Pimienta negra, 3 de junio de 2002

¿...y después qué? 

(La immigración)


Ciudadano José

Los ciudadanos de las sociedades europeas tienen miedo. Pero aún no
saben con certeza de qué. Es simplemente miedo: "Perturbación angustiosa
del ánimo"/ "aprensión de que nos suceda algo desagradable"...

El miedo se extiende de norte a sur, desde Noruega hasta las orillas del
Mediterráneo.

El miedo se llama inseguridad, paro, supresión de los derechos sociales,
empeoramiento de las condiciones de vida, etc. El miedo, nos dicen, se
llama inmigración.

En Europa, los provocadores del miedo se esfuerzan en explicarnos que
nuestros temores tiene una causa: los extranjeros. Las policías, los
servicios secretos y los gobiernos nos alertan sobre la gran avalancha
de extranjeros ilegales dispuestos a sobrepasar las fronteras de la UE.
De Irán, Kosovo, Polonia, Lituania, Moldavia, Congo, China, Rumania,
Afganistán, Irak, Colombia, Nigeria, Angola, Senegal, Yugoslavia,
Ucrania, Albania, Rusia, Macedonia, Bulgaria, Marruecos, Argelia,
Nigeria, Ecuador, etc... ¡Más de media Humanidad ya la hemos convertido
en sujetos ilegales. En Argentina supongo que darán a los temores de sus
ciudadanos otras razones diferentes y en Marruecos o
en Argelia otras. A cada situación de crisis se crea su miedo
correspondiente.

Como la primera causa de nuestros miedos son los extranjeros, el
abanico de pérfidas y miserables propuestas y discusiones sobre el
problema están servidas. Nos olvidamos de que no hace mucho tiempo el
problema en Europa no fueron los venidos de fuera sino los sobrantes de
dentro. Entonces mas de 25 millones de los europeos sobrantes tuvieron
que emigrar a los EEUU.

En términos sencillos podemos decir que su plan para distraer al
personal está en marcha. Y, por ahora, con bastantes posibilidades de
éxito. Discutiremos si los muros deberán ser de 4 o de 8 metros, si con
alambradas o electrificados, si las expulsiones deberían ser inmediatas
o con sentencia judicial, si hace falta una nueva ley de extranjería, si
son necesarios más controles, o más policías... y hasta podemos llegar
a discutir si hundimos a las pateras a cañonazos o con misiles.

Detrás de todo un conjunto de medidas que los gobiernos europeos están
dispuestos a poner en marcha para detener la oleada migratoria está la
simple afirmación de que no hay trabajo para todos, no hay comida para
todos, no hay bienestar para todos, no hay medicinas para todos, no hay
posibilidades de vida para todos... Y entonces yo pregunto: ¿qué hacemos
de los sobrantes?

A los sobrantes primero los apartamos y luego, si molestan, los
eliminamos.

Llegados a tal punto de indignidad humana, las sociedades que resuelvan
sus miedos por este camino van a necesitar grandes dosis de diacepan
para seguir adelante. E inútilmente, pues tras los sobrantes extranjeros
vendrán los sobrantes autóctonos... y habrá que construir nuevos muros,
nuevos guetos, nuevas cárceles, más policía y más sometimiento
individual y social. La sociedad del Capital no tiene otra
alternativa.

Porque, ¿acaso depende de que sean extranjeros o autóctonos los
trabajadores de un territorio para que las grandes empresas desmantelen
sus fábricas para trasladarlas a cualquier rincón del mundo? ¿Acaso los
nuevos 12.000 empleos en peligro en la Fiat tienen algo que ver con la
identidad cultural o la procedencia de sus trabajadores? ¿Acaso los 8000
puestos de trabajo que suprimirá IBM tienen algo que ver con el color de
la piel de sus empleados? ¿Acaso el 8,6% del alza de la productividad en
los EEUU, en el primer trimestre del 2002, alguien piensa que es debido
a la contratación de más trabajadores, a un aumento de fuerzas de
trabajo humano en sus industrias?

