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Antonio Maira Rodríguez

La "democratización" de América Latina

24/1/02

 

 

 

 

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En América Latina la tan proclamada y festejada "democratización del continente" cerraba en falso –acuerdos de amnistía, leyes de impunidad- un período de represión abierta y brutal de los gobiernos militares, pero expresaba también la continuidad de la dirección económica de las mismas oligarquías locales.

Los nuevos gobiernos de las democracias restauradas incrementaban una política de reconversiones, privatizaciones y apertura de mercados, que habían iniciado las dictaduras militares. Los procesos de privatizaciones abrían mecanismos de transferencia del ahorro nacional a los intereses privados. Los instrumentos comerciales y crediticios se adaptaban perfectamente a esa gigantesca transmisión de la riqueza pública que no era otra cosa que un auténtico expolio participado y consentido.

La "libertad económica" ha provocado procesos de endeudamiento progresivo y masivo, acompañados de ciclos de "ajuste" que constituían nuevos y gigantescos traspasos de renta y de pérdida de la más mínima seguridad económica por sectores cada vez más amplios de la población. La desindustrialización de los países y las reconversiones empresariales y del sector público aumentaba el paro y la precariedad hasta niveles catastróficos.

La bandera bifronte de "democracia y libertad" que simbolizaba la integración de América Latina en el mercado globalizado, se deslustraba en "mercodemocracia" y "mercado de multinacionales", cuando empezaba a flamear sobre unas multitudes marginadas. La corrupción aparecía como el principal dinamizador de una economía en la que el desfalco del sector público y la rentabilización de los privilegios se convertía en la principal fuente de beneficios. La apertura de los mercados y la liberalización de la economía suponía la entrega de todas las seguridades económicas por la inmensa mayoría de la población. La proclamada democratización del continente, levantada sobre el terror y la aniquilación de los años de hierro, escondía un modelo de control social –despolitización, control de los aparatos sindicales, cooptación de los líderes de los partidos, guerra contra los marginados- capaz de enmascarar el expolio y de legitimar a sus agentes.

La política en las calles

La ira sorda de las poblaciones ha estallado en enormes protestas sociales. Algunas, como la de Venezuela, se adelantaron a la crisis generalizada del modelo en América Latina, porque éste no se beneficiaba en ese país del plus de confianza derivado de la identificación de las "democracias liberales" con las esperanzas abiertas por la caída de las dictaduras. El proceso de vaciado democrático y corrupción económica venía en Venezuela desde mucho más atrás.

En otros países, como el Perú o México, la crisis del modelo neoliberal se canalizaba hacia una crisis política y abría una tregua con la protesta social. En el Perú a través de la caída de Fujimori y la llegada de Alejandro Toledo, la esperanza mestiza fabricada con participación intensa de los EEUU. En México, con la derrota del PRI en las elecciones presidenciales transformada también en un "cambio histórico" por los medios de comunicación de todo el mundo.

En Bolivia y Ecuador las protestas masivas se desenvuelven en un escenario sometido a un control mucho más riguroso de los ejércitos locales y del propio ejército de los EEUU.

En Colombia, un largo proceso de lucha guerrillera había conducido a una situación de equilibrio militar estratégico y a un proceso de negociaciones. Las posibilidades de un compromiso político real fueron obstaculizadas por la oligarquía colombiana, por las Fuerzas Armadas y por el Plan Colombia progresivamente convertido en un Plan Andino contrainsurgente.

Sin embargo ha sido en Argentina en donde la implosión del sistema político como consecuencia de un proceso de deterioro y disolución social, y de empobrecimiento masivo, ha sido más espectacular. El fracaso del modelo neoliberal ha sido tan rotundo que ha arrastrado consigo el desprestigio total, no sólo a los representantes políticos sino también a las propias instituciones.

"Institucionalidad" o revuelta

En Argentina la crisis se manifiesta en una prolongada pelea entre la clase política y sus instrumentos de poder, que pretenden reconducir la situación, una y otra vez, a la "institucionalidad", y la "multitud" que desbarata, una y otra vez, esta institucionalidad. Se ha quebrado todo rastro de confianza política entre "representantes" y "representados". El aparato político que encubrió y falseó la guerra silenciosa contra los pobres, de la que también se beneficiaba, se ha resquebrajado hasta hacerse añicos.

Todos los grupos políticos se identifican y son identificados con un sistema que ha llevado a Argentina a un desastre social y económico casi apocalíptico. La complicidad ha sido tal y el cataclismo tan mayúsculo que las dificultades para recuperar el control son, en estos momentos, enormes, tal como han demostrado los vertiginosos cambios presidenciales provocados por una multitud que ha ejercido varias veces el derecho de veto.

La "crisis de representación política" es muy clara en el enfrentamiento de los discursos políticos.

