Pimienta
negra, 27 de octubre de 2002
Carmelo Ruiz Marrero
Semanario Claridad
Puerto Rico, 15 de marzo 2002
La contaminación genética causada por plantas transgénicas
(genéticamente alteradas) ha sido tema de informaciones nuestras en pasadas
semanas. Ahora surge un caso verdaderamente escalofriante, revelador de toda
la rapacidad de que son capaces las grandes corporaciones multinacionales.
Habíamos visto el caso Starlink, en el que maíz transgénico
no aprobado para consumo humano se coló en la cadena alimentaria humana,
contaminando sobre 300 productos de supermercado y por lo menos 143 millones
de toneladas de maíz. La semana pasada informamos cómo el maíz
transgénico está invadiendo a México, centro de origen
de esa valiosa planta.
Agricultores por todo México, Estados Unidos y Canadá han comenzado
a preocuparse por qué pasará cuando a sus fincas lleguen el polen
o semillas de cultivos transgénicos, traídos por pájaros
o abejas, o cargados por el viento. Ya esto está ocurriendo por todo
el continente, a medida que en las grandes fincas industriales se siembran millones
de hectáreas de cultivos transgénicos, como soya, maíz,
algodón y canola. ¿Qué podrán hacer cuando llegue esa contaminación
genética a sus cultivos?
El caso del agricultor canadiense Percy Schmeiser ilustra dramáticamente
el futuro de la agricultura bajo las garras de las corporaciones de biotecnología.
Por más de 50 años, Schmeiser
cultivaba y desarrollaba variedades de canola en su finca en la provincia de
Saskatchewan. Un buen día encontró que parte de su cosecha era
transgénica. El polen y/o semillas de un cultivo de canola genéticamente
alterada viento arriba había llegado a su finca. El trabajo de su vida
entera había sido arruinado para siempre.
Pero la pesadilla de Schmeiser apenas comenzaba. Aparecieron en su propiedad
representantes de la corporación Monsanto para demandarlo por cultivar
la canola transgénica de la compañía sin autorización.
Las semillas de Monsanto son patentadas, y sólo pueden plantarlas quienes
firman un contrato con la compañía.
Schmeiser explicó a los abogados de Monsanto
que él nunca plantó esa semilla, y que llegó a sus tierras
de la misma manera que cualquier semilla o polen viaja de un lugar a otro. Pudo
haber sido semillas o polen cargados por el viento, o por pájaros, insectos,
ciervos, zorras, o coyotes. Pero la compañía insistió en
acusarlo de ladrón, y en exigirle compensación.
Monsanto llevó a Schmeiser a los tribunales, y la compañía
ganó el caso. El juez determinó que no importaba cómo llegó
la semilla a las tierras de Schmeiser -ya fuera por polinización o hurto-,
su cosecha era ahora propiedad de Monsanto y todas las ganancias que genere
deberán ser entregadas a la compañía. La compañía
también le está exigiendo a Schmeiser que pague por los costos
legales en que incurrió, que ascienden a un millón de dólares.
Pero Monsanto no se estaba metiendo con un agricultor común y corriente.
Schmeiser es un político consumado y experimentado. En años anteriores
había sido alcalde, y también miembro del parlamento nacional.
Schmeiser gastó en su defensa $200 mil, dinero que había ahorrado
toda su vida para su retiro.
Actualmente está apelando su caso, que
él estima le costará $100 mil adicionales. Ciudadanos de toda
Norteamérica han aportado dinero para ayudarlo en su batalla legal. Si
pierde la apelación, Schmeiser acudirá al Tribunal Supremo, y
si eso no funciona, el Parlamento se verá obligado a adjudicar el caso.
Schmeiser ha viajado por el mundo entero en años recientes denunciando
los abusos de Monsanto ante audiencias en países como Estados Unidos,
India, Bangladesh, Paquistán y Nueva Zelandia. En octubre del 2000, recibió
en la India el Premio Mahatma Gandhi por su lucha no violenta en pro de la justicia.
