Pimienta negra, 9 de abril de 2002

 

Ciudadano José

La vuelta al pasado


 
 La Historia es terriblemente tozuda. Pueden construir grandes muros y
 oponer grandes obstáculos para detenerla, pero será inútilmente. Tarde o
 temprano los muros se resquebrajarán y los obstáculos no podrán obstruir
 su camino.
 
 En los períodos en los que los muros parecen infranqueables, estamos
 tentados a volver al pasado. Nos queremos ilusionar con que la barbarie
 del pasado no era tanta barbarie como la del presente o quizás que
 volviendo al pasado rectificaríamos el camino que recorrimos.
 
 El pasado lo conocemos. El camino detrás del muro que franquea nuestro
 futuro está por hacer.
 
 Algunos librepensadores ya nos hablaron del miedo a la libertad.
 
 Dicen:
 
 "(...) Este sistema conlleva un drama cotidiano, donde millones de
 mujeres, niños y ancianos mueren por hambre, falta de atención médica y
 enfermedades prevenibles. Familias enteras son obligadas a abandonar sus
 hogares a consecuencia de guerras, de los impactos provocados por la
 imposición de modelos de desarrollo modernizadores, la pérdida de  sus
 tierras agrícolas, los desastres ambientales, el desempleo, el
 debilitamiento de los servicios públicos y la destrucción de la
 solidaridad comunitaria. Tanto en el Sur como en el Norte, luchas
 combativas y resistencias reivindican la dignidad de la vida" (párrafo
 de la declaración final del Foro Social de Porto Alegre).
 
 He subrayado una frase de este párrafo de la declaración porque, a mi
 entender, es la más significativa y representativa de todo el pretendido
 movimiento alternativo que se desarrolla a partir de Porto Alegre bajo
 el lema de "Otro mundo es posible".
 
 Otro mundo es posible, dicen, pero nos proponen volver al pasado.
 
 En el año 1800, más de 800.000 personas trabajaban en los telares  de
 Inglaterra. Treinta años más tarde, solamente trabajaban 200.000. A pesar
 de que en el año 1784 un clérigo inglés llamado Cartwright ya había
 inventado el primer telar mecánico, en 1813 en Inglaterra solamente
 habían 2.300 telares mecánicos frente a más de 200.000 telares manuales.
 Pero en las dos décadas posteriores el desarrollo de los telares
 mecánicos fue espectacular.
 
 En el año 1700, una hiladora y un tejedor fabricaban una pieza al día.
 En el año 1733, se necesitaban 4 hiladores por cada tejedor que trabajaba
 en un telar con lanzadera volante. En el año 1764, un solo hilador,
 gracias al spinning jenny, podía dar trabajo a 8 tejedores. En 1785
 solamente un hilador y un tejedor al frente de un telar mecánico
 accionado por vapor multiplicaba por 70 la producción del año 1700.
 
 Es innegable que los modelos modernizadores se impusieron. La Humanidad
 debía estar orgullosa y esperanzada. Nuestra capacidad de avanzar
 constantemente en el dominio de la técnica, para hacer más fácil nuestra
 vida y menos pesado nuestro trabajo por la supervivencia, nunca ha
 podido detenerse. Las sociedades anquilosadas y estáticas siempre han
 terminado derrumbándose. Solamente un gran aislamiento o una gran
 organización superestructural represiva y esclerotizante han logrado que
 durante largos períodos de tiempo este proceso imparable se detuviera.
 Un larguísimo período feudal es una buena muestra de ello.
 
 Los seres humanos, sin embargo, no hemos logrado aún que estos avances
 repercutieran positivamente en el conjunto de nuestra sociedad. Que con
 rapidez se generalizaran. Nuevas sociedades de explotación han tomado el
 relevo de viejas sociedades de explotación. Nuevas formas de propiedad
 han tomado el relevo de antiguas formas de propiedad.
 