Del "todos unidos" al "váyanse todos"

El discurso de la "clase política" insiste en el destino y en la tragedia comunes. Apela a la reconstrucción de la unidad. El sujeto de la tragedia es Argentina.

"Todos somos iguales". O, lo que es lo mismo, nadie es responsable de la crisis.

Todos somos la Argentina. "Unidos saldremos de la crisis".

La expresión tal vez más extrema de este discurso "restaurador" la dio Ramón de la Sota, gobernador peronista de la provincia de Córdoba: "Hay que superar la frustración de la gente y sólo se puede conseguir votando" (¡nada menos!) (De la Sota demandaba comicios en 30 días y pasaba por alto que el run run de la protesta general empezó con el amplio boicot a las elecciones de octubre).

Ruckkauf (gobernador peronista de la provincia de Buenos Aires, actual ministro de Duhalde) reclamaba nada menos que un "gobierno de salvación nacional", es decir, reunir a todos los responsables del latrocinio y darles un plazo más para cerrar sus negocios.

En otros casos el doble discurso llega a ser escandaloso: "Somos una dirigencia de mierda", dice Duhalde y acepta ser presidente de un gobierno justicialista (con algún miembro radical y del FREPASO), con un programa aprobado por esa "dirigencia de mierda" en pleno.

El discurso de la multitud es absolutamente antagónico y muy claro: "Que se vayan todos, que no quede nadie".

El frente internacional contra el pueblo argentino

Ante esta revuelta continental contra el neoliberalismo, el compromiso con la defensa del "modelo" económico y político que está empobreciendo rápidamente a los pueblos de América Latina también alcanza a la inmensa mayoría de las instituciones y los gobiernos de occidente. La "Alianza contra el Terrorismo" acecha para definir un escenario nuevo.

Aunque muchos ciudadanos no parecen percatarse de ello, las instituciones financieras internacionales –FMI, BM y OMC- jamás se escandalizan con el aumento del hambre y de la pobreza. Sus termómetros económicos no están previstos para eso y no tienen termómetros sociales. Tampoco el gobierno de EE.UU., de la UE o de sus países miembros se conmueven en absoluto por la ruina de un país.

La respuesta internacional a la protesta argentina ha mostrado otra vez a unas élites mundiales indiferentes al sufrimiento humano y muy sensibles a los buenos negocios.

Por un lado el FMI y el gobierno Bush han amenazado y presionado para que la Argentina permanezca en la ortodoxia financiera y comercial que la ha arruinado. El "consejo" dado al nuevo gobierno es el de la perseverancia en los pagos de la deuda y en los ajustes. Amortizaciones de la deuda y déficit cero, "programa económico creíble". Un poco más de la misma "perseverancia" que la ha conducido a la ruina económica.

La política neoliberal que marca la continuidad básica del sistema desde el inicio del gobierno de las juntas militares y durante más de veinticinco años (1976) debería mantenerse a rajatabla. Ni el menor rastro de clemencia.

Tampoco la han tenido Máximo Prodi, en nombre de la Unión Europea, que ha manifestado un escándalo mayúsculo ante el anuncio de una "política proteccionista", ni Aznar, que ha amenazado con la retirada de las inversiones y ha ostentado la defensa de las empresas españolas, grandes ejemplos de privatizaciones fraudulentas.

La guerra popular contra el terrorismo

En uno de los magníficos artículos que James Petras ha publicado en estas últimas semanas [1] explicaba la coyuntura internacional surgida a partir del 11 de septiembre como una escalada militar en la que los EE.UU. intentan restablecer una hegemonía indiscutida y global que se estaba debilitando en los últimos años.

Uno de los factores de esa relativa pérdida de hegemonía lo sitúa Petras en el fracaso espectacular de los gobiernos cuya política se ha identificado con los EE.UU. y con su modelo de globalización. Los ejemplos más paradigmáticos están en América Latina.

Los EE.UU. están viendo, con enorme preocupación, cómo se debilitan los regímenes "clientes" por el propio funcionamiento del sistema económico en la ortodoxia fijada por Washington y por las instituciones financieras internacionales. La brutal crisis económica ha condenado al desprestigio a las instituciones y a las élites políticas aceptables para el imperio.

La fase de resistencia ante las consecuencias sociales de las políticas neoliberales se está transformando en otra de grandes movilizaciones populares y de revueltas generalizadas.

Es el comienzo del enfrentamiento popular contra un sistema económico que margina y aterroriza a las grandes masas de población en el mundo.

cronicatalejo@ono.com
Fuente: Cádizrebelde nº 35
 
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[1] "La recolonización y la necesidad de un nuevo imperialismo".

 

Buenos Aires, jornadas de diciembre. Foto: argentina.indymedia