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UTILIDADES |
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La cueva de Chauvet
JOHN
BERGER
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En la oscuridad,
el silencio se hace enciclopédico y condensa todo lo que ha ocurrido
en el intervalo entre entonces y ahora
Dentro de la
cueva existe el miedo, pero ese miedo está en perfecto equilibrio
con una sensación de protección
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Durante
un periodo relativamente cálido de la última era glacial, la
temperatura, aquí, era entre 3° y 5° centígrados más
fría que hoy. Los únicos árboles eran abedules, pinos
albares y enebros. La fauna comprendía muchas especies ahora extintas:
mamuts, ciervos megaceros, leones de las cavernas, sin melena, aurochs
y osos que medían tres metros de alto, además de renos, íbices,
bisontes, rinocerontes y caballos salvajes. Los pobladores humanos, cazadores-recolectores
que tenían una existencia nómada, eran escasos y vivían
en grupos de 20 a 25 personas. Los paleontólogos denominan a estos
pobladores Cro-Magnon, un término que, al principio, inspira distancia;
pero esa distancia puede resultar exagerada. No existían ni la agricultura
ni la metalurgia. Sí la música y las joyas. La expectativa
de vida era de 25 años.
La necesidad
de compañía de los seres vivos era la misma. Sin embargo, la
respuesta de los Cro-Magnon a la primera y eterna pregunta del ser humano
-¿dónde estamos?- era disttinta a la nuestra. Los nómadas
eran muy conscientes de ser una minoría, y de que los animales eran
mucho más numerosos. No habían nacido en un planeta, sino en
plena vida animal. No eran guardianes de los animales: los animales eran
los guardianes del mundo y del universo a su alrededor, que nunca se detenía.
Detrás de cada horizonte siempre había más animales.
Al mismo
tiempo, eran distintos de los animales. Sabían hacer fuego y, por
tanto, tenían luz en la oscuridad. Podían matar desde lejos.
Creaban muchas cosas con las manos. Hacían tiendas para uso propio,
sujetas sobre huesos de mamut. Hablaban. (Quizá también los
animales). Sabían contar. Podían transportar agua. Morían
de otra forma. Su libertad respecto a los animales era posible porque constituían
una minoría y, por tanto, los animales se la podían perdonar.
*****
Silencio.
Apago la lámpara del casco. Oscuridad. En la oscuridad, el silencio
se hace enciclopédico y condensa todo lo que ha ocurrido en el intervalo
entre entonces y ahora.
En una
roca, delante de mí, un grupo de puntos rojos de forma cuadrada. La
frescura del rojo es asombrosa. Tan presente e inmediata como un olor, o
como el color de las flores en una tarde de junio, cuando el sol se pone.
Los puntos se hicieron aplicando un pigmento rojo de óxido en la palma
de la mano y colocándola sobre la roca. Gracias a un dedo meñique
dislocado, se ha identificado una mano concreta cuya huella también
aparece en otros lugares de la cueva.
En otra
roca, otros puntos semejantes que forman una silueta, un bisonte visto de
lado. Las huellas de las manos rellenan el cuerpo.
Oscuridad.
Antes de
que llegaran hombres, mujeres y niños (en la cueva se ve la huella
de un niño de unos 11 años), y después de que se fueran
para siempre, este refugio estaba habitado por osos. Seguramente también
por lobos y otros animales, pero los osos eran los amos con los que los nómadas
tenían que compartir la cueva. En todas las paredes se ven zarpazos.
Hay huellas que muestran el recorrido de una osa con su cría, mientras
intentaba abrirse camino en la oscuridad. En la cámara más
grande y más céntrica de la caverna, que tiene 15 metros de
altura, existen numerosos revolcaderos, unas depresiones en la arcilla del
suelo en las que dormían los osos durante su hibernación. Se
han encontrado 150 cráneos de oso. Uno de ellos había sido
colocado -probablemente por un Cro-Magnon- en una especie de pedestal de
piedra al fondo de la cueva.
Silencio.
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En el
silencio, la dimensión del lugar adquiere más importancia.
La cueva tiene kilómetro y medio de largo y, en algunos puntos, 50
metros de ancho. Pero las medidas geométricas no sirven, porque es
como estar dentro de un cuerpo.
Las rocas
que se alzan y sobresalen, las paredes circundantes con sus concreciones,
los pasos, los huecos que se han creado mediante el proceso geológico
de diagénesis, se parecen extraordinariamente a los órganos
y huecos de un cuerpo humano o animal. Lo que todos tienen en común
es que parecen formas creadas por una corriente de agua.
Los colores
de la cueva también son anatómicos. Las rocas carbonatadas
tienen el color de los huesos y las tripas, las estalagmitas son escarlatas
y muy blancas, las colgaduras y concreciones de calcita son anaranjadas y
viscosas. Las superficies brillan como si estuvieran recubiertas de una mucosa.
Una enorme
estalagmita ha crecido (crecen a razón de un centímetro cada
siglo) hasta parecerse vagamente a un intestino y, en un momento de su descenso,
los tubos parecen las cuatro patas, la cola y el tronco de un mamut en miniatura.
