20.2.03

 

 

 

 

MICHAEL ALBERT Y STEPHEN R. SHALOM (ZNet)

PREGUNTAS Y RESPUESTAS SOBRE EL MOVIMIENTO CONTRA LA GUERRA

(12 de febrero, 2003)

 

1. Mientras crece el sentimiento contra la guerra y el movimiento contra ésta cobra impulso, ¿cuáles son las prioridades más importantes para las organizaciones que buscan la paz y la justicia?

Construir un movimiento capaz de organizar al suficiente número de gente suficientemente informada y comprometida para obligar a las élites gobernantes de todo el mundo, y fundamentalmente a la de los EE.UU., a reducir o incluso poner fin a sus designios de guerra, por miedo a las repercusiones que habría si no lo hicieran así.

Asegurar que este movimiento ampliamente mundial contra la guerra continúe más allá de la crisis de Irak, y que se desarrolle con la fuerza suficiente para hacer menos probables nuevas guerras y violaciones internacionales en cualquier parte.

Asegurar que el poder y la humanidad de este movimiento sean profundizados, enlazándolo a objetivos más amplios de justicia económica, de género, de raza, ecológicos, sociales, políticos, nacionales e internacionales.

2. Desde organizaciones progresistas se escucha a veces la exigencia: «Dejemos que los inspectores hagan su trabajo». ¿Es ésta una exigencia razonable? ¿Debe la izquierda apoyar las inspecciones?

La exigencia «Dejemos que los inspectores hagan su trabajo» tiene tres significados, uno que la izquierda debe apoyar, otro que es razonable pero inadecuado, y otro que es inmoral y completamente peligroso.

En orden inverso, la versión inmoral y peligrosa se traduce así: todavía no se han reunido las evidencias suficientes para convencer a los oponentes a la guerra de que ésta es apropiada, de manera que démos a los inspectores algo más de tiempo y luego vayamos a la guerra. Esta versión no es esencialmente diferente a la posición de Bush, ya que él necesita unas cuantas semanas más para tener todas sus tropas en el lugar adecuado para el momento oportuno.

Lo que hace a esta posición tan inmoral y peligrosa es que da por sentado, en contradicción con los hechos, que existe una grave amenaza que sólo la guerra puede neutralizar, ignorando sus horribles costos.

Irak puede tener o no armas biológicas o químicas ocultas, pero lo mismo ocurre con muchos otros países, y las perspectivas de que Irak sea capaz de utilizar cualquier arma de este tipo contra sus vecinos, y menos aún contra EE.UU., son esencialmente nulas, dada su débil situación y la presencia de masivas fuerzas militares en sus fronteras (incluso antes de la actual acumulación de tropas). Sí, tales armas podrían ser empleadas en el caso de un ataque de los EE.UU., pero ésta es una cuestión muy diferente a la de que exista una real amenaza de su utilización ofensiva por parte de Irak.

Cualquier guerra para desarmar a Irak, sea ahora o dentro de algunas semanas, corre el riesgo de desatar horribles consecuencias que podrían no estar justificadas por la necesidad de eliminar la pequeña amenaza planteada por Saddam Hussein. En la medida en que nadie puede saber qué sucederá en una guerra, los riesgos son seguramente inmensos:

Muerte y destrucción en Irak. La ONU se está preparando para medio millón de víctimas iraquíes (ver el filtrado documento interno de la ONU aquí). Medact, miembro británico de la Asociación Internacional de Físicos para la Prevención de la Guerra Nuclear –que ganó el Premio Nobel de la Paz en 1985– estima la posibilidad de medio millón de muertos (suponiendo que no se empleen armas nucleares de ninguna clase; ver el informe «Daños colaterales: los costos en salud y medioambientales de la guerra contra Irak». Y a pesar de las declaraciones en el sentido de que los atacantes serán cuidadosos para evitar «daños colaterales», el Ministerio de Defensa británico «admitió que el sistema de electricidad del que dependen el agua y la sanidad pública del pueblo iraquí podría ser un objetivo militar, a despecho de las advertencias de que su destrucción provocaría una tragedia humanitaria (The Independent, 2 de febrero, 2003).

