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La historia de la controversia religiosa

Capítulo 18

La degradación de la mujer  

(Traducción del inglés por Ludisto Miranda)

 

La pretensión de las iglesias

La mujer antes de Cristo

Las mujeres griegas y romanas

El clero y la lucha moderna

 

La pretensión de las iglesias

Yo soy lo que llaman un feminista. Hace treinta años abandoné el monasterio y comencé una existencia humana sana. En dos o tres años me encontré defendiendo los derechos de las mujeres. Hace veinticinco años, estaba sentado en el vestíbulo del Parlamento Británico con dos de las más viejas luchadoras por la mujer, esperando el resultado de la Proposición de Ley del Sufragio. La causa no era entonces respetable, y yo fui el único escritor que se asoció con ella. Ahora tiene la bendición de la Iglesia; y mis servicios no se necesitan ni se mencionan. Ha tenido éxito. Hace solo unas pocas semanas, asistí a una gran reunión de mujeres en el parque central de Londres. Había cien oradores, y la mitad de ellos introdujeron a Jesús y la Biblia. Insignias eclesiásticas brillaban en la plataforma. Bellos curas arrancaban ondas de risa y de lágrimas sentimentales. Y yo permanecía, ignorado, por las márgenes de las grandes muchedumbres, y sonreía --más bien cínicamente.

Algunos de nosotros pueden recordar la lucha de cuarenta años, cuarenta años de lucha por los derechos elementales de las mujeres. ¿Por qué tenía que iniciarse esa batalla al final del siglo diecinueve y comienzo del veinte? ¿Sería que la época de Voltaire causó algún empeoramiento en la posición de las mujeres? ¿Serían estas injusticias que combatíamos un producto de nuestra "edad materialística"? ¿Cuál es el simple significado del hecho de que durante mil ochocientos cincuenta años de la Era de la Redención no había habido ninguna lucha, y que la lucha comenzara y se llevara a triunfal conclusión en la Era del Escepticismo? Por lo menos ese hecho no se disputa; y nadie de más de veinte años de edad lo desconoce.

Y no obstante, el clero y los escritores religiosos, pueden, sin que nadie les llame la atención, decir a las mujeres de todo el mundo que el cristianismo ha sido el mejor amigo que jamás han tenido. ¿El sufragio? Eso es un asunto político, dicen ellos; un detalle en una evolución política necesariamente lenta. Pocos hombres tenían sufragio en Europa hace un siglo. Ninguno lo tenía pocos siglos antes (no se les ocurre a ellos ni a las mujeres preguntarse por qué nadie tenía derecho al voto). El sentimiento político de la época estaba a favor de la despótica monarquía. No se consultó la religión. Y así sucesivamente.

Los clérigos son pobres sociólogos. Uno tiene que recordarles que no es solamente cuestión de sufragio. Permítaseme exponer la situación en las palabras de una de las más distinguidas mujeres americanas, Elizabeth Cady Stanton. Está describiendo ella las injusticias hacia la mujer en lo que era entonces, en 1850, la ciudad más culta de los Estados Unidos, Boston:

"La mujer no podía tener propiedad alguna, ni ganada ni heredada. Si era soltera, tenía que ponerla en manos de un apoderado, a cuya voluntad ella estaba sometida. Si contemplaba matrimonio y deseaba anular el poder, tenía que hacer un contrato con su prometido donde renunciaba a todo título o derecho sobre la misma. Una mujer, casada o soltera, no podía ocupar un puesto de confianza o de autoridad. No era una persona. No se le reconocía como ciudadana. No era un factor en la familia humana. No era una unidad, sino un cero, en la cuenta de la civilización... El estado de la mujer casada era poco mejor que el de una empleada doméstica. Bajo la ley de Derechos consuetudinarios [comunes] de Inglaterra (en vigor en Boston), su esposo era el amo y señor. Él era el solo custodio de su persona y de los hijos menores de ella.  Podía castigarla "con un palo que no fuese más grueso que su dedo pulgar," y ella  no tenía derecho a quejarse contra él. ... La Ley Consuetudinaria del Estado mantenía que hombre y mujer eran una persona, pero la persona era el esposo. Podía a voluntad privarla de toda o parte de su propiedad, y también de lo que hubiese pertenecido a ella antes del matrimonio. Él era dueño de todo su inmueble y todas sus ganancias. La esposa no podía hacer un contrato, ni un testamento, ni disponer de los intereses de sus inmuebles sin consentimiento del esposo. ...No era dueña ni de un trapo de su ropa. No tenía derechos personales, y difícilmente podía llamarse dueña de su alma.  Su esposo podía robarle los hijos, robarle las ropas, negar el sustento a la familia; ella no tenía recurso legal. Si una esposa ganaba dinero con su trabajo, el esposo podía reclamar su salario como parte de los réditos " (Historia del Sufragio Femenino," Vol. III, p. 290).

