RAMIRO ALDAO
LA ARGENTINA UNIDIMENSIONAL
Elecciones y suicidio colectivo
Como dirían sus amos, los argentinos, otra vez, «se han expresado». Del mismo modo en que lo hacen todos los individuos, sean argentinos o no, cuando, al hablar en público, intentan «hablar con propiedad». O sea, cuando violentando el habla espontánea y natural apelan al bagaje de palabras, y las conexiones entre ellas, que a cada uno de nosotros nos han metido pacientemente desde la cuna y nos las seguirán metiendo hasta la tumba, pasando por la escuela, la Universidad, el periódico popular, el periódico culto, la televisión, la publicidad, en fin, todo lo que forma parte del ministerio de la cultura que está abajo y a los costados del Ministerio oficial, rodeándolo y rodeándonos, subyaciendo a éste y subyaciéndonos, y por tanto bien adentro del individuo mismo, en esa parte inodora, incolora e insípida que llamamos nuestra «alma», nuestro «carácter», nuestra «personalidad», nuestra «intimidad», nuestro «espíritu», o cualquier otra entidad fantasmal semejante con que designamos, sin saberlo, la trágica huida cotidiana de nuestra humana realidad, que no es precisamente un fragmento, es decir, un individuo –los gloriosos individuos–, sino, exactamente al revés, el todo histórico y social.
En efecto, uno es más «individuo» y mejor se «expresa» cuando todos los canales del orden establecido (la «Realidad») llegan hasta él y por su boca se desagotan. Así se constituye la individualidad moderna. El individuo más dotado y más respetado será aquel que haga buen acopio y habilidosa combinación de las palabras que surgen a carradas de las tuberías del Sistema. El perfecto individuo es eso, el que –como los productos en serie que abastecen los supermercados– le pone su «marca», su alma, al producto ideológico masivo con que nos atiborran desde las usinas donde se fabrica incesantemente, día y noche, el «consenso». Cada cual con su marca individual, su número, su estigma grabado a fuego, igual que las ovejas del rebaño acarreadas por el pastor. «El niño tiene que aprender a expresarse», le dice el autorizado profesor al padre abrumado. «¡Exprésese con corrección!», le chilla el catedrático al estudiante que va para diplomado en algo. «El pueblo se ha expresado democráticamente», claman los políticos y los autodenominados medios de «comunicación» cada vez que se cierran las urnas sagradas y se va a hacer el recuento de votos (de almas, de yos, de individuos) de la rebañesca consulta electoral. Resultado: el Sistema se legitima una vez más (por eso de la «soberanía popular»), los políticos se guardan en los bolsillos las credenciales que les darán carta blanca para la próxima represión (en nombre del pueblo soberano, claro está), y los individuos que se han expresado vuelven a casa tan contentos de haber tenido, al menos cada cuatro años o seis, según toque, esa brillante oportunidad de «decir» lo que «piensan», sin comprender en lo más mínimo que lo que dicen y lo que piensan ha sido hecho al dictado y como en sueños. «Dictado», de donde «dictadura», esa dictadura a la que nos sometemos con complacencia, porque el lugar que ocupa corresponde justamente a la intersección entre Realidad y Subjetividad, allí donde todos los gatos son pardos, y el individuo repite, con la etiqueta de marca del caso, el producto único, el discurso único, la Realidad última impuesta a palos –cuando se hace urgentemente necesario–, o de manera suavemente persuasiva por la policía de recambio: los metafísicos de lo social, viejos o nuevos, siendo estos últimos mucho más simpáticos y más convincentes, dadas sus innegables virtudes para envolver el adusto saber en el papel de regalo del marketing, las relaciones públicas, la venta por teléfono «personalizada», la atención «cara a cara», y tantos otros recursos a gusto y satisfacción de los «individuos personales», con ideas y con opinión «propia».
