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La historia de la controversia religiosa

Capítulo 19

El cristianismo y la esclavitud  

(Traducción del inglés por Ludisto Miranda)

 

El paganismo y la esclavitud

El evangelio y el esclavo

Las iglesias y los obreros

[Todo lo que aparezca entre paréntesis rectangulares es aclaración del traductor]

 

El paganismo y la esclavitud

Alrededor del año 100 de nuestra era, se pronunciaron dos notables conferencias en Roma. La parte central de Roma era un espacio abierto muy amplio, el Foro, abarrotado de estatuas y obras de arte, flanqueado de bellos templos de mármol y salones públicos. En esos salones se pronunciaban conferencias, igual que se hace hoy en Nueva York y en Chicago; y como los romanos disponían de taquigrafía tan bien como nosotros, muchas de sus conferencias han llegado hasta nosotros.

El orador a quien ahora me referiré es el elocuente estoico griego Dion (Juan) Crisóstomo, o "Dion el de la Boca de Oro." No era un demagogo. A veces se le veía conduciendo por Roma con el gran emperador Trajano, de quien era íntimo amigo. Era el ídolo del sector pensante de la nobleza romana. Y durante los días --el asunto era demasiado extenso para un día-- Dion había anunciado que el tema sería "Esclavitud," asunto delicado, puede uno imaginarse, si la Roma pagana era la ciudad esclavista que comúnmente se supone haber sido, a menos que el aristocrático orador estuviese tratando de justificar esa institución para beneficio de su aristocrática audiencia, cada uno de cuyos miembros era dueño de muchos esclavos.

Pero Crisóstomo, como leemos en sus extensas conferencias, denunciaba la esclavitud por injusta. Por aquel mismo tiempo había en Roma un poeta muy demócrata llamado Juvenal que estaba poniendo en encendidos versos, o en sátiras, ciertas declaraciones sobre la brutalidad de los aristócratas romanos hacia sus esclavos. Todo escritor religioso del mundo conoce esas "Sátiras" de Juvenal, aunque toda autoridad clásica del mundo advertirá a usted que no tome sus declaraciones en serio. Pero ningún escritor religioso de hoy parece haber oído jamás sobre Juan Crisóstomo y su denuncia de la esclavitud.

Es muy formal, explícita y extensa. Llena dos conferencias. Ahí tiene una condena expresa y honrada de la esclavitud por un conocido amigo del emperador, en las circunstancias más públicas y eficaces, en un tiempo en que los cristianos eran un mero puñado de obscuros seres que mascullaban una liturgia en griego y discutían si el fin del mundo estaba próximo.

Es lo contrario de la verdad decir que el cristianismo abolió la esclavitud y dio educación al mundo; y digo esto a sabiendas de que H.G. Wells se ha mostrado de acuerdo con la pretensión cristiana. No hay quien admire la habilidad de Wells y sus servicios a nuestra generación más que yo, pero ahí él ha hecho, o copiado, una declaración que no ha examinado bien. Los hechos históricos indisputables son que:

 (1) Los moralistas griegos y romanos percibieron la injusticia de la esclavitud, la denunciaron frecuentemente, y rindieron grandes servicios al esclavo.

 (2) Ningún dirigente cristiano denunció la esclavitud hasta el siglo NUEVE, cuando la esclavitud había terminado.

 (3) En la Época Medieval cristiana la situación de los obreros era muchísima peor, porque casi todo el mundo era un siervo, y el siervo feudal era un esclavo con otro nombre.

 (4) El mejoramiento de la condición de los trabajadores se ganó independientemente de la religión y en enorme medida a pesar de las iglesias.

