6. Volver a empezar: el cliente. |
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Para confeccionar un plato de
calidad
se necesitan dos
ingredientes fundamentales:
la utilización de buenas materias primas y el
cariño del cocinero en su
elaboración
.
Juan M. Arzak y Pedro Subijana
Nada hay más práctico que una buena teoría
José Ortega y Gasset
Los autores no están muy seguros de que se vaya viendo bien el hilo de las presentes reflexiones. Por lo tanto, se quieren explicar: hemos dedicado los primeros artículos a aspectos que podríamos llamar "no racionales" de la calidad y lo hemos hecho porque estamos convencidos de que alrededor de este término existe en este momento una sobrecarga de racionalismo, de método, de modelos, de herramientas, ...
También estamos convencidos de que la calidad es fundamentalmente hacer , y para hacer lo esencial es querer más que saber. Y querer no es un razonamiento sino un impulso . Por lo tanto, el clima emocional de un grupo humano condiciona su comportamiento hasta el punto de que las herramientas racionales pueden resultar totalmente ineficaces o relativamente exitosas según sea aquél.
Planteados
en los artículos anteriores algunos de los componentes de este clima, queremos
retomar la cuestión desde el comienzo e intentar desarrollarla al estilo de
Descartes
en su
Discurso del Método
, examinando ahora sus rasgos más racionales.
Lo primero sería representarse con claridad de qué estamos hablando cuando decimos que la calidad es hacer las cosas bien. ¿Qué cosas? ¿Qué quiere decir bien ?
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Hace unos, días el aprendiz puso delante de una nieta suya, de cuatro años, veinte piezas de plástico de distintas formas y colores y le pidió "que las pusiese bien".
El recuadro muestra brevemente lo que ocurrió. Parece deducirse que la idea de qué es hacer las cosas bien (y la tendencia a hacerlas así):
Podemos, pues, suponer que el cariño al que se refieren Arzak y Subijana tiene, al menos, tres componentes: gusto por la tarea de cocinar en sí misma, anticipación de la gozada de ver el plato preparado y cariño al cliente (y quizá también a lo que lleva en la cartera).
¿Es, por lo tanto, la calidad, como suele decirse, la satisfacción del cliente? Pues parece algo más complicado:
Hay dos casos extremos en que esto es simple. En una actividad lúdica, y en particular artística, el cliente suele ser uno mismo: mi obra es buena cuando me gusta a mí. Si, por el contrario, produzco y vendo algo, quien me compra y usa lo que yo produzco.
Pero en la mayoría de los casos la identidad del cliente está lejos de ser obvia: ¿quién es el cliente de una constructora que hace viviendas para una inmobiliaria o para una promotora que, a su vez, las alquila o las vende a particulares?; ¿o quién es el cliente de un centro de enseñanza? ¿el alumno? ¿sus padres? ¿la sociedad?
Es precisamente esta falta de obviedad lo que hace tan importante al cliente: el ejercicio de preguntarse a sí mismo: "¿para quién hago lo que hago?" es, siempre, extraordinariamente fértil con tal de no contentarse con la primera contestación que nos venga a la cabeza.
Y esto exige algo más que discernimiento. Exige renuncia al punto de vista propio y exige considerar al cliente como una persona completa, sin mutilarla mentalmente.
El aprendiz
recuerda el
caso de una enfermera que relataba cómo descubrió un día que no tenía derecho a
privar
de fumar a un enfermo terminal de cáncer ("Hija, el cigarrillo es lo único
que me
queda ¿también me lo vais a quitar?", contaba que le dijo) O, a
sensu contrario
y en el mismo campo sanitario, el de un director de departamento hospitalario
que decía
desentenderse de los aspectos que él llamaba con desdén "hosteleros"
tales
como si la comida que se daba a los enfermos era de su gusto
.
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Las
necesidades del cliente pueden ser desconocidas tanto para él como para
nosotros: el
alumno es cliente aunque no sepa que es lo que necesita aprender; uno suele
ignorar casi
todo sobre la forma en que se usan sus productos, salvo que
"uno sea el cliente, se comunique continuamente con él, investigue
adecuadamente el mercado o simule
exhaustivamente el uso de los productos"
Parece que podemos resumir todo lo anterior así: " para hacer las cosas bien, lo primero es estar continuamente pendiente de descubrir las cambiantes necesidades de cada uno de nuestros clientes y tomar su satisfacción como nuestra definición concreta de calidad ". La permanente actitud de observación, escucha, rectificación y aprendizaje que esto implica es casi sobrehumana en el nivel individual y, no digamos, en el colectivo.
El mejor departamento de Informática.
Al aprendiz lo llamaron una vez para que diese su opinión profesional sobre el departamento de informática de una compañía. La razón por la que lo llamaron era que los usuarios y la dirección estaban muy insatisfechos.
El aprendiz, que ha sido informático antes que fraile, se fue derecho al mentado departamento dispuesto a darles una lección y se encontró con uno de los mejores servicios informáticos (desde el punto de vista técnico) que ha visto en su vida. Entrevistó a varios usuarios, tanto de a pié como de la alta dirección: todos furibundos.
Se quedó algo perplejo, pero como sabe más el diablo por viejo que por diablo y uno ya iba para viejo, le preguntó al más furibundo de ellos si estaba dispuesto a contarle a los informáticos todo lo que estaba diciendo. Dijo que sí. Se organizó una reunión a la que asistieron los jefes del maltrecho y perfecto departamento a los que se les impuso la condición de guardar absoluto silencio mientras el usuario hablaba.
Así se hizo. El usuario habló durante una hora al final de la cual el director del departamento dijo: "Muchas gracias Sr. Usuario y muchas gracias Sr. Aprendiz. Nunca habíamos escuchado. Ahora sabemos lo que tenemos que hacer". El aprendiz perdió un cliente, pero ganó unos amigos.
Francisco Morales Delgado
Alejandro Moreno Romero
Socios de TQM ASESORES
(Artículo publicado en el número 49 de
QUALITAS hodie
)