La dama acomodada que ahora escucha las melifluas pretensiones desde su púlpito episcopal o metodista debería saber esas cosas. Dejémosla que se ponga mentalmente en la posición de su abuela. ¡Qué degradación!, exclamará.

Esa degradación fue causada a la mujer por el cristianismo. El cristianismo encontró a la mujer libre y respetada, y la degradó a la posición descrita por la Sra. Stanton; y la degradación fue levantada de ella debido principalmente al trabajo de "infieles," en esta época que a usted le parece tan materialista y tan amenazadora para la mujer.

¿Entonces cuál es la pretensión de la cristiandad? ¿En qué clase de evidencia se apoya? Las pretensiones retóricas no se apoyan, por lo regular, en evidencia. La evidencia es "fría." Los hechos aburren, son a veces desagradables. Lo que nos encanta es la fraseología sonora rendida con alegre dogmatismo o con original brusquedad, o suavizada con tierno toque sentimental que ha exigido muchas horas de ensayo para parecer natural y espontáneo. Los que nos encanta es la vaga insinuación de horrores en el pagano pasado o en el pagano futuro que la delicadeza religiosa nos prohíbe mencionar más explícitamente. Un sermón no es una mera disertación. No vamos a la iglesia para aprender, sino para elevarnos.

Hace algunos años me invitaron a escribir un libro ("La Biblia en Europa" sobre la cuestión de la contribución exacta de la religión cristiana a la civilización del mundo. La Reina Victoria, persona no instruida, aunque no tan estúpida como la mayoría de los miembros de la familia real británica, había dicho que la Biblia era la fuente de la grandeza de Inglaterra, y esta autorizada aseveración todavía reverbera desde los púlpitos. Como yo no tengo deseos de malgastar mi tiempo ni el de mis lectores, pedí a un amigo que preguntara a un pariente suyo que es clérigo erudito, qué es lo que la Iglesia asegura realmente haber hecho.

Pero mi amigo imprudentemente dijo que la información era para mí, y la respuesta fue muy reticente. Ellos, al parecer, no pretenden haber creado la civilización. Hay contribuciones específicas -- hay el sentimiento general de la caridad y la justicia, hay el refinamiento de la moral ... en breve, me refirieron a ciertas obras cristianas clásicas, y las leí. Se recomendó en particular al Dr. Fairbairn, y de él aprendí que el cristianismo había colocado una aureola sobre la mujer, "nos enseñó reverencia por la mujer." Otros afirmaron que el pagano consideraba a la mujer meramente como un "instrumento de su lujuria," y el cristianismo cambió todo eso. Otros se sentían seguros de que la apoteosis de María tuvo que haber elevado a toda la feminidad. Otros, un poco atrasados de noticias, se aventuraron a citar la heroica virtud de Inés, Catalina, Cecilia, y todos los otros mitos muertos.

En breve, ningún escritor religioso, al hablar del cambio o la mejoría que el Cristianismo alega haber logrado, aclara con exactitud la posición de la mujer antes del 400 A.D. (cuando se condujo el mundo a la Iglesia) y la posición de la mujer, digamos, en 800 A.D. Dudo que haya escritor religioso que pueda hacerlo.

La mujer antes de Cristo

Un predicador empieza por hablar abusivamente de los romanos paganos, y cuando usted les prueba su grandeza, señala que Jesús ya estaba en el mundo y de alguna forma sutil, por algunos medios imperceptibles ... Pero ni el más ingenioso apologista cristiano trataría de probar que la posición de la mujer en antiguo Egipto, Babilonia o Creta fue iluminada por la luz ni elevada por la fuerza espiritual, de un evangelio que no existía todavía. ¿No era harto sabido que estas naciones estaban en la obscuridad y a la sombra de la muerte?