Permítaseme subrayar una verdad que es un simple hecho histórico. En la historia ha habido dos grandes períodos de benevolencia y servicios sociales: uno fue bajo los Estoicos paganos y el otro bajo el paganismo moderno. La era cristiana se encuentra entre esos dos paganismos, y tiene un historial de servicios sociales tan pobre como es posible imaginarse. Para el siglo primero los Estoicos condenaban abiertamente la esclavitud. Otros moralistas griegos además de ellos la condenaban. Plutarco la condenaba. Epicuro había llegado a punto de condenarla tres siglos antes cuando definió al esclavo como "un amigo en una situación inferior"; y el epicúreo Hegesias había declarado que los esclavos eran los iguales de los hombres libres. Florentino y Ulpiano, los dos famosos juristas Estoicos, declararon que la esclavización de un hombre iba contra la ley de la naturaleza, patrón supremo del Estoico. Séneca insistía en que los esclavos eran nuestros "amigos inferiores," y repetidamente abogó por ellos con nobleza. Plinio nos muestra en sus cartas que para el siglo segundo los esclavos eran tratados muy humanamente hasta en haciendas provinciales. Juvenal atacó ferozmente la inhumanidad hacia los esclavos.

No obstante, supongo que todo lo que probablemente sabe cualquier lector religioso acerca de la esclavitud en Roma es que los ricos patricios tenían grandes huestes de esclavos en sus haciendas y que los trataban como al ganado. Nunca se les ha dicho que eso se refiere al temprano período de expansión romana, y que antes del fin del primer siglo los esclavos estaban protegidos por la ley.

Probablemente habrán oído cómo Catón hizo algún comentario insensible acerca de sus esclavos; y no les han dicho que el escritor pagano que lo conservó para nosotros lo hizo expresamente como ejemplo de un "espíritu malvado y sin generosidad."

El evangelio y el esclavo

No puede caber duda de que si el Imperio Romano hubiese continuado su desarrollo normalmente, la esclavitud hubiese sido abolida. La abolición, como todo americano sabe, ha sido una tarea colosal. Hubiese sido muchísimo más terrible en Roma que en los estados sureños, porque el imperio completo descansaba en extenso grado sobre el trabajo esclavo. Hasta los inmensos privilegios de los trabajadores romanos se basaban en el trabajo de los esclavos en provincias.

No obstante, el sentimiento público fue afectado profundamente por el principio de los Estoicos, y la "manumisión" de esclavos --la adjudicación o venta de libertad para ellos-- era ocurrencia diaria. Inclusive antes de Cristo esta liberación de esclavos procedía en tan vasta escala, que el Emperador Augusto la detuvo por un tiempo por razones políticas. Los estoicos la apremiaban y facilitaban, y el resultado final era cosa cierta.

Roma, sin embargo, pasó por días aciagos precisamente en el tiempo en que se aceptó el evangelio humanitario.  Los recursos de hombres de Italia, entonces provincias, habían sido casi agotados en la guerra. El imperio era tan extenso, sus fronteras tan distantes, que la carga militar era terrible; y naturalmente, las guerras fronterizas aumentaban según las fuerzas militares se debilitaban. El siglo tercero fue de gran pobreza y confusión. En el siglo cuarto hubo una recuperación, pero el imperio estaba muriendo desangrado, y nuevas y formidables fuerzas avanzaban sobre él.

A principios del siglo quinto cayó. Los grandes dueños de esclavos, las haciendas imperiales y los romanos acaudalados se arruinaron. El sistema económico completo se desplomó. Los ex esclavos no fueron "liberados"; se vieron libres. Nadie "rompió sus cadenas." No las tenían. Pero los bárbaros mataron o desterraron a sus dueños, destruyeron la conexión de las provincias con Roma, y arruinaron la administración de los estados. Los esclavos se dispersaron y entonces no había tropas romanas que lo impidieran.