Inestabilidad en todo el mundo árabe y musulmán. Por supuesto, la inestabilidad no es algo automáticamente malo, pero resulta difícil ver cómo las protestas masivas en toda la región, y la represión resultante, mejorarán las perspectivas para unas sociedades decentes. El fundamentalismo ya ha ganado las elecciones provinciales en Paquistán como consecuencia de la guerra de los EE.UU. contra Afganistán; su fuerza crecerá probablemente dentro de ese país y fuera de él.

Debilitamiento de las frágiles instituciones del derecho internacional y fortalecimiento del «podemos-hacer-una política derechista» de la administración Bush. Con independencia de que el Consejo de Seguridad se rinda por fin al soborno y a las amenazas de Washington, está claro que ésta es una guerra impulsada casi exclusivamente por los EE.UU. Un ataque a Irak establecerá el precedente de que la guerra preventiva es una doctrina admisible en los asuntos internacionales, deshaciendo una labor de décadas en las que se construyeron una serie de pequeños controles para impedir la agresión externa. Bill Keller, del New York Times (9 de febrero, 2003), dice que apoya esta guerra, pero no ninguna de las otras guerras que Bush probablemente se propone declarar. Sin embargo, nada hará esas guerras cercanas más probables que dejarle las manos libres a Bush para esta guerra.

Estímulo para la proliferación de armas de destrucción masiva. Cualquier Estado atento al comportamiento de los Estados Unidos probablemente sacará la conclusión de que mediante recursos convencionales no puede estar a salvo de un ataque de este país, y de ahí que sólo la adquisición de armas de destrucción masiva ofrezca alguna esperanza de detener el próximo intento de Washington para proceder a un cambio de régimen.

La razonable pero inadecuada versión de la consigna «dejemos que los inspectores hagan su trabajo» se entiende como un argumento contra la guerra. Afirma que las inspecciones pueden cumplir el objetivo de convertir a Irak en un país incapaz de representar una amenaza para nadie más allá de sus fronteras, y así la guerra será completamente innecesaria. En el pasado, una menos elaborada versión de tales inspecciones había destruido muchas más armas de destrucción masiva en Irak que todos los bombardeos de los EE.UU. y su coalición durante la primera guerra del Golfo, incluidos los subsiguientes bombardeos de los EE.UU y Gran Bretaña en 1998.

Consideradas en abstracto, por supuesto, las inspecciones y la guerra no son los dos únicos modos de lidiar con el problema de las armas de destrucción masiva. Sin embargo, desde un punto de vista práctico, ambas parecen ser posibilidades a corto plazo. Esto es, las inspecciones son por el momento la única alternativa realista a la guerra. Hay algunos aspectos de la política de la ONU respecto a Irak que la izquierda debe condenar claramente –por ejemplo, las sanciones, que causan un daño catastrófico a los civiles iraquíes, mientras que fortalecen, en vez de debilitar, a Saddam Hussein. (Por ello, junto a nuestro llamamiento en contra de la guerra, debemos hacer frecuentemente también un llamamiento para que se ponga fin a tales sanciones). Pero exigir la finalización de las inspecciones sería una locura, ya que son la única esperanza real de impedir la guerra.

Algunos argumentan que las inspecciones llevarán intrínsecamente a la guerra y que fueron creadas desde el principio con tal fin. Esta puede ser en realidad la esperanza de Washington, pero no hay ninguna razón para creer que otros miembros de la ONU –como Francia, Alemania, China, Rusia, México o Siria– esperen que las inspecciones desemboquen forzosamente en la guerra.

Dicho esto, se debe reconocer, sin embargo, que existen serios problemas con las inspecciones. Los inspectores son demasiado complacientes con Washington; la exigencia de que Irak permita el sobrevuelo de los U-2, mientras al mismo tiempo aviones de guerra de EE.UU. y Gran Bretaña patrullan el cielo iraquí (no autorizados por ninguna resolución del Consejo de Seguridad) es irrazonable, aunque se haya permitido. Sin embargo, lo más importante es que las inspecciones implican que hay un solo país en el mundo que parece requerirlas. Así, decir simplemente «Dejemos que los inspectores hagan su trabajo», sin ninguna otra elaboración, no es una consigna adecuada.