Pero, dice el predicador, cortésmente, no se le olvide que ya había un presagio de cristianismo en el mundo. Se había comunicado ya una revelación parcial a los hebreos. Y los hebreos entraron en contacto con los babilonios, y con sus ideales superiores pueden haber moderado la incivilidad de la conducta del pagano. Cosas así dicen, realmente, en las iglesias.

En el año 586 a.d.C, el Rey Nabucodonosor de Babilonia destruyó a Jerusalén y se llevó a los judíos de mejor clase para la gran ciudad en el Eufrates. Imaginémonos a la doncella de ojos negros Rebeca, o a la corpulenta matrona Susana parpadeando bajo la luz de la deslumbrante metrópolis y entonces indagando cuál era la posición de la mujer.

La posición de la mujer en Judea la sabemos bien. Está aclarada sin titubeos en Levítico XII 1-5. Este libro todavía no había sido falsificado en 586, es verdad, pero expone claramente una vieja ley:

Y el Señor habló a Moisés, diciéndole: Habla a los hijos de Israel, diciéndoles; si una mujer ha concebido y dado a luz un niño varón, ella será inmunda durante siete días; según los días de la separación por su recuperación ella será inmunda. Y el octavo día la carne de su prepucio será circuncidada. Y ella continuará en la sangre de su purificación 33 días; no tocará nada sagrado, ni entrará en el santuario, hasta completar los días de su purificación. Pero si ella da a luz una hembra, ella será inmunda dos semanas, como en su separación; y continuará en la sangre de su purificación 66 días.

¡Es irónico describir este trozo de primitivo barbarismo supersticioso tribal como una revelación especial del Altísimo! Expresa solamente la situación de la mujer en este "presagio del cristianismo."

La mujer era una criatura inferior. Nunca pudo tener un amante ni escoger un esposo. Sus padres la entregaban a un joven, quien se tornaba en su muy despótico amo y señor. Era "inmunda" unas diez veces en veinte años, como regla general, sin hablar siquiera de períodos más cortos. No tenía propiedades ni personalidad. Su esposo podía divorciarse de ella cuando quisiera; ella no podía divorciarse de él cuando quisiera. Su esposo podía tomar una segunda esposa o concubina, o tener comercio con prostitutas. Rebeca tenía que disfrazarse de prostituta si quería un cambio (Génesis XXXVIII, 14). Y cuando hubo cumplido con toda la Ley, le llovieron los peores aforismos (Proverbios, Eclesiásticos, etc.) sobre su maldad y "odiosidad."

Las mujeres eran tan libres y respetadas en Babilonia en 586 AC como son en Boston hoy. El descifrado de la literatura de la antigua Babilonia ha desacreditado completamente esas pintorescas ideas del vicio de la gran ciudad, que todavía se usan como parches de profanidad en los sermones. Los babilonios estaban tan lejos de disfrutar de extraordinario libertinaje sexual, que se castigaba el adulterio con la muerte. Esperamos que en la práctica no hayan sido tan salvajes como en la ley. Y no había una ley para el hombre y otra ley para la mujer (como en la cristiandad). A los dos los amarraban y echaban en el Eufrates. El castigo de un hombre por violación era ser quemado vivo. Madre e hijo eran quemados vivos por incesto. Un hombre era ahogado por tener relación sexual con su nuera. Una sacerdotisa jubilada era quemada viva si entraba en una taberna a tomar un trago. Ninguna mujer estaba obligada a prostituirse en el templo, y probablemente ni había esa clase de templos en Babilonia. Los contratos matrimoniales, de los cuales disponemos en gran número, comúnmente garantizan que la novia es virgen.

En otras palabras, si volviésemos mañana a la "moral de la antigua Babilonia," como los predicadores anuncian sombríamente que volveremos si les suspenden el sueldo, la mujer se vería protegida de la "lujuria" masculina por una serie de drásticas medidas jamás conocidas en sección alguna de la cristiandad. Así es la imbecilidad de esas lúgubres profecías sobre el futuro de la raza. Cuando por fin la verdad, ya conocida por los eruditos durante decenios, se abra paso por las espesas tinieblas del mundo religioso, veremos a las Matronas Cristianas de América exigiendo el regreso a la moral pagana, y a los malvados del país (secretamente subvencionados por el clero), resistiendo violentamente tal proposición.