 Pero a pesar de todo ello, hemos seguido avanzando y las condiciones
 que van haciendo posible romper definitivamente con las sociedades de
 explotación del hombre por el hombre, empujan cada día más
 favorablemente.

 Nos sentimos cada vez más ciudadanos del mundo y lo que nos une aflora
 con mucha más fuerza que lo que nos separa. Lo que nos separa se va
 derrumbando con inusitada rapidez, como un castillo de naipes.
 Una nueva gran revolución tecnológica, fruto de un inmenso conocimiento
 humano que podemos aplicar positivamente a favor de nuestras vidas,
 vuelve a empujar con fuerza imparable. La sociedad del Capital no podrá
 detenerla. La vuelta al pasado también es impensable.
 
 Decían:
 
 (...) "Lo que quieren los hiladores es que las máquinas automáticas que
 ahorran trabajo del obrero desaparezcan. Éstas hacen ganar más del
 90% al fabricante y lanzan a la miseria a los padres de familia (...)
 Habrían de desaparecer como escarmiento de todos aquellos que para
 engrandecer sus fortunas no dudan en valerse de engaños (...), de todos
 aquellos que piden al gobierno una rebaja de un 25% de los derechos de
 entrada de estas nuevas máquinas automáticas (...), de todos aquellos que
 sustituyen la maquinaria manual en donde el trabajador se ganaba su pan
 y el de su familia por máquinas automáticas en las que también les han
 excluido del trabajo y han puesto en su lugar a mujeres y niños a los que pagan
 con sueldos irrisorios y que llegando a la mayoría de edad también
 serán despedidos y reemplazados..." (Manifiesto de los hiladores de
 Sallent, 1854).
 
 Así fue como la gran Revolución Industrial dio lugar a un extenso
 movimiento, surgido en Inglaterra a comienzos del siglo XIX, destinado a
 impedir, por medio de la violencia, la introducción de las nuevas
 máquinas en la industria porque consideraban que éstas sustituirían el
 trabajo humano y originarían situaciones de desempleo y penuria a
 amplias capas de la población. Fueron numerosísimas las destrucciones  de
 fábricas y de maquinaria durante los años 1811-12 y especialmente en
 1816. El ludismo, tal como se conoce este movimiento, proviene del
 obrero inglés Ned Lud, quien en 1779 destruyó un taller mecánico.
 
 En Cataluña tuvo gran resonancia la quema de la fábrica Bonaplata
 (1835) y la destrucción de las máquinas automáticas de numerosas
 fábricas de hiladuras (1854) en pleno trienio progresista. En Barcelona
 y en otras ciudades industriales de Cataluña el movimiento alcanzó
 grandes proporciones, hasta el punto de que el capitán general ordenó, en
 vano, a los fabricantes que transformasen estas máquinas en otras
 mas rudimentarias del tipo mule-jenny. En vano: la nueva maquinaria
 funcionaba ya en Inglaterra desde 1779 gracias a un invento de Samuel
 Cromton.
 
 Podríamos escribir largamente sobre el tremendo impacto que representó
 la revolución industrial en las sociedades europeas. Las
 transformaciones en la agricultura (el arado Totherham, la trilladora
 Meikle, la segadora Mac Cormick, las máquinas de cosechar, etc), en el
 sistema fabril, en la siderurgia (las técnicas de pudelación y laminado,
 el convertidor de Bessemer, etc.), en las comunicaciones (redes fluviales
 y el ferrocarril), permitieron multiplicar la eficacia y la productividad
 del trabajo humano y desarrollar como nunca antes fue posible los
 intercambios comerciales. Los 580 kilómetros de vía férrea que tenía
 Alemania en 1840 se convirtieron en casi 20.000 kilómetros en 1870. El
 comercio mundial, que en el año 1800 no alcanzaba apenas los 300 millones
 de libras esterlinas, alcanzó los 5.000 millones en el año 1900.
 
 Del trabajo artesano, individual y aislado del siervo de la gleba
 pasamos al trabajo social, organizado en cooperación.
 
