Pimienta negra, 9 de abril de 2002
Ciudadano José
La
vuelta al pasado
La Historia es terriblemente tozuda. Pueden construir grandes muros y oponer grandes obstáculos para detenerla, pero será inútilmente. Tarde o temprano los muros se resquebrajarán y los obstáculos no podrán obstruir su camino. En los períodos en los que los muros parecen infranqueables, estamos tentados a volver al pasado. Nos queremos ilusionar con que la barbarie del pasado no era tanta barbarie como la del presente o quizás que volviendo al pasado rectificaríamos el camino que recorrimos. El pasado lo conocemos. El camino detrás del muro que franquea nuestro futuro está por hacer. Algunos librepensadores ya nos hablaron del miedo a la libertad. Dicen: "(...) Este sistema conlleva un drama cotidiano, donde millones de mujeres, niños y ancianos mueren por hambre, falta de atención médica y enfermedades prevenibles. Familias enteras son obligadas a abandonar sus hogares a consecuencia de guerras, de los impactos provocados por la imposición de modelos de desarrollo modernizadores, la pérdida de sus tierras agrícolas, los desastres ambientales, el desempleo, el debilitamiento de los servicios públicos y la destrucción de la solidaridad comunitaria. Tanto en el Sur como en el Norte, luchas combativas y resistencias reivindican la dignidad de la vida" (párrafo de la declaración final del Foro Social de Porto Alegre). He subrayado una frase de este párrafo de la declaración porque, a mi entender, es la más significativa y representativa de todo el pretendido movimiento alternativo que se desarrolla a partir de Porto Alegre bajo el lema de "Otro mundo es posible". Otro mundo es posible, dicen, pero nos proponen volver al pasado. En el año 1800, más de 800.000 personas trabajaban en los telares de Inglaterra. Treinta años más tarde, solamente trabajaban 200.000. A pesar de que en el año 1784 un clérigo inglés llamado Cartwright ya había inventado el primer telar mecánico, en 1813 en Inglaterra solamente habían 2.300 telares mecánicos frente a más de 200.000 telares manuales. Pero en las dos décadas posteriores el desarrollo de los telares mecánicos fue espectacular. En el año 1700, una hiladora y un tejedor fabricaban una pieza al día. En el año 1733, se necesitaban 4 hiladores por cada tejedor que trabajaba en un telar con lanzadera volante. En el año 1764, un solo hilador, gracias al spinning jenny, podía dar trabajo a 8 tejedores. En 1785 solamente un hilador y un tejedor al frente de un telar mecánico accionado por vapor multiplicaba por 70 la producción del año 1700. Es innegable que los modelos modernizadores se impusieron. La Humanidad debía estar orgullosa y esperanzada. Nuestra capacidad de avanzar constantemente en el dominio de la técnica, para hacer más fácil nuestra vida y menos pesado nuestro trabajo por la supervivencia, nunca ha podido detenerse. Las sociedades anquilosadas y estáticas siempre han terminado derrumbándose. Solamente un gran aislamiento o una gran organización superestructural represiva y esclerotizante han logrado que durante largos períodos de tiempo este proceso imparable se detuviera. Un larguísimo período feudal es una buena muestra de ello. Los seres humanos, sin embargo, no hemos logrado aún que estos avances repercutieran positivamente en el conjunto de nuestra sociedad. Que con rapidez se generalizaran. Nuevas sociedades de explotación han tomado el relevo de viejas sociedades de explotación. Nuevas formas de propiedad han tomado el relevo de antiguas formas de propiedad. Pero a pesar de todo ello, hemos seguido avanzando y las condiciones que van haciendo posible romper definitivamente con las sociedades de explotación del hombre por el hombre, empujan cada día más favorablemente. Nos sentimos cada vez más ciudadanos del mundo y lo que nos une aflora con mucha más fuerza que lo que nos separa. Lo que nos separa se va derrumbando con inusitada rapidez, como un castillo de naipes. Una nueva gran revolución tecnológica, fruto de un inmenso conocimiento humano que podemos aplicar positivamente a favor de nuestras vidas, vuelve a empujar con fuerza imparable. La sociedad del Capital no podrá detenerla. La vuelta al pasado también es