El comienzo de la civilización ocurrió en diversas fechas entre 3000 y 4000 a.de C., según las diversas autoridades. Esto significa que el período durante el cual Egipto y Babilonia fueron los principales representativos de la civilización  es mucho más largo que toda la historia posterior; y durante todo ese tiempo la mujer era libre, independiente, y la igual del hombre. "Era tratada con justicia y respeto."

Mirando retrospectivamente, a la luz de lo que he dejado dicho, a esa evolución, y adoptando la posición de la mujer como una prueba de civilización, debemos dividir el todo en dos eras, la era de luz y justicia y la era de obscuridad e injusticia; y es una verdad histórica elemental que la era de luz es el período antes de Cristo, y que la de obscuridad es el tiempo que con orgullo llamamos la Era Cristiana.

Es una verdad histórica elemental e indiscutida que la recuperación de la mujer, la eliminación de las injusticias hacia ella, no comenzó hasta que el dominio del mundo por el cristianismo había sido sacudido profundamente y reducido; logró progresos en la proporción en que las Iglesias se debilitaron; no recibió asistencia alguna del cristianismo; y alcanzó el triunfo solamente cuando la mayoría de los hombres de las ciudades del mundo hubieron de  descartar su alianza con el cristianismo.

Las mujeres griegas y romanas

Permítasenos decir inmediatamente que en las civilizaciones griega y romana la mujer no tenía la posición de igualdad y libertad que había tenido en Egipto, Mesopotamia, y, al parecer, Creta. Diferentes subespecies de la familia humana han adoptado actitudes diferentes hacia la mujer. En la raza semítica, a la cual pertenecían los hebreos, se desarrolló una actitud estricta y dominante, mientras que entre los egipcios y los mesopotamios la mujer parece haber sido tratada desde un principio como un miembro normal de la comunidad; no porque fuese la madre, sino porque su personalidad se reconocía tan justicieramente como la del hombre.

En la familia indo-persa-europea, la actitud era totalmente distinta en las distintas ramas. La esclavitud de la mujer hindú en tiempos recientes no es quizás lo que fue su situación original; pero debe haber habido desde el principio una actitud dominadora hacia las mujeres. En la rama teutónica, por el contrario, la mujer era altamente respetada. Los griegos y romanos se encontraban entre ambos extremos. Entre los primeros romanos, especialmente, el hombre tenía un poder muy despótico sobre la mujer, aunque no abusaba de él, como se abusa entre los hebreos o los hindúes, y pronto desapareció.

Cuando la luz plena de la historia cae sobre la comunidad griega, encontramos a la mujer en una posición ciertamente en desacuerdo con las normas modernas. En la casa se reservaba un espacio especial aislado para las mujeres, y mientras que sus salidas de la casa eran restringidas, los hombres tenían absoluta libertad. Atenas y la mayoría de las ciudades-estados eran democracias, pero la mujer no desempeñaba ningún papel en la vida política. Su lugar era el hogar.

Las niñas, es cierto, llevaban una vida de comparativa libertad, y, uno puede creer que ellas dirían, de felicidad. Tenían excelente adiestramiento atlético, en la música, juegos, y baile elegante. La vieja idea de que la mujer era propiedad de un hombre, que debía preservarse cuidadosamente de toda corrupción o profanación que rebajaría su valor, persistía; pero no existía señal de desprecio, ninguna insinuación, como en Judea, de que era inmunda y útil solamente para criar hombres. Era la compañera del hombre; pero se entendía que no le atañían ni la política ni la guerra. Estaba excluida de la vida pública.

