Pimienta
negra, 6 de enero
de 2002
Crisis por arriba, insubordinación por abajo
Por Claudio
Katz [1]
Finalmente
Duhalde fue nominado como quinto presidente argentino en el transcurso de dos
semanas, merced a un pacto de la alianza con el peronismo avalado por toda la
"clase política" que el pueblo viene repudiando activamente en las calles.
Duhalde es un típico exponente de esta camarilla y también del
"modelo económico" que ahora tanto critica, porque comandó su
implantación desde la vicepresidencia de Menen y la gobernación
de Buenos Aires. Fue derrotado en las elecciones presidenciales del 99 y personalizó
la pérdida de votos que sufrió el justicialismo el 14 de octubre
pasado. Por eso se oponía tenazmente a la convocatoria de nuevos comicios
y tejió entre bambalinas el contubernio que llevó a la Asamblea
Legislativa a violar todas sus atribuciones para colocarlo en el sillón
presidencial hasta el 2003.
La misma asamblea que siete días antes había convocado a elecciones
-diseñadas a medida de los caciques justicialistas a través de
la ley de lemas- decidió cambiar el libreto luego del interinato de Rodríguez
Saa. Este caudillo provocó a la población movilizada con la designación
de viejos funcionarios ladrones y fue tumbado por un cacerolazo que empujo a
sus colegas a quitarle el apoyo.
Frente a la reactivación de la sublevación popular todos los voceros
de la clase dominante exigieron "contener el caos y frenar la disolución
del estado", mediante la designación de un hombre fuerte del justicialismo
sostenido explícitamente por la UCR y el Frepaso. Duhalde inmediatamente
integró un gabinete de coalición y buscará reintroducir
un mínimo de estabilidad, combinando la demagogia con el garrote. Pero
desde la renuncia del Chacho hace dos años, todos los ministros han sido
devorados por la crisis, a través de una sucesión tan imparable
de recambios, que ya nadie recuerda cuánta gente designó, destituyó
o nombró De la Rúa. Este nivel de descalabro es característico
de los períodos de crisis histórica, cuándo "los de arriba"
ya no pueden seguir gobernando cómo lo hacían hasta ahora, porque
"los de abajo" se han insubordinado protagonizando una gran revuelta popular.
LA DISGREGACIÓN DEL RÉGIMEN
La explosiva inestabilidad actual obedece al descreimiento popular generalizado
en todas las instancias del régimen político y su estado. La población
movilizada percibe a estas instituciones como instrumentos del empobrecimiento
y la depredación que sufre el país. La investidura presidencial
está profundamente erosionada por el vertiginoso cambio de figuras y
por el ejercicio del gobierno por decreto en favor de la clase dominante. En
este uso de poderes ejecutivos para enriquecer a distintos grupos capitalistas,
De la Rúa fue tan poco "autista" como Menem.
El abismo de la población con el poder legislativo es aún mayor,
porque los diputados y senadores del régimen acumulan escandalosos prontuarios
de coimas, obtenidas a cambio de leyes favorables a las grandes empresas. El
poder judicial es la encarnación de la corrupción organizada,
ya que sus máximas autoridades consagraron los turbulentos contratos
con las empresas privatizadas y garantizaron impunidad de sus artífices.
Los directivos del Banco Central también se han llevado su parte, mediante
la renegociación de la deuda, los auxilios a los bancos quebrados, la
estafa de la jubilación privada y la extorsión de las provincias
pobres. Las cúpulas militares obtuvieron su tajada, a través del
tráfico de armas y los jefes de la policía se han repartido los
dividendos de la seguridad privada, el narcotráfico y la prostitución.
Si los políticos del régimen concentran el mayor desprestigio,
es porque representan la cara visible de este sistema al ejercer la profesión
de engañar al pueblo para proteger a los capitalistas. Particularmente
los partidos de la derecha más identificados con este rol han quedado
fulminados a partir del desplome de su ídolo Cavallo. Pero también
el radicalismo se encuentra a un paso del colapso, luego de coronar su último
fracaso gubernamental con una expropiación de ahorristas que nunca olvidará
la clase media. La centroizquierda se recicla despegándose a último
momento de los gobiernos que promueve y que luego abandona cuestionando su "traición".
Pero estas maniobras camaleónicas ya fastidian a un gran sector de sus
seguidores.
