Osvaldo Calello
Argentina
Las movilizaciones de la clase media
4/2/02
Las movilizaciones populares que pusieron fin al gobierno de De la Rúa sacaron a la luz la quiebra de la hegemonía neoliberal sobre amplias capas de la clase media. La rosca política integrada a comienzos del 2001 por radicales, frepasistas y la derecha cavallista, cayó bajo la ira y la indignación de quienes dos años antes habían dado la victoria electoral a una la alianza de conservadores y "progresistas", con la ilusión de terminar con la corrupción y todas las infamias de la década menemista.
El hundimiento del régimen de la convertibilidad a fines de noviembre, luego que la fuga de casi 20.000 millones de dólares a lo largo del año volvió imposible mantener el uno a uno, transformó a lo que quedaba de la masa de ahorristas de clase media en una materia inflamable, dispuesta a tomar venganza sobre los autores de sus penurias presentes. Sin embargo, sería un error reducir a esta reacción, o a la ocupación de los supermercados en el Gran Buenos Aires y en las provincias, la caracterización del movimiento de fuerzas que provocó la caída de los continuadores del modelo neoliberal.
Durante doce años, por tomar la última (y decisiva) fase del proceso de acumulación instaurado por la dictadura terrorista en marzo de 1976, la mayor parte de la clase media fue triturada por un formidable mecanismo de concentración del capital que arrojó a los límites del sistema, y aún más allá, a capas sociales enteras. Miles de técnicos y empleados despedidos de las empresas públicas privatizadas, de pequeños comerciantes e industriales, asfixiados por la usura financiera, de productores agrarios aplastados por el peso de las hipotecas, pasaron de la noche a la mañana a transformarse en los nuevos pobres de una sociedad en la que acumulaban riqueza como nunca las fracciones más improductivas o simplemente parasitarias del capital.
Fue la clase media empobrecida o directamente arruinada y políticamente estafada la columna principal de las movilizaciones del 19 y 20 diciembre sobre Plaza de Mayo y el Congreso. Necesariamente, las expresiones políticas que dominaron en esos días y en los posteriores, debían resultar heterogéneas, desde quienes sólo tenían interés en liberarse del "corralito" para abalanzarse sobre el dólar y se manifiestan a través de una confusa ideología antipartidaria y antisindical, haciendo gala de los peores prejuicios de la clase media contra las capas más sumergidas, hasta los que miraban más allá de una caja de ahorro o un plazo fijo (en muchos casos ya no tenían un interés inmediato que defender), y salían a la calle a hacer público su repudio contra los bancos, el sistema expropiatorio de las AFJP [Administraciones de Fondos de Pensiones y Jubilaciones, privadas], los monopolios extranjeros de los servicios públicos y una dirigencia corrupta, cobarde y capituladora.
Lo significativo de la experiencia vivida en los agitados días de diciembre y enero es el surgimiento de un ala políticamente radicalizada en el seno de la movilización. En la medida que lo que predomina en la transición entre el gobierno de la Alianza al gobierno del PJ son los elementos de continuidad sobre los de ruptura, la naturaleza del poder y la identificación de sus agentes comienza a delinearse con más claridad. Duhalde y el PJ bonaerense no escapan al proceso de decadencia y descomposición del justicialismo. No se trata sólo del pasado y, particularmente, del papel que jugaron las figuras más conspicuas del actual gobierno durante la década menemista.
La nueva alianza que Duhalde proclamó al hacerse cargo del ejecutivo gira en torno al programa del Grupo Productivo. Ese grupo hegemonizado por la burguesía industrial se propone recuperar una parte sustancial de la masa de plusvalía transmutada en renta extraordinaria a favor del capital financiero, especialmente durante la década del 90 y lo que va de la del 2000. Su plataforma de gobierno se asienta en la devaluación, según el interés de los grandes grupos económicos vinculados a la exportación; la pesificación de todas las deudas en dólares; la desdolarización de las tarifas de servicios públicos y la reimplantación de los aportes patronales a las empresas concesionarias de esos servicios; y en la reestructuración de la deuda externa pública y privada. Se trata de un programa orientado a inclinar el eje de la relación de fuerzas dentro el bloque de clases dominantes, a favor de la burguesía vinculada a la valorización productiva del capital, sin romper abruptamente el equilibrio general del sistema. Su perspectiva de clase no escapa al horizonte ideológico de las burguesías nativas de las periferias dependientes y no está en condiciones de construir una nueva hegemonía. En un documento del Grupo Productivo, emitido el pasado 21 de diciembre, un día después de la caída del gobierno de De La Rúa, en que se formularon las medidas encaminadas a imponer un curso a la economía, puede leerse lo siguiente: "Se descuenta que un Plan que sincere la realidad económica en sus aspectos cambiarios y de deuda externa, y que además cuente con suficiente respaldo social y político, será apoyado por el FMI y la Tesorería americana".
