MARCO F. / Carta de Argentina, 1
EN BRUKMAN, FÁBRICA OCUPADA
Buenos Aires.– Ayer fui con Fernando (el amigo que me está hospedando) a un «corte de ruta» que clausuró el puente que une Buenos Aires con Avellaneda [Puente Pueyrredón, donde en junio del año pasado se desencadenó la violenta represión en la que fueron asesinados Darío Santillán y Maximiliano Kosteki]. La protesta fue organizada por diversos grupos de piqueteros, entre ellos la CTD [Coordinadora de Trabajadores Desocupados] y el MTD [Movimiento de Trabajadores Desocupados] Aníbal Verón, y reivindicaba el cumplimiento por parte del gobierno de los compromisos de pago de los Planes [«Trabajar»] (esa limosna de 150 pesos) –para variar, prometieron y no cumplieron... La manifestación no fue de las mayores –debía de haber unas 500 personas, calculo–, pero me permitió seguir de cerca la acción de los piqueteros.
Conversamos con dos compañeros del MTD Corrina (Avellaneda), que nos contaron algo sobre este grupo; parece que por allá las cosas no están muy organizadas: hasta ahora sólo hay un «comedor» (el personal se organiza para cocinar para la comunidad, principalmente para los «chicos»), aparte del fondo común que los MTDs acostumbran reunir: de los «planes» que cada uno recibe, se saca alrededor de 10 pesos para ese fondo común, con el que financian los «comedores», diferentes talleres, etc. Hasta ahora no hay cooperativas organizadas.
De ahí me fui a la Universidad Popular de las Madres [de Plaza de Mayo], donde tenía lugar la reunión semanal del Comité de Solidaridad con las Fábricas Ocupadas, una especie de asamblea permanente que se constituyó para organizar la resistencia necesaria contra las órdenes de desocupación de las fábricas que van siendo ocupadas (ayer, por ejemplo, se discutían medidas para resistir las acciones de desalojo que está sufriendo una clínica de Córdoba, ocupada hace poco). Cabe recordar que el lema de las «okupas» es «¡Si tocan a una, tocan a todas!»; esta red de resistencia ya fue fundamental, por ejemplo, hace algunas semanas cuando se intentó desalojar Brukman, aquí, en Buenos Aires. Al final de la reunión, hablé con Zenón, un compañero de Brukman [establecimiento textil] que me dijo que podía visitar la fábrica cuando quisiera. Bueno, hoy me fui hasta ahí...
Llegué para hablar con doña Celia, pero estaba muy ocupada... Mientras esperábamos, acabé teniendo una charla de unos 40 minutos con Sergio –que aparentaba unos 30 años–, trabajador de Brukman desde 1995. La fábrica fue tomada por los trabajadores en diciembre de 2001, después de un largo proceso de hiper-mega-explotación de los patrones. Desde el 95, los Brukman no pagaban los salarios íntegros a los trabajadores; incluso llegaron al disparate, pocos días antes de la ocupación, de pagarles un salario semanal de 2 pesos (¡sic!) [un peso equivalía entonces a un dólar, y hoy, aproximamente, a 30 centavos de dólar]. Durante el proceso de ocupación, quedaban 21 trabajadores, y hoy, un año después, son ya 54. Se forman comisiones para los distintos sectores de la fábrica, las cuales elevan todo a la asamblea general, donde se toman todas las decisiones. Los salarios son iguales para todos y oscilan en torno a los 500 ó 600 pesos mensuales, a veces menos, de acuerdo con las necesidades de ese mes (ante la miseria de la mayoría de la población, se trata de un «buen salario»). Hace dos meses empezaron con un taller de capacitación, donde enseñan los oficios de la fábrica a quien esté interesado, y además parece que cuentan con la asistencia técnica de algunos ingenieros de la Universidad para el mantenimiento de las máquinas (en general, reparan todo ellos mismos, pero todavía no saben compatibilizar las máquinas con las computadoras).
Sergio me pareció muy orgulloso de lo que está haciendo ahí. Nos contó algunos detalles perversos de la situación anterior, como por ejemplo que el agua caliente era cortada durante todo el día y abierta solamente a las 15 horas, cuando la fábrica cerraba; obviamente, después de las tres de la tarde no quedaba nadie. Hacía algunos meses que tenían suspendido también el mate, para lo cual se alegaba que la yerba estaba muy cara. ¿Pueden imaginarse en Brasil una fábrica sin una gota de café? Pues bien...