Es por ello que la historia de la antigua esclavitud puede escribirse sin hacer referencia alguna al cristianismo. Si no fuese por esa religiosa perversión de los hechos históricos, la religión cristiana difícilmente  se anotaría en ningún estudio completo e imparcial de la esclavitud romana. Todo lo que se anotaría sería que algunos de los emperadores cristianos del siglo cuarto proclamaron edictos acerca de la condición de los esclavos, pero son de mucho menor importancia que las grandes medidas que se debieron a emperadores paganos. Entonces se anotaría también que los nuevos amos cristianos de Europa, principitos, obispos, abades, terratenientes, continuaron usando mano de obra esclava. Pero fue relativamente fácil habérselas con esta nueva forma de esclavitud, y el cristianismo, reconociendo con demora un poco de la moral estoica, la convirtió en servitud [condición del siervo en el sistema feudal, diccionario Cuyás -- no aparece en el Larousse de la Academia]; lo cual hubiese horrorizado a los estoicos.

¿Cómo, pues, se originó y se mantiene esta persistente creencia de que el cristianismo rompió las cadenas del esclavo? Naturalmente, de la misma forma que la creencia de que la Iglesia emancipó a la mujer. Es una creencia muy moderna. Hasta hace poco, a nadie le importaba un comino los servicios sociales de la religión. Su negocio era salvar almas. Sin embargo, cuando ya no pudo más impedirse que el hombre diese importancia a los intereses sociales, se alzó el grito de que la religión era exactamente lo que podría sernos útil. La historia del pasado fue caricaturizada. Ya entonces todo el mundo creía que la época antes de Cristo había sido obscura e impotente, y que la Era Cristiana aportó una maravillosa transformación. Parte de esta transformación, se decía ahora, fue la elevación de la mujer, la emancipación del esclavo, la apertura de escuelas, la purificación de la moral, el comienzo de la caridad, y así sucesivamente. Ni los predicadores ni los oyentes habían leído los hechos de la historia antigua.

¿Qué hay en la Biblia que tienda siquiera a desalentar o a condenar la esclavitud? ¡Ni una palabra de cubierta a cubierta! Los apologistas se las componen para encontrar una palabra o dos que pueden retorcer y tergiversar para usarlas en desesperada defensa de la mujer, pero no hay ni una sola frase, ni de Jehová, ni de Jesús, ni de Pablo, que puedan presentar, con todo su ingenio, como la condenación de la esclavitud, o de la guerra, los dos males más colosales del mundo antiguo.

Por toda la Biblia, la esclavitud está aceptada con tanta jovialidad y tanto aplomo como lo son la guerra, la pobreza y la realeza. En la Biblia inglesa se hace mención frecuentemente, sobre todo en las parábolas, de "siervos." En griego la palabra es "esclavos." Jesús habla de ellos con la misma frialdad con que hablamos nosotros de nuestras sirvientes o nuestras enfermeras.  Naturalmente, decía que debemos amarlos: debemos amar a todo el mundo (a menos que rechacen nuestras ideas). Pero no hay una sílaba de condena hacia la institución de la esclavitud. La fornicación es cosa que nos estremece, pero la esclavitud de cincuenta o sesenta millones de seres humanos no es cosa digna de lenguaje más fuerte. Pablo aprueba la institución de la esclavitud de la misma forma. Es, realmente, peor que Jesús. Vio esclavos por todo el mundo grecoromano y nunca dijo una palabra de protesta.

En cuanto a la artimaña de costumbre, que esas reformas estaban "implícitas" en las enseñanzas de Jesús, me recuerda el famoso chiste de Disraeli. Cuando le preguntaron su religión, él (siendo racionalista, pero no un político) dijo que tenía "la religión de todo hombre sensato." Y cuando le preguntaron cuál era, contestó que un hombre sensato no la dice. Me recuerda también el gran logro del Papa León XIII, quien por fin (en el siglo 18 del poder papal) encontró valor para declarar que el obrero tiene derecho a un salario de subsistencia. Pero cuando el clero encontró que los obreros del siglo diecinueve no se dejaban "engatusar" fácilmente con frases, y querían saber cuál era un salario de subsistencia, el Papa se negó a contestar.