impensable. Decían: (...) "Lo que quieren los hiladores es que las máquinas automáticas que ahorran trabajo del obrero desaparezcan. Éstas hacen ganar más del 90% al fabricante y lanzan a la miseria a los padres de familia (...) Habrían de desaparecer como escarmiento de todos aquellos que para engrandecer sus fortunas no dudan en valerse de engaños (...), de todos aquellos que piden al gobierno una rebaja de un 25% de los derechos de entrada de estas nuevas máquinas automáticas (...), de todos aquellos que sustituyen la maquinaria manual en donde el trabajador se ganaba su pan y el de su familia por máquinas automáticas en las que también les han excluido del trabajo y han puesto en su lugar a mujeres y niños a los que pagan con sueldos irrisorios y que llegando a la mayoría de edad también serán despedidos y reemplazados..." (Manifiesto de los hiladores de Sallent, 1854). Así fue como la gran Revolución Industrial dio lugar a un extenso movimiento, surgido en Inglaterra a comienzos del siglo XIX, destinado a impedir, por medio de la violencia, la introducción de las nuevas máquinas en la industria porque consideraban que éstas sustituirían el trabajo humano y originarían situaciones de desempleo y penuria a amplias capas de la población. Fueron numerosísimas las destrucciones de fábricas y de maquinaria durante los años 1811-12 y especialmente en 1816. El ludismo, tal como se conoce este movimiento, proviene del obrero inglés Ned Lud, quien en 1779 destruyó un taller mecánico. En Cataluña tuvo gran resonancia la quema de la fábrica Bonaplata (1835) y la destrucción de las máquinas automáticas de numerosas fábricas de hiladuras (1854) en pleno trienio progresista. En Barcelona y en otras ciudades industriales de Cataluña el movimiento alcanzó grandes proporciones, hasta el punto de que el capitán general ordenó, en vano, a los fabricantes que transformasen estas máquinas en otras mas rudimentarias del tipo mule-jenny. En vano: la nueva maquinaria funcionaba ya en Inglaterra desde 1779 gracias a un invento de Samuel Cromton. Podríamos escribir largamente sobre el tremendo impacto que representó la revolución industrial en las sociedades europeas. Las transformaciones en la agricultura (el arado Totherham, la trilladora Meikle, la segadora Mac Cormick, las máquinas de cosechar, etc), en el sistema fabril, en la siderurgia (las técnicas de pudelación y laminado, el convertidor de Bessemer, etc.), en las comunicaciones (redes fluviales y el ferrocarril), permitieron multiplicar la eficacia y la productividad del trabajo humano y desarrollar como nunca antes fue posible los intercambios comerciales. Los 580 kilómetros de vía férrea que tenía Alemania en 1840 se convirtieron en casi 20.000 kilómetros en 1870. El comercio mundial, que en el año 1800 no alcanzaba apenas los 300 millones de libras esterlinas, alcanzó los 5.000 millones en el año 1900. Del trabajo artesano, individual y aislado del siervo de la gleba pasamos al trabajo social, organizado en cooperación. Nadie puede negar el inmenso avance de la Humanidad cuando, tras un largo y costoso proceso (desde prácticamente el siglo XV), logró identificar su progreso con el progreso científico. Los fenómenos de la Naturaleza dejaban de ser imperecederos y dirigidos por el capricho de los dioses, de los agentes espirituales, de las fuerzas misteriosas, del alma o de los elegidos por los dioses. El interés por la Ciencia se popularizó, se fundaron escuelas, laboratorios, sociedades y publicaciones científicas por doquier. El afán de nuevos conocimientos impregnó la nueva sociedad nacida del derrumbe del Antiguo Régimen. Nuestro actual conocimiento científico, hasta el más avanzado, el estudio del genoma humano, tiene sus raíces en aquellos años de ruptura con el mundo feudal: a finales del siglo XVIII ya se habían elaborado métodos que estudiaban los elementos hereditarios y su transmisión, cruzando diferentes variedades vegetales, antes de que el sacerdote agustino Gregorio Mendel descubriera en 1856 las leyes básicas que gobiernan la herencia en los organismos vivos. Mendel incorporó a su trabajo sencillos tratamientos algebraicos y estadísticos que ya anticiparon la compleja maquinaria