 Nadie puede negar el inmenso avance de la Humanidad cuando, tras un
 largo y costoso proceso (desde prácticamente el siglo XV), logró
 identificar su progreso con el progreso científico. Los fenómenos  de la
 Naturaleza dejaban de ser imperecederos y dirigidos por el capricho de
 los dioses, de los agentes espirituales, de las fuerzas misteriosas, del
 alma o de los elegidos por los dioses. El interés por la Ciencia se
 popularizó, se fundaron escuelas, laboratorios, sociedades y publicaciones
 científicas por doquier. El afán de nuevos conocimientos
 impregnó la nueva sociedad nacida del derrumbe del Antiguo Régimen.
 Nuestro actual conocimiento científico, hasta el más avanzado, el
 estudio del genoma humano, tiene sus raíces en aquellos años de  ruptura
 con el mundo feudal: a finales del siglo XVIII ya se habían elaborado
 métodos que estudiaban los elementos hereditarios y su transmisión,
 cruzando diferentes variedades vegetales, antes de que el sacerdote
 agustino Gregorio Mendel descubriera en 1856 las leyes básicas que
 gobiernan la herencia en los organismos vivos. Mendel incorporó a su
 trabajo sencillos tratamientos algebraicos y estadísticos que ya
 anticiparon la compleja maquinaria informática con la que trabajan en la
 actualidad grupos investigadores como los de Celera Genomics
 Corporation.
 
 De la misma manera que el método científico impregnó los  mecanismos de
 producción, en la biología, en la física, en la medicina, en la
 farmacología, etc., también lo hizo en la política o en las ciencias
 sociales. Europa fue un hervidero del pensamiento humano que tuvo su
 punto culminante en la Revolución Francesa y en la Declaración de  los
 Derechos del Hombre. Sus secuelas de luchas, conflictos y revoluciones
 se remontan hasta la mitad del siglo XX.
 
 Fue un hervidero del pensamiento humano porque, desde el principio de
 las sociedades industriales, toda la esperanza de progreso y bienestar
 que tan rápidamente se pensó realizable (el movimiento ludita pronto se
 desvaneció) se trocó en miseria y desesperación.
 
 (Un inciso:
 
 Sustituimos una vieja sociedad de explotación por una nueva sociedad de
 explotación. Pasamos de siervos a trabajadores asalariados, pero no
 salimos de la casta de los explotados. Cambiamos solamente de amos. Los
 nuevos amos, a los que ayudamos a vencer a los antiguos amos, seguían
 perteneciendo a la casta de los privilegiados. Como toda estratificación
 social, el sistema de castas es bastante endogámico. Un individuo nace
 en una determinada casta a la que pertenece toda la vida y generalmente
 no puede cambiarla. En ciertas circunstancias, pueden mejorar o empeorar
 las condiciones de vida de la casta de los explotados, pero siempre sus
 obligaciones y su inferioridad permanecen.

 La endogamia en los grupos sociales que pertenecen a la casta de los
 privilegiados (banqueros, políticos, grandes empresarios, etc.) es
 bastante evidente. Como en todos los grupos cerrados, formar parte de
 estos grupos privilegiados está muy lejos de realizarse de forma
 democrática: se realiza por cooptación.

 La cooptación está bien descrita en el diccionario: sistema de elección
 de nuevos miembros de una junta, comunidad, asamblea, etc., por
 designación de los miembros que ya forman parte de ella.
 
 En los momentos actuales de decadencia del sistema democrático, los
 ciudadanos nos percatamos perfectamente de cómo el sistema de cooptación
 rige cada día con más fuerza, tanto en los partidos políticos como en
 los organismos que deciden sobre nuestras vidas, desde ayuntamientos
 hasta instancias europeas. La parafernalia electoral no es capaz de
 enmascarar la realidad: los actores de turno que nos dan a elegir ya
 están de antemano elegidos.
 
