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Eduardo Dalter

Bocas baldías

7 poemas argentinos

6/11/02

 

 

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Una botella

rota

en la cuneta,

¿quién la bebió?,

¿quién

la rompió?

Una botella

rota,

con su etiqueta

y su barro.

Su pico

apunta

al cielo,

y si te acercas,

a tu frente,

como un dedo

vacío,

sin uña,

sólo borde.

Una botella

rota,

más allá de todo

olvido,

en la media cuadra

del suburbio.

*

Ese hombre inclinado con su palo

en medio del basural,

donde las bolsas de nailon

y los olores gruesos,

en marejada,

cubren el paisaje,

no busca la felicidad,

en cualquiera de sus versiones,

o acaso sí

creyó ver un atajo

allá, en los límites

del horizonte,

entre bolsa y bolsa,

o recuerdo y recuerdo;

una felicidad fugaz,

con un palo,

o posible o creíble,

mientras el sol lo alumbra.

*

Andén

Un hueco, un vacío

de tormenta

en las miradas,

en la voz, las voces,

y un desierto

precario

en la espera.

*

El amor por aquí

crece sudado,

pura sangre,

en cualquier parte.

Su naturaleza

está fundida

a la tierra vaciada

y rellenada,

a su saliva

turbia.

Lejos, de otro mundo,

la ciudad

es su cruz de fierro,

su cerrojo

más triste

y su espejo

imposible.

Hierve sola, desierta,

la espesura

de este amor

que va por agua.

Amor a medio vestir,

que alumbra cardos

en el sucio terraplén

y en el baldío

poceado,

frente a la carnicería.

*

Un corte

en la cara,

el revés,

un corte ciego

en la hora,

un corte

seco, sin dos,

un corte

que crece

hacia afuera,

hacia abajo,

un corte

como raíz,

sin grito,

sin garganta.

*

Dios por acá

anda borracho,

no puede tolerar

tanta bolsa sucia

al viento.

Con caña encima, barba,

pantalón colgando

de su diosidad

raída.

No puede tolerar

verse

en el fondo

de los ojos

de las gentes

que bajan del tren

con bultos

y changos torcidos

del mercado.

Anda suelto por acá,

pirado

de tristeza elemental,

platónica.

El universo

es infinito,

el tiempo eterno,

parece decir Dios

queriendo

convencerse

en vano,

entre las bocas

baldías

y las miradas

de tormenta.

*

Arden siete gomas,

por hambre,

unas sobre otras,

y arden cajones,

cartones,

trapos viejos.

Sube el humo negro,

se desparrama,

adensa el aire,

como si fuera a llover,

tronar,

por hambre,

inundar todo.

Todo arde,

por hambre:

las miradas,

las espaldas, las manos.

Y sube un desierto

caliente,

por hambre,

por la ruta, la banquina.

Las voces, los gritos,

son relámpagos

entre el humo

más espeso.

"Los políticos", dice

una mujer robusta

con un niño

y sigue hablando,

gritando,

por hambre,

en el medio de la calle.

*

(Del poemario "Bocas baldías", Buenos Aires, 2001)