Aquí hay otra verdad histórica que subrayar: durante ochocientos años ningún dirigente cristiano condenó la esclavitud. Y aquí va una para el católico romano: Ningún Papa condenó jamás la esclavitud. En Roma el Papa contempló más esclavitud que en cualquier otra ciudad del mundo. La vida romana estaba basada en la labor de millones de esclavos en las provincias. Todas las terribles cosas citadas acerca de la esclavitud pagana son de escritores romanos. Y ningún Papa pronunció jamás una sola sílaba condenando la esclavitud.

Las declaraciones afirmativas son un poco peligrosas. Esa declaración de que ningún escritor cristiano condenó la esclavitud hasta el siglo nueve, la he tomado prestada de "Slavery and Serfdom" [Esclavitud y Servitud], de Ingram, que es la mayor autoridad en ese asunto. Esperé entonces por una respuesta. Vino en un paupérrimo librito o folleto de la Sociedad de Evidencia Cristiana; y me recordó la queja del irlandés acerca de su sándwich, de que había "tanta mostaza y tan poco con que acompañarla." En una verdadera furia de indignación, el religioso escritor expuso "mis mentiras" al desprecio del mundo cristiano. ¡Había encontrado --o confesó que un industrioso teólogo se la había encontrado-- una condena de la esclavitud en esos ochocientos años!

Bien, yo no alego haber leído cada página de cada obra cristiana de ocho siglos. Conozco la colección Migne de esta literatura tan bien como cualquiera, y he pasado en total muchos tediosos meses leyéndola. Pero es justo asumir que los teólogos hubiesen citado hace tiempo cualquier condena cristiana de la esclavitud, si la hubiera, y ninguna ha aparecido. La gran búsqueda ahora arroja una especie de repulsa de la esclavitud en una obra achacada a Gregorio de Nisa, uno de los menos influyentes Padres. ¡Cómo hubiese yo apreciado esa joya solitaria; pero, vaya, era falsa. La paternidad de la obra es controversial, y el autor, sea quien sea, no condena tanto la esclavitud como institución injusta, sino que condena más bien tener propiedades, incluyendo esclavos.

La verdadera y típica actitud de los eclesiásticos se ve en el Papa San Gregorio Magno. Posiblemente algún católico se sorprenda con mi atrevimiento en citar a Gregorio. ¿No dijo él en una de sus cartas que todos los hombres "nacen libres,"  que los esclavos lo son solamente por "ley de naciones," y que es lo correcto liberar esclavos? Oh, sí. Conozco la carta bien; mucho mejor que los escritores católicos que la citan (y hasta que Ingram quien, siendo Positivista, favorece a la Iglesia siempre que puede). El Papa está escribiendo a dos de sus esclavos. Les está dando la libertad. Pero este es el pequeño hecho suprimido: ¡han heredado dinero, y Gregorio obtiene el dinero para la Iglesia!

Pobre Gregorio, mi católico amigo, era el mayor poseedor de esclavos del mundo en el siglo sexto. Anunciando que el fin del mundo estaba próximo en el 600 A.D., bondadosamente permitió a los terratenientes y dueños de esclavos que traspasaran sus propiedades a la Iglesia --Dios no condenaría a la Iglesia por su riqueza-- y entrasen en monasterios. El Papado pronto empezó a recibir una ganancia de la tierra de unos dos millones de dólares al año, una suma estupenda en aquellos días de pobreza general. Enormes números de esclavos labraban las mil ochocientas millas cuadradas de propiedad de la Iglesia. Gregorio daba libertad a algunos de vez en cuando: cuando tenían dinero. Nunca condenó la esclavitud. No permitía que ninguna esclavo se hiciese clérigo, y expresamente reafirmó (Epp. VII, 1) que ningún esclavo podía casarse con cristiano o cristiana libre.

Las iglesias y los obreros

Detrás de todas los regateos y disputas sobre Jesús y Pablo, Gregorio de Nisa y Wulstan, William Wilber-force and Lloyd Garrison, hay una tragedia humana inmensa y conmovedora. Es la parte principal de la tragedia de la historia humana que Winwood Reade llamó "el Martirio del Hombre." Ya era suficiente-mente malo en días paganos, pero la humanidad en Europa era joven y tenía que adquirir sabiduría. Fue peor mil años después, cuando nueve décimos de [los pobladores de] Europa eran siervos. Era todavía terrible a comienzos del siglo diecinueve.