El Estado agro-policial
Las amenazas de Monsanto contra Schmeiser no son ningún caso aislado
ni aberración alguna.
Debido a la drástica consolidación de la industria semillera en
años recientes, Monsanto se ha convertido en casi el único proveedor
de semillas en muchos lugares de Norteamérica. La compañía
se ha aprovechado muy bien de su posición cuasi monopólica. El
agricultor que compre sus semillas tiene que firmar un contrato que impone las
siguientes condiciones:
El comprador no guardará de la semilla
que salga de su cosecha para plantarla en la siguiente temporada. Deberá
comprarle la semilla a la compañía todos los años.
El comprador no demandará a Monsanto
si algo sale mal. Pero Monsanto sí podrá demandar al comprador
si éste no cumple con el contrato.
Los investigadores de Monsanto, apodados
la "policía genética", podrán meterse en la finca del comprador
el día y la hora que quieran, para verificar que se esté cumpliendo
con el contrato al pie de la letra.
Este contrato frecuentemente viene pegado en la etiqueta de la bolsa de semillas
o en la factura de compra.
Tras examinar estos términos, Dennis Howard, secretario de agricultura
de Dakota del Norte, advirtió que "yo desalentaría a cualquier
agricultor a firmar este documento. Este contrato no sólo limita severamente
las opciones del productor, sino que también limita la responsabilidad
legal de Monsanto. Los acuerdos de compra-venta y contratos son efectivos sólo
si sirven para proteger los intereses de todas las partes involucradas. La protección
del contrato de Monsanto es estrictamente unilateral y yo sugeriría a
los productores tomar esto cuidadosamente en cuenta antes de aceptar este acuerdo."
Monsanto invita a los agricultores a informarles si conocen de alguien que esté
plantando su semilla sin autorización. Cuando recibe un informe de un
"chota", la compañía envía dos representantes de su "policía
genética" a la finca del acusado. Le dicen al granjero que escucharon
un rumor de que él está sembrando semillas de Monsanto sin autorización.
Si él lo niega, lo acusan de mentir, y que si no admite su culpa, la
pagará muy caro. Si el agricultor no está en la casa, le dejan
una carta demandando dinero. Estas cartas, que Schmeiser llama "cartas de extorsión",
dicen que para no ir a los tribunales, el granjero por favor remita $28,700.
Según Schmeiser, estas tácticas de intimidación destruyen
la estructura social de las comunidades agrícolas y rurales. El granjero
se pregunta quién de sus vecinos lo acusó, y eventualmente los
agricultores dejan de hablarse, por miedo a los "chotas" de Monsanto. El agricultor
canadiense estima que debe haber alrededor de dos mil granjeros en Norteamérica
bajo investigación o amenaza por Monsanto. Es difícil saber cuántos,
porque cuando firman contratos con Monsanto, se les prohíbe hablar si
son demandados.
En una entrevista reciente para la revista Acres,
Schmeiser plantea que la agenda de Monsanto es vender más químicos,
ya que la gran mayoría de las semillas transgénicas que vende
son resistentes al yerbicida Roundup, producto de la misma compañía.
Así, Monsanto puede vender las semillas y el yerbicida como un solo paquete
integrado:
"He sido agricultor desde 1947, y he visto lo que los químicos le han
hecho a nuestra tierra, nuestra vida silvestre y nuestros pájaros. Estamos
ahora pagando el precio por lo que hemos hecho en los últimos 50 años.
Todo era rociar, rociar y rociar. Cuando matábamos un insecto que era
dañino, matábamos todos los insectos beneficiosos. Me doy cuenta
después de 50 años que hacíamos mal, no sólo al
ambiente, sino también a los animales y los seres humanos. Creo que tenemos
una responsabilidad moral hacia nuestro ambiente. Los peces, pájaros,
mamíferos e insectos no pueden protegerse. Nos toca a nosotros protegerlos,
y no lo estamos haciendo."
Fuente: Nac y Pop / Jorge Rulli <rtierra@infovia.com.ar>