El problema real con el que nos enfrentamos los ciudadanos del llamado
mundo desarrollado no tiene nada que ver con la inmigración. El proceso
de desvalorización de la fuerza de trabajo (en la medida en que su
principal cualidad -la fuerza muscular- se ha ido depreciando a lo largo
de la historia) es irreversible. El conocimiento humano ha conseguido
crear herramientas que nos han permitido producir grandes cantidades de
mercancías sin esfuerzos físicos, sin largas jornadas de trabajo, con
gran rapidez, precisión y cualidad. El concepto del trabajo ha dado un
salto cualitativo en la medida en que hemos sustituido la fuerza y la
destreza humana (el trabajo vivo) por máquinas-herramientas de gran
eficacia, por procesos de automatización y robótica complejos y por
producciones por control remoto a través de redes electrónicas y
digitales. La revolución tecnológica emprendida ha sido colosal y
ninguna rama de la producción está ya fuera de este impresionante
desarrollo del conocimiento humano. La fuerza de trabajo vivo que fue la
base del desarrollo de las fuerzas productivas (tanto en su forma
esclavista, sierva o asalariada), su mantenimiento (alimentos, salario,
derechos sociales, etc.) y su reproducción (la prole) ya no son necesarios
y por lo tanto su proceso de desvalorización es irreversible.

Ésta y no otra es la crisis de la sociedad del Capital. Por eso no puede
haber "trabajo para todos", entendido éste como hasta ahora lo hemos
conocido.

Que el desarrollo de las fuerzas productivas ya no dependa de la fuerza
del trabajo vivo (el físico o muscular) nos debería alegrar enormemente.
Significa que la Humanidad ha alcanzado un nivel de desarrollo tal que
podemos dejar en el baúl de los recuerdos el trabajo ingrato, fatigoso,
inacabable y embrutecedor al que se vieron obligados a someterse
nuestros antepasados para sobrevivir.

Probablemente esta alegría la tuvieron también aquellos humanos que
consiguieron atar una afilada piedra de sílex en la punta de aquella
lanza de madera. Se terminaron aquellas largas, fatigosas y peligrosas
carreras tras los animales. Cazaron más fácil y más rápidamente.
Redujeron sus largos periodos de búsqueda de alimentos y sus trofeos
fueron mucho más abundantes. A su fuerza de trabajo vivo sumaron una
fuerza inmensamente superior y más eficaz: una fuerza cerebral (el
conocimiento) producto de la investigación, la información, la
comunicación, el estudio, la experimentación... que hizo posible reducir
considerablemente su "tiempo de trabajo" y aumentar su eficacia.

A los buscadores de respuestas que no quieran entender que el
conocimiento es la primera fuerza productiva de la Humanidad y que éste
solo puede existir socialmente, es decir, que su naturaleza  tiene un
carácter colectivo (frente al carácter individual de la fuerza del
trabajo físico) nunca entenderán la verdadera crisis de la sociedad del
capital. Ni podrán entender tampoco los profundos cambios sociales que
se avecinan.

En cierto modo podemos decir que el tiempo necesario (y la fuerza de
trabajo necesario) para fabricar un objeto se va reduciendo cada vez más
ostensiblemente. Tiende a cero. El trabajo humano es cada vez menos
físico y más creador, cerebral.

Del mismo modo, el tiempo de trabajo excedente apropiado por el Capital
es llevado constantemente a su limite para impedir la caída de las
plusvalías. Deterioro del salario, aumento de los ritmos de trabajo,
trabajo infantil y jornadas de trabajo de mas duración son los
mecanismos a través de los cuales el capital se apropia del tiempo
disponible que la técnica pone a disposición del trabajador en forma de
tiempo libre.

