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De Puente Pueyrredón a Plaza de Mayo
Un relato del 25-26 de enero
por Sebastián
Son las seis de la tarde, y aquí el cacerolazo empezó hace rato, con otros actores, y con las mismas y a la vez distintas motivaciones. Son alrededor de tres mil desocupados, que por segunda vez en una semana han cortado el puente Pueyrredón. Esta vez el corte parece una fiesta; a la caída del sol, cientos de personas recorren toda la extensión de uno de los puentes, golpeando el guarda-rail para hacer el mayor ruido posible. Otros, en una de las bajadas, ensayaban una especie de baile popular al ritmo de los tambores. Familias enteras, venidas de toda la zona sur del Gran Buenos Aires, esperaban a que los que, por primera vez, habían sido llamados a negociar a la Casa Rosada, volvieran.
Cuando llegaron, mientras caía el sol, y enumeraban el rosario de promesas -y solo eso- para miles de familias desocupadas, la voz de que había que ir a la plaza comenzó a correr. Cuando la columna de la Asamblea Popular de Avellaneda, con uno 1500 vecinos, comenzó a subir al puente, el encuentro entre los dos sectores resultó emocionante. Las cacerolas gritaban "piqueteros, carajo" y los desocupados les abrieron paso para quedar juntos, bandera con bandera, y avanzar para el lado de Capital. La confluencia que el gobierno más temía, entre trabajadores y la clase media, comenzaba a hacerse realidad, y daba por tierra con la campaña de rumores -increíbles por exagerados- que durante los últimos días intentó desactivar lo que se estaba gestando. Y quizá por eso la policía formó un cordón de tres filas de infantería y motos para no dejarnos pasar.
"La orden es que no pasen" dijo el comisario, y para que no quedaran dudas, cuando una mujer se acercó al cordón lanzaron el primer tiro. Las columnas decidieron retroceder, abandonando el puente y dejando atrás una fogata de gomas y maderas. La bronca se respiraba en el ambiente; nadie se había imaginado que podía pasar algo así. Nos fuimos caminando, y casi por inercia nos dirigimos al puente más cercano; no nos rendíamos tan fácil, y llegar a la Plaza, donde ya se estaba concentrando gente, era el objetivo de todo el mundo.
La policía no necesitó mover su cordón; seguramente lo tenían preparado, y cuando llegamos a la mitad del puente nos enfrentaron otra vez; las motos, los celulares y la triple fila de infantería. Retrocedimos, con más bronca, gritando y cantando con todas nuestras fuerzas. Algunos decidimos escabullirnos y llegar a Plaza de Mayo como sea. Haciendo piruetas para pasar el cordón, un pequeño grupo dejamos atrás la columna y encaramos para el lado de Capital. Mientras dejabamos atrás la columna de piqueteros y vecinos, y a medida que avanzábamos por Av. Montes de Oca, las calles variaban entre el vacío absoluto y columnas de familias enteras que, desafiando a las primeras gotas de lluvia, avanzaban para el lado de Constitución.
Llegamos a la Plaza. La policía hace cordones por todos lados, y las vallas están puestas unos metros antes del monumento; nadie tendrá hoy la ya clásica foto de la gente colgada del caballo de San Martín, y nadie la usará de plataforma para contemplar la plaza llena. En la plaza el ambiente era distinto que otras veces; llamaba la antención la cantidad de jóvenes que estaban hoy, saltando y gritando la consigna que volvió a llevarse todos los premios: "que se vayan todos...que no quede ni uno solo". Contra la policía, contra el gobierno, contra los jueces; la Plaza era una fiesta y la lluvia que de a ratos nos castigaba solamente servía para levantar más el ánimo.
Cuando llegaron las columnas que venían del lado de Caballito y la plaza comenzaba a llenarse y, como para ayudar un poco al gobierno, la lluvia se volvió torrencial. La bronca siguió bajo la lluvia; a nadie le importaba empaparse y las inclemencias del tiempo parecían producir el efecto de que todo el mundo tuviera más ganas de cantar que nunca. El cacerolazo hídrico, el primero convocado en forma organizada y con una campaña en contra del gobierno y los medios de comunicación que anunciaban una noche de caos, era todo un éxito.
Cuando las columnas comenzaban a retirarse, y pequeños grupos se refugiaban abajo de los puestos de diarios, en las escaleras de la Catedral, en el Cabildo o en el Banco Hipotecario, todo parecía terminar. A los que quedamos ahí, esperando que amainara para irnos, nos sorprendió la llegada de la Asamblea Belgrano-Núñez, con algo más de 1.500 personas. "Si llegaban un rato antes, o si no llovía, reventábamos la Plaza", comentaba un hombre mayor mientras intentaba no empaparse nuevamente. La columna de Belgrano llegó hasta las vallas para mostrar que estaban ahí, y en seguida, corridos por el diluvio, comenzaron a desconcentrarse.
Quedada un grupo de unos mil, o quizá menos, cuando la policía empezó a reprimir desde Diagonal Sur. Sin que mediara nada ni nadie que lo provocase, volaron los primeros gases y balas de goma, junto con las primeras corridas. En seguida, mientras la prensa se ponía sus máscaras antigás, grupos de jóvenes intentaban defenderse. La policía parecía retirarse y luego volvían a a la carga a discreción, hasta que la motorizada hizo su entrada tirando gases y balas de goma para todos lados. Dos amigos intentaban sacar a un tercero herido en una pierna, al parecer de muy cerca, porque no podía caminar. Un hombre mayor se quejaba de una bala en el pecho y otra en la pierna, y otros se recuperaban de unos gases que nadie quizo explicar por qué habían tirado. Lo que los rumores del día habían llamado "el día D" o "La Rebelión Final" no podía terminar de otra forma.
Una parte del grupo de los rezagados fue corrida por Av. de Mayo. Otros se refugiaron en Florida, y otros tantos se quedaron en la plaza y la Catedral. En las primeras detenciones se pudo ver a jóvenes arrastrados por el piso, policías vaciando en la calle y tirando el contenido de bolsos secuestrados y la motorizada apareciendo en formación para descargar toda su parafernalia. Al escribir estas lineas, se han confirmado alrededor de 40 detenciones, y grupos de jóvenes todavía permanecen en el Cabildo y en el Congreso, negándose a irse. La cantidad de policías es exagerada, el ambiente es tenso y es probable que intenten nuevas detenciones. Parece que va a ser una larga noche en la que muchos no van a poder dormir. Ni siquiera el presidente Duhalde, a quien la campaña de rumores, la intimidación policial y la lluvia no ayudaron para que una masiva demostración de descontento le diera uno de los primeros grandes golpes en su corto mandato.