En uno de mis últimos libros, "Un Siglo de Progreso Estupendo," he mostrado que los obreros de Inglaterra trabajaban hace cien años un promedio de más de catorce horas al día, seis días a la semana, con certeza por un salario medio de menos de tres dólares a la semana; que la mayoría de los niños de Inglaterra de más de seis años (y muchos de menos de seis), de ambos sexos, trabajaban doce o trece horas diarias, seis días por semana, por alrededor de dos centavos de dólar al día; que las condiciones del taller y de la casa eran horribles más allá de toda descripción, que los días de asueto, fuera de los domingos, eran solamente dos al año, que la comida era cara y de la peor calidad, y que los modales eran brutales como correspondía, y la moral baja. Probé eso por medio de documentos de la época, y nadie lo duda. El trabajador británico estaba entonces, es cierto, en posición ligeramente peor que la del estadounidense, pero mejor que la de cualquier otro del mundo.

Quiero que el lector comprenda ese punto claramente. En 1826 nueve de cada diez hombres en Europa, así como una grandísima proporción de las mujeres, trabajaban noventa horas a la semana, en inmundas condiciones, bajo las órdenes de jefes brutales, por poco más de dos dólares y medio a la semana. Vivían mayormente de pan, papas y agua. Carne, leche, azúcar, té y fruta se probaban raras veces. Ni cinco de cada cien sabían leer y escribir. Sus diversiones eran de la más vulgar descripción. Su moral sexual era atroz. No obstante, no estaban peor que en siglos anteriores de la Era Cristiana. La obra "Seis Siglos de Trabajo y Salarios," del profesor Rogers, muestra eso en cuanto a Inglaterra, y la obra de Brissot "Historia del Trabajo" lo muestra así en cuanto a Europa en general. Y en esa época el cristianismo había estado dominando a Europa por más de mil años.

Ahí tenemos toda la ironía de la pretensión cristiana. Emancipó a los esclavos, dice usted. No fue así; y de todos modos, lo que hizo fue crear los nuevos siervos del sistema feudal y posteriormente el martirio de la raza negra. Emancipó a los siervos, protesta usted. No fue así, pero fue testigo de la evolución de los siervos hacia estos trabajadores "libres" del siglo pasado, brutalizados por el excesivo trabajo, impedidos de acceso a todo conocimiento, desprovistos de la menor facultad de expresión hacia el control de sus propios asuntos. Es una burla hablar de servicios sociales del cristianismo y recordarnos cómo enseñó la hermandad del hombre.

Pero para completar nuestro estudio debemos averiguar quién sí ayudó a los trabajadores del mundo a alcanzar un nivel superior.

En primer lugar, la Reforma no hizo nada por ellos. Ya había comenzado un movimiento en la vida europea, un movimiento muy distinto del cristianismo y hostil a él -- que fue el primer albor de un nuevo amanecer tras la noche del obscurantismo. Los moros de España habían dado a la cristiandad una lección práctica de civilización; los humanistas del Renacimiento conjuraron ante sí las civilizaciones largo tiempo enterradas de Grecia y Roma.

Pero la Reforma, tan necesaria e importante como era, fue una reacción en cultura e idealismo social.

Lutero y sus colegas buscaban principalmente concentrar la atención del ser humano en la Biblia y en sus "almas inmortales." ¿Usted está orgulloso de eso? Muy bien, pero usted no puede untar manteca ["mantequilla" en algunos lugares] en los dos lados de la rodaja de pan. Cuanto más se preocupa un hombre por nuestras "almas inmortales," menos se ocupa de nuestros cuerpos mortales.

