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Alberto J. Lapolla

Argentina

El contubernio infinito

13/3/02

 

 

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La rebelión popular del 19 y 20 de diciembre abrió una nueva etapa histórica caracterizada por el retorno del protagonismo popular, que había estado ausente durante los noventa. También mostró la reaparición del contubernio del poder político existente desde el pacto liminar de gobernabilidad entre los partidos políticos integrantes de la Multipartidaria y la dictadura en 1982, vigente desde entonces a través de los sucesivos acuerdos de la UCR y las ocasionales autoridades del PJ.

A Alfonsín y a Menem, los dos maestros prestidigitadores de la escena política desde 1983 se le han sumado ahora aprendices de magos, como Eduardo Duhalde, Aníbal Ibarra, Gustavo Béliz, Carlos Ruckauf, Hugo Moyano, Luis Barrionuevo, Víctor De Gennaro, Rodolfo Daher y demás gatopardos que tanto abundan en las feraces y hambrientas latitudes pampeanas.

La crisis iniciada con los saqueos de la madrugada del día 19 de diciembre, abría un resultado mínimo –la caída de Cavallo– y otro máximo: sustituir al autista habitante de la Rosada. La participación masiva y directa del pueblo aplastó cualquier conjura espuria, arrasando y desnudando la esencia de la debilidad de la actual dominación burguesa sobre la sociedad argentina, montada sobre la derrota de Malvinas, los campos de exterminio de la dictadura, las Felices Pascuas/1 y la traición menemista.

Un par de hechos sin embargo modificaron radicalmente el escenario político nacional, poniendo otra vez después de un largo período a las masas en la calle dispuestas a enfrentar como fuera a la policía. Uno de ellos fue la percepción de la magnitud real de la miseria existente en el conurbano bonaerense que abarca ya a casi el 70% de su población: las imágenes televisivas de miles de personas alimentándose desesperadamente de las góndolas de los supermercados, llevando y cargando todo tipo de alimentos y pertrechos desde camiones de los hipermercados –responsables ellos mismos de gran parte del desempleo estructural–, rememorando escenas de las hambrunas de África, escandalizaron a las capas medias de todo el país y especialmente de Buenos Aires que veían al otro lado de la General Paz, en gente muy parecida a ellos, un futuro que los golpeaba en la cara. Un siglo y medio de educación sarmientina estallaba en sus cabezas: "Argentina granero del mundo", "los pobres son vagos", "el ahorro es la base de la fortuna", y demás boutades del panteón oficial cayeron como un castillo de naipes ante las escenas que los televisores difundían masivamente. Todos los mitos fundacionales de la Argentina próspera, blanca y europea posteriores a Pavón cayeron en un segundo. Una nueva etapa histórica daba comienzo.

