Lisa Garrigues
Desde Buenos Aires: la envidia del invierno
17/10/02
Era el Día de la Primavera
y porque era joven se
emborrachó demasiado rápido.
Todavía lo puedo ver danzando
locamente frente a la
fogata en el medio de la calle, agitando sus brazos y
cantando, mientras las llamas delineaban su delgado
cuerpo adolescente. Eran las tres de la mañana; los
vecinos se habían reunido en la calle para celebrar la
primavera con tambores, danza, bebida y papas asadas a la brasa.
Seis horas después estaba
muerto.
Inquirí el motivo entre los vecinos. Lo mató la
policía,
dijo la mayoría –hoy en día, es así como
mueren muchas veces los jóvenes en Argentina.
Una dijo: Vi
su cuerpo tirado desnudo contra la
iglesia, todo cubierto de sangre. Con esa barbita,
parecía Cristo. Estaba lleno de policías con pistolas.
Con todos esos policías alrededor, supuse que fueron
ellos que lo mataron.
Todos recordábamos los tres
policías que se acercaron
al festival y se pusieron a escribir cosas en pequeños
anotadores. Algunos nos alejamos tímidamente. Otros
bailamos desafiantes junto al fuego, gritando: Que
se
vayan todos.
No lo mató la policia, dijo otra. Era un chico malo. Agarró la mochila de alguien y salió corriendo, luego tuvo una discusión con alguien por una malandeuda, y lo mataron.
Todos sacudían la cabeza. Nadie hablaba demasiado.
Quizás sabía que esa
primera noche de primavera sería
la última. Quizás por eso bailó demasiado fuerte, se
emborrachó demasiado y golpeó rabiosamente el aire en
medio de la noche.
Ni siquiera sé su nombre.
Pero he llegado a saber los nombres
de los demás, en
esta lista que aumenta, como si fueran los de mis
propios hijos: Darío, Maxi, Diego, Ezekiel. Dos
baleados por la espalda mientras huían de la policía.
Uno asesinado por una banda compuesta por policías y
secuestradores. El cuerpo del otro sacado del río,
ahogado tras haber sido obligado a tirarse al agua.
Otros, como el chico tirado contra
la iglesia el
Día de la Primavera, nunca ocupan los titulares de los
diarios. Porque son chicos
malos,
marginales. Porque
quizás se mataron entre ellos. Porque nadie sabe
realmente.
Está sucediendo otra vez, dicen algunos. Argentina
está matando a sus jóvenes. La gente habla de
escuadrones
de la muerte.
Se sacan cuerpos del río.
Se balea a las madres con fotos de los chicos de las
primaveras anteriores. Y los que no tienen nada se
balean unos a otros.
La gente se enconde en sus hogares.
El No
te metás"
es reemplazado por el No
salgas.
Afuera hay
criminales. Y los criminales te engañan. Porque no
sabés qué aspecto tienen. Pueden parecer
adolescentes. Pueden usar traje y llevar portafolios.
Pueden ser uniformados y apuntar un revólver a tu
cabeza.
Algunos tienen celos de la primavera.
Grandes y
jóvenes que le temen a las fogatas que trae la
primavera. Hombres que se ocultan tras sus uniformes,
creyendo que éstos los protegerán de la primavera y de
las fogatas.
Los celosos de la primavera siempre
encontrarán un
motivo para apuntar sus pistolas. Balearán a jóvenes
por la espalda. Balearán las casas de las mujeres que
hablan demasiado, que tienen demasiada memoria. Le
ordenarán a adolescentes que se tiren al río.
Encontrarán enemigos por todas partes.
Y si el chico cuyo nombre ignoro
no hubiera sido
baleado por la policía, sino por otro chico
malo,
después de una estúpida discusión de borrachos, ¿cambia
mucho la historia?
No lo creo.
A pesar de su desesperada danza contra
las llamas,
quizás este chico sintió que la primavera no llegaría
nunca. Quizás para él era un mito, una ilusión. ¿Qué
vas a ser cuando seas grande?,
le preguntaron hace
poco a un joven en los suburbios de Buenos Aires.
Desempleado,
como mi padre,
contestó.
Las garras del invierno no sueltan
fácilmente,
especialmente cuando se clavan en nuestro propios
huesos.
Pero la primavera esminexorable,
no hay cómo
detenerla. No podés intimidarla o darle órdenes. No
podés tirarla al río. No podés silenciarla.
No es siempre lindo. A veces es cruel,
requiere
sacrificios: los cuerpos de unos jóvenes, el lamento
de una madre. Una mujer que recibe tres balas en el
frente de su casa y luego dice: No
tengo miedo.
A veces la primavera tarda mucho en llegar.
Pero la primavera espimplacable.
No transa ni se
compromete si se arregla con el miedo humano. No la
podés comprar pasándole unos dólares bajo la mesa. Es
más fuerte que la envidia de quienes se alimentan de
la ilusión del invierno: es más fuerte que el miedo.
Cuando cae una flor, se abre otra.
Y entonces, de
repente, están por todas partes.