Muy temprano en la vida griega, sin embargo, comenzó un movimiento para la eliminación de todas las injusticias y obstáculos que se le interponían. La "Medea" del gran poeta trágico Eurípides es una de las más acerbas denuncias de la situación de la mujer jamás dadas al mundo. Su exageración es tan grande, y no obstante tan sincera y profundamente sentida, que ninguna mujer genial podría haber presentado una queja más formidable. También los griegos ya tenían la poesía de Safo. Durante tres mil o cuatro mil años la mujer había sido libre y respetada en Creta, Egipto y Mesopotamia. Entonces, por unos cuantos siglos, la encontramos en Grecia, no degradada ni explotada vilmente, porque casi todos los grandes escritores griegos la tratan con respeto, ciertamente en una posición de dependencia e inferioridad. Pero en el mismo amanecer de la Edad de Oro de Atenas, comienza un movimiento hacia su emancipación, que recibe el apoyo de todos los mejores elementos de la vida griega.

 Lamentablemente, Atenas fue arruinada antes de que ese movimiento alcanzase el éxito. No obstante, sus ideales continuaron. El principal escritor griego de alrededor del tiempo de Cristo, Plutarco, mantenía que la mujer era mental y moralmente igual al hombre, y debería recibir, como Platón había dicho, la misma educación. Se oponía a que la ley moral se interpretase más liberalmente en el caso de un hombre que en el de una mujer. Y la última ojeada que echamos a la historia de la cultura griega, antes de que se perdiese totalmente en un mundo cristianizado y barbarizado, es el cuadro de la filósofa Hipatía tomando parte principal en la vida de la gran ciudad de Alejandría, y elevándose por su cultura y personalidad muy por arriba de todos sus contemporáneos.

El asesinato de Hipatía por una turbamulta cristiana es una apropiada alegoría del asesinato de la nueva esperanza de la mujer por la nueva religión. Esto puede parecer un duro dictamen, pero los hechos históricos deben dar a la mujer cristiana moderna motivo de reflexión. Un movimiento en pro de la emancipación de la mujer de injusticias mucho más ligeras que las de hace un siglo, comenzó en Grecia hace cerca de dos mil trescientos años. Ganó fuerzas y fue respaldado por los más influyentes escritores griegos. Pero desapareció totalmente cuando el cristianismo se volvió la religión de Europa, y no reapareció hasta que el escepticismo acerca del cristianismo se extendió por el mundo civilizado.

Es corriente en la literatura religiosa dividir la historia romana en dos partes: una primera parte, hasta un siglo o dos antes del nacimiento de Cristo, en que la mujer era virtualmente una esclava, y una parte posterior en que era libre, pero muy malvada.

Esta generalización es tan falsa como la mayoría de las otras aseveraciones "históricas" en que se basan los supuestos servicios de la nueva religión a la raza humana. Las mujeres de la República romana (en sus primeros siglos) era sin duda muy casta y virtuosa. Los nombres de algunas de ellas podrían contarse entre los nombres de santos cristianos. Pero al igual que la castidad del santo es una especie de inversión comercial, el precio de una recompensa colosal en el cielo, así la virtud de las tempranas doncellas o matronas romanas puede ser atribuida al temor al látigo o el cuchillo. Las mujeres eran propiedad del hombre. Estaban clasificadas junto a los niños. La ley no penetraba en el hogar de un romano. Tenía poder de vida o muerte sobre su esposa, sus hijos y sus esclavos. No es de extrañar que la esposa y las hijas fuesen tan "virtuosas."

No obstante, hasta ahí las mujeres eran tratadas mejor que en Judea. ¡Uno de los historiadores romanos, Valerio Máximo, hace la casi increíble afirmación de que no hubo un divorcio en la República romana durante quinientos veinte años después de su fundación! La civilización judía --la real civilización de los hebreos, no la de la leyenda-- era prácticamente contemporánea de la romana, y la reseña de la experiencia de la mujer en los dos sería un documento instructivo. Las mujeres romanas no estaban confinadas a secciones especiales de la casa, no se les prohibía salir a cenar o al teatro, y no tenían lugares separados en el templo. Eran tratadas con el mayor respeto en su ciudad lo mismo que fuera de ella.

Además, la tiranía de las viejas costumbres romanas cesó mucho antes del tiempo de Cristo. Grecia había estado civilizada solamente unos pocos siglos --no quince como la Europa cristiana cuando comenzó su movimiento por la emancipación de la mujer. Roma, igualmente, había estado civilizada solamente tres o cuatro siglos cuando sus mujeres comenzaron un formidable movimiento para su emancipación y aceptación en la vida política.