Algo ayudó al parto: la Rosada estaba habitada por un autista; convencido de ser la imagen revivida de Videla, se calzó sus anteojos y amenazó a la negrada: "Mantendremos el orden público"; intentó tranquilizar a las capas medias porteñas: "No se preocupen, declararemos el estado de sitio para defender sus propiedades del avance de la anarquía". Casi no pudo terminar de hablar. De la Rúa llegó a la Rosada matando y se retiró en medio del mayor baño de sangre que registra nuestra historia posdictadura: 35 muertos. El pueblo lo echó a patadas en una jornada épica donde una nueva generación de argentinos inscribía su nombre en las páginas de la historia, tenía su propio 25 de Mayo, su propio 17 de Octubre, su propio Cordobazo. Esa generación aportaba nuevos nombres a la lista de muertos por la libertad, la justicia y la dignidad. Esa generación juvenil que enfrentó con piedras y adoquines la barbarie policial, que se cubrió la cara con pañuelos para resistir a la represión, en una actitud de coraje similar a aquella que en los setenta empuñara las banderas de la liberación nacional y la Patria Socialista con suerte adversa; esa muchachada estaba recibiendo la posta de sus compañeros asesinados en La Perla, la ESMA, Campo de Mayo y demás campos de la muerte. Esta muchachada se diferenciaba de aquella que la precedía, esa gente yuppie, acomodaticia e individualista, adocenada por la dictadura, Clarín, Franja Morada, Neudstadt, Grondona, Hadad, Majul, Tinelli, Pergolini, Chacho Álvarez, Meijide, Storani, y demás sofistas de la claudicación. Después de aquellas jornadas de diciembre, nada ha sido ni será igual. Producida la renuncia del autista, la rebelión había ido mucho más allá, habiendo herido de muerte a casi todo el contubernio gobernante, ya que eran ellos los responsables principales de los males que se atacaban. Roto el equilibrio original, asumió la presidencia de la nación un hombre del peronismo del interior y no del bonaerense, como se rumoreaba. De manera sorpresiva Rodríguez Sáa llamó por su nombre a los enemigos del país: los bancos ladrones, el imperialismo capitalismo globalizado, el sistema financiero internacional y la espuria e ilegítima deuda externa argentina. Fue más lejos aún: decretó el cese del pago de los intereses de la misma –lo cual no le impidió pagar luego unos cuantos millones de intereses–, diciendo aquello que no se podía decir según el acuerdo liminar de Alfonsín, Cafiero, Bignone y Kissinger: que la deuda era ilegítima y sería analizada por el Congreso Nacional. También reivindicó la Resistencia Peronista, a los mártires de los setenta y el carácter insurreccional –al igual que el 20 de diciembre– del 17 de octubre de 1945, que permitiera al astuto general llevar adelante su revolucionaria tarea. Recibió a las Madres de Plaza de Mayo con Hebe de Bonafini incluida (unos días más tarde la guardia personal de Duhalde las amenazó de muerte). Sin embargo, fue el propio Rodríguez Sáa quien regaló las palas con las que cavar su sepultura: designó a Grosso, Matilde Menéndez, Manzano, Vernet, Reviglio y otro grupo de honorables ciudadanos en el gobierno. Y pese a que su mandato debía durar sesenta días, Buenos Aires apareció empapelada inmediatamente con afiches que lo reclamaban hasta el 2003. Ahondando su sepultura, se reunió con Menem repitiendo la misma escena que precipitara la caída de De la Rua: el riojano impune como siempre, volvió a provocar a los argentinos: "Los acuerdos politicos pueden cumplirse o no", pontificó, desnudando su ética más profunda sufrida durante diez años por la Argentina. Rodríguez Sáa en una semana recorrió el camino de la derrota autoinfligida: del dicho al hecho, comenzó a claudicar ante la presión de los bancos, las privatizadas, el gobierno español y el FMI; ni sí ni no: ni.

Un cacerolazo de menor envergadura que el anterior, con un incendio en el Congreso y un ataque a la propia Rosada, se lo llevó puesto. En la nueva situación, el PJ bonaerense podía acceder al Ejecutivo nacional, Ruckauf abandonar su provincia incendiada y destruida por sus acertadas políticas de gobierno, la UCR podía evitar las catastróficas elecciones de marzo que la obligarían a cumplir su destino inexorable de extinción, del cual la salvara el genial estratega del campo popular Carlos Chacho Alvarez. La componenda del poder reaccionó rapidamente: Duhalde telefoneó a Alfonsín, quien le dio su bendición; luego el creador de 2.000.000 de desocupados en la provincia de Buenos Aires se comunicó con el jefe de gobierno porteño, quien acordó con la posición del jefe radical. Gustavo Béliz concurrió a visitar a su antiguo compañero del gobierno menemista llevándole su propio plan de gobierno. Duhalde parece haberlo valorado mucho: unos días más tarde un tribunal superior revocaba un fallo de la justicia electoral y otorgaba a Béliz la banca senatorial correspondiente a Alfredo Bravo. Hubo también otros contactos más secretos: con el embajador norteamericano James Walsh, el Presidente Fernando Cardozo y el gerente de las empresas españolas José María Aznar. Así como dos viajes de Duhalde a USA durante el 2001 con motivos desconocidos. Para marcar territorio, Bush expresó que temía que Duhalde fuera populista y retomara la línea antinorteamericana de Perón. Presuroso, Duhalde envió a Ruckauf a retomar las relaciones carnales ofrendando una vez más el infame voto punitivo a Cuba a cambio de un plato de lentejas.