informática con la que trabajan en la actualidad grupos investigadores como los de Celera Genomics Corporation. De la misma manera que el método científico impregnó los mecanismos de producción, en la biología, en la física, en la medicina, en la farmacología, etc., también lo hizo en la política o en las ciencias sociales. Europa fue un hervidero del pensamiento humano que tuvo su punto culminante en la Revolución Francesa y en la Declaración de los Derechos del Hombre. Sus secuelas de luchas, conflictos y revoluciones se remontan hasta la mitad del siglo XX. Fue un hervidero del pensamiento humano porque, desde el principio de las sociedades industriales, toda la esperanza de progreso y bienestar que tan rápidamente se pensó realizable (el movimiento ludita pronto se desvaneció) se trocó en miseria y desesperación. (Un inciso: Sustituimos una vieja sociedad de explotación por una nueva sociedad de explotación. Pasamos de siervos a trabajadores asalariados, pero no salimos de la casta de los explotados. Cambiamos solamente de amos. Los nuevos amos, a los que ayudamos a vencer a los antiguos amos, seguían perteneciendo a la casta de los privilegiados. Como toda estratificación social, el sistema de castas es bastante endogámico. Un individuo nace en una determinada casta a la que pertenece toda la vida y generalmente no puede cambiarla. En ciertas circunstancias, pueden mejorar o empeorar las condiciones de vida de la casta de los explotados, pero siempre sus obligaciones y su inferioridad permanecen. La endogamia en los grupos sociales que pertenecen a la casta de los privilegiados (banqueros, políticos, grandes empresarios, etc.) es bastante evidente. Como en todos los grupos cerrados, formar parte de estos grupos privilegiados está muy lejos de realizarse de forma democrática: se realiza por cooptación. La cooptación está bien descrita en el diccionario: sistema de elección de nuevos miembros de una junta, comunidad, asamblea, etc., por designación de los miembros que ya forman parte de ella. En los momentos actuales de decadencia del sistema democrático, los ciudadanos nos percatamos perfectamente de cómo el sistema de cooptación rige cada día con más fuerza, tanto en los partidos políticos como en los organismos que deciden sobre nuestras vidas, desde ayuntamientos hasta instancias europeas. La parafernalia electoral no es capaz de enmascarar la realidad: los actores de turno que nos dan a elegir ya están de antemano elegidos. Podríamos decir que las sociedades humanas han estado sometidas y dirigidas, desde hace mucho tiempo, por grupos de poder cerrados, endogámicos y prácticamente secretos (actualmente se vuelve a hablar descaradamente de gobiernos secretos). Repasando la barbarie que han provocado y siguen provocando, incomprensible desde la razón humana, podemos afirmar que hemos estado sometidos y dirigidos por poderes irracionales, enfermizos e inhumanos que han entorpecido inmensamente el desarrollo humano. El lento proceso del desarrollo humano ha caminado y sigue caminando por otros senderos: el trabajo, la mejor eficacia en nuestro trabajo, la búsqueda de respuestas de cuanto acontece, la conducta cooperante y solidaria, la satisfacción de nuestras necesidades de supervivencia, el goce de la vida, la crianza de nuestros hijos y la continuidad de nuestra especie. Esta andadura pertinaz, constante e imparable de los seres humanos ha estado constantemente entorpecida. En el capitalismo mientras la endogamia en los sectores privilegiados se ha fortalecido (por la transmisión de la propiedad) y ha aumentado (por la concentración de la propiedad), en los sectores explotados se vislumbró un período en donde parecía que era posible, por méritos propios o por la fuerza colectiva, mejorar las condiciones de vida, tener derechos a la par que obligaciones, y hasta poder acceder a los privilegios de una casta superior. Hablamos entonces de clases sociales (pequeña burguesía, trabajador asalariado, autónomo, clase media, etc) en competencia por el reparto en la distribución de la riqueza. Hablamos entonces de partidos y de organizaciones sociales que defendían los intereses de estas clases. En este período de lucha entre clases