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Pequeño Diccionario Ilustrado de Portentos del Siglo XXI (2)

Dinero

5/12/02

 

 

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Versión aproximadamente libre de unas observaciones freudianas.

Dícese de cierta invención consciente de la humanidad basada en un recuerdo inconsciente de la etapa anal.

Esta etapa forma parte de la evolución psíquica normal de todo individuo, y como la oral –que la precede–, nace y se desarrolla durante la primera infancia, cuando la sexualidad, que hasta entonces había impregnado la totalidad del cuerpo, empieza a especializarse, es decir a localizarse en diferentes partes de éste (boca, ano), hasta centrarse, durante la fase última, en la zona genital.

Y así como en la etapa oral el placer sexual se obtiene chupando o mordiendo el pezón, el chupete, el biberón o cualquier otro objeto, en la anal el mismo fin se logra reteniendo los excrementos, y dándolos o negándolos (sadismo anal) según el niño se sienta amado o rechazado, sobre todo por su objeto afectivo inmediato, la madre.

Las cosas ocurren de tal modo porque, no sometido aún el niño a las convenciones de la cultura, los excrementos son el niño y del niño, y sacarlos del propio cuerpo es una donación, una muestra de amor (así como donamos el semen en la edad adulta, cuando amamos).

De este modo, los excrementos son un tesoro, y éste se puede atesorar, como hacen los avaros, los usureros o los capitalistas, o dilapidar gozosamente, como en el caso de los santos, los locos, los misioneros, los revolucionarios o los artistas.

Se entrará dentro de una categoría u otra, en la medida en que en la edad infantil hayamos experimentado el mundo –sobre todo por la mediación materna– como un infierno o como un paraíso.

Si la vivencia fue infernal, el sujeto adulto querrá vengarse y afirmarse por medio del viejo recurso infantil que, como ya no lo tiene a mano, se traduce ahora en la retención del tesoro –dinero– en la hucha o en la cartilla de ahorro (para los más) o en la acumulación de capital por medio de los grandes negocios (para los menos).

Así, este antiguo infierno para uno mismo pasa a convertirse usualmente en infierno actual para los demás, gracias a los poderes sádicos, extorsivos y opresivos del dinero, sea en pequeña cantidad (con lo cual podemos darnos el lujo de torturar a parientes o amigos) o en Dinero propiamente dicho (cuyo objeto peculiar de tortura, como se sabe, es el mundo en general).

Punto de vista psicoanalítico que viene a significar que una buena hucha o una buena fábrica simbolizan la parte del cuerpo por donde excretamos, y lo que metemos en cualquiera de ellas, el producto concreto de tal excreción.

Ni que decir tiene que los bancos serían la expresión perfecta de ese simbolismo inconsciente, una especie de ano gigantesco que –sobre todo para los pobres, como si éstos fueran unas madres muy malas– se niegan a soltar lo que hay.

Y hoy, cuando el Dinero circula por el mundo como las aguas de un gran canal, y quien no se baña en él, habla, se preocupa y suspira por él, evocando con nostalgia sus playas nunca vistas... parece ser más lícito que nunca identificar mundo y cloaca.

Algo por el estilo observó en su momento el propio Freud cuando, a partir de tan imprevistas afinidades, aportó la sugerencia de que la posesión de dinero difícilmente podía ser un motivo de felicidad. En efecto, si bien la retención de los excrementos proporciona al niño placer, éste es el prólogo de otro placer mucho mayor: el momento en que, liberándolos, se libera a sí mismo de su aislamiento individual para fundirse en un solo cuerpo con la madre.

Y es que, al revés de lo que se piensa, el paraíso son los otros. El infierno está en uno mismo.

Marinus van Reymerswaele: El banquero y su esposa (1539). Fragmento.