Al principio Lutero mostró cierta preocupación humana por la explotación de la masa del pueblo. Un noble alemán dijo desdeñosamente de los aldeanos alemanes --que entonces componían la mayor parte de la nación: "Nunca se van a levantar a no ser que le corten una tajada de las nalgas" --poniéndolo tan cortésmente como es posible. No obstante, se alzaron, y contaban con la simpatía de Lutero. Después de alguna vacilación, Lutero condenó ásperamente la insurrección. Descubrió que la Biblia les ordenaba estar "sujetos a toda elevada autoridad." En julio de 1624 escribió a los nobles de Sajonia: "Debemos aplastarlos, estrangularlos y escupirlos donde se pueda, porque al perro rabioso hay que matarlo." Defendió la servitud feudal, diciendo que abolirla sería "contrario a los evangelios, y un robo." En años posteriores escribió: "Toda su sangre está sobre mi cabeza [con cuya expresión idiomática inglesa que traducimos literalmente quiso decir que fue responsabilidad suya] pero lo dejo a Dios nuestro Señor, que me ordenó que hablara así." Melanchton no fue mejor. Dijo: "Los alemanes son siempre gente tan mal educada, perversa, sedienta de sangre, que hay que sojuzgarlos con más severidad que siempre." Eccardus, en su "Geschichte des niederen Volkes," es muy franco acerca de la "hermandad" que los grandes Reformadores habían aprendido estudiando profundamente los Evangelios.

Si algún cambio se afirma por historiadores del trabajo, es que durante los tres siglos siguientes a la Reforma la situación de los trabajadores siguió empeorando sin cesar. Pero no se regocijen los cató-licos. Era exactamente igual en países católicos que protestantes, como muestra Brissot en su "Historia del Trabajo." Había causas de índole financiera que no podemos tratar aquí. En cuanto a religión, bástenos decir que los obispos y sacerdotes continuaron su absoluta y universal indiferencia hacia el martirio de la gran masa de la especie. ¿Fuerte lenguaje? Nombre, si puede, alguien que haya obrado de otra forma.

El primer intento de reforma fue hecho durante la Revolución Francesa. Esto inmediatamente conjura visiones de derramamientos de sangre y de orgías en la mente de los lectores religiosos, que solamente han leído de eso en obras religiosas, o lo han oído en sermones o visto en la pantalla [cinematográfica].  Los horrores fueron debidos a los últimos revolucionarios, y la primera mitad de la Revolución Francesa fue un movimiento sobrio y benévolo dirigido casi enteramente por Racionalistas. El camino había sido preparado para su mejor trabajo por los grandes Racionalistas o Enciclopedistas, del siglo dieciocho. Voltaire se había limitado principalmente a la superstición, aunque tenía un magnífico historial de servicio humanitario, pero los últimos y más radicales incrédulos poco antes de la Revolución eran grandes humanitarios; y todos eran lo que hoy llamamos Agnósticos o Materialistas. Los tempranos dirigentes de la Revolución --Mirabeau, Talleyrand, Sieyis, Lafayette, Desmoulins, Mounier, Danton, Petion y Barnave-- solamente desarrollaron sus ideas, y todos ellos, a su vez, eran o bien deístas o agnósticos. Un cristiano, como el Abad Gregorio, era un "bicho raro" entre los revolucionarios; y la Iglesia lo expulsó enfurecida.

De nuevo pido al lector religioso que observe esta situación amplia e indisputable con honestidad. Los millones de obreros en Francia estaban en apuros lamentables. Veinte millones habitaban el país y soportaban una carga intolerable de impuestos para la Iglesia y el Estado. Doscientos mil curas, monjes y monjas eran dueños de la quinta parte de la tierra, y no pagaban impuestos. Sin embargos, estos representantes del Evangelio habían hecho caso omiso durante siglos a las condiciones del pueblo y la gran injusticia de parte de los gobernantes, y muy pocos del clero, hijos del pueblo ellos mismos, se unieron a la parte segura de la Revolución. Fueron un puñado de escépticos, de ateos y Materialistas y Voltareanos, los que dieron al mundo el credo de los Derechos del Hombre. Recuerde eso la próxima vez que escuche un elocuente sermón sobre las terribles posibilidades del Materialismo. Recuerde también que los Estoicos, el único grupo previo de idealistas que habían movido al mundo, eran Materialistas.