sociales, no se planteó (hasta Marx) la consecución de una sociedad humana sin clases. Toda la lucha política y sindical de los explotados, hasta la actualidad, ha permanecido anclada en la lucha por la mejora de las propias condiciones de vasallaje: ¡trabajo para todos!, siguen implorando los sindicatos, ¡vivir con dignidad! ¡Qué barbaridad! No se han enterado aún de que el capitalismo ya no puede ofrecer trabajo para todos. No se han enterado aún de que solamente nos pueden ofrecer sobrevivir sin dignidad: cerrando los ojos y negándonos a reconocer la terrible barbarie que están provocando). La sociedad que Rousseau y otros pensadores ya nos habían propuesto antes de la caída del Antiguo Régimen no aceptaba con resignación que todo el progreso palpable de las sociedades industriales se convirtiera en paro, miseria y desesperación para amplios sectores de la población. Se abrió, entonces, un hervidero de discusiones, de propuestas, y de alternativas. Todo el siglo XIX hasta principios del XX fue de grandes confrontaciones sociales. La tempranas crisis que convulsionaron las primeras sociedades industriales, que vieron los almacenes repletos y las poblaciones empobrecidas, tuvieron sus salidas en grandes migraciones (25 millones de europeos se marcharon a los EE.UU.), en grandes expansiones coloniales (Australia, Sudáfrica, Nueva Zelanda, Canadá, etc.), en un gran aumento de los ejércitos y de las industrias militares, en grandes proyectos colonialistas e imperialistas (en los que ya se produjo entonces una gran destrucción de las economías autóctonas) y en grandes o pequeñas guerras entre las naciones por la disputa del saqueo del mundo que terminaron en las dos guerras mundiales. Los movimientos sociales de aquel período estuvieron impregnados, y en cierta manera ahogados, por los grandes movimientos políticos que se desarrollaron. Movimientos políticos revolucionarios y reformistas. Los revolucionarios, surgidos de las luchas de resistencia, encontraron su sentido y se unificaron tras el Manifiesto Comunista. Los reformistas, nacidos en torno a los partidos socialistas (fundamentalmente del Partido Socialdemócrata alemán) no creían en la posibilidad de un cambio social y proponían la lenta transformación de la sociedad en un Estado democrático. Pasado más de un siglo de aquellas controversias, sería muy importante retomar la lectura de las tesis reformistas de Kaustsky o de Bernstein, mucho más radicales, por cierto, que la de nuestros actuales reformistas del Foro Social de Porto Alegre. (...) "El agravamiento de la situación económica no ha tenido lugar como el Manifiesto había previsto (...) el número de poseedores no ha disminuido, sino que ha aumentado. Las clases medias han modificado su carácter pero no han desaparecido de la escala social (...) Hemos de considerar a los obreros tal como son. No han caído en el pauperismo de manera tan general como preveía el Manifiesto, ni están tan exentos de prejuicios y de defectos como querrían creer sus admiradores. "La concentración de la producción no se efectúa en todos los lugares con la misma fuerza y rapidez. En el dominio político, poco a poco van desapareciendo los privilegios de la burguesía capitalista frente al progreso de las instituciones democráticas. Frente a la influencia de estas instituciones y la presión del movimiento obrero, ha comenzado una gran avance social contra las tendencias explotadoras del capital. "Estoy absolutamente convencido (...) que el deber actual de los socialdemócratas es el de luchar por los derechos políticos y económicos de los obreros y por todas las reformas del Estado que permitan elevar a la clase obrera y transformar la institución del Estado en un sentido democrático". (discurso de E. Bernstein en el Congreso de Stuttgart del PSDA, en 1898). En 1898 éste era su discurso. Más tarde arrastraron a los obreros a la Gran Guerra, defendiendo la ola nacionalista que necesitaba su burguesía en confrontación con otras burguesías. Luego, cuando llegó la gran crisis económica del 19, fueron los verdugos del movimiento revolucionario. Siguieron gobernando después, para finalmente ceder en bandeja el poder al nazismo. Tras la Segunda Guerra, destruida Alemania (arrasada materialmente por los bombardeos norteamericanos durante los últimos meses de la guerra), volvieron a gobernar. Hoy, tras largos años de recuperación, siguen gobernando y como la historia sigue siendo tremendamente tozuda vuelven a soñar con una gran Alemania en expansión, motor de una Europa Unida. Pero el paro y la recesión económica han vuelto a aparecer. (Un inciso: Se ha cerrado un pequeño paréntesis en la Historia (de apenas 50 años), en el que las tesis reformadoras del sistema parecían vislumbrarse aún posibles. En realidad solamente fue el Plan Marshall el que las hizo posibles. El Plan consistió en una ayuda en préstamos y donaciones por valor de 12.000 millones de dólares a Gran Bretaña, Francia, Alemania e Italia. El Imperio vencedor de la Segunda Guerra diseñó un respiro de 50 años para una Europa destrozada por la guerra y fronteriza con una nueva Gran Rusia que había extendido su dominio mas allá del imperio zarista y que era una potencia nuclear. No tiene nada de extraño que el Plan fuera formulado por un gran estratega militar, George Catiett Marshall, el que más tarde, siendo secretario de Defensa (1950), diseñó otro plan: la guerra de Corea. En la Europa destrozada y agotada por la guerra contra el nazismo, la fuerza de su reconstrucción estaba en manos de los miles de ciudadanos que habían luchado en la Resistencia, partisanos, guerrilleros, maquis etc., y en manos de organizaciones obreras, sindicales y políticas muy numerosas y activas. Su fuerza en Francia, en Grecia, en los suburbios industriales de Milán..., era enorme. A la derecha política del Capital se le otorgó el poder para manejar los millones de dólares del Plan Marshall. A la izquierda política del Capital se le otorgaron los sindicatos. A los ciudadanos europeos nos prometieron el Estado del Bienestar. Los 50 años de respiro han terminado. Terminaron con el derrumbamiento de la URSS. El plan de George Catiett Marshall se desarrolló meticulosamente. Ahora, las ayudas y prebendas a las provincias que servían de muro de contención al imperio enemigo se terminaron: el Imperio enemigo se derrumbó.) A principios del siglo XXI, cuando vuelve a desencadenarse un gran proceso de barbarie y desolación, y cuando siguen fracasando de facto, desde varias décadas, todos los llamamientos de buenas intenciones en contra del hambre, en contra de las desigualdades, en contra del deterioro de las condiciones sanitarias y educacionales, en contra de la guerra y los genocidios, en contra de dictaduras y dictadores, en contra de la destrucción de cualquier intento de emprender un proceso de progreso económico..., que demuestran una y otra vez la agudización de la decadencia de un sistema agotado, vuelven a surgir voces proponiendo reformas. Como los antiguos reformistas de 1898, nos vuelven a hablar de la reforma del Estado, de los derechos políticos y económicos de los trabajadores, del control de los privilegios (y de los capitales) de la burguesía capitalista por las instituciones democráticas, de la paz... Nos siguen hablando y proponiendo un discurso que fracasó. Fracasó tan estrepitosamente como los discursos de los movimientos políticos revolucionarios del siglo XX. El problema no está solamente en el desconocimiento de la historia pasada. El problema es que el mundo a cambiar no tiene absolutamente nada que ver con el del siglo XIX. El proceso de concentración del poder ha sido tan extraordinario que ha invalidado todas las instituciones y organizaciones políticas en las que se apoyaron las sociedades de los siglos anteriores. Ha invalidado las leyes económicas, los tratados y las organizaciones internacionales, el libre comercio, etc. Ha dejado sin sentido las elecciones democráticas y los Parlamentos. Ha convertido en papel mojado declaraciones, resoluciones y protocolos de cualquier instancia internacional. Todo aquel poder que emergía de dominar todo un proceso de desarrollo económico, de su expansión, del control de nuevas vías de comunicación, de la constante innovación tecnológica, de la absorción de la competencia, de la conquista de nuevos mercados, etc. (aun a costa de guerras y saqueos) ha cambiado totalmente. La ley del beneficio privado