La versión deseable de «Dejemos que los inspectores hagan su trabajo» es no sólo que las inspecciones conviertan la guerra contra Irak en algo completamente innecesario, sino que también las inspecciones de Irak deban considerase como parte de un esfuerzo más amplio para prohibir las armas de destrucción masiva en todo Oriente Medio (como se estableció en el artículo 14 de la Resolución 687 del Consejo de Seguridad, aquella que fue originalmente aprobada para el desarme de Irak después de la primera Guerra del Golfo) y de hecho globalmente. En suma, lo que se aplica a uno, debe aplicarse a todos.

3. ¿Qué debe exigir la izquierda en respuesta al terrorismo, a las armas de destrucción masiva, etc.?

Hay dos partes en lo que respecta a la respuesta de la izquierda al terrorismo. Primero, la izquierda de los EE.UU. debe exigir a su gobierno que deje de realizar acciones terroristas y de apoyar al terrorismo. El terrorismo, por supuesto, no se limita a la colisión de aviones contra el World Trade Center por parte de musulmanes fundamentalistas. También es terrorismo bombardear Afganistán, sabiendo que prestigiosas agencias de ayuda advirtieron sobre una potencial catástrofe humanitaria. Es propio de un Estado patrocinador del terrorismo el suministrar armas para la campaña asesina de Turquía contra los kurdos en los años 90, o al ejército de Colombia, del que se sabe que está ligado a los escuadrones de la muerte paramilitares, o a las fuerzas de ocupación israelíes que utilizan los helicópteros de asalto de los EE.UU. y muchas otras cosas más contra la población civil palestina. Por lo tanto, el paso más grande que el gobierno de los Estados Unidos puede dar para reducir el terrorismo internacional consiste en que deje de darle su apoyo.

En cuanto al terrorismo antioccidental, hay algunos planteamientos beneficiosos para reducirlo y otros que son contraproducentes. El más importante de los planteamientos beneficiosos es modificar la política exterior de los EE.UU. Los líderes de Al Qaeda y otros como ellos pueden tener el objetivo de provocar un enfrentamiento apocalíptico entre los musulmanes y Occidente, del que esperan salir victoriosos. Pero muchos de sus seguidores, reclutas y simpatizantes están motivados por las políticas de EE.UU., que pueden y deben, por sus propios méritos, ser cambiadas. Entre éstas, figura el inconmovible respaldo a la opresión de los palestinos por los israelíes, las devastadoras sanciones a Irak y el apoyo a los regímenes corruptos y autoritarios en todo el mundo árabe y musulmán.

Otras enfoques, secundarios pero más inmediatos, para afrontar el terrorismo antioccidental, consisten en medidas políticas, incluidas la investigación de redes financieras, bancos de lavado de dinero, etc. Por otro lado, la versión del gobierno de EE.UU. de la acción de policía –convirtiendo cada vez más al país en un Estado policial a través de la Patriot Act (e incluso a través de una aún más siniestra Ley de Intensificación de la Seguridad Interna {Domestic Security Enhancement Act} para el 2003, que aparentemente está siendo ya elaborada por el Ministerio de Justicia [texto disponible aquí])– hará probablemente que las cosas empeoren aún más en lo que se refiere al terrorismo, enajenándose a la gente cuya lealtad se pretende asegurar, que en lo relacionado con el carácter general de nuestra sociedad.

Lo más contraproducente de todo es la acción militar, con bombardeos masivos, que resulta no sólo en muchos cadáveres, sino también en muchos más terroristas. The New York Times informó el 16 de junio de 2002, sobre la base de conversaciones con altos funcionarios gubernamentales, que «las investigaciones secretas del FBI y la CIA sobre la amenaza de Al Qaeda han concluido que la guerra de Afganistán fracasó en lo que respecta a la disminución de la amenaza hacia los Estados Unidos... En vez de eso, la guerra pudo haber dificultado los esfuerzos antiterroristas, al dispersar a los potenciales atacantes a lo largo de una superficie geográfica más amplia».