En estas condiciones el peronismo ha sido convocado nuevamente por la clase
dominante para reconstituir el estado. Pero la misma crisis que corroe al régimen
se traslada al interior del justicialismo y los mismos choques que enfrentan
a los capitalistas se canalizan en la lucha entre caudillos de ese partido.
Menen demolió la tradicional expectativa de los trabajadores en el peronismo,
debilitó el sostén estructural de ese movimiento al diezmar a
la burguesía nacional y deterioró con su prédica neoliberal
la cohesión ideológica de esa organización. Duhalde es
el último cartucho para recomponer el agónico régimen vigente
y asume para preservar a los legisladores, jueces y funcionarios actuales de
la clase capitalista. Su receta es apuntalar con "más de lo mismo" a
un régimen que ha perdido legitimidad. Pero como le ocurrió a
sus antecesores su proyecto continuista enfrenta el enorme obstáculo
del colapso económico.
DEVALUACIÓN Y CORRALITO
En los dos últimos meses estalló la catástrofe incubada
a lo largo de cuatro años de depresión. La salida de capitales
se convirtió en fuga, el endeudamiento de las empresas desembocó
en quiebras, la pérdida del poder adquisitivo paralizó el comercio
y la caída de la recaudación dejó al Tesoro sin un peso.
Los datos de este derrumbe son escalofriantes y retratan un cuadro propio de
guerras o desastres naturales que la Argentina no ha padecido. El país
soporta la virulencia de las crisis periódicas del capitalismo, las desventuras
de la inserción periférica y las consecuencias de la política
económica de la última década[2].
La combinación de estos tres procesos explica la magnitud de la depresión
en curso, que es semejante a la padecida en los 90 por otros países dependientes.
Pero a diferencia de México, Brasil, Rusia o Corea, en la Argentina la
apertura importadora, las privatizaciones y la desregulación se instrumentaron
a través del ajuste deflacionario de la convertibilidad y no mediante
las clásica políticas devaluacionistas. Ahora se consuma el giro
hacia este modelo, mediante una nueva transferencia de ingresos de los trabajadores
en favor de los capitalistas.
Los mismos economistas que durante 10 años proclamaban que la "convertibilidad
era inamovible", ahora explican que la "devaluación es inevitable". Algunos
cínicos argumentan que el fin de la paridad uno a uno no afectará
el salario, como si el aumento de los precios no fuera el corolario inmediato
de toda devaluación. La escala de remarcaciones que ya se está
registrando en numerosos productos (especialmente remedios y alimentos) confirma
que la recesión no anulará el impacto inflacionario y que sólo
podría morigerarlo si la desvalorización del peso no se dispara.
Pero la decisión de reemplazar el proyecto inicial de flotación
por un tipo de cambio fijo revela hasta qué punto los enterradores de
la convertibilidad dudan de esta posibilidad e intuyen que tal como ocurrió
en Ecuador, Indonesia y Rusia el signo monetario nacional se hundirá.
Como el objetivo explícito de la devaluación es reducir los salarios,
sus promotores han descartado extender a los sueldos los mecanismos de protección
cambiaria que han diseñado para los banqueros y empresarios.
Una devaluación "ordenada" agravará la emergencia social y su
descontrol provocará un desastre alimentario, que exigirá batallar
por la organización de un sistema de distribución de la comida
bajo supervisión popular directa. Sólo esta acción puede
convertir en realidad el control de precios que el gobierno promete y las empresas
se especializan en burlar. El mismo problema se presenta frente al colapso del
empleo, porque la "mejora de la competitividad" que prometen los devaluacionistas
provendría de la caída del salario y no de la multiplicación
de los puestos de trabajo. El rebrote inflacionario puede convertir los 200
pesos (o lecop) que se pagan por los planes trabajar en una suma directamente
insignificante, ya que la canasta familiar ronda los 1030 pesos. Por eso resulta
imperioso luchar por la distribución de las horas de trabajo y la introducción
de un seguro de desempleo de 450 pesos indexados, financiado con la suspensión
de los pagos de la deuda y la aplicación de un impuesto inmediato a las
grandes empresas.
Cuánto mayor es la crisis más irrealista se torna la posibilidad
de financiar este seguro con los mecanismos propuestos por la CTA (reasignación
de partidas, tibios impuestos, reestatización de la seguridad social
y la propia reactivación del consumo), sin recurrir a la confiscación
de las grandes grupos que evaden impuestos, especulan con la moneda y desabastecen
los bienes de primera necesidad. La economía argentina padece las consecuencias
del capitalismo periférico y no sólo los efectos de la desigual
distribución del ingreso y, por eso, la crisis no se resolverá
convenciendo a los empresarios de las ventajas de mejorar la demanda. Como el
grueso de la clase dominante no tiene la menor intención de poner en
marcha un "círculo virtuoso" de acumulación keynesiana, en vez
de continuar promoviendo esta ilusión hay que trabajar por una alternativa
socialista, basada en la propiedad colectiva y la gestión planificada
de la economía.