En el siglo segundo antes de Cristo, escenas curiosamente similares a las modernas luchas por el sufragio fueron presenciadas en Roma.  Multitudes de mujeres obstruían el camino al reaccionario senador y exigían en voz alta sus derechos. Y puedo añadir que se cuenta que su mayor oponente, Catón el Viejo, personificación de la vieja disciplina romana, dijo: "El hombre que golpea a su esposa o a sus hijos pone impía mano sobre lo más santo y más sagrado que hay en el mundo."

Los sabios cristianos que alegan que por lo menos la nueva religión enseñó a los hombres "reverencia"

hacia la mujer desconocen los hechos casi totalmente. Se guían solamente por la retórica usual sobre los vicios de los paganos y las virtudes de los cristianos.

Tal retórica se basa totalmente en las más escandalosas citas de casos particulares. Hasta los mejores escritores cristianos nos ruborizan con los crímenes de Nerón o de Heliogábalo, y nunca mencionan que durante tres cuartos de [la duración del] imperio los gobernantes fueron buenos. Dicen cosas negras e imprecisas acerca de los vicios de Messalina y de Faustina (que son groseras exageraciones), y nunca dicen que hubo diez emperatrices buenas por cada mala. Citan las palabras de San Jerónimo acerca de la virtud de su veintena de discípulos, y rutinariamente hacen caso omiso de su declaración, en las mismas cartas, de que el mundo cristiano era generalmente viciado y corrupto.

No había tal contraste general entre el vicio pagano y la virtud cristiana; y la noción de que con la adopción del cristianismo el mundo pasó de una era de vicio a una de virtud, de una época en que la mujer era el juguete de "brutales lujurias" a una en que era respetada por sus virtudes cristianas, es una de las más fantásticas e injustificables creencias que el fanatismo ha suscitado jamás.

El clero y la lucha moderna

Después de aproximadamente el año 500 "la vida humana fue puesta en suspenso por un millar de años," dice un brillante escritor francés. Algo parecido será ciertamente el veredicto unánime de los historiadores cuando los eruditos se hayan despojado de la última traza de sumisión al clero. En el presente, algunos tienen la afectación de mostrar que la Edad Media no fue exactamente tan mala como los más viejos historiadores decían. Es un error, al parecer, llamar a la Edad Media "la Edad del Obscurantismo," ¡porque si uno mira diligentemente encuentra una lámpara aquí o allá!

En cuanto al asunto que nos ocupa, la degradación de la mujer, no hay nadie tan tonto como para tratar de defender a la Iglesia. Para el año 300 a.de C., la mujer gozaba de libertad y respeto. Había disfrutado de esa posición durante casi todos los cuatro mil años de civilización. Después del año 500 de nuestra era, --concediendo dos siglos para la aplicación de los principios de la nueva religión-- la mujer descendió a un estado de degradación que no tiene paralelo en la historia de ninguna nación pagana. Durante más de mil años, durante los cuales el cristianismo dominaba absolutamente todos los aspectos de la vida humana, ella continuó en ese estado de degradación. Es muy grande la explicación que se necesita si usted está renuente a admitir el hecho obvio: el cristianismo degradó a la mujer.

Y aquí no hay lugar para la familiar excusa de que no fue el cristianismo, sino los hombres que lo practicaban, lo que dañó a la mujer. Fue clara y llanamente la doctrina. Fue el morboso puritanismo acerca del amor y las leyendas del Génesis. Los hombres que más acerbamente relegaron a la mujer a una posición de inferioridad fueron los hombres que la Iglesia consideraba sus héroes religiosos y oráculos. El impecablemente ataviado predicador moderno en una "Capilla de la Quinta Avenida" difícilmente se atrevería a decir que sabe más de cristianismo que lo que sabían San Gregorio, San Agustín, San Gerónimo o San Bernardo.