En el caso que nos ocupa, los argentinos se han expresado, sí, y naturalmente lo han hecho votando a favor del sistema que los oprime y que ya ha arrojado a la miseria a más del 50% de la población. Al mismo tiempo se ha expresado la Democracia, que es cosa de números, no de seres humanos que piensan y hablan de verdad, por lo que habrá que apechugar, como siempre, y rendirse a la evidencia de que la cosa es así, democrática (palabra intocable en el diccionario de los sujetos que son sujetos), aunque frustrante e infeliz. Lo fundamental es que haya habido el número suficiente –y más que suficiente, ya que en Argentina votó alrededor del 80% del padrón electoral [*]– para seguir garantizando la forma, la fórmula brillante, la Democracia, con sus correspondientes individuos-número que no importan a nadie más que para eso, el voto y sus equivalentes: la compra-venta, las estadísticas, el Producto Interior Bruto, la oferta y la demanda, los índices de crecimiento y demás datos de interés para el Dinero, su «vida», su sustancia y su movimiento, que es de lo que verdaderamente se trata «en democracia». Ahora nadie podrá quejarse de falta de democracia (el presidente saliente no fue «elegido», sino tan sólo designado por el Congreso, en un golpe de estado entre bambalinas), de manera que el presidente que entre, después de la segunda ronda, podrá cumplir tranquilamente su papel, el que le ha sido adjudicado de antemano en el centro del Imperio, con la anuencia tácita de los amos vernáculos. Argentina volverá a ser, para los medios de «comunicación», un país plenamente democrático, y el pueblo argentino seguirá siendo apaleado, saqueado, hambreado y humillado de la misma manera que antes, cuando, por desgracia, la Democracia no había pasado enteramente por la pila bautismal de las urnas. Fue entonces cuando, el domingo 27 de abril, llovió el agua bendita, y a partir de ahora la Democracia ya puede caminar soberbiamente sobre las aguas, o sea, hacer cualquier clase de «milagros» en contra de los que la votaron, al votar a sus candidatos, puesto que goza de la legitimidad, la inmunidad (no sólo parlamentaria, sino también presidencial, judicial, policial y empresarial) y la impunidad necesarias. Se ha coronado a la Gran Verdugo, y a los verduguitos personales que la encarnan, en el momento mismo en que había firmes indicios para creer que por esas tierras se había acabado su ya larguísimo itinerario. «Que se vayan todos», el lema, significaba rigurosamente que la primera en tener que irse era la propia Democracia, que había amamantado a los «todos» de referencia. Pero está visto que, para que la dama nos abandone, antes tendremos que abandonar nosotros mismos a los individuos que somos, con sus «ideas», sus «opiniones» y sus «expresiones», detrás de las cuales alienta este viejo fantasma que sirve a cualquier causa menos la del pueblo que ella dice defender y para el cual y por el cual –según nos inculcaron a martillazos– existe y del cual «es».
Lo curioso, lo patético y lo catastrófico de todo esto es que la cosa no ha ocurrido en Europa ni en EE.UU., donde consumo, despilfarro y Democracia van a la par. Donde, por tanto, el hombre unidimensional del que hablaba Marcuse –ese que ha perdido la capacidad del pensamiento crítico con el que distanciarse de la mutilante realidad– parece ser el único modelo de hombre posible, y la propia mutilación el horizonte más lejano que puede plantearse para su exigencia de felicidad. Fue en Europa, por ejemplo, donde en 1968 diez millones de personas se convirtieron en «piqueteras» durante un mes, para inmediatamente después de haber puesto en remojo al hombre unidimensional que entonces advenía, volver al redil mediante su participación masiva en las elecciones que el Poder se sacó de la manga como último recurso de salvación. Esta es la máxima ilustración que han dado los países del «centro» de hasta dónde se puede llegar en el pretendido proceso de transformación histórica cuando amos y esclavos comparten, más allá de las diferencias superficiales, el mismo repertorio de conceptos clave, el mismo lenguaje, la misma mitología. Si en nuestro panteón están los propios dioses que venera el enemigo, mal asunto.
Ocurrió, por el contrario, en un país donde la mayoría de sus habitantes hace mucho que pasaron a la categoría de «subconsumidores», «infraconsumidores» o «no-consumidores» absolutos (con niños que se han muerto de hambre). En otros tiempos, este panorama explosivo habría dado lugar a la instalación, con la imprescindible ayuda norteamericana, de una dictadura sanguinaria. Sin embargo, a pesar de todo lo efectiva que fue en el continente esta apelación a la mano dura, en su forma manu militari abierta o como Mano Negra (escuadrones de la muerte), o ambos a la vez, no tuvo más remedio que «modernizarse», esto es, dejar paso a la diestra mano de los aparatos civiles y «civilizados» de dominación, al tiempo que el mundo entero entraba en la «normalización» globalizadora y democrática, especialmente a partir de la caída del Muro de Berlín. Junto a esta «modernización» y esta «normalización» llegó también aquí, y no podía ser de otro modo, la unidimensionalización típica del hombre norteamericano. El producto monstruoso es evidente: ya no conformismo, sumisión y supresión de la dimensión imaginativa de los seres humanos en el contexto de la sociedad opulenta, sino en el corazón mismo de la miseria y la privación. Así sonó la hora de la Democracia en América Latina, y en Argentina particularmente a partir de 1983. La hora de la cual lo que acaba de suceder en este país viene a ser un minuto más. Y la demostración palpable de que, mientras no se revisen las nociones fundamentales de la crítica, la aguja de la historia seguirá marchando en la misma dirección, de derrota en derrota, de «pueblo en las calles» a individuos en el «cuarto oscuro»; de la cohesión, la lucidez y el coraje de lo social a la dispersión, la confusión y el miedo de lo particular; del autorreconocimiento de todos y cada uno entre todos en la plaza pública al desconocimiento democrático de la totalidad. El salto brutal del «Que se vayan todos» al «Que se queden todos» (y de todos, en especial los peores), el pasado 27 de abril en la Argentina, es la prueba de que el Hombre Unidimensional ha ganado, una vez más, la elección.