En cuanto a cómo tendríamos que enfrentarnos al tema de las armas de destrucción masiva, deberíamos observar ante todo que las armas químicas, biológicas y nucleares no son las únicas de destrucción masiva. Ha muerto mucha más gente –y están muriendo todavía– a causa de las enfermedades imputables a las sanciones de EE.UU y Gran Bretaña, que debido a «todas las llamadas armas de destrucción masiva a lo largo de la historia» (Karl y John Mueller, en Foreign Affairs, mayo-junio 1999).

Limitándonos a las armas de destrucción masiva tal como se las entiende típicamente, la adquisición de ADM por parte de un Estado más bien alienta en general, antes que lo contrario, su adquisición por otros. Así pues, el mejor método para habérselas con las ADM iraquíes –tanto desde el punto de vista de la justicia como del de la eficacia– es en el contexto del desarme global o de la prohibición de estas armas.

Sin embargo, uno de los mayores obstáculos para tal desarme han sido los Estados Unidos. Los oficiales norteamericanos hablan hoy abiertamente de la utilización de armas nucleares y cuentan con científicos que están trabajando a toda máquina para encontrar la manera de hacer estas armas más manejables. Estados Unidos es signatario del Tratado de No Proliferación Nuclear (NPT, por sus siglas en inglés), que establece una clase de países «poseedores» de ellas y otra clase de «no-poseedores», con los EE.UU. en la privilegiada categoría de los «poseedores», pero Washington se ha negado a cumplir sus obligaciones a la luz del Tratado, en el sentido de orientarse hacia el desarme; ha rechazado, por ejemplo, el Tratado de Prohibición Total de Ensayos Nucleares que las naciones «no-poseedoras» consideran el test básico que señala el compromiso de un país con el NPT.

Estados Unidos es también signatario de la Convención de Armas Químicas (CWC, por sus siglas en inglés). Como señala un informe del Centro de Estudios para la No-Proliferación, del Instituto Monterey de Estudios Internacionales:

«Después de firmar el Tratado en 1993, Washington lo ignoró durante mucho tiempo, escapando de la embarazosa situación sólo con una ratificación de último momento, sólo cuatro días antes de su entrada en vigor. Además, Estados Unidos logró diluir la Convención, al hacer incluir salvedades en su resolución de ratificación e implementando una legislación que exceptúa los emplazamientos de los EE.UU. de las propias normas de verificación que los negociadores norteamericanos habían exigido anteriormente que fueran incluidas en el Tratado.»

Entre las salvedades figuraba el derecho del presidente de los EE.UU. a rechazar una inspección de los sitios del país relacionados con la seguridad nacional. (Ver Amy E. Smithson, «U.S. Implementation of the CWC», en Jonathan B. Tucker, The Chemical Weapons Convention: Implementation Challenges and Solutions, Monterey Institute, April 2001, pp. 23-29).

Estados Unidos es asimismo signatario de la Convención sobre Armas Biológicas y Tóxicas (BWC), aunque los esfuerzos que se hicieron para lograr su total acatamiento a la misma se empantanaron después de que Washington bloqueara los debates. (Ver el análisis de Jonathan Tucker, de febrero de 2002, aquí).

4. ¿Debemos, y en caso afirmativo cómo, subrayar los costos económicos de la guerra?

La razón para oponernos a la guerra, la primera y principal, es que ésta es inmoral, no que costará demasiado. Lo que está mal en los despiadados bombardeos sobre Irak, o antes sobre Afganistán, o Irán o Siria o Corea en el futuro, no es que cuesten mucho, sino que matan y mutilan a víctimas inocentes por millares, por decenas de miles, o incluso por centenares de miles o más, con el único propósito de defender y expandir las prerrogativas imperiales.

