Pimienta negra, 25 de septiembre de 2002

La coreografía macabra del Enemigo invisible
y del Imperio omnipresente

Luis Fernando Novoa Garzon

Desconstrucción de la historia, supresión de eventos y hechos contradictorios, manipulación del pánico, inducción de la histeria, control del lenguaje y del significado, encarnación del mal absoluto en un enemigo terrible e imaginario. A partir del 11 de septiembre guerra y paz, libertad y esclavitud e ignorancia y fuerza. Estos son los ingredientes del mejor trabajo de George Orwell, el profético libro 1984. Se pensaba entonces que se trataba de una parábola fechada, en cuanto dirigida a los regímenes stalinista y nazi iniciados en los sombríos años 30. El mensaje universal de la obra fue neutralizado por un recurrente mecanismo de defensa de los dueños del poder: la proyección en otros de todos los males de la civilización. La "patología alemana" o la "patología rusa" fueron construidas para afirmar la "santidad anglosajona" en la Segunda Guerra Mundial y en la Guerra Fría, respectivamente. Pero para espanto de quienes hicieron de la democracia y del libre mercado un fetiche y no una vivencia, 1984 comenzó en 2001.

Evidencias aterradoras de ello. De un solo golpe y en un solo día el imperialismo norteamericano pasó a ser llamado el "Imperio del Bien". El "Mal" absoluto en el mundo contemporáneo pasó a llamarse fundamentalimo islámico. Bin Laden y sus secuaces hicieron el favor de absorber para sí todas las lacras propias de las élites capitalistas. Ellos tienen la marca registrada y exclusiva de "violentos", "inhumanos" y asesinos "fríos y calculadores". Poniendo cara de susto las élites capitalistas vienen a alertarnos de que los islamistas radicales son "monstruos" dispuestos a destruir la "modernidad", la "democracia" y la "economía de mercado".

Digan carapálidas, ¿quién echó por tierra las promesas luminosas de la modernidad, sino las aristocracias burguesas y burocráticas? ¿Quién pisoteó los ideales y los principios democráticos sino los lobbies de los feudos económicos? ¿Quién volvió pieza de ficción el capitalismo concurrencial sino las absolutistas corporaciones multinacionales?

Nada más conveniente para los puritanos y fundamentalistas que un chivo expiatorio para proyectar sus yerros y eliminar todo el disenso. El clásico recurso de los imperialismos para justificar la expansión de su dominio y de su riqueza a través de la violencia, de la megalomanía y el racismo.

Supremo enemigo ese que propicia la cimentación y la soldadura de las grietas del sistema capitalista. Amado enemigo ese que permite el encuadramiento brutal de todas las zonas de inestabilidad del planea. Esperado enemigo ese que, apocalíptico, extraterritorial e invisible, inaugura la necesidad de un sistema de control y vigilancia compatible, un panóptico. Inevitable conclusión: si el enemigo es capaz de todo y puede estar en cualquier lugar, la única forma de someterlo es constituir un imperio mundial totalitario y omnipresente.

La recesión económica y el riesgo financiero sistémico agudizados después de 1997 y la creciente deslegitimación política y cultural de la sociedad consumista y hedonista generaron inestabilidad en niveles insoportables para el orden capitalista global. La reordenación de la geometría del poder internacional conducida con fórceps por los EE.UU. en nombre del combate contra el terrorismo resultará en: a) militarización de las relaciones internacionales y realce de las disputas geopolíticas; b) inserción de las negociaciones multilaterales en el interior de alianzas maniqueístas, con énfasis en asuntos de seguridad y control; c) establecimiento de otro próspero ciclo de keynesianismo bélico, que servirá como instrumento de empuje para la ampliación de inversiones y la afirmación del sistema financiero internacional. Pero una antigua lección: las guerras son lucrativas y concentran el poder en manos de determinadas facciones y sectores en detrimento de otros.

Bin Laden parece haber escuchado el clamor del Imperio y vino a salvarlo. Un mesías forjado en el interior del complejo industrial-militar norteamericano, ¿qué otra naturaleza podría tener sino la destructiva-constructiva? El caos se produce para que se produzcan nuevos órdenes. Y no se trata de conspiracionismo, sino de un mecanismo de mercado clásico, el crear dificultades y problemas para vender facilidades y soluciones.

Los atentados atribuidos a Bin Laden desde el comienzo de la década de 1990, cuando "rompió" con los EE.UU., tienen vínculos simétricos con las reacomodaciones internas de las élites norteamericanas. Una potencia erguida bajo el signo de la violencia y sobre la pila de millones de cadáveres no podría tener otra forma de estructuración del poder político. El destino de billones de dólares y el poder sobre parte considerable del mundo no son decididos amigablemente en un té de señoritas. Los que tengan dudas en cuanto al carácter canibalístico de esa disputa perderán sus ilusiones y algunos, literalmente, sus cabezas.

Los intereses son mucho más contradictorios en un Imperio que en un Estado-nación. Los pactos de poder no sólo son más complejos, también cobijan polarizaciones mucho más agudas y por eso mismo violentas. Al mismo tiempo, la formación territorial de los EE.UU. dependió de la imposición de la ley en una tierra sin ley. Las instituciones nacieron "puras" y puritanas y sin vestigios feudales en el suelo americano. Fue sobre la base de esa asociación esquizofrénica ente reglas superiores morales y violencia heroica que se vislumbró el "destino manifiesto" de los EE.UU. Por merecimiento y superioridad, los norteamericanos (blancos) deben gobernar y liderar el mundo.

Cualquier semejanza de ese mito fundador con el arianismo nazi no es mera coincidencia. Los liberales y los demócratas no se esforzaron tanto por azar. La violencia de las escaramuzas entre los oligopolios y los diversos aparatos policiales-militares suelen quedar escondidas detrás de conceptos como "democracia pluralista", "libre mercado político" y "poliarquía". Esta asepsia ideológica es sumamente útil cuando el núcleo duro del poder resuelve ajustar sus cuentas. Resulta fácil transferir la responsabilidad de sus atentados, bombas, explosiones, ejecuciones a extranjeros o locos de turno como Lee Oswald o Timothy MacVeigh.

Poder económico concentrado, maniqueísmo, violencia como lengua oficial y racismo. Ese es el sistema político-cultural de los sueños de extrema derecha. Los atentados del día 11 de septiembre de 2001 y las incriminaciones y desdoblamientos posteriores pertenecen a una lógica terrorista no ajena a la CIA (un Estado terrorista dentro del Estado) y a sus grupos anexos, las Milicias de Montana y de Michigan, el movimiento neonazi estadounidense, el Ku Klux Klan y los aliados "oficiales" en el interior del Partido Republicano, como el vicepresidente Dick Cheney. Nadie puede negar que la Mafia, los cárteles del narcotráfico y los grupos fundamentalistas como el de Bin Laden son también o "fueron" buenos compañeros de la CIA.

 

El autor es sociólogo y profesor universitario. Miembro del Movimiento ATTAC (Brasil).