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Pequeño Diccionario Ilustrado de Portentos del Siglo XXI (3)

Coche

17/1/03

 

 

Ataúd de cuatro ruedas que, o bien sirve para almacenar temporalmente los cuerpos descuartizados de los muertos en carretera, o bien para trasladar de un punto a otro a muertos vivientes, hasta que la carretera se encarga de descuartizarlos a su debido tiempo, transformándolos en muertos-muertos.

Historia: Fue un invento de finales del siglo XIX, que conoció su apogeo a finales del XX. Cómo se llegó a persuadir a los seres humanos de que éste era realmente un gran invento, es algo que se debe atribuir a otra invención más o menos contemporánea (al menos en su fase superior), llamada Publicidad. Por obra de unos mecanismos científicamente estudiados, esta última engendró la creencia universal de que quien no poseía un artefacto de éstos no podía ni merecía ser feliz. Se logró así la paradoja (una de las tantas del siglo) de que centenares de millones de personas acabaran asociando la muerte en vida, o la muerte sin más, a la felicidad.

Para evitar crisis de conciencia, dudas, cuestionamientos, etc. –como consecuencia, sobre todo, de los centenares de miles de muertes-muertes que ocasionaba por año en todo el mundo el uso de los coches–, la misma Publicidad (a través de una de sus variantes, los denominados Medios de Comunicación, mantenidos, por otra parte, gracias a ella), inventó a su vez la expresión accidentes de tráfico, con lo que cargaba de manera deliberada en la cuenta del azar lo que no era otra cosa que el resultado necesario de la circulación de tamaña cantidad de coches por las calles, carreteras, autovías y autopistas del mundo.

El lavado de cerebro por parte de la Publicidad-Publicidad y de la Publicidad-Medios de Comunicación, en su conjunto, llegó a ser tan eficaz que cualquiera que osase llamar la atención sobre este punto era ignorado olímpicamente, o tildado de loco o infeliz, ya que no podía participar de la felicidad general, que –como queda dicho– era la muerte o lo que conducía a ella (accidentalmente, por supuesto).

Los Estados, a su vez, contribuían con grandes dosis de imaginación al propósito central de la Publicidad, organizando, por ejemplo, multitudinarias manifestaciones de repudio cuando algún grupo terrorista secuestraba y asesinaba a una persona, aunque cuidándose al mismo tiempo de no organizar nada similar frente a los masivos asesinatos que, en especial los fines de semana en las carreteras, perpetraban conjuntamente los fabricantes de coches, los creativos de la Publicidad y los creadores de opinión de los Medios de Comunicación. Así, empezó a ser una actitud de lo más normal el condenar con grandes frases el terrorismo político, sin que a nadie, dentro de las esferas elevadas (pero tampoco dentro de las esferas bajas), se le ocurriera emitir ni una sola frase de condena contra el otro terrorismo, mucho más mortífero, representado por la industria del automóvil.

Ésta, por los dineros que generaba, era sacrosanta, naturalmente, para quienes la administraban y también para quienes la servían desde las alturas. Asimismo lo era para la inmensa cantidad de gente de a pie (de a automóvil) que trabajaba en ella, convencida de que si algún día dicha industria desaparecía, no habría dios en el cielo que pudiera proporcionarles otra colocación. Y, por último, para el aún más inmenso número de gente de a pie (de a automovil) que gozaba de los productos abastecidos por sus fábricas.

Esta industria de pompas fúnebres fue la primera en la historia –y la única hasta la fecha– que logró suscitar una pasión. Antes del coche, los hombres huían de la muerte. Con él, empezaron a buscarla y amarla como su más preciado bien.

 

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