Duhalde busca, por otra parte, una salida al corralito que instauró Cavallo
para socorrer a los banqueros a costa de los pequeños ahorristas, que
permite utilizar el dinero inmovilizado para auxiliar a los empresarios deudores
de los bancos. Pero enfrenta la rebelión de los pequeños ahorristas
y por eso anunció que devolverá los "depósitos en su moneda
original". Pero esta promesa es poco creíble en el debut de una devaluación
que multiplicará exponencialmente los pesos requeridos para respetar
el contrato original. Además, la implementación del anuncio depende
de la recuperación de los créditos otorgados a capitalistas que
ya fugaron el dinero y el pago de los préstamos concedidos a empresas
que están quebradas. Por eso ya se anunció que la devolución
será escalonada y en plazos muy largos, lo que adicionalmente prolongará
la iliquidez actual y la consiguiente dificultad para reactivar la economía.
A través de la confiscación en curso, el gobierno apuesta a dejar
esperando a los pequeños ahorristas, mientras su dinero es utilizado
para licuar las deudas empresarias convertidas en pesos. Esta estafa contra
la clase media se podría evitar obligando simplemente a los bancos a
devolver el dinero, que sus grandes socios y clientes fugaron desde julio pasado.
Desde esa fecha se esfumaron de los bancos unos 26.000 millones de dólares
pertenecientes a 87 grandes tomadores de crédito, lo que ha dejado cautivos
en el corralito sólo a los pequeños ahorristas, que representan
el 78 % del total de 1,6 millones de depositantes con cuentas inferiores a 25.000
dólares. Esta masa de afectados tan extendida explica por qué
los cacerolazos son tan populares.
La vía directa para recuperar ese dinero es intimar a los bancos a que
reingresen los fondos al país, respondan con su patrimonio por el compromiso
que tienen con los pequeños depositantes y procedan en todo caso a cancelar
los créditos otorgados a las 1.300 empresas que detentan la mitad de
los préstamos del sistema. Pero es obvio que esta medida no será
adoptada por el gobierno que empezó ratificando al directorio del Banco
Central. Se requiere la decisión de confiscar a los bancos y sus compañías
asociadas que se nieguen a entregar los fondos. Y estas iniciativas implican
nacionalizar el sistema financiero bajo control de los trabajadores, para impedir
que los bancos continúen sirviendo de intermediarios al vaciamiento del
país. Hay que romper con la norma de nacionalizar para socorrer a los
banqueros, auxiliando esta vez a las víctimas de la sistemática
expropiación financiera.
DILEMAS CAPITALISTAS Y OBJETIVOS SOCIALISTAS
Duhalde mantiene el default de la deuda externa reconociendo la cesación
de pagos, que se agravará con la devaluación porque el Estado
recauda en pesos y su pasivo en dólares aumentará en proporción
a la desvalorización de la moneda nacional. Es probable que baje el tono
demagógico de su predecesor Rodríguez Saa, porque está
muy interesado en retomar cuanto antes las tratativas con el FMI. Por eso ha
ratificado al eterno negociador de la deuda (Daniel Marx) y seguirá adelante
con el plan de canje de la deuda que negociaba Cavallo (quita del principal,
reducción de tasas, prórroga de vencimientos), que cuenta con
el aval expreso de un ala del Tesoro norteamericano (OŽNeill). Seguramente tratará
de limitar el default a los acreedores externos, manteniendo el pago
de la deuda a las AFJP y los bancos locales.
Pero como el FMI exige "déficit cero" para sentarse a discutir, Duhalde
seguirá con el ajuste contra los empleados públicos, convalidando
el recorte salarial del 13%, asfixiando prespuestariamente a las provincias
y pagando sueldos o jubilaciones con bonos lecop, que se desvalorizarán
más aceleradamente que el peso. Por exigencia de los acreedores, ha renunciado
al proyecto de emitir una tercera moneda para atenuar la recesión. El
tránsito de Rodríguez Saa a Duhalde ha sido una vertiginosa repetición
del pasaje de la "heterodoxia a la ortodoxia" que ya realizó Cavallo
bajo la presión del FMI.