 Podríamos decir que las sociedades humanas han estado sometidas y
 dirigidas, desde hace mucho tiempo, por grupos de poder cerrados,
 endogámicos y prácticamente secretos (actualmente se vuelve a hablar
 descaradamente de gobiernos secretos). Repasando la barbarie que han
 provocado y siguen provocando, incomprensible desde la razón humana,
 podemos afirmar que hemos estado sometidos y dirigidos por poderes
 irracionales, enfermizos e inhumanos que han entorpecido inmensamente el
 desarrollo humano. El lento proceso del desarrollo humano ha caminado y
 sigue caminando por otros senderos: el trabajo, la mejor eficacia en
 nuestro trabajo, la búsqueda de respuestas de cuanto acontece, la
 conducta cooperante y solidaria, la satisfacción de nuestras necesidades
 de supervivencia, el goce de la vida, la crianza de nuestros hijos y la
 continuidad de nuestra especie.
 
 Esta andadura pertinaz, constante e imparable de los seres humanos ha
 estado constantemente entorpecida.
 
 En el capitalismo mientras la endogamia en los sectores privilegiados
 se ha fortalecido (por la transmisión de la propiedad) y ha aumentado
 (por la concentración de la propiedad), en los sectores explotados se
 vislumbró un período en donde parecía que era posible, por méritos
 propios o por la fuerza colectiva, mejorar las condiciones de vida, tener
 derechos a la par que obligaciones, y hasta poder acceder a los
 privilegios de una casta superior. Hablamos entonces de clases sociales
 (pequeña burguesía, trabajador asalariado, autónomo, clase media, etc)
 en competencia por el reparto en la distribución de la riqueza. Hablamos
 entonces de partidos y de organizaciones sociales que defendían los
 intereses de estas clases.
 
 En este período de lucha entre clases sociales, no se planteó
 (hasta Marx) la consecución de una sociedad humana sin clases. Toda la
 lucha política y sindical de los explotados, hasta la actualidad, ha
 permanecido anclada en la lucha por la mejora de las propias condiciones
 de vasallaje: ¡trabajo para todos!, siguen implorando los sindicatos,
 ¡vivir con dignidad!
 
 ¡Qué barbaridad! No se han enterado aún de que el capitalismo ya no puede
 ofrecer trabajo para todos. No se han enterado aún de que solamente nos
 pueden ofrecer sobrevivir sin dignidad: cerrando los ojos y negándonos  a
 reconocer la terrible barbarie que están provocando).
 
 La sociedad que Rousseau y otros pensadores ya nos habían propuesto
 antes de la caída del Antiguo Régimen no aceptaba con resignación que
 todo el progreso palpable de las sociedades industriales se convirtiera
 en paro, miseria y desesperación para amplios sectores de la población.
 Se abrió, entonces, un hervidero de discusiones, de propuestas, y de
 alternativas. Todo el siglo XIX hasta principios del XX fue de grandes
 confrontaciones sociales.
 
 La tempranas crisis que convulsionaron las primeras sociedades
 industriales, que vieron los almacenes repletos y las poblaciones
 empobrecidas, tuvieron sus salidas en grandes migraciones (25 millones
 de europeos se marcharon a los EE.UU.), en grandes expansiones coloniales
 (Australia, Sudáfrica, Nueva Zelanda, Canadá, etc.), en un gran aumento
 de los ejércitos y de las industrias militares, en grandes proyectos
 colonialistas e imperialistas (en los que ya se produjo entonces una
 gran destrucción de las economías autóctonas) y en grandes o pequeñas
 guerras entre las naciones por la disputa del saqueo del mundo que
 terminaron en las dos guerras mundiales.
 
 Los movimientos sociales de aquel período estuvieron impregnados, y en
 cierta manera ahogados, por los grandes movimientos políticos que se
 desarrollaron. Movimientos políticos revolucionarios y reformistas. Los
 revolucionarios, surgidos de las luchas de resistencia, encontraron su
 sentido y se unificaron tras el Manifiesto Comunista. Los reformistas,
 nacidos en torno a los partidos socialistas (fundamentalmente del
 Partido Socialdemócrata alemán) no creían en la posibilidad de un cambio
 social y proponían la lenta transformación de la sociedad en un Estado
 democrático.
 