Por cierto, muy pronto el FMI y la tesorería americana se encargaron de comunicar a las nuevas autoridades, clara y fríamente, en qué condiciones otorgarían el "apoyo" reclamado. Por su parte, la alianza de duhaldistas, radicales y frepasistas oficiales se ha entregado atada de pies y manos a la operación de salvataje piloteada por el Departamento del Tesoro a través de sus empleados del FMI.
En consecuencia, con toda su confusión y contradicciones, las capas movilizadas de clase media difícilmente podrían ser caracterizadas al momento actual como la masa de maniobra de la conspiración neoliberal contra un gobierno popular. Tal gobierno no existe. Su lugar lo ocupa una administración que trata de aflojar el nudo corredizo del parasitismo financiero, pero que a la vez es altamente sensible a la presión corporativa e institucional del capital imperialista. A su vez, la enfurecida clase media de estos días no es la pequeña burguesía antiperonista de las jornadas de septiembre y octubre de 1945. Por aquel entonces la cobertura ideológicamente reaccionaria del nacionalismo militar del ´43 posibilitó a socialistas y comunistas, obrando como ala izquierda del bloque dominante tradicional, rearticular en torno al eje del liberalismo oligárquico los contenidos antifascistas y democratistas de las capas medias y orientarlos contra el naciente movimiento nacional-popular. Más de medio siglo después la situación ha cambiado sustancialmente. El peronismo que hoy gobierna está vaciado de su contenido original y la situación social de la mayor parte de la clase media ha descendido verticalmente, al tiempo que los valores individualistas y desolidarizantes del neoliberalismo en auge a comienzo de los ´90, se han transmutado en la amarga realidad del presente.
Sin embargo, ¿hacia dónde va esa clase media, quebrada la influencia ideológica ejercida por los círculos tradicionales del poder?
Sabido es que la pequeña burguesía no tiene una posición política independiente. Es más bien el campo de lucha ideológica entre los dos polos de la sociedad de clases. Sin embargo, una parte de esas capas medias (no es posible saber en qué proporción) trata de afirmar en una nueva conciencia crítica la ruptura con las viejas ideas enajenantes. Ciertas señales del cambio es posible distinguirlas a la luz de la aceptación, por parte de las asambleas barriales, de consignas tales como la nacionalización de la banca y la estatización del régimen de jubilación privada. Es cierto que estas propuestas son impulsadas, en la mayoría de los casos, por militantes de la izquierda. Pero ¿qué otra suerte que el aislamiento más completo hubieran corrido mociones similares apenas seis meses atrás?
Se dijo más arriba que el de la clase media es el campo de la lucha ideológica por excelencia. Pues bien, ese campo exhibe hoy la crisis de la vieja hegemonía y una ausencia política fundamental: la de la clase trabajadora. El movimiento obrero ha resultado el gran ausente en las movilizaciones de diciembre que derribaron al gobierno de la Alianza y en los combates posteriores por imponer una solución a la crisis. Sólo las organizaciones de desocupados han marchado persiguiendo reivindicaciones muy específicas y apremiantes. Las direcciones sindicales de origen peronista han abierto un compás de espera y aguardan con expectativa favorable el desenlace de las pugnas que se están dirimiendo dentro del gobierno duhaldista. Su pasividad, más allá de las negociaciones palaciegas, es pasmosa. Ni siquiera la iniciativa de una movilización de masas contra la presión de bancos, empresas privatizadas y gobiernos extranjeros, y por la adopción de un programa de medidas antiimperialistas, parece haber estado al alcance de una burocracia cada vez más irrepresentativa. Un ciclo sindical se ha agotado. El ciclo del peronismo, hegemonizado por una ideología nacional burguesa que sirvió de cohesionante de la clase trabajadora en el período en el que el movimiento liderado por el general Perón desenvolvió hasta sus límites de clase su progresividad histórica. Hoy esa dirigencia sindical no tiene nada que decir a los trabajadores, y en una buena parte de los casos se ha convertido en un obstáculo para la profundización del curso de experiencia colectiva.
Así las cosas, los avances que puedan registrarse en el sentido de una radicalización antiimperialista de un ala de clase media, y de un desenvolvimiento político de corrientes obreras que se afirmen en el terreno de la independencia de clase, resultarán de importancia capital respecto a la suerte de la reconstrucción del campo popular. En la convergencia de esas líneas de experiencia reside la posibilidad de fundar un nuevo principio hegemónico, en condiciones de neutralizar una reorganización del campo ideológico del gran capital orientado hacia la pequeña burguesía, y servir de soporte a un programa nacional revolucionario apuntalado en medidas anticapitalistas de transición.