Sorprendentemente, la mano del menemismo también aceitó su candidatura: el cerebro de Menem, Eduardo Bauzá, defendió la candidatura de Duhalde: "Después de la experiencia de Rodríguez Sáa, no habrá otra chance para el peronismo que no sea designar un presidente fuerte". El acuerdo incluía también a los sempiternos campeones de hacer siempre lo que dicen que no les gusta hacer pero que tienen que hacerlo: Leopoldo Moreau, Federico Storani, Marcelo Stubrin, Angel Rozas y demás componentes del centenario partido próximo a desparecer. El caso de Rozas es sorprendente: convencido de poseer un fuerte parecido físico con Perón, intenta copiarlo en los gestos; comunicó solemne, con gestos peronizados : "La UCR le debe pedir perdón al país", pero parece que ese perdón no lo incluía: unos días más tarde adquirió un campo valuado en 14.000.000 de dólares.

Demostrando ser un digno alumno del contubernio mágico-mafioso que gobierna la Argentina desde 1983, Duhalde asumió expresando orgulloso que "el que depositó dólares recibirá dólares", para decir unos días más tarde que "no se podrán devolver dólares a los ahorristas", y asi continuó; que no habría aumentos de precios por la devaluación ni que tampoco aumentarían los combustibles. Fue Remes quien explicó al pueblo el nuevo plan que transfería mas de 50.000 millones a los dueños de la economía y salvaba a la banca expropiadora de los ahorristas, pero correspondió al eterno Leopoldo Moreau defender las bondades del plan.

El gobierno de Duhalde se caracteriza por su debilidad y su esfuerzo para cambiar algo para lograr que nada cambie. Aterrado por la movilización popular y marcado por la escasa densidad política de su equipo de gobierno, no se percata de estar conduciendo un país en llamas e insurrecto. Esta incomprensión se percibe; en un grueso error de cálculo, Duhalde intentó realizar su propia Plaza del Sí para responder a la contundente marcha de piqueteros y caceroleros del 28 de enero, que expresaba blanco sobre negro la debilidad política del PJ bonaerense y el nuevo alineamiento de los pobres y las capas medias con otras formas de lucha politica ya no manejables por oscuros punteros o manzaneras. Cuando arribaron las respuestas negativas de los jefes barriales respecto a la cantidad concreta de desocupados a arrear a la Plaza con el incentivo de veinte pesos per cápita, la desnudez y la impotencia de Duhalde quedaron manifiestas; la nueva dignidad y conciencia aportadas por la lucha, la movilización y la unidad de los piqueteros con las capas medias urbanas, también. Su insistencia en el tema lo llevó a juntar algunos restos del otrora poderoso PJ bonaerense el 1 de marzo, un resultado más que magro para su debilidad fundacional. Esta endeblez se hizo más notable cuando hubo de ser él mismo quien intentara sin éxito disuadir a los miembros del Bloque Piquetero de realizar su asamblea nacional en Plaza de Mayo. Esta misma línea lo llevó a aparecer casi knock-out frente a las cámaras de televisión la misma noche que la Corte suprema atacara judicialmente su corralón, poniendo en evidencia el estado de desconcierto del gobierno. "Yo no soy un presidente debil", espetó con la cara espantada por el vacío.