 Pasado más de un siglo de aquellas controversias, sería muy importante
 retomar la lectura de las tesis reformistas de Kaustsky o de Bernstein,
 mucho más radicales, por cierto, que la de nuestros actuales reformistas
 del Foro Social de Porto Alegre.
 
 (...) "El agravamiento de la situación económica no ha tenido lugar  como
 el Manifiesto había previsto (...) el número de poseedores no ha
 disminuido, sino que ha aumentado. Las clases medias han modificado su
 carácter pero no han desaparecido de la escala social (...) Hemos de
 considerar a los obreros tal como son. No han caído en el pauperismo de
 manera tan general como preveía el Manifiesto, ni están tan exentos  de
 prejuicios y de defectos como querrían creer sus admiradores.
 
 "La concentración de la producción no se efectúa en todos los lugares
 con la misma fuerza y rapidez. En el dominio político, poco a poco van
 desapareciendo los privilegios de la burguesía capitalista frente al
 progreso de las instituciones democráticas. Frente a la influencia de
 estas instituciones y la presión del movimiento obrero, ha comenzado
 una gran avance social contra las tendencias explotadoras del capital.
 
 "Estoy absolutamente convencido (...) que el deber actual de los
 socialdemócratas es el de luchar por los derechos políticos y económicos de
 los obreros y por todas las reformas del Estado que permitan elevar a la
 clase obrera y transformar la institución del Estado en un sentido
 democrático". (discurso de E. Bernstein en el Congreso de Stuttgart del
 PSDA, en 1898).
 
 En 1898 éste era su discurso. Más tarde arrastraron a los obreros a la
 Gran Guerra, defendiendo la ola nacionalista que necesitaba su burguesía
 en confrontación con otras burguesías. Luego, cuando llegó la gran
 crisis económica del 19, fueron los verdugos del movimiento
 revolucionario. Siguieron gobernando después, para finalmente ceder en
 bandeja el poder al nazismo. Tras la Segunda Guerra, destruida Alemania
 (arrasada materialmente por los bombardeos norteamericanos durante los
 últimos meses de la guerra), volvieron a gobernar. Hoy, tras largos años
 de recuperación, siguen gobernando y como la historia sigue siendo
 tremendamente tozuda vuelven a soñar con una gran Alemania en expansión,
 motor de una Europa Unida. Pero el paro y la recesión económica  han
 vuelto a aparecer.
 
 (Un inciso:
 
 Se ha cerrado un pequeño paréntesis en la Historia (de apenas 50  años),
 en el que las tesis reformadoras del sistema parecían vislumbrarse aún
 posibles. En realidad solamente fue el Plan Marshall el que las hizo
 posibles.
 
 El Plan consistió en una ayuda en préstamos y donaciones por valor  de
 12.000 millones de dólares a Gran Bretaña, Francia, Alemania e Italia.
 El Imperio vencedor de la Segunda Guerra diseñó un respiro de 50 años
 para una Europa destrozada por la guerra y fronteriza con una nueva Gran
 Rusia que había extendido su dominio mas allá del imperio zarista y que
 era una potencia nuclear.
 
 No tiene nada de extraño que el Plan fuera formulado por un gran
 estratega militar, George Catiett Marshall, el que más tarde, siendo
 secretario de Defensa (1950), diseñó otro plan: la guerra de Corea.
 
 En la Europa destrozada y agotada por la guerra contra el nazismo, la
 fuerza de su reconstrucción estaba en manos de los miles de ciudadanos
 que habían luchado en la Resistencia, partisanos, guerrilleros, maquis
 etc., y en manos de organizaciones obreras, sindicales y políticas muy
 numerosas y activas. Su fuerza en Francia, en Grecia, en los suburbios
 industriales de Milán..., era enorme. A la derecha política del Capital
 se le otorgó el poder para manejar los millones de dólares del Plan
 Marshall. A la izquierda política del Capital se le otorgaron los
 sindicatos. A los ciudadanos europeos nos prometieron el Estado del
 Bienestar.
 