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[*] Hubo un poco más del 20% de abstenciones –porcentaje más o menos estable en todas las elecciones argentinas– y 2,70% de votos en blanco, nulos, impugnados y recurridos (23% en total), mientras que en las elecciones legislativas de octubre de 2001, dos meses antes del «Argentinazo», el llamado «voto bronca», de cuestionamiento del Sistema, alcanzó el 49%, sumando las abstenciones (28%) y el resto –en blanco, nulos, etc.– (21%).
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NOTA DE LA REDACCIÓN
Este artículo fue subido a argentina.indymedia.org en el mismo momento de su publicación en Pn. Durante las cerca de 24 horas que estuvo visible en la página principal de esa web, provocó dos comentarios antagónicos, que publicamos a continuación. El lector o lectora que quiera sumarse a este pequeño debate, puede enviar su texto a pimientanegra@mundofree.com En caso de que haya respuestas, serán rigurosamente reproducidas en este mismo lugar.
1. ¡Qué pelotudo!!!!
por yo
• Wednesday April 30, 2003 at 06:24 AM
Porque sólo un pelotudo puede tener esa lectura de la realidad. Seguramente un estúpido que pensó que nadie iría a votar para que Menem o López Murphy, los más descarados sirvientes de Bush y del FMI, los que prometieron reprimir la protesta social, fuera el próximo presidente. Si no te diste cuenta que los postulantes al próximo ballotage no son los que el imperialismo, fmi, etc.. pretendían, no sé qué carajo mirás. ¿O no supiste del desconcierto al punto de que la bolsa cayó arriba de los 8 puntos al saberse el resultado? [*] Y nadie cree que Kirchner-Duhalde no vayan a aplicar esos planes, sólo que opinan que es más débil porque durante este año (por terror a caer antes de las elecciones) no aplicó lo que va a aplicar el próximo gobierno. Veremos si puede....
[*] Nota de Pn: «Contrariamente al análisis de los periodistas de Clarín, que toman los izquierdistas como base de sus propios análisis, la caída del 8% en los valores de la bolsa que siguió a los resultados de la primera vuelta, no se debió al descontento de los sectores financieros por el fracaso de Menem de ganar la presidencia en la primera vuelta sino por el fracaso de Kirchner por ganar la primera vuelta. Se equivocan quienes dudan que el Duhaldismo sea hoy día la opción favorita de Washington. Por extensión de ese apoyo al Duhaldismo, Kirchner es el candidato favorito de Bush, no Menem. Esto es así porque Washington hace responsable a Menem por las privatizaciones que fueron a parar a manos de los europeos y porque el capital financiero sabe que la política liquidacionista de Menem les fue de utilidad mientras duró la grasa de la venta de las privatizaciones, pero un “shock” Menemista de la economía en crisis solo produciría el estallido de la revolución social.» [ Frontlines, publicación del Left Party, artículo completo sobre el resultado de las elecciones argentinas, aquí ]
2. Otra política
por el yo es una ilusión capitalista
• Wednesday April 30, 2003 at 10:01 AM
Felicitaciones por el artículo. O hacemos otra política, o no cambia nada. Agresivo Yo: acusás de pelotudo al autor de este artículo. No te enojes tanto, pues habla de vos. Vos sos ese hombre unidimensional esclavo que no puede pensar por fuera del cerco que tu amo te impone. Mientras tanto la impotencia y la rabia serán el fundamento de tu existencia. Lo que se verifica en los pelotudos que repartís a diestra y siniestra ante lo que, como se desprende de tus comentarios, me parece no entendés .