Si el costo excesivo fuera una razón para oponerse a la guerra, jamás se hubiera permitido ninguna. El asunto no es que la guerra represente un alto costo a financiar, y que este costo implique alguna pérdida para los ciudadanos de EE.UU. El asunto es que si la guerra contra Irak, y también la guerra contra el terrorismo, llega a perpetrarse, será en nombre de la defensa de la riqueza y el poder de las élites corporativas y políticas, y esto será a expensas de todos los demás, tanto en el exterior como en casa.

Sí, es relevante que el gasto de guerra desplace al gasto en educación, al gasto en salud, al gasto en vivienda, al gasto en cultura, y mucho más. Pero la cuestión económica real es que esto es visto en última instancia por las élites como otra virtud del gasto de guerra, y no como un débito.

Todas esas formas de gasto social benefician ampliamente a la población, que incluye a la gente que trabaja y a los pobres, y hacen que estos grupos en particular lleguen a ser más fuertes, a estar mejor asegurados contra el miedo al desempleo y a las represalias en el lugar de trabajo, y a ser más capaces de desarrollar y alcanzar sus propios proyectos en sus comunidades, en sus puestos de trabajo y en la sociedad.

Este efecto del gasto social es contrario al aumento del poder y de la riqueza de los que están en la cima y en su lugar transfiere poder a los que están abajo. El gasto militar, por su parte, hace lo opuesto, aumentando los beneficios y el poder de los de arriba, sin fortalecer a los trabajadores y a la gente pobre de abajo. Así, la agresiva inclinación del presupuesto de los EE.UU. hacia los ejércitos antes que hacia los gastos sociales debe ser tomada como eje por los radicales precisamente para explicar las motivaciones y la lógica de la economía capitalista y del sistema social en que vivimos, y para oponernos a éste per se, pero no debemos dar a entender que la razón por la que la guerra es mala es principalmente porque afecta a nuestros bolsillos.

5. ¿Cuáles son los vínculos entre las opresiones en el interior y la guerra en el exterior?

Las opresiones en el interior incluyen las jerarquías basadas en la raza, el género, la clase o el poder político. Es justamente para beneficiar a los que están en la cúspide de tales jerarquías que se hacen las guerras en el exterior.

La guerra es la globalización corporativa hecha violenta. La globalización corporativa es la competencia de mercado capitalista hecha internacional. La conexión entre la guerra y las instituciones básicas en las que vivimos es indestructible. En última instancia, para ser efectivas y coherentes, la oposición a la guerra y la oposición a la injusticia interna deben estar mutuamente entrelazadas y apoyarse recíprocamente. Esta es la razón por la que la principal coalición contra la guerra está relacionada con la paz y la justicia, no con la una o con la otra.

6. ¿Por qué el «movimiento por la paz» parece ser desproporcionadamente blanco y de clase media?

En EE.UU., las encuestas muestran que los afroamericanos son más escépticos ante la guerra que la población en su conjunto. Algunos de los más importantes esfuerzos contra la guerra –las resoluciones de los municipios opuestos a ésta– han tenido lugar en ciudades donde los blancos son minoría. De hecho, de las 25 ciudades con poblaciones superiores a las cien mil personas que han aprobado resoluciones contra la guerra, 15 tienen minorías blancas. De estas 15, seis tienen una mayoría afroamericana y otras seis una gran población afroamericana.

No hay estadísticas fiables sobre los participantes en las manifestaciones contra la guerra. Ha habido evidentemente muchos árabe-americanos en estas manifestaciones, y un porcentaje mucho mayor de afroamericanos que durante las manifestaciones contra la guerra de Vietnam. Sin embargo, es probable que las actuales manifestaciones sean desproporcionadamente blancas y de clase media. Pero en gran medida esto está en función de qué sectores de la sociedad pueden más fácilmente disponer de tiempo y de dinero para trasladarse hasta los principales actos contra la guerra.

7. ¿Qué pueden hacer las organizaciones por el cambio social para romper las desigualdades internas de raza, género y clase?

Hay dos aspectos de la cuestión. En primer lugar, tenemos la necesidad de llegar con información y organización a los grupos infrarrepresentados. Esto es bastante obvio.