 Los 50 años de respiro han terminado. Terminaron con el derrumbamiento
 de la URSS.
 
 El plan de George Catiett Marshall se desarrolló meticulosamente.
 Ahora, las ayudas y prebendas a las provincias que servían de muro de
 contención al imperio enemigo se terminaron: el Imperio enemigo se
 derrumbó.)
 
 A principios del siglo XXI, cuando vuelve a desencadenarse un gran
 proceso de barbarie y desolación, y cuando siguen fracasando de facto,
 desde varias décadas, todos los llamamientos de buenas intenciones en
 contra del hambre, en contra de las desigualdades, en contra del deterioro
 de las condiciones sanitarias y educacionales, en contra de la guerra y los
 genocidios, en contra de dictaduras y dictadores, en contra de la destrucción
 de cualquier intento de emprender un proceso de progreso económico..., 
 que demuestran una y otra vez la agudización de la decadencia de un
 sistema agotado, vuelven a surgir voces proponiendo reformas.
 
 Como los antiguos reformistas de 1898, nos vuelven a hablar de la
 reforma del Estado, de los derechos políticos y económicos de los
 trabajadores, del control de los privilegios (y de los capitales) de la
 burguesía capitalista por las instituciones democráticas, de la  paz...
 
 Nos siguen hablando y proponiendo un discurso que fracasó. Fracasó  tan
 estrepitosamente como los discursos de los movimientos políticos
 revolucionarios del siglo XX.
 
 El problema no está solamente en el desconocimiento de la historia
 pasada. El problema es que el mundo a cambiar no tiene absolutamente
 nada que ver con el del siglo XIX.
 
 El proceso de concentración del poder ha sido tan extraordinario que
 ha invalidado todas las instituciones y organizaciones políticas en las
 que se apoyaron las sociedades de los siglos anteriores. Ha invalidado
 las leyes económicas, los tratados y las organizaciones internacionales,
 el libre comercio, etc. Ha dejado sin sentido las elecciones
 democráticas y los Parlamentos. Ha convertido en papel mojado
 declaraciones, resoluciones y protocolos de cualquier instancia
 internacional. Todo aquel poder que emergía de dominar todo un proceso
 de desarrollo económico, de su expansión, del control de nuevas  vías de
 comunicación, de la constante innovación tecnológica, de  la absorción de
 la competencia, de la conquista de nuevos mercados, etc. (aun a costa de
 guerras y saqueos) ha cambiado totalmente.
 
 La ley del beneficio privado ya no puede continuar por este camino. Es
 un camino agotado.
 
 En la misma medida en que aumentará el desarrollo económico en los centros
 del Imperio y en los mercados en los que sea posible la obtención del
 beneficio, disminuirá (o se destruirá) progresivamente el desarrollo  en
 otras partes del mundo. Es por esto que el Poder se impondrá por la
 fuerza de los hechos consumados, por el saqueo y la destrucción. Ninguna
 ley económica determinará este proceso. Lo hará la ley de  la fuerza.
 
Las leyes de la economía política con las que funcionó el capitalismo 
ya no funcionan. Funcionan las leyes de la fuerza.

Mientras los hechos evidencian el camino emprendido por el 
Imperio, ustedes, los nuevos reformistas, nos hablan de mala gestión, 
de errores del FMI, de estafadores, de paz ...
 
Ustedes no tienen ni idea de la realidad del mundo que quieren cambiar.
 
¿De quién es el Capital?
 
 En este momento de confusión, en el que siguen dominando las pócimas de
 vudú de economistas, intelectuales y políticos (cada día más
 ininteligibles para los ciudadanos), deberíamos ser mucho más rigurosos
 cuando intentamos analizar los problemas de la economía. Mucho más
 rigurosos y sencillos.
 