La obra de la Revolución fue asesinada. La Iglesia y la Realeza se combinaron para poner sus blancas manos al cuello de la humanidad. Los Estados Unidos, afortunadamente, se habían independizado de Europa, y la reacción no llegó hasta allí. Pero el Terror Blanco, irónicamente llamándose a sí mismo "la Santa Alianza," se extendió por toda Europa. Los obreros se sumieron otra vez en la negra y huraña actitud de la cual la clarinada de la Revolución los había alzado momentáneamente. Ni un cura ni un ministro del Evangelio en todo el mundo intercedieron por ellos. Recuerde eso también la próxima vez que lo inviten a comparar los frutos del cristianismo y los del Materialismo.

En mi reciente obra a que ya he hecho referencia, "Un Siglo de Progreso Estupendo," he probado que el mundo ha logrado mayor progreso en los últimos cien años económica, social, moral e intelectualmente, que en los mil cuatrocientos años precedentes de poder cristiano. Uno de los más distinguidos economistas vivientes, Sir Josiah Stamp, dice que el obrero británico de hoy está en situación económica cuatro veces mejor que la del obrero de hace un siglo. Yo he probado la verdad de esto, en todos los respectos; y es verídico respecto a la civilización en general.  ¿Quién lo logró?

Si fuésemos a debatir al estilo de los escritores religiosos, la respuesta sería rápida y simple: el escepticismo, desde luego. La nueva potencia en el mundo era el Racionalismo. El Cristianismo había sido puesto a prueba durante catorce siglos y había fracasado dolorosamente. La única cosa que me imagino que cualquier persona sincera y bien informada puede alegar en su favor es que salvó las almas de gran número de personas. Ni siquiera podría decir que mejoró la moral de Europa. Bien, hoy tenemos grandes dudas hasta acerca de la salvación que alegan de las almas, pero es indiscutible que no salvó cuerpos. Entonces apareció el Racionalismo, y el mundo dio un salto adelante y alcanzó más progreso en un siglo que en catorce.

Pero nosotros no seguimos el plan clerical de discusión. Debemos analizar pacientemente. Y se hace evidente al momento que la ciencia hizo la mayor parte del trabajo. Difícilmente tengo paciencia para discutir aquí la opinión de cualquier de los que han alegado que la Iglesia dio al mundo la ciencia, así que digamos simplemente que el extraordinario crecimiento de la riqueza y las comodidades que disfrutamos son debidas a la ciencia secular. Sin embargo, tenemos que averiguar cómo fue que los trabajadores y la pequeña clase media obtuvieron tan gran parte de esta nueva riqueza, como he mostrado en mi libro. La ciencia no tiene nada que ver con la distribución de la riqueza.

Después, la educación fue la gran fuerza redentora. Lo que ganó la educación para la masa del pueblo fue principalmente el Racionalismo, a pesar de las Iglesias.

En pocas palabras, la pregunta principal desde nuestro punto de vista es: ¿en qué proporción eran cristianos los idealistas sociales que obtuvieron la aplicación de estas nuevas fuerzas a la elevación de los trabajadores, y en qué proporción eran no-cristianos o anticristianos? Y por favor recuerde la perspectiva de la pregunta. A fines del siglo dieciocho quizás cinco por ciento del mundo era racionalista y noventa y cinco por ciento religioso. En el difícil período de 1820 a 1840, cuando el trabajo exigía pesados sacrificios, quizás el diez por ciento de Europa era Racionalista y el noventa por ciento cristiano. Desde 1840 hasta 1880, todavía un período desesperado para idealistas, los cristianos todavía estaban en una mayoría de setenta u ochenta por ciento. En nuestra época, tomando un país desarrollado con otro, son una minoría de treinta a cuarenta por ciento.