Es fácil no ver la referencia, de modo que un pintor, con cuatro trazos
rojos, ha traído el mamut más cerca.
Muchas
paredes en las que podrían haber pintado están sin tocar. Los
cuatrocientos y pico animales representados aquí están repartidos
con tanta discreción como en la naturaleza. No hay grandes escenas
como en Lascaux o Altamira. Hay más vacíos, más secretos,
tal vez una mayor complicidad con la oscuridad. Sin embargo, aunque estas
pinturas tienen 15.000 años más de antigüedad, en general
revelan tanta destreza, capacidad de observación y elegancia como cualquiera
de las posteriores. Se diría que el arte nace como un potrillo, que
sabe caminar inmediatamente. O, para decirlo de forma menos intensa (todo
es intenso en la oscuridad): el talento para crear arte acompaña a
la necesidad de ese arte; nacen juntos.
*****
Entro arrastrándome
en un espacio anexo, bajo y en forma de taza, con un diámetro de cuatro
metros; allí, dibujados en rojo sobre sus paredes curvas e irregulares,
hay tres osos, macho, hembra y cría, como en el cuento de hadas que
se contaría muchos milenios más tarde. Me siento en cuclillas
y los contemplo. Tres osos y, detrás de ellos, dos pequeños
íbices. El artista conversaba con la roca a la luz parpadeante de
su antorcha de carbón. Una protuberancia permite que la garra delantera
del oso oscile hacia afuera con su tremendo peso mientras avanza torpemente.
Una fisura sigue con precisión la línea de la espalda de un
íbice. El artista tenía un conocimiento íntimo y exhaustivo
de estos animales; sus manos eran capaces de imaginarlos en la oscuridad.
Lo que la roca le decía era que ellos -como todo lo demás que
existía- estaban dentro de la pared y que él, con el pigmento
rojo en su dedo, podía convencerles para que salieran a la superficie
rocosa, a su membrana, para rozarse con ella e impregnarla de olores.
Hoy día,
debido a la humedad ambiental, muchas de esas superficies pintadas se han
vuelto tan sensibles como una membrana, y sería fácil limpiarlas
con un trapo. De ahí la veneración que despiertan.
*****
Al salir
de la cueva volvemos al torbellino del paso del tiempo. Recuperamos los nombres.
Dentro de la cueva, todo es presente y anónimo. Dentro de la cueva
existe el miedo, pero ese miedo está en perfecto equilibrio con una
sensación de protección.
Los Cro-Magnon
no vivían en la cueva. Entraban en ella para participar en determinados
ritos sobre los que se sabe poca cosa. La sugerencia de que, en cierto modo,
era una sociedad chamánica, parece convincente. Es posible que el
número de personas reunidas en un momento dado en la cueva no fuera
nunca superior a 30.
¿Con
qué frecuencia venían? ¿Trabajaron aquí varias
generaciones de artistas? No hay respuestas. Tal vez nunca las haya. ¿Es
posible que tengamos que conformarnos con imaginar que venían aquí
para experimentar unos instantes especiales de equilibrio perfecto entre
el peligro y la supervivencia, el miedo y la sensación de protección,
y para conservarlos en su memoria? ¿Acaso podemos esperar más?
La mayoría
de los animales pintados en Chauvet, en la vida real, eran feroces; sin embargo,
las imágenes no delatan ningún miedo. Respeto, sí, un
respeto fraternal e íntimo. Por eso, en cada imagen animal, hay una
presencia humana. Una presencia revelada por el placer. Cada criatura aquí
presente está a gusto en el hombre; una formulación extraña,
pero indiscutible.
*****
En la
cámara más lejana están dos leones, dibujados con carbón
negro. De tamaño natural, aproximadamente. Uno junto a otro, de perfil,
el macho detrás y la hembra, con el cuerpo en contacto y en paralelo,
más cerca de mí.
Son una
presencia única, incompleta (faltan las patas delanteras y las garras
posteriores, que, me da la impresión, nunca se dibujaron) pero total.
La superficie de la roca a su alrededor, que tiene, como es natural, color
de león, se ha convertido en león. En este caso fue seguramente
el color de la roca lo que movió al pintor, que quiso completarla
con su dibujo de los animales.
Intento
dibujarlos. La leona está junto al león, se frota contra él,
dentro de él. Y esta ambivalencia es el resultado de una elisión
increíblemente ingeniosa, que hace que ambos animales compartan un
mismo contorno. El borde inferior del lomo, el vientre y el pecho pertenecen
a los dos, y lo comparten con elegancia animal. Luego sus contornos se separan.
Las líneas de la cola, espalda, cuello, frente y hocico de cada uno
son independientes, se acercan, se separan, convergen y terminan en distintos
puntos, porque el león es mucho más largo que la leona.
Dos animales
de pie, macho y hembra, unidos por la línea de sus vientres, el lugar
en el que son más vulnerables y tienen menos pelo.