Pero cualquiera sea la buena letra que intente hacer el gobierno argentino,
la crisis de la deuda ha ingresado en una nueva fase luego del default,
porque este incumplimiento se concretó al calor de un levantamiento popular.
Por eso constituye un acontecimiento muy diferente a la cesación de pagos
de 1982 o 1987. Todas las prevenciones hechas por los financistas para evitar
el "contagio económico" de la crisis nacional están seriamente
amenazadas por el peligro de "contagio político" que introduce la Argentina,
al declarar el default con el pueblo en las calles gritando "basta de
ajuste".
Las discusiones de la prensa norteamericana y las críticas a Bush por
"asfixiar al deudor" demuestran que el Departamento de Estado está seriamente
preocupado por el clima antiimperialista en América Latina que podría
inaugurar el argentinazo. Este ambiente podría frustrar el proyecto del
ALCA [Asociación de Libre Comercio de las Américas] y deteriorar
la unanimidad neoliberal que imperó hasta ahora entre las clases dominantes
de la región. El temor que suscita esta perspectiva ha obligado a Estados
Unidos a reconsiderar su negativa a otorgar nuevos créditos al país.
Pero justamente este marco torna más propicia la campaña por el
desconocimiento de la deuda y la ruptura con el FMI. Esta medida es la condición
de cualquier programa de recuperación económica y encontraría
actualmente un eco solidario mayor entre los pueblos del mundo.
Con la devaluación, Duhalde adoptó el programa de los grupos industriales
y exportadores que reclamaban desde hace años el fin de la convertibilidad.
También ha puesto en marcha el proceso de licuación de deudas
exigido por este sector, que será más explosivo que en el pasado
porque el Estado en quiebra no puede hacerse cargo de los pasivos y debe apretar
el torniquete contra los trabajadores. Por eso desvaloriza el salario, mantiene
las leyes laborales de flexibilización y provee a los industriales de
mano de obra barata a través de los Planes Trabajar.
Pero la disputa con la fracción opuesta de bancos y empresas privatizadas
que infructuosamente promovieron la dolarización no está zanjada,
ya que este sector no renunciará a la influencia que conquistó
durante el menemismo. Especialmente las empresas españolas están
ejerciendo una presión fenomenal con Felipe Gonzalez y Aznar a la cabeza,
para evitar impuestos, lograr seguros de cambio, imponer la indexación
de las tarifas de los servicios privatizados y la plena disponibilidad del petróleo
que extraen. Se han acostumbrado a saquear los recursos nacionales y no renunciarán
a la plata dulce que recaudan sin ningún esfuerzo (Repsol, por ejemplo,
obtuvo el año pasado 1.840 millones de dólares de utilidades en
plena depresión).
Quienes continúan hablando de "controlar a las empresas", "aumentar su
tributación" o "verificar sus tarifas" viven en un mundo de fantasía.
Sólo la inmediata reestaización de estas compañías
bajo control de los trabajadores y usuarios permitirá revertir su acción
devastadora. Las irrisorias inversiones que realizaron ya han sido ampliamente
retribuidas con las ganancias que giraron al exterior. Por eso llegó
la hora de restituir a la nación los bienes usurpados.
El descalabro económico que desatará la devaluación reproducirá
en la Argentina la situación de especulación cambiaria, fraudes
en el comercio exterior, desabastecimiento y escalada de precios que ya se conocieron
durante las grandes crisis de 1975, 1981 y 1989. Pero esta vez el colapso no
será un breve temblor previo a la recuperación, porque existe
una nueva realidad de pobreza, desocupación, desmantelamiento industrial
y desintegración regional que jamás conoció el país.
La Argentina atraviesa una crisis revolucionaria que conjuga el colapso inédito
de la economía, el agotamiento del régimen político y la
irrupción histórica de las masas. Se han reunido las condiciones
objetivas para impulsar una salida socialista y nuestra tarea es encontrar la
vía para avanzar hacia ese objetivo.
4 de enero de 2001.
claudiok@arnet.com.ar
[1] Claudio Katz es economista, profesor de la
Universidad de Buenos Aires, investigador del CONICET [Consejo Nacional de Investigaciones
Científicas y Técnicas] y militante socialista.
[2] Ilustramos este proceso en nuestro reciente
texto: "Las alternativas de la crisis económica", 17 de diciembre de
2001.
Fuente: No a la Guerra
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