Ni hay lugar tampoco para la argucia familiar de que el mundo necesitó mucho tiempo para percatarse de las verdaderas implicaciones del espíritu cristiano. El cristianismo moderno, dondequiera que alega eso, no ha encontrado ningún nuevo significado en las palabras de Jesús, sino que ha repudiado sus enseñanzas. La doctrina medieval y católica del monasticismo es una deducción perfectamente lógica de las enseñanzas de Cristo. Jerónimo y Atanasio y todos los verdaderos monjes y monjas hicieron exactamente lo que Cristo aconsejó. En este respecto, el Fundamentalista es un Modernista. Rechaza secciones completas de las enseñanzas de Jesús y de Pablo con tanto aplomo como la predicción del fin del mundo. La enseñanza cristiana --las enseñanzas de Jesús y de Pablo-- hacían entender que la mujer era inferior, que su debilidad moral entregó a la raza al demonio, y nos hizo perder el paraíso, y que sus más dulces encantos son carnada puesta en los anzuelos del diablo.

La emancipación de la mujer era imposible mientras la gente creyera realmente las enseñanzas de Jesús y de Pablo. Un predicador muy conocido me mostró una vez, con cierto orgullo, un sermón suyo sobre la cuestión de la mujer. El texto era uno de los consagrados trozos de rudeza hacia la mujer, y el sermón entonces comenzaba: "Ahí es donde Pablo y yo diferimos." Precisamente.

La verdadera historia de la recuperación por la mujer de la posición que había ocupado durante el paganismo puede decirse en pocas líneas, y es realmente más significativa e instructiva cuando así se cuenta. Desde el siglo quinto hasta el quince, desde la muerte de Hipatía hasta por lo menos la época de Petrarca, nadie tenía una sola buena palabra que decir de la mujer. Ni un erudito en la cristiandad, ni un sacerdote ni escritor se inspiró para componer una sílaba de protesta contra la vergonzosa injusticia del sistema. Fueron los hombres de letras del Renacimiento los que comenzaron a elevar a la mujer --la mujer de su clase-- a una posición de igualdad; y el Renacimiento fue, notoriamente, el renacer del paganismo y el escepticismo.

Entonces vino la Reforma y lo que los católicos llaman jocosamente "el Renacimiento Cristiano," o un intento anémico de reformar la moral de Roma bajo el látigo del Protestantismo. Europa volvió a mostrarse intensamente interesada en religión. Muchos millones de personas se cortaban el gaznate unas a otras en nombre de la religión. La civilización de Europa retrocedió cien años bajo el celo religioso. Y el intento de emancipar a la mujer fue aplastado inmediatamente.

Las opiniones de los escritores feministas acerca del efecto de la Reforma varían notablemente. De seis que tengo a la vista, la Sra. Stanton considera la Reforma "uno de los pasos más importantes," y la Sra. Gage piensa que el prejuicio anticristiano contra la mujer "tomó nuevas fuerzas después de surgir Melanchton, Huss y Lutero." Lecky cree que ... los reformadores prestaron un gran servicio, y el Profesor Karl Pearson encuentra que ellos causaron un aumento visible de la prostitución --que es imposible en la opinión de cualquiera que conozca el Medievo cristiano-- y obscureció el porvenir de la mujer.

La mayoría de estos escritores discuten desde un punto de vista teórico. Lutero dio un golpe fuerte y astuto a la glorificación católica de la virginidad, y toda la hipocresía causada por ella -- pero también dijo cosas como: "Ningún vestido le sienta tan mal a la mujer como el deseo de ser sabia." Decir que privó a las mujeres (¿a cuántas?) de oportunidades al suspender los monasterios, es una insensatez; pero cierto es que no les dio otras oportunidades. Las tres "kas" (Kirche, Kuche, Kinder, "iglesia, cocina, niños") fueron adoptadas como ideal de la mujer alemana.

La Reforma no hizo nada por la mujer en el continente Europeo. En Inglaterra, en la época isabelina, las mujeres educadas (una minoría diminuta) tenían más libertad socialmente, aunque perdieron el último derecho que tenían a la vida pública.  Pero su nueva libertad se debía claramente al hecho de que en Inglaterra la Reforma y el Renacimiento ocurrieron juntos. Los Reformistas, por medio de un estatuto de Enrique VIII, prohibieron a "las mujeres y otros de baja condición" leer la Biblia. Los Humanistas las invitaban a leerla.