En segundo lugar, hay cosas que debemos hacer en favor de nuestros movimientos y sus programas. Tenemos que estar abiertos y recibir con simpatía y de hecho fortalecer a estos grupos.

Si es difícil intervenir en las acciones desarrollados por un movimiento, difícil participar en ellos o, en especial, cultural o socialmente disuasorio para personas con empleo o personas en situación de riesgo, entonces la participación de toda esta gente será reducida. Los movimientos tienen que ser multi-tácticos, puesto que la diversidad de tácticas aumenta por lo general el impacto, pero también porque de tal modo se atraerá a diferentes grupos que entonces podrán participar en diferentes tipos de acciones. Por lo tanto, es preciso que esté disponible una amplia variedad de opciones.

Pero hay además otra cuestión. Los movimientos cuya estructura interna, su cultura y sus modos resultan disuasorios para un grupo –lo que hace que tal grupo se pregunte sobre los compromisos del movimiento, sus valores y sus fines– no van a retener a sus miembros. Si un movimiento es sexista en su división interna del trabajo, su tono cultural, sus métodos para la toma de decisiones, sus tácticas, etc., a las mujeres les costará mucho mantener su compromiso y la energía que le dedican a él. Y lo mismo sucede si la división interna del trabajo de un movimiento, su tono cultural, o los métodos para la toma de decisiones, o sus tácticas, etc., encarnan o reflejan presupuestos y compromisos que son racistas o muy estrechos desde el punto de vista racial, o clasistas o muy estrechos desde la óptica de clase.

Para tener unos movimientos que estén profundamente arraigados en aquellos grupos que debe abarcar para lograr sus objetivos, es necesario que dichos movimientos no sólo atiendan los intereses de estos grupos, que no sólo faciliten los medios convenientes para la participación de estos grupos, sino que también los refuercen, los reciban con simpatía y los hagan sentirse cómodos, y reflejen sus valores y sus aspiraciones, e incluso sus estilos y sus costumbres.

8. Mientras respondemos a la actual crisis, ¿qué debemos hacer para asegurar un movimientos más fuerte, más amplio y más profundamente unido, de aquí a los próximos seis meses?

Hay una tendencia en todas las organizaciones a centrarse, muy comprensiblemente, en el presente inmediato. Queremos que cierta tarea quede terminada. En este caso, queremos impedir una guerra –o quizás, si esto fracasa, acabar con una guerra. A menudo la gente piensa que formular las cosas de la manera más limitada posible es la mejor apuesta para abarcar a la mayor cantidad de personas posible. Esto puede congregar a las mayores multitudes, suponen. Creen que es algo que puede evitar los debates. Y así sucesivamente. Sin embargo, se trata de un error, por las siguientes razones.

Primero, es una equivocación en el corto plazo.

Es muy dudoso que haciendo un llamamiento limitado consigamos más miembros, dado el probable impacto de este carácter limitado sobre diversos grupos, o sea, el hecho de ignorar todo aquello que impulsa principalmente a estos grupos.

Pero además la cuestión no consiste exactamente en atraer multitudes. Las élites no van a contar cuántos somos, y si alcanzamos cierta cantidad, no por eso van a cambiar de posición. Las élites evalúan sus intereses. En la medida en que persigamos empeñosamente los fines que nos hemos fijado, se preguntarán, frente a la disidencia: ¿se halla ésta en equilibrio con nuestros intereses, o hay algo respecto a la disidencia que podría inclinar los platillos de la balanza en contra de nuestros intereses?

El número de disidentes es un factor a tener en cuenta, sí. Pero más importante aún es la trayectoria de la disidencia. ¿Está creciendo, o se encuentra estabilizada? Más pequeña pero en crecimiento representa una amenaza mayor que más amplia pero estable. Dicho de una manera más expresiva: ¿cuál es el carácter de la disidencia? ¿Está reducida a un solo tema, de manera que cuando desaparezca la crisis, también la disidencia desaparecerá? ¿O la disidencia se está transformando en algo más fundamental? ¿Las políticas de la élite están produciendo movimientos que se opondrán a ella en cada ocasión, obstruyendo unas políticas que vayan más allá de las que ahora se impugnan?