 La lucha contra el Capital es un término que usamos muy a menudo, pero
 que es absolutamente confuso.
 
 El Capital parece el peor de todos los demonios.
 
 El Capital son medios, recursos, materias primas, técnicas,
 conocimientos, etc. Este Capital es Patrimonio de la Humanidad.
 
 Para realizar cualquier tarea necesitamos Capital.
 
 El carpintero, por ejemplo, para construir una mesa sabe que necesita
 madera, lija, puntas, cola, herramientas de corte, una sierra de cinta,
 etc. Ha de conocer también ciertas técnicas y poseer ciertos
 conocimientos sobre el trabajo de la madera para empezar su tarea.
 
 Cuando el hombre con su trabajo sabe aprovechar este capital disponible,
 es capaz de crear, transformar y producir. Aquel tablón se ha convertido
 en una mesa, unas sillas, un pequeño armario y una estantería.
 
 Una parte de este capital es limitado (la fuente energética que
 alimenta su sierra de cinta), otra parte es renovable (el árbol maderero
 del que ha serrado su tablón) y otra está en continua evolución (las
 técnicas y los conocimientos).
 
 La suma de todo este resultante del trabajo humano, que en el
 transcurrir de los tiempos ha aumentado en eficacia y en productividad,
 añade mucho mas capital a este primer capital inicial disponible.
 Nuestro carpintero, con un pequeño programa informático conectado  a una
 nueva sierra robotizada, cortará con tal precisión y aprovechamiento
 aquel tablón que lo convertirá en una mesa más robusta, muchas más
 sillas, un buen armario y una larga estantería.
 
 Podríamos decir que hoy la Humanidad está en condiciones
 excepcionales de acumular Capital y, por tanto, podría estar en
 condiciones de determinar también en qué dirección usa o invierte este
 Capital. La Humanidad siempre ha creado Capital.
 
 Una compañera desde Argentina me decía: "Somos 36 millones de
 habitantes, tenemos 60 millones de cabezas de ganado y una cosecha anual
 de 70 millones de toneladas de cereales... Sin embargo, hay gente que no
 come lo suficiente (...) No podéis imaginaros como estamos sufriendo,
 viendo enfermos sin medicinas, escuelas sin recursos, empresas
 quebradas, comercios cerrados, compatriotas que se van del país. Es como
 una pesadilla que se repite y aumenta cada día".
 
 Los ciudadanos argentinos no pueden disponer de este inmenso capital.
 
 El problema surge cuando los hombres emprendimos el camino de la
 apropiación privada del Patrimonio Común, de nuestro Capital disponible.
 Lo emprendimos en contra de nuestra voluntad: por la fuerza de los
 hechos consumados. Desde entonces, los apropiadores nos han repetido una
 y mil veces que el mar, la tierra, los recursos de la tierra, las
 herramientas de trabajo, los conocimientos adquiridos por un gran
 esfuerzo colectivo, nuestro trabajo, los frutos de nuestro trabajo no
 nos pertenecen. Pertenecen al jefe de la tribu, al emperador, al señor
 feudal, al capitalista o al Imperio. Ellos disponen de nuestro Capital
 para su beneficio privado. A cambio, vigilan por nuestra felicidad y nos
 ofrecen su paz y su orden.
 
 Cuando su paz y su orden devienen el caos y la barbarie, entonces nos
 mandan sus legiones.
 
 Nos lo han repetido tantas veces, que ésta es la única ley intocable que
 sigue imperando en nuestras sociedades. La Ley de la propiedad privada
 es tan intocable y ha calado tan profundamente en el pensamiento y en la
 conducta de los seres humanos, que en los albores del siglo XXI los
 movimientos que se llaman progresistas sólo se atreven a pedir una
 pequeña tasa sobre el Capital.
 