Los hechos históricos son suficientemente claros. El Protestantismo, de tipo puro o Puritánico, eran tan mortífero para la mujer como el Catolicismo. ¿Que ganó ella de los Puritanos de Inglaterra o de Nueva Inglaterra? ¿De los calvinistas de Suiza? ¿De los luteranos de Alemania y de la Península Escandinava? Nada en absoluto. Los sacerdotes protestantes eran tan ciegos a la injusticia del sistema como eran los sacerdotes católicos. El servicio del Protestantismo era indirecto, y quiero destacar que en este sentido fue poderoso. Destruyó la tiranía de Roma [ahora el Vaticano] y no pudo establecer una tiranía propia duradera. Pero usando una frase de Emerson con otra conexión, si Lutero hubiese previsto la revuelta de las mujeres, se hubiese cortado la mano derecha antes que clavar su tesis en la puerta de la catedral.

Esto es la verdad escueta acerca de la redención de la mujer de todas las injusticias que el Cristianismo aportó a ella. Ni un solo clérigo cristiano en el mundo entero levantó un dedo en su ayuda hasta que fueron tantos los éxitos que alcanzaba el movimiento, que el clero para salvar las apariencias tuvo que adherirse a él. Ningún volumen de retórica de púlpito, ninguno de esforzada apología de escritores feministas cristianos, puede disminuir el significado de ese hecho. Y a él debe usted añadir otro de igual importancia: por lo menos uno de cada cinco de los hombres y mujeres que comenzaron la revuelta contra la injusticia y la llevaron hasta el punto de invencibilidad no eran cristianos.

Tome el movimiento en América. Tres de sus más grandes dirigentes, Sra. Cady Stanton, Sra. Gage, Señorita Susan B. Anthony, lo han descrito minuciosa y conscientemente en su monumental "Historia del Sufragio Femenino." Empezó en 1820, cuando Frances Wright, deísta,  discípula del agnóstico británico Robert Owen, invadió los Estados Unidos. Se le unieron la brillante Ernestina L. Rose, judía polaca que había rechazado toda clase de teología, Lucrecia Mott, cuáquera cuyas opiniones eran consideradas "herejía" hasta en la Sociedad de Amigos; Abby Kelly, otro Racionalista cuáquero, y las hermanas Grimke, también cuáqueras. He mostrado en mi "Diccionario Biográfico de Racionalistas Distinguidos" que la Sra. Cady Stanton, la Sra. Gage, y la Srta. Anthony, que encabezó la lucha en la generación siguiente, eran todos Agnósticos. Y por cincuenta años, como esta detallada historia muestra, el clero de América consistía en los más mortales enemigos del movimiento, basando su oposición en la Biblia.

Tuve que sonreír cuando, en 1917, me invitaron a hablar en pro del movimiento en Nueva York. Entonces era respetable. Veintenas de clérigos estaban allí. Pocas mujeres del movimiento habían oído hablar jamás de Fanny Wright, o de Abby Kelly o de Ernestina Rose y las otras espléndidas pioneras. Nadie sabía del tiempo cuando las cartas pastorales circulaban entre el clero americano llamándoles la atención hacia "los peligros que en este momento parecen amenazar el carácter femenino de extenso y permanente daño." Eso había todo concluido. Los predicadores ahora estaban asegurándoles que el cristianismo era el mejor amigo, ¡el único amigo que las mujeres habían tenido jamás!

Era igual en todas partes. En Inglaterra las pioneras fueron Mary Wollstonecraft, Fanny Wright, George Eliot, Harriet Martineau --todos racionalistas- apoyados por Godwin, Robert Owen, Jeremy Bentham, G.J. Holyoake, y J.S. Mill --todos Agnósticos o ateos. En Alemania la labor fue realizada por Max Stirner, Karl Marx, Buchner, Engels, Bebel, y Liebknecht --todos ateos. En Francia fueron Sieyes y Condorcet --ateos-- los primeros en apelar por la emancipación de la mujer, y George Sand, Michelet, Saint-Simon, y Fourier --todos acérrimos herejes-- los que reanudaron la lucha en el siglo diecinueve. En Escandinavia, Ibsen y Bjornson y Ellen Key --todos racionalistas-- encabezaron la protesta.

Que las mujeres del mundo lean esta asombrosa historia una vez más, con los ojos abiertos. Hora llegará en que las mujeres de América --y quizás sea esta generación que está ahora en la escuela superior-- deseche para siempre la imagen de Cristo, queme a Pablo en efigie y alce un monumento magnífico a Voltaire.

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