ya no puede continuar por este camino. Es un camino agotado. En la misma medida en que aumentará el desarrollo económico en los centros del Imperio y en los mercados en los que sea posible la obtención del beneficio, disminuirá (o se destruirá) progresivamente el desarrollo en otras partes del mundo. Es por esto que el Poder se impondrá por la fuerza de los hechos consumados, por el saqueo y la destrucción. Ninguna ley económica determinará este proceso. Lo hará la ley de la fuerza. Las leyes de la economía política con las que funcionó el capitalismo ya no funcionan. Funcionan las leyes de la fuerza. Mientras los hechos evidencian el camino emprendido por el Imperio, ustedes, los nuevos reformistas, nos hablan de mala gestión, de errores del FMI, de estafadores, de paz ... Ustedes no tienen ni idea de la realidad del mundo que quieren cambiar. ¿De quién es el Capital? En este momento de confusión, en el que siguen dominando las pócimas de vudú de economistas, intelectuales y políticos (cada día más ininteligibles para los ciudadanos), deberíamos ser mucho más rigurosos cuando intentamos analizar los problemas de la economía. Mucho más rigurosos y sencillos. La lucha contra el Capital es un término que usamos muy a menudo, pero que es absolutamente confuso. El Capital parece el peor de todos los demonios. El Capital son medios, recursos, materias primas, técnicas, conocimientos, etc. Este Capital es Patrimonio de la Humanidad. Para realizar cualquier tarea necesitamos Capital. El carpintero, por ejemplo, para construir una mesa sabe que necesita madera, lija, puntas, cola, herramientas de corte, una sierra de cinta, etc. Ha de conocer también ciertas técnicas y poseer ciertos conocimientos sobre el trabajo de la madera para empezar su tarea. Cuando el hombre con su trabajo sabe aprovechar este capital disponible, es capaz de crear, transformar y producir. Aquel tablón se ha convertido en una mesa, unas sillas, un pequeño armario y una estantería. Una parte de este capital es limitado (la fuente energética que alimenta su sierra de cinta), otra parte es renovable (el árbol maderero del que ha serrado su tablón) y otra está en continua evolución (las técnicas y los conocimientos). La suma de todo este resultante del trabajo humano, que en el transcurrir de los tiempos ha aumentado en eficacia y en productividad, añade mucho mas capital a este primer capital inicial disponible. Nuestro carpintero, con un pequeño programa informático conectado a una nueva sierra robotizada, cortará con tal precisión y aprovechamiento aquel tablón que lo convertirá en una mesa más robusta, muchas más sillas, un buen armario y una larga estantería. Podríamos decir que hoy la Humanidad está en condiciones excepcionales de acumular Capital y, por tanto, podría estar en condiciones de determinar también en qué dirección usa o invierte este Capital. La Humanidad siempre ha creado Capital. Una compañera desde Argentina me decía: "Somos 36 millones de habitantes, tenemos 60 millones de cabezas de ganado y una cosecha anual de 70 millones de toneladas de cereales... Sin embargo, hay gente que no come lo suficiente (...) No podéis imaginaros como estamos sufriendo, viendo enfermos sin medicinas, escuelas sin recursos, empresas quebradas, comercios cerrados, compatriotas que se van del país. Es como una pesadilla que se repite y aumenta cada día". Los ciudadanos argentinos no pueden disponer de este inmenso capital. El problema surge cuando los hombres emprendimos el camino de la apropiación privada del Patrimonio Común, de nuestro Capital disponible. Lo emprendimos en contra de nuestra voluntad: por la fuerza de los hechos consumados. Desde entonces, los apropiadores nos han repetido una y mil veces que el mar, la tierra, los recursos de la tierra, las herramientas de trabajo, los conocimientos adquiridos por un gran esfuerzo colectivo, nuestro trabajo, los frutos de nuestro trabajo no nos pertenecen. Pertenecen al jefe de la tribu, al emperador, al señor feudal, al capitalista o al Imperio. Ellos disponen de nuestro Capital para su beneficio privado. A cambio, vigilan por nuestra felicidad y nos ofrecen su paz y su orden. Cuando su paz y su orden devienen el caos