Paradójicamente, mientras la sociedad del capital se reproducía
aumentando la cantidad de trabajadores asalariados(más fábricas, más
trabajadores, mas consumidores...), en esta última fase tiende a reducir
el trabajo asalariado a su mínima expresión. El sueño de cualquier
empresario es la adquisición de aquella nueva maquinaria que suprima
trabajadores asalariados, o que la producción aumente de tal manera que
el trabajo necesario (para el salario) sea mínimo y el trabajo excedente
(rapiña) sea máximo.

Si el Capital no es nada sin el trabajo asalariado y éste tiende a
reducirse a su mínima expresión (esta tendencia es imparable, a menos 
que volvamos a la prehistoria), la reproducción del Capital, cuando este
proceso se acelera por las continuas innovaciones tecnológicas, no puede
realizarse. Sólo puede seguir realizándose con el saqueo del mundo.

Los piratas solamente pueden acumular riquezas saqueando a los pueblos.

Halan Frenan, economista inglés experto en finanzas internacionales y
profesor de la Universidad de Gerencia, lo explica de otra manera. "La
función real del liberalismo es chupar los ahorros de los pueblos del
mundo para financiar la economía estadounidense".

Por esta razón podemos decir que el Imperio ha sustituido completamente
todas las leyes económicas del capitalismo inicial por la ley de la
fuerza concretada en el poderío militar de sus legiones. Esta fuerza le
permite dominar todos los territorios contiguos a la metrópoli y
especialmente aquellos que poseen los recursos esenciales que le son
imprescindibles para su beneficio privado.

(un inciso:

¿Su beneficio privado?

Ya va siendo hora de que, cuando hablamos de beneficio privado, dejemos de
pensar en términos económicos, en plusvalía, en acumulación de capital,
en conquista de mercados, etc. El único beneficio privado de las élites
que dominan el mundo es simplemente el Poder y el mantenimiento del
poder. Como en Roma, hoy el objetivo de las élites es la Autoridad sobre
el mundo (la sumisión del mundo), el atesoramiento de riquezas, el
despilfarro, el derroche de la corte y el pan y circo para los
pobladores en el corazón del Imperio. Este ha sido el contenido del
Poder en los 4.000 años de la historia de las sociedades humanas
indistintamente de los modos sociales de producción existentes).

Simplemente, con ello quiero decir que los modelos sociales occidentales
ya no pueden mantenerse por las propias leyes económicas y jurídicas que
rigieron el capitalismo emprendedor de sus inicios (que muy pronto entró
en crisis), sino por las simples leyes de la fuerza y del pillaje. El
empobrecimiento del mundo es el resultado inevitable en la última fase
de apogeo del capitalismo.

Empobrecen el mundo para seguir sosteniendo un sistema político y
económico miserable (sustentado en bases mafiosas y criminales) y luego
se asustan porque los seres humanos a los que han empobrecido estén dispuestos
a morir atravesando mares y océanos para intentar sobrevivir. Empobrecen
el mundo, lo hacen retroceder a la prehistoria y luego se asustan de las
culturas ancestrales, de sus identidades, su grado de desarrollo
humano, su indumentaria, sus brujos y sus profetas. Yo llamaría a esto
necedad indigna de cualquier ser humano.

Indignos llamaría yo también a los que se atreven a criticar a sus
imanes religiosos por antidemocráticos y contrarios a los derechos
humanos (proponiendo su expulsión), cuando silencian y en la práctica
otorgan a sus obispos... ¡la mayor organización mafiosa,
antidemocrática y contraria a los derechos humanos! (Rectificaré cuando
usted proponga también su expulsión, señor Carod Rovira.)

Este pillaje, que es muy patente en esta fase imperial, es el final de
un proceso en esta dirección que se ha desarrollado desde prácticamente
los principios del capitalismo. No es ninguna novedad.

Convendría a ustedes, señores antiglobalizadores, que releyeran la obra de
Lenin (ahora que ya no es obligatoria para ser considerado de
izquierdas o progresista) El imperialismo, última fase del capitalismo,
para comprender que esta fase imperial no es ninguna novedad.