 ¿Pueden preguntarse ustedes, señores de ATTAC, de quién es el Capital?
 
 La Historia es terriblemente tozuda. El camino emprendido por los seres
 humanos es imparable.
 
 La eficacia y la productividad del trabajo del hombre han alcanzado
 niveles tan altos, son tan grandes, que solamente una pequeñísima parte
 del Capital acumulado está actualmente invertido en los sectores
 productivos. Apenas hace un siglo, el 95% de las transacciones de Capital
 correspondían a intercambios comerciales de productos manufacturados o
 de materias primas. Hoy, el 95% de las transacciones son especulativas,
 absolutamente extrañas a cualquier actividad comercial o productiva.
 
 La eficacia y la productividad del trabajo del hombre son tan grandes, que
 la mayor parte del Capital acumulado se convierte, una parte en
 despilfarro y ostentación de los privilegiados, otra parte se esconde en
 paraísos fiscales a la espera de alguna operación especulativa, otra
 parte es transformada en Tesoros (palacios, templos, joyas, obras de
 arte, etc.), y tan solo una pequeñísima parte está destinada a la
 producción. Marx ya diferenció los conceptos de Capital y Tesoro. Los
 palacios y las iglesias de todo el mundo están llenos de Tesoros que no
 son más que el resultado de un gran saqueo, durante siglos, de capitales
 producidos por los seres humanos. Estos grandes capitales-tesoro nunca
 ha sido invertidos para mejorar las condiciones de vida de los que los
 crearon: se han acumulado solo para el boato de reyes, santones y
 brujos. Han sido, y son, el saqueo del Poder.
 
 Cuando el capital se convierte en Tesoro, deja de ser capital.
 
 Cuando el capital se destruye (devastaciones, guerras, armamento,
 malbaratamiento de recursos, etc.) deja también de ser capital. En la
 actualidad, estamos asistiendo a una gran destrucción de capitales como
 el síntoma más evidente de la decadencia del sistema.
 
 Por esto, el problema no es el Capital. El problema está en la
 propiedad del Capital.
 
 (Nota. Me refiero siempre al Capital y no al dinero-moneda. Es posible
 que, desde un punto de vista académico, usar a veces un término por  otro
 sea confuso. Escribo siempre Capital porque el dinero ya ha dejado de
 ser una medida de intercambio. Esta separado absolutamente de la
 actividad productiva real en la que seguimos moviéndonos los seres
 humanos que necesitamos trabajar, usar materias primeras, alimentarnos o
 curar nuestras enfermedades, etc. El dinero se ha convertido en sí mismo
 en una mercancía más, separada de cualquier actividad tanto en la
 producción como en la distribución de las riqueza.
 
 Así observamos paradójicamente que caen en picado los precios de las
 materias primeras, de los productos agrícolas y minerales, de los
 salarios, etc., y suben astronómicamente los de los productos elaborados,
 alimentos, medicinas, etc., aun cuando la eficiencia y la productividad
 en su fabricación siga aumentando enormemente. La ley de la oferta y la
 demanda es una farsa. La ley de la libre competencia es otra gran
 fantasmada).
 
 En Argentina, por ejemplo, el capital dinero-moneda ha huido. Pero el
 capital real: las cabezas de ganado, las tierras, las toneladas de
 cereales, los recursos minerales, las máquinas y los hombres preparados
 y necesitados para usar todo este inmenso patrimonio no huyeron. Es
 cuestión de ponernos manos a la obra.
 
 Y cuando nos pongamos todos manos a la obra, no volveremos al trabajo
 individual y aislado, al artesanado, a la yunta de bueyes, al trueque, a
 los mercadillos medievales, a la maquinaria mecánica, a la economía
 autárquica, a la energía del carbón, a la parcelación territorial, etc.
 Aplicaremos los métodos mas modernizadores y avanzados de que dispongamos.
 
 La Historia es terriblemente tozuda. No lo olviden ustedes.
 
 
 Abril 2002
 
 
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