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La muerte no es un incidente en la Vida

 por James Still

"Todos los hombres son mortales" dice la importante premisa del conocido silogismo. Lo había leído una docena de veces en mis libros de texto de lógica en la universidad, pero cuando la vi de nuevo, recientemente, me afectó de una nueva manera. Eso es porque el 22 de diciembre de 1999, exactamente a las 2:15 p.m. en otra de las agradables tardes en Phoenix, Arizona, mi padre murió estando en cuidados intensivos después de un ataque al corazón. Tenía sólo 60 años. Estuve allí con mi madre. Estábamos de pie silenciosamente al lado de él sosteniendo su mano, mirando impotentemente, cómo despacio, pero continuamente, se marchaba para siempre de nosotros. Nunca más volvería a escuchar su grave y confortable voz. Nunca más tendría el placer de sentarme con él en el pórtico de la casa, después de que lo anaranjado de la puesta de sol terminara, empeñados en una loca especulación filosófica hasta muy entrada la noche. Mi padre era un simple carpintero, pero también era el hombre más sabio que he conocido.

Aunque ya no puedo estar con él, todavía forma mucho parte de mí. Si no fuera por mi padre, no hubiera  mostrado el profundo interés que tengo por la filosofía. Me enseñó a pensar críticamente desde muy joven -- a no asumir nada y preguntar por todo -- y por ese inapreciable regalo, le estaré muy agradecido. Recuerdo que en una de nuestras últimas conversaciones hablamos brevemente de la muerte. Cité a mi mentor de filosofía, el pensador austríaco Ludwig Wittgenstein, que escribió que "la muerte no es un incidente en la vida... nuestra vida no tiene fin de la misma manera que nuestra vista no tiene límites". En el mismo pasaje Wittgenstein escribió también algo que siempre me ha impresionado profundamente:

"Si a la inmortalidad le damos el significado no de una duración temporal infinita sino eterna, entonces la vida inmortal pertenece a aquéllos que viven en el presente".

Mi padre entendió el dictamen de Sócrates: que una vida no examinada, no tenía sentido vivirla. Él examinó cada momento de su breve y feliz existencia y hubiera hecho cualquier cosa por otra persona en necesidad. Baso su vida en un enfoque cualitativo, negándose a malgastarla prefiriéndola más que los bienes materiales, poder o dinero y tuvo un éxito feroz exprimiendo cada última gota de vida. En este sentido, creo que él experimentó la vida inmortal.

Muchos amigos de la familia bien intencionados, sin embargo, profundamente equivocados, intentaron confortar a mi madre y a mi contándonos historias de cómo mi padre estaba ahora en el cielo. Él estaba con Dios -- de hecho, Dios "lo llamó a casa" -- y debemos alegrarnos de saber que él está en un lugar mejor. Wittgenstein supo que esta actitud cristiana robó a la muerte su propósito. Si la muerte no es más que una estación en el camino a una dicha con duración temporal infinita en el Reino de Dios, entonces ¿Cuál es la razón de esta vida? Esta actitud, creo, es un insulto final a una vida bien vivida. El creyente piensa (o por lo menos espera) que vivirá para siempre después de la muerte, aunque vivir no necesariamente es lo correcto. ¿Cómo puede vivir uno después de la muerte? La muerte es la cesación misma de vivir, que es lo que hace a la vida tan preciosa y sagrada para nosotros.

Vivir eternamente nunca será, ni por un momento, dejar de vivir una vida examinada. Vivir supersticiosamente es albergar un tonto afán por una extensión de días, de negar el propósito de la muerte buscando un enfoque de vida cuantitativo y no cualitativo. La vida tiene tan poco o demasiado significado como el que queramos darle. Pero pienso que la vida es disminuida por la penetrante idea de una infinidad de tiempo, como si esta existencia preciosa fuera sólo un prólogo molesto en el camino de una novela mayor por venir. El creyente que invierte su energía en el vano intento de extender cuantitativamente esta vida en una ficticia vida después de la muerte, inevitablemente fracasará en apreciar lo tan preciosa que es esta vida aquí y ahora.

En la ausencia de Dios, no hay ninguna sentencia planeada. Damos vueltas sin propósito en el mundo y cuando lo dejamos de hacer, nos hemos ido para siempre. Todo es una página en blanco, no tenemos destino y nada nos precede que se supone debamos descubrir y cumplir. Yo creo que este gran conocimiento ateísta es la solución al problema de la vida, porque experimentar tal conocimiento es también comprender que somos libres (quizás aún obligados) para llenar el vacío con significado. Los recuerdos de mi padre significan muchísimo para mí ahora. Para honrar sus recuerdos, yo también me esforzaré por vivir una auténtica vida inmortal negándome a proyectar mi existencia a un futuro infinito. Como mi padre y como todo mortal, moriré algún día y ése será mi fin. Pero este conocimiento de mi verdadera condición difícilmente es causa de desesperanza; al contrario, me trae alegría y propósito porque eleva mi apreciación de la vida. Puede ser lo mismo para usted.

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