Tesis de septiembre
2001: LA AUTÉNTICA ODISEA DEL ESPACIO
septiembre 2001
"Carlomagno no sólo reclamaba legitimidad histórica cuando se hizo coronar emperador romano por el papa León III en San Pedro, en la Navidad del año 800. Estaba cediendo a sus emociones coloniales al reclamar el status de quienes habían sido superiores a su gente. Como el clásico nuevo rico, había triunfado en sus propios términos pero se sentía obligado a envolverse en el ropaje de aquello que nunca podía ser. Carlomagno era el gran rey de una tribu numerosa pero retrógrada, los francos. No era un emperador romano. Era un bárbaro."
John Ralston Saul, Diccionario del que duda
En 1968, cuando se rodó 2001, odisea del espacio, la pareja Kubrick-Clarke supuso que tres décadas después el drama humano se trasladaría de la Tierra a la Luna, de allí a Júpiter y de ahí a... más allá, el infinito. Del viejo planeta sólo llegan las voces de los controladores del vuelo espacial o las felices y muy breves imágenes de la mujer y la hija de uno de los astronautas a través de una pantalla de televisión. En la plataforma espacial a la que desciende la primera nave (con azafata incluida), se ve a militares y científicos norteamericanos y soviéticos trabajando en una relativa armonía (la película futurista calculó mal el futuro de la supuesta patria de los trabajadores). Cómo podía ser la vida sobre la Tierra en ese lejano 2001 (de la naturaleza en general y de los humanos en particular), el espectador de entonces no se hacía la menor idea, porque evidentemente la pregunta pertinente había sido desplazada por otra mucho más espectacular: ¿había vida inteligente en algún rincón del universo que no fuera el nuestro? El extraño monolito plantado en la Luna parecía decir que sí.
Sin embargo, se dejaba entrever una sospecha: el ordenador HAL –ese que dirige el vuelo, que hace y deshace, y que al final es capaz de leer los labios de los tripulantes en el momento en que pretenden sacárselo de encima- sigue revelando el antiguo (prehistórico) límite humano, por el cual nos convertimos incesantemente en víctimas de lo que hacemos y de lo que producimos, sea esto último mercancía trivial o mercancía compleja, ataviada con el ropaje religioso de la tecnología. Para cualquier espectador avisado, HAL era suficiente indicio de que, tras las ultramoderneces de entonces (la azafata caminando por las paredes de la nave-avión, la bandeja del desayuno flotando por encima de los asientos... -hacía diez años que los rusos habían puesto su primer Sputnik en órbita) los hábitos en la Tierra no habían cambiado demasiado. HAL representaba y era la digna creación del mismo estúpido ser humano de siempre: el que, obcecado en construir brillantes ingenios por la razón que calcula, acaba por destruir la razón que piensa y aquello que la sustenta: la propia vida.
El 2001 de hoy, el real, el tan poco moderno a pesar de toda la cacharrería, acaba de poner las cosas en su lugar: HAL (que es como decir la humanidad junto a sus acciones y sus productos) en primer plano, y los visitantes remotos allá lejos, en su galaxia. Ahora podemos suponer todo lo que se nos ocurra de ellos, imaginarlos con rabo, con pelo o como una suma de puras neuronas incorpóreas, pero la película tiene que transcurrir aquí, entre nosotros, inteligencias (aunque no lo veamos ni creamos demasiado) encarnadas. Porque la odisea, la que antes fue de los navegantes homéricos y que Kubrick-Clarke quisieron elevar al nivel del espacio exterior como un símbolo del nuevo milenio que se acercaba, sigue siendo todavía planetaria, más aún, irónicamente, espacial en el más terráqueo de los sentidos posibles: el que se refiere al espacio nuestro de cada día, donde moran el aire contaminado, la capa de ozono agujereada, el calor encerrado... y los aviones conducidos por pilotos suicidas.
Quienes desde las postrimerías del 2000, e incluso antes, estaban esperando el signo revelador del nuevo milenio -y 2001, Odisea del espacio pretendió simbolizar anticipadamente este límite-, ya lo tienen delante de sus narices, como algunos miles de infortunados lo han tenido en la mañana del 11 de septiembre encima de sus destrozados cuerpos: el tercer milenio, por ahora, es de este mundo, no de otros; del espacio interior (no exterior) por el que viajan aviones que en cualquier momento se desvían de rumbo y se transforman en bombas. Menudo chasco se llevó el mandamás de la gran fortaleza del norte cuando, queriendo convertirla (y convertirse) en el adelantado del nuevo milenio, planeó resucitar la guerra de las galaxias salida de la cabeza enferma de un ya lejano predecesor, para encontrarse al fin y al cabo no con misiles más o menos galácticos del siglo XXI, sino con los más convencionales aviones del siglo XX transformados en instrumentos de muerte. Ésta ha sido la inesperada odisea del espacio, el redireccionamiento de la pareja Kubrick-Clarke hacia abajo, hacia este mundo tal como desgraciadamente es y no como sueña que es en sus fantasías de cómics futuristas.
La aventura espacial tendrá que esperar (así como siguen esperando las prometidas paz y prosperidad universales después de la caída del Muro de Berlín) mientras la aventura terráquea de siempre no tenga un punto final cierto. La misma odisea del siglo XX, y de los otros, sólo que ahora, según parece, con las luchas de clases luciendo harapos de guerras de religión o de defensa de la civilización (de paso, qué civilización, ¿la de HAL?). Retroceso temporal hacia la Edad Media, antes que avance espacial hacia algún punto más o menos lejano del universo (invirtiendo la imagen del prolegómeno de 2001, la nave espacial que se transforma, en un suspiro, en la espada del Rey Arturo...) Decenas de miles de millones de dólares que aseguren el viaje de decenas de miles de seres humanos a ninguna parte, y no la odisea de intrépidos astronautas en busca del monolito perdido.
Los periódicos al uso, por una vez, no mintieron. Como dicen, el 11 de septiembre, en Nueva York y Washington, ha empezado verdaderamente el siglo XXI. ¿Pero qué vamos a celebrar: las matanzas que se avecinan (como esos mismos periódicos, que se desviven por el espectáculo prometido)? Ojalá la profecía de Kubrick-Clarke se hubiera cumplido al pie de la letra, y ahora estuviéramos festejando, aunque no sin miedo, el encuentro de los terráqueos con seres de esta u otras galaxias. Seres inteligentes en serio, no idiotas morales como los que nos gobiernan en la política, la ciencia o la tecnología, y que ocasionalmente, igual que ahora, se convierten en civilizadores con la cruz en una mano, la espada en la otra y el Bien inundándoles conmovedoramente el corazón.
Ya estamos escuchando las notas del Zaratustra straussiano mezclándose con el Wagner de Apocalypsis now. Siniestras bandadas de helicópteros que sobrevuelan nuevos Vietnam. Sí, odisea del espacio, por donde se lo mire. Kubrick-Clarke se equivocaron, pero no tanto.