El reparto de África ya fue aprobado en la Conferencia de Berlín de
1885. Antes de la Primera Gran Guerra docenas de conflictos y pequeñas
guerras estallaron entre las potencias por la posesión del mundo: la
guerra hispanoamericana (1898), los conflictos anglo-franceses por
Egipto y Sudán, el enfrentamiento entre Francia e Italia por Túnez, la
guerra italiano-etíope (1896), la guerra anglo-boer, la guerra anglo-rusa 
por Persia y Afganistán, la guerra ruso- japonesa (1904), la guerra
italiano-turca por la posesión de Libia, los conflictos franco-alemanes
por el control de Marruecos, la guerra de Agadir, etc. En este proceso
hasta nuestros días lo único que se ha dirimido ha sido qué fracción de
la burguesía mundial sería la vencedora en el saqueo del mundo.

En muy pocos momentos se vislumbró la posibilidad de un desarrollo
paralelo al margen de esta lucha por el poder mundial. La Conferencia de
Bandung (1955), en pleno equilibrio internacional entre las dos grandes
superpotencias, fue el último intento fallido.

Para comprender este proceso de dominio del mundo, esta gran
concentración del poder, deberíamos recordar cómo miles de hechos
criminales y de piratería han sido los precursores de la actual
situación, por ejemplo, en el continente africano o en el Cono Sur
americano: la conquista del Congo por el rey Leopoldo de Bélgica, el
bombardeo de la ciudad de Guatemala (1954), la "United Fruit Company",
las continuadas intervenciones norteamericanas en Nicaragua, en Haití, en la
República Dominicana, en Colombia, la escisión de Panamá, la "Patiño
Mines and Enterprises Consolidated Inc.", el golpe militar de 1948 en
Venezuela, la "Compañía Imperial del África Oriental", el derrocamiento
de Mohamed Mosadeq, la secesión de Katanga, etc. 

La larga historia de saqueos y de terrorismo de Estado que han hecho
posible mantener la sociedad del bienestar occidental.

Es una larga historia que los santones y los políticos fieles servidores
del poder nos quieren esconder y que solamente librepensadores valientes
como Eduardo Haro nos lo recuerdan una y otra vez desde su pequeña y
escondida tira diaria (Visto/Oído de El País): (...) "Lo que pasa en el
Tercer Mundo es una cuestión de vida o muerte. Los estamos matando de
hambre, les estamos cerrando todas las salidas hacia los lugares donde
puede haber trabajo y algo de comida que les venimos robando desde hace
siglos..."

Ni uno solo de estos servidores del poder ha sido capaz de preguntar:
¿Qué está pasando en el mundo y por qué esta inmensa avalancha de
desesperados y empobrecidos?

Todos ellos siguen haciendo un populismo inmundo e indigno, a la captura
de votos de una sociedad asustada y amedrentada.

Ustedes no conseguirán detener el éxodo de millones de seres humanos que
quieren sobrevivir. Sobre sus cadáveres y sus pateras destruidas otros
lo seguirán intentando. Los muros electrificados no los detendrán.

Ustedes no conseguirán que los ciudadanos aceptemos sin rechistar los
planes de aniquilación de los sobrantes. Nuestros miedos deben
resolverse por otros caminos. Podemos resolverlos por otros caminos.
Tenemos los medios y los conocimientos para vivir todos (y probablemente
muchos más) en mejores condiciones de vida. Tenemos los medios para
ofrecer a las futuras generaciones un mundo de esperanza.

En la sociedad del Capital no existe ninguna posibilidad de solucionar
positivamente el problema de la inmigración. Si el Capital consigue
enfrentar a los ciudadanos europeos con los inmigrantes, habremos perdido
una nueva batalla. Una batalla fratricida e inútil.

El camino de la confrontación que ustedes, políticos de derechas y de
izquierdas, han emprendido contra los extranjeros no resolverá ningún
problema. Cuando a ustedes les chorreen las manos de sangre de tanta
cacería de sobrantes, yo les seguiré preguntando... ¿y después qué?
Mayo 2002

(otros escritos en http://www.enxarxa.com/G3)


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