Y los hechos históricos muestran que de esos idealistas sociales a que me refiero --no meros filántropos como Howard o Eliizabeth Fry, o trabaja-dores en un campo muy estrecho como Shaftesbury, sino hombres y mujeres que lucharon por el mejora-miento de los trabajadores en masa --la mayoría abrumadora eran Racionalistas en una época en que los Racionalistas eran solamente el cinco o el diez por ciento de toda la comunidad; que la gran mayoría eran todavía Racionalistas en la segunda mitad del siglo diecinueve; y que solamente en tiempos recientes, cuando los movimientos reformistas triunfaban y las Iglesias se veían perdiendo muchos feligreses, que descubrimos tal cosa como idealismo social y "expertos sociales" en organizaciones cristianas.

En cuanto a Inglaterra, en el primer período los hombres y mujeres de mayor influencia eran Paine, Byron, Shelley, Priestley, Horne, Tooke, Erasmus, Darwin, Godwin, Hardy, Holcroft, y María Wollstonecraft. No hay constancia de la opinión religiosa de Hardy. Priestley era Unitario, que no se consideraba cristiano en aquel tiempo. Ni uno de los otros era cristiano.

La reacción contra la Revolución Francesa robusteció la actitud de las Iglesias contra la reforma. Todos los obispos de la Iglesia Anglicana se opusieron a toda reforma. Lord Brougham, observando que evitaban hasta respaldar un proyecto de ley contra el alcoholismo, dijo con gran ardor que "solamente dos de cada veintiséis reverendos prelados están dispuestos a sacrificar una cena y despreocuparse de sus estómagos para participar y votar." Lord Shaftesbury  describió furiosamente al los componentes del clero --y él era un fanático cristiano-- como "tímidos, grandes adoradores de la riqueza y el poder, y cambiantes de opinión para ajustarla a la de los ocupantes del poder político." "Difícilmente puedo recordar una ocasión en que algún eclesiástico haya defendido la causa de los trabajadores contra la de los abonados a los bancos de las iglesias." Tomo esta cita de "Los Obispos como Legisladores," de José Clayton, devoto miembro de la Iglesia Anglicana, y su libro es una ardorosa acusación contra su Iglesia. Por lo menos alaba a Shaftesbury, pero Shaftesbury se opuso a todo movimiento reformista a excepción del suyo propio, en favor de los niños, y era tan odiado por los trabajadores de Londres, que tuvo que levantar barricadas en su casa para defenderse de ellos. En fin, un sacerdote wesleyano, Stephens, y a fines del siglo diecinueve, uno anglicano [o sea, partidario del Anglicanismo, religión oficial de Gran Bretaña], Kingsley, trabajaron por la reforma; y sus Iglesias los persiguieron [obsérvese que a la usanza inglesa, una Iglesia -con mayúscula- es una religión, y una iglesia -con minúscula- es cada uno de los edifiicios que puede ocupar]. Ese récord duró más de medio siglo.

En mi obra "La Iglesia y el Pueblo" doy evidencia completa de estas declaraciones. Cuando la reforma era ardua tarea, pocos seglares cristianos figuraron en ella. Ellos, y su clero, acudieron en tropel cuando alcanzaba el éxito y los trabajadores abandonaban las iglesias por millones. Por toda Europa --no había la misma batalla que lidiar en Estados Unidos-- los grandes luchadores eran anticristianos en abrumadora mayoría. En cuanto al Papado, que ahora lisonjea a los trabajadores de Estados Unidos, como lisonjea un joven a una dama que acaba de heredar una fortuna, tiene el historial más negro de toda la cristiandad. Asesinó, mientras el mundo se lo permitió, a aquellos que peleaban por los derechos humanos. Así lo ha hecho el cristianismo desde el comienzo. Las pretensiones de sus apologistas actuales son como una fila de mujeres flacas y ojerosas colocadas sin pinturas ni polvos bajo el resplandor de nuestras modernas lámparas de arco voltaico.

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