es no sabe, copia, imita y sonríe.

    Da una larga corrida sobre la tierra luego.
    Instinto, sueño y alma trenza en lazos de fuego,
    los suelta a sus espaldas, a los vientos. Y canta.

    Kilómetros en alto la mirada le crece
    y ve el astro, se turba, se exalta, lo apetece:
    una Mano le corta la mano que levanta.


    P A S I O N

    UNOS besan las sienes, otros besan las manos,
    otros besan los ojos, otros besan la boca.
    Pero de aquél a éste la diferencia es poca.
    No son dioses, ¿qué quieres?, son apenas humanos.

    Pero, encontrar un día el espíritu sumo,
    la condición divina en el pecho de un fuerte,
    el hombre en cuya llama quisieras deshacerte
    ¡como al golpe de viento las columnas de humo!

    La mano que al posarse, grave, sobre tu espalda,
    haga noble tu pecho, generosa tu falda,
    y más hondos los surcos creadores de tus sesos.

    ¡Y la mirada grande, que mientras te ilumine
    te encienda al rojoblanco, y te arda, y te calcine
    hasta el seco ramaje de los pálidos huesos!


    U N A M I R A D A

    LA PERDI de mi vida; en vano en los plurales
    rostros, el fulgor busco de su fluído divino;
    no hay copias de sus ojos; tan sólo un hombre vino
    con ellas a la tierra; no hay pupilas iguales:

    Redondo el globo blanco, mundo que anda despacio;
    y la pupila aguda, cazadora y ceñida;
    y la cuenca de sombras por rayos recorrida.
    (Pretextos de que nazca la llama y logre espacio.)

    No más bellas que tantas otras bellas pupilas.
    Tantas. Si las prendieran en desusadas filas,
    como collar del mundo, serían su atavío.

    Pero lo que adoraba no es lo mejor: yo busco
    un modo de asomarse; el luminoso y fusco
    resplandor de dos únicos orbes: lo que era mío.


    A E R O S

    HE AQUI que te cacé por el pescuezo
    a la orilla del mar, mientras movías
    las flechas de tu aljaba para herirme
    y vi en el suelo tu floreal corona.

    Como a un muñeco destripé tu vientre
    y examiné sus ruedas engañosas
    y muy envuelta en sus poleas de oro
    hallé una trampa que decía: sexo.

    Sobre la playa, ya un guiñapo triste,
    te mostré al sol, buscón de tus hazañas,
    ante un corro asustado de sirenas.

    Iba subiendo por la cuesta albina
    tu madrina de engaños, Doña Luna,
    y te arrojé a la boca de las olas.


    RUEGO A PROMETEO

    AGRANDAME tu roca, Prometeo;
    entrégala al dentado de la muela
    que tritura los astros de la noche
    y hazme rodar en ella, encadenada.

    Vuelve a encender las furias vengadoras
    de Zeus y dame látigo de rayos
    contra la boca rota, mas guardando
    su ramo de verdad entre los dientes.

    Cubre el rostro de Zeus con las gorgonas;
    a sus perros azuza y los hocicos
    eriza en sus sombríos hipogeos:

    He aquí a mi cuerpo como un joven potro
    piafante y con la espuma reventada
    salpicando las barbas del Olimpo.


    E L H I J O

    SE INICIA y abre en tí, pero estás ciega
    para ampararlo y si camina ignoras
    por flores de mujer o espada de hombre,
    ni qué alma prende en él, ni cómo mira.

    Lo acunas balanceando, rama de aire,
    y se deshace en pétalos tu boca
    porque tu carne ya no es carne, es tibio
    plumón de llanto que sonríe y alza.

    Sombra en tu vientre apenas te estremece
    y sientes ya que morirás un día
    por aquél sin piedad que te deforma.

    Una frase brutal te corta el paso
    y aún rezas y no sabes si el que empuja
    te arrolla sierpe o ángel se despliega.



    SUGESTION DE UNA CUNA VACIA

    UN PAJARO de luna hasta la tierra
    la trajo. Inhabitada. Pero un nimbo...
    Y se veía alzar desde su fondo
    una ranilla humana al rosal abriendo.

    Con los párpados bajos del ocaso
    los barrotes doblaban sus rigores
    y se agitaba la ranilla rosa
    en cárcel presa ya y aún no nacida.

    A la luz de noche, franjas estelares
    le dibujaban triángulos y cruces
    de sombras y fulgor en nudo triste.

    Y se acunaba sola, dulcemente,
    como si arriba una celeste mano
    le diera viento mecedor de flores.


    E L S U E Ñ O

    MASCARA tibia de otra más helada
    sobre tu cara cae y si te borra
    naces para un paisaje de neblina
    en que tus muertos crecen, la flor corre.

    Allí el mito despliega sus arañas;
    y enflora la sospecha; y se deshace
    la cólera de ayer y el iris luce;
    y alguien que ya no es más besa tu boca;

    Que un no ser, que es un más ser, doblado,
    prendido estás aquí y estás ausente
    por praderas de magias y de olvido.

    ¿Qué alentador sagaz, tras el reposo,
    creó este renacer de la mañana
    que es juventud del día volvedora?


    A MADONA POESIA

    AQUI a tus pies lanzada, pecadora,
    contra tu tierra azul, mi cara oscura,
    tú, virgen entre ejércitos de palmas
    que no encanecen como los humanos.

    No me atrevo a mirar tus ojos puros
    ni a tocarte la mano milagrosa;
    miro hacia atrás y un río de lujurias
    me ladra contra tí, sin Culpa Alzada.

    Una pequeña rama verdecida
    en tu orla pongo con humilde intento
    de pecar menos, por tu fina gracia,

    ya que vivir cortada de tu sombra
    posible no me fue, que me cegaste
    cuando nacida con tus hierros bravos.


    VOY A DORMIR

    DIENTES de flores, cofia de rocío,
    manos de hierbas, tú, nodriza fina,
    tenme prestas las sábanas terrosas
    y el edredón de musgos escardados.

    Voy a dormir, nodriza mía, acuéstame.
    Ponme una lámpara a la cabecera;
    una constelación, la que te guste;
    todas son buenas: bájala un poquito.

    Déjame sola: oyes romper los brotes...
    te acuna un pie celeste desde arriba
    y un pájalo te traza unos compases

    para que olvides... Gracias. Ah, un encargo:
    si él llama nuevamente por teléfono
    le dices que no insista, que he salido...
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