La caída de la Corte Suprema es uno de los ejes de la movilización que pretende destituirla en foma inmediata; ella en sí misma es una muestra del contubernio gobernante. Desde Washington fueron claros ante el temor del efecto argentino: "Si tienen que desprenderse de la Corte, háganlo rápidamente y con prolijidad". Sin embargo, durante casi un mes Duhalde no realizó absolutamente nada para removerla; por el contrario, designó a un miembro de la Patria Judicial, el radical Enrique Vanossi, para ocuparse y negociar con ellos, pues aún los necesitaba para convalidar la ampliación del corralito. Vanossi fue claro: "Hay que ser prolijos, no se puede linchar a la Corte", interpretando el pensamiento de Alfonsín, quien sabe que sacar desprolijamente a la Corte puede implicar dejar al garete a toda la clase política gobernante, así como sus patrimonios. Por ello don Raúl señaló que no acepta cambiar la Corte "a empujones", planteo precisado por el duhaldista García Lema: "Si sacamos a un miembro de la Corte Suprema por los cacerolazos, el que llegue a ocupar ese puesto también va a depender de los cacerolazos". Parece que de eso se trata, pero el gobierno aún no se enteró.

La Corte, mientras tanto, hizo más favores al poder: al declarar inconstitucional el corralito, no sólo ofrendó a Duhalde el costo político de no devolver el dinero robado a los ahorristas; jugó además una carta fuerte a favor del partido de la dolarización capitaneado por el ilustre ex-presidente oriundo de Anillaco [Menem] liberando de peligro penal alguno a los amigos y miembros del poder que retiraron su dinero del corralito.

Después de amenazar con una nueva alianza productiva, Duhalde volvió a la entente con los bancos y las privatizadas, ahora en compañia del nacional De Mendiguren, quien obtuvo una licuación de pasivos de casi 25.000 millones para las empresas. Así, el populismo de Duhalde rapidamente mutó a un nuevo-viejo acuerdo del poder: Bancos, Empresas, Privatizadas y Grupo Productivo. Cavallo se fue, pero volvió Martínez de Hoz.

Desesperada por la crisis, la entente gobernante tiene una oscura aspiración: modificar el escenario institucional y reemplazarlo por otro que reduzca al mínimo el poder que puedan acumular la expresiones políticas opositoras al sistema o la izquierda que –toda sumada en su dispersión– ya en el 2001 resultara primera en las elecciones en Ciudad de Buenos Aires y segunda en el Conurbano bonaerense. De allí los intentos de reformar el sistema político bajo la excusa de bajar los costos de la politica, reduciendo el número de diputados nacionales, aumentando la cantidad de votos necesarios para obtener un representante, reduciendo en menos de 1.000 millones el presupuesto nacional, al mismo tiempo que el gobierno acaba de transferir 50.000 millones a los dueños del poder económico. Una pregunta desvela al contubernio gobernante: ¿qué resultado obtendría una coalición amplia de todo el campo popular uniendo a la izquierda con toda la resistencia social y la protesta popular? Esa pregunta que desvela a Duhalde, Alfonsín e Ibarra, aún no tiene respuesta. La mesa de la Unidad de la Izquierda parecería ir en ese sentido; la nueva realidad de asambleas barriales, el movimiento piquetero y los caceroleros encierran la posibilidad de alumbrar un nuevo movimiento popular y poner fin a la fragmentación que caracterizara al campo popular desde la derrota de 1976, pero el lugar todavía está vacante. El pueblo, mientras tanto, con su dignidad recobrada parece seguir adelante; al calor de los piquetes y las cacerolas, su "Que se vayan todos" lastima los oídos del contubernio: Duhalde, Alfonsín, Ibarra y Bush están nerviosos.

 

Publicado en la revista Enfoques Alternativos, marzo 2002.

 

Nota:

1. En la Semana Santa de 1987, Alfonsín invitó al pueblo reunido en la Plaza de Mayo (para repudiar la intentona de golpe de Estado del coronel Aldo Rico) a desconcentrarse con un "Felices Pascuas", asegurando que la revuelta había sido dominada. De hecho, el golpe triunfó: poco después el gobierno alfonsinista cumplía con las exigencias de los golpistas, haciendo aprobar las leyes de Obediencia Debida y Punto Final (N. de la R.).