La razón para trascender la limitación de objetivos es en última instancia la de conservar la mayor cantidad de gente posible dentro de nuestros movimientos. Pero también la de construir unos movimientos que sean realmente amenazadores desde la perspectiva de las élites que están procurando decidir de qué modo responder. Unos movimientos con objetivos múltiples, tácticas múltiples, amplio y diverso, y particularmente que tiendan a persistir y que mantengan en alza esos costos elevados de los que las élites deben tomar nota, de manera que cuando el movimiento se desarrolle lo suficiente, éstas tengan que ceder.

Así, el primer requisito, si deseamos ser fuertes de aquí a seis meses, es ser amplios en nuestra creciente conciencia y en los objetivos, en nuestro programa y en nuestros métodos.

El segundo requisito esencial para alcanzar longevidad y poder fue planteado ya más arriba. No sólo necesitamos atraer gente y desarrollar una posición que plantee costos sociales a las élites, sino que además necesitamos desarrollar relaciones duraderas que no se desmoronen cuando un asunto disminuye en importancia, o cuando la gente se sienta agotada o al margen.

De este modo, el requisito para lograr efectividad en el futuro es tener unos movimientos que sean abiertos y que refuercen a los distintos grupos a través de su programa, pero también mediante su organización interna y su cultura, por no hablar de la necesidad de que la gente se reúna.

9. ¿Debemos hacer un mayor esfuerzo para vincularnos con movimientos internacionales?

En una palabra, sí. La oposición internacional a esta guerra, y a la guerra en general, y a la globalización corporativa, y al racismo y a la explotación del mercado –y todo lo demás– es actualmente extraordinaria en escala, aliento, diversidad y energía. La izquierda de los EE.UU. es sólo una parte de todo esto. Es una parte importante, por el papel de los EE.UU., pero en muchos aspectos también es una relativamente modesta parte, en tamaño y sabiduría. Los movimientos de los Estados Unidos pueden beneficiarse enormemente aprendiendo del exterior y también recibiendo ayuda y cooperación del exterior.

10. ¿Cómo debemos medir nuestro éxito?

Muchos creen que el éxito está en función del número de gente, o de si un objetivo de corto plazo se alcanza o no, como por ejemplo hacer abortar una reunión de la élite. No es así. Lo que hacemos debería ser siempre concebido y medido desde el punto de vista de la lucha total por la paz y la justicia, y no como un objetivo inmediato.

La cuestión es: nuestra labor, cada día, cada semana, ¿deja la situación mejor o peor de lo que era antes? Al final de una acción, por ejemplo, la medida del éxito no es sólo si nuestro trabajo ha desplegado ante la élite un movimiento cada vez más poderoso y disidente, sino: ¿tenemos más gente preparada para trabajar en el proyecto siguiente? ¿Ha aumentado la conciencia de la gente, tanto dentro del movimiento como fuera de él? ¿Han aumentado los compromisos de los miembros con el movimiento, y hay gente nueva que se esté incorporando a éste? ¿Hemos ganado en condiciones sociales de tal modo que estemos en una posición más favorable para obtener nuevas ganancias? ¿Son nuestras organizaciones más fuertes en tamaño y activos, y han mejorado en cuanto a su calidad? Éstas son la clase de medidas del éxito en las que tenemos que centrarnos siempre.

El 15 y 16 de febrero habrá manifestaciones contra la guerra en todo el mundo. Como resultado, podríamos tener acciones en 300 ó 500 ciudades o más. Participarán muchos millones de personas. Pero la verdadera señal del éxito no será el tamaño total, sino la cantidad de gente que entienda que está formando parte de un proceso en marcha, y si este proceso ha sido enriquecido y reforzado por estas acciones de modo tal que resulte fácil alcanzar en el futuro los mismos niveles de disidencia, y que resulte probable llegar a niveles aún más altos desde el punto de vista del tamaño y del compromiso.

 

Traducción del inglés: Round Desk.

 

 

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