*****
Estoy dibujando
en papel japonés absorbente, que he escogido porque pensé que
la dificultad de pintar en él con tinta negra me ayudaría algo
a comprender las dificultades de dibujar con carbón (que quemaban
y fabricaban aquí mismo, en la cueva) sobre una superficie rocosa.
En los dos casos, la línea no es del todo obediente, hay que forzarla
y engatusarla.
Dos renos
avanzan en direcciones opuestas, hacia el Este y el Oeste. No comparten ningún
perfil, sino que están dibujados uno sobre otro, de forma que las patas
delanteras del de arriba cruzan, como grandes costillas, el flanco del de
abajo. Son inseparables: los dos cuerpos están encerrados en el mismo
hexágono, el rabo del de arriba corresponde a la cornamenta del de
abajo y la cabeza alargada del primero -con un perfil como el de un buril
de sílex- sopla sobre el metatarso de la pata posterior del otro.
Forman un solo signo y, para ello, danzan en círculo.
Cuando
el dibujo estaba casi terminado, el artista abandonó el carbón
y siguió pintando con un dedo impregnado de negro intenso (como el
del cabello negro mojado) el vientre y la papada del animal inferior. Luego
hizo lo mismo con el de encima, y mezcló la pintura con el sedimento
blancuzco de la roca para que no resultara tan violento.
Mientras
dibujo, me pregunto si acaso mi mano obedece el ritmo visible de la danza
de los renos y, por tanto, baila con la mano que los pintó.
Todavía
es posible encontrarse un trozo de carbón roto que cayó al
suelo mientras se trazaba una línea.
*****
Varios
rebaños se dirigen hacia el Oeste. Entre ellos, los animales cercanos,
muy pequeños, tocan los más lejanos, de un tamaño gigantesco.
En la estación seca, un buen fuego recién encendido puede prender
con tanta rapidez que los que lo observan pueden ver cómo se consume
el aire.
La pintura
de los Cro-Magnon no respeta los bordes. Fluye cuando hace falta, se deposita,
se superpone, sumerge imágenes anteriores y cambia sin cesar la escala
de lo que representa. ¿Cómo era el espacio imaginativo en el
que vivían?
Es posible
que, para los nómadas, la noción de pasado y futuro esté
subordinada a la noción de otra parte. Una cosa que ha desaparecido
o que se aguarda está oculta en otra parte.
Tanto para
los cazadores como para los cazados, saber ocultarse es un requisito indispensable
para sobrevivir. La vida depende de tener un refugio. Todo se esconde. Lo
que ha desaparecido se ha escondido. Una ausencia -como la desaparición
de los muertos- se considera una pérdida, pero no un abandono. Los
muertos están escondidos en otra parte.
Algunos
comentan, asombrados, que los pintores paleolíticos conocían
los rudimentos de la perspectiva. Cuando dicen eso, están pensando
en la perspectiva renacentista. La verdad es que cualquiera que dibuje o
haya dibujado alguna vez sabe que unas cosas están más cerca
y otras más lejos. Es un dato conocido, tanto táctil como óptico.
Lo que cambia es la forma de expresar en imágenes esa experiencia
de observar que unas cosas avanzan y otras retroceden, dentro de los límites
de la concepción dominante sobre lo que significa el espacio. Una
concepción que varía de una cultura a otra. La perspectiva
no es una ciencia, sino una esperanza. El arte chino tradicional miraba la
tierra desde la cima de una montaña confuciana; el arte japonés
miraba de cerca, rodeando biombos; el arte del Renacimiento italiano examinaba
la naturaleza conquistada a través de la ventana o la puerta de un
palacio. Para los Cro-Magnon, el espacio es un terreno metafísico
de apariciones y desapariciones constantemente intermitentes.
*****
Hay un
íbice macho, con cuernos curvos tan largos como su cuerpo, dibujado
a carbón sobre una roca blancuzca. ¿Cómo describir la
negrura de sus trazos? Es un negro que convierte la oscuridad en algo tranquilizador,
un negro que sirve para reforzar lo inmemorial. Sube por una suave pendiente,
con pasos delicados, el cuerpo redondeado y el rostro plano. Cada línea
está tan tensa como una cuerda estirada, y el dibujo tiene una doble
energía que está perfectamente compartida: la energía
del animal que se ha hecho presente, y la del brazo y el ojo del hombre que
lo dibuja a la luz de la antorcha.
Estas
pinturas en la roca se hicieron donde están para que pudieran existir
en la oscuridad. Fueron hechas para la oscuridad. Estaban ocultas
en la oscuridad para que lo que encarnaban sobreviviese a todo lo visible
y fuera, quizá, una promesa de supervivencia.
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Los Cro-Magnon
vivían con miedo y asombro en una cultura de llegadas, en la que se
enfrentaban a muchos misterios. Su cultura duró alrededor de 20.000
años. Vivimos en una cultura dominante de constantes partidas, de
progreso, que, hasta ahora, ha durado dos o tres siglos. La cultura actual,
en vez de hacer frente a los misterios, intenta tercamente soslayarlos.
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Traducción de María Luisa Rodríguez Tapia. |
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