Otro cambio que parece muy interesante es el del horario de trabajo: antes la fábrica funcionaba desde las 6 de la mañana hasta las 3 de la tarde, tenían 10 minutos para el desayuno y 20 minutos para el almuerzo (que, según cuenta Sergio, se reducía a pan y un trozo de carne de cerdo...). Ahora el horario es de 7 a 15 horas, con 30 minutos de desayuno y una hora de almuerzo. Bueno, sacando cuentas, son dos horas menos de trabajo por día, 10 a la semana, 40 al mes (mientras que en las últimas décadas de incremento de la explotación capitalista viene aumentando el número de horas de trabajo: en Brasil son 4 horas más por semana en los últimos diez años, si no me equivoco; en los EE.UU. 163 horas más en las últimas tres décadas). «Está claro –nos dice Sergio– que los horarios ya no son tan rígidos; a veces se trabaja más, ¡pero somos nosotros los que ahora decidimos todo! Por ejemplo, fíjate en cuánta gente está todavía aquí (eran las 4 de la tarde): ya no tenemos prisa en salir corriendo; ahora aquí está también nuestra casa. A veces trabajamos un poco, a veces conversamos... esas cosas».
Un detalle interesante que nos contó Sergio se refiere a la división del trabajo en la fábrica. Después de la ocupación, se hizo mucho más flexible: «Yo, por ejemplo –nos dice–, trabajo en las máquinas, hago ventas (es a lo que se dedicaba en ese momento), ayudo en la administración... Ahora –continúa– basta que se tenga voluntad y se puede aprender a hacer lo que uno quiera; hay espacio para desarrollar otras capacidades». Aparte de que, a su juicio, «es mucho mejor que se puedan hacer varias cosas, porque ¡pasarse todo el tiempo haciendo lo mismo es muy aburrido!»
Sergio nos dice también que están reformando un galpón en el barrio de Palermo Viejo, para que sirva de mercado para los productos de las fábricas ocupadas, donde también tendrían lugar las discusiones sobre autogestión... Le pregunté entonces si existía algo así como una red de intercambio de productos entre las fábricas ocupadas, pero no me supo responder; habrá que verificarlo (y si no lo hubiera, que se proponga...)
Durante nuestra conversación, sucedió un episodio gracioso: llegó un hombre que vendía hilo, o tinta, vaya a saber. Habló con Sergio, que le explicó que no necesitaban nada por ahora, pero que dejase el contacto, que lo llamarían en su momento. El caso es que, mientras el vendedor cerraba su maletín, un tanto frustrado, Sergio le dijo de pronto: «¿Sabía que esta fábrica está bajo el control de los trabajadores?» El vendedor, totalmente indiferente: «Sí, no importa». Para variar, no me contuve y respondí, aunque con calma: «¡Claro que importa! ¡Es muy diferente si una fábrica está controlada por los trabajadores o no!» El vendedor, sin darse por vencido, contesta que «sí, para ustedes...» Cuando el hombre nos da la espalda y se dirige a la puerta, Sergio me mira con complicidad y cierto aire de burla, mientras gesticula y dice: «Ése sólo quiere saber si compramos y, sobre todo, si pagamos puntualmente...»
Bueno, este fue el primer contacto. Hay más de 200 empresas ocupadas, así que no va a faltar movimiento... Quedé con doña Celia en que volvería el sábado para conversar un poco más y ver junto a ella todo el material de prensa que tienen, además de las cifras sobre la producción, ventas, etc. Como la fábrica está cerca del lugar donde estoy parando, puedo ir algunas veces más para hablar con más gente sobre la experiencia que están viviendo. Brukman y Zanon (que queda en Neuquén, a unos 1.200 kilómetros de aquí, y para la que ya estoy concertando una visita) son, por lo visto, las dos fábricas donde el proceso está más politizado –al menos es lo que se comenta. Si no me equivoco, Zanon tiene control obrero, pero es el Estado el que compra todo. Creo que Brukman está luchando también por eso. Bueno, nuevos detalles, más adelante.
Mañana voy a encontrarme de nuevo con la gente del MTD. Tengo que conversar con Alejandro (no sé si ya hablé de él), que me pareció un hombre muy consciente de las virtudes pero también de los problemas de los MTD. Puede ser interesante. Después de charlar con este y otros compañeros, prometo un pequeño texto.
¡Brukman bajo control obrero!
¡Que se vayan todos!
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El autor es miembro del Grupo Krisis, en Río de Janeiro.