y la barbarie, entonces nos mandan sus legiones. Nos lo han repetido tantas veces, que ésta es la única ley intocable que sigue imperando en nuestras sociedades. La Ley de la propiedad privada es tan intocable y ha calado tan profundamente en el pensamiento y en la conducta de los seres humanos, que en los albores del siglo XXI los movimientos que se llaman progresistas sólo se atreven a pedir una pequeña tasa sobre el Capital. ¿Pueden preguntarse ustedes, señores de ATTAC, de quién es el Capital? La Historia es terriblemente tozuda. El camino emprendido por los seres humanos es imparable. La eficacia y la productividad del trabajo del hombre han alcanzado niveles tan altos, son tan grandes, que solamente una pequeñísima parte del Capital acumulado está actualmente invertido en los sectores productivos. Apenas hace un siglo, el 95% de las transacciones de Capital correspondían a intercambios comerciales de productos manufacturados o de materias primas. Hoy, el 95% de las transacciones son especulativas, absolutamente extrañas a cualquier actividad comercial o productiva. La eficacia y la productividad del trabajo del hombre son tan grandes, que la mayor parte del Capital acumulado se convierte, una parte en despilfarro y ostentación de los privilegiados, otra parte se esconde en paraísos fiscales a la espera de alguna operación especulativa, otra parte es transformada en Tesoros (palacios, templos, joyas, obras de arte, etc.), y tan solo una pequeñísima parte está destinada a la producción. Marx ya diferenció los conceptos de Capital y Tesoro. Los palacios y las iglesias de todo el mundo están llenos de Tesoros que no son más que el resultado de un gran saqueo, durante siglos, de capitales producidos por los seres humanos. Estos grandes capitales-tesoro nunca ha sido invertidos para mejorar las condiciones de vida de los que los crearon: se han acumulado solo para el boato de reyes, santones y brujos. Han sido, y son, el saqueo del Poder. Cuando el capital se convierte en Tesoro, deja de ser capital. Cuando el capital se destruye (devastaciones, guerras, armamento, malbaratamiento de recursos, etc.) deja también de ser capital. En la actualidad, estamos asistiendo a una gran destrucción de capitales como el síntoma más evidente de la decadencia del sistema. Por esto, el problema no es el Capital. El problema está en la propiedad del Capital. (Nota. Me refiero siempre al Capital y no al dinero-moneda. Es posible que, desde un punto de vista académico, usar a veces un término por otro sea confuso. Escribo siempre Capital porque el dinero ya ha dejado de ser una medida de intercambio. Esta separado absolutamente de la actividad productiva real en la que seguimos moviéndonos los seres humanos que necesitamos trabajar, usar materias primeras, alimentarnos o curar nuestras enfermedades, etc. El dinero se ha convertido en sí mismo en una mercancía más, separada de cualquier actividad tanto en la producción como en la distribución de las riqueza. Así observamos paradójicamente que caen en picado los precios de las materias primeras, de los productos agrícolas y minerales, de los salarios, etc., y suben astronómicamente los de los productos elaborados, alimentos, medicinas, etc., aun cuando la eficiencia y la productividad en su fabricación siga aumentando enormemente. La ley de la oferta y la demanda es una farsa. La ley de la libre competencia es otra gran fantasmada). En Argentina, por ejemplo, el capital dinero-moneda ha huido. Pero el capital real: las cabezas de ganado, las tierras, las toneladas de cereales, los recursos minerales, las máquinas y los hombres preparados y necesitados para usar todo este inmenso patrimonio no huyeron. Es cuestión de ponernos manos a la obra. Y cuando nos pongamos todos manos a la obra, no volveremos al trabajo individual y aislado, al artesanado, a la yunta de bueyes, al trueque, a los mercadillos medievales, a la maquinaria mecánica, a la economía autárquica, a la energía del carbón, a la parcelación territorial, etc. Aplicaremos los métodos mas modernizadores y avanzados de que dispongamos. La Historia es terriblemente tozuda. No lo olviden ustedes. Abril 2002 Otros escritos en http://www.enxarxa.com/G3