Pimienta
negra, 26 de junio
de 2002
Buenos Aires
Un
día en la vida de un movimiento de desocupados
Algunas
palabras sobre cómo viven y luchan los desocupados del MTD Lanús.
Sebastián
Hacher
Indymedia Argentina [sebastian@indymedia.org]
1
-No sé qué tiene, es como una tristeza, siempre está así.
Hablábamos de la nena que no sonreía
a pesar del esfuerzo que hicimos para captar su atención. Yo estaba sentado
en un banquito que se tambaleaba en el terreno irregular, y él estaba
parado en una montaña de arena, al lado de donde los pibes juegan con
un destartalado subi-baja de hierro de construcción. El frío había
atacado todo el día, y hasta para compartir un cigarrillo a medias, teníamos
que sacrificar el refugio de la mano en los bolsillos cada dos pitadas.
No sé bien en qué momento se fue; yo jugaba con los nenes adentro,
que mientras tomaban el arroz con leche con pan sin nada, se alborotaban con
la casi mágica novedad de quedar retratados en mi cámara.
Alguien dijo que fueron tiros, otros pensamos que eran cohetes de esos tres
tiros que se usan en la cancha. Solamente a la noche nos enteramos de que habían
sido balas, y de que el mismo pibe que había estado hablando y compartiendo
un cigarrillo, cinco minutos después estaba en el piso con dos balas
de itaka en la pierna.
Fue por una mujer, y de la forma más estúpida posible; el ex marido
de ella los vio conversando, como podría haberla visto conversando con
un quiosquero o con cualquier otro vecino. La marginalidad, los celos enfermos,
la falta de valores hicieron todo lo demás.
Así son las cosas aquí, llenas de detalles exasperantes que por
momentos parecen derrumbar la vida frente a nuestros ojos.
Lanús, el distrito gobernado por el octogenario Manuel Quindimil desde
hace 24 años -intendente que según las incontables pintadas del
PJ es "igual a Perón"- tiene casi todas las calles asfaltadas.
Y decimos casi, porque en esa bendición de cemento no se incluye a partes
importantes del Barrio La Fe, donde estamos ahora, y donde los días de
lluvia las calles de los asentamientos nuevos se convierten en cráteres
y las casitas de chapa y madera se transforman en la cuenca de un río
que nadie quiere navegar.
Hasta el progreso está torcido; los ranchos -que llegaron mucho antes
que las calles- están notablemente más abajo que el asfalto peronista,
y cada tres gotas de lluvia, dos van a parar a los pisos de material o barro
aplastado sobre el que duermen miles de familias.
A unas cuadras de la avenida que marca la frontera con el barrio Urquiza, en
el asentamiento más nuevo, un enjambre de carros de botelleros y perros
raquíticos completan el paisaje irregular al que enseguida el visitante
se acostumbra.
Alambrados improvisados, paredes a medio levantar
y todo lo que sirva para dividir, delimitan los terrenos y las casas en constante
modificación. Desde la radio mujeres jóvenes con bebés
en brazos escuchan cumbias, que se mezclan con la de un abuelo que sentado en
la vereda se empecina en sintonizar una emisora de radio.
Así de humano, así de mundano es el barrio; así es el lugar
donde los desocupados se organizan y luchan todos los días.
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Estábamos en el salón comunitario del Barrio La Fe, un galpón
construido con ladrillos y chapas que alberga al Movimiento de Trabajadores
Desocupados del barrio, donde día a día cientos de desocupados
realizan sus actividades, se organizan y luchan por "trabajo, dignidad
y cambio social", banderas que lo reciben a uno pintadas en la puerta de
entrada.
Por la mañana, después de que cantaron los gallos y de que el
viento se mete hasta en el alma, llegamos al galpón. En uno de los costados,
un horno prestado y otro, propio, en arreglo, una cuadra de panadería
donada, la balanza, la heladera y una sobadora a medio arreglar conforman el
precioso tesoro de la panadería, que todavía esta en periodo de
prueba. Estos "medios de producción", desde el lugar de trabajo
hasta las máquinas, propiedad social del Movimiento. Esos conceptos,
los de propiedad y beneficios sociales, son los que guían todo el debate.
"¿Si las cosas son de todos, fruto de la lucha de todo el Movimiento, por
qué alguno debería pensar en sacar mas beneficio que el resto
de los compañeros?"
Al principio hay mate, mientras van llegando los demás compañeros
y las cosas que faltan; grasa que otro grupo de compañeros elabora, en
base al cebo que se compra en una carnicería del barrio, una bolsa de
50 kg. de harina que alguien trae en una carretilla, levadura, sal, y varias
manos dispuestas a amasar.
La masa es hecha por varias manos, como una forma de aprendizaje y trabajo colectivo.
Hay risas y competencias para ver quién las hace más rápido.
El compañero que enseña, maestro panadero en otras épocas,
está fuera del concurso; mueve los brazos como si estuviera tocando un
tambor y funde las puntas de los dedos con la mezcla de agua y harina que en
pocos minutos estará lista para levar.
La espera, mientras la masa crece en un costado, se usa para "sacar los
números". Uno de los compañeros explica cómo hacerlo,
utilizando la regla de 3 simple. Entre todos calculan que el costo de los 10
kilos de la práctica de hoy será de menos de 1 peso cada uno,
y si bien están decididos a no tener que especular con la ganancia y
piensan producir casi al costo, por ahora lo van a vender a 1, 20 para comprar
candados para las estanterías.
A las 11, el olor a pan ya se pasea por todo el galpón y desconcentra
a los que participaban de un taller de formación en la sala contigua.
En la puerta de la panadería nos agolpamos para ver y saborearlos recién
sacado del horno. No me puedo quejar de mi suerte; con más 30 centavos
compro y como mi primer cuarto de pan elaborado por trabajadores desocupados.
Con el sol de mediodía, y con un poco de pan caliente en el estómago,
el frío y yo ahora nos llevamos de maravillas.
Aquí se mantiene la tradición familiar; tiene más grasa
que el de panadería el pan del Barrio La Fe, y tiene aires de grandeza;
en algunas semanas piensan ampliar la producción a 200 kilos diarios,
para abastecer más o menos a todas las familias del movimiento. Para
hacerlo no van a recurrir a milagros; apenas falta ganar un poco de cancha con
el amasado, conseguir el motor para la sobadora y terminar los detalles del
horno que a fuerza de hierro cirujeado hicieron entre todos.
3
En el resto del galpón, mientras tanto, se realiza el taller de formación.
Mientras el pan sigue calentándose en el horno, ellos están haciendo
un ejercicio que llaman dinámica, con los criterios de la Educación
Popular, y que representan los problemas que quieren discutir. El compañero
que coordina dibujó un cuadrado en el piso, y cada uno de los dos grupos
tiene a su turno que entrar dentro de él. La diferencia entre los dos
grupos, formados por hombres, mujeres y jóvenes, es que uno tiene un
hipotético lider y el otro no. Se producen discusiones, risas, hasta
que al final cada grupo logra entrar. El coordinador pasa a la siguiente fase,
dibujando el cuadrado cada vez mas pequeño. Cuando el juego termine,
en el cuadrado solo cabrá una persona y se define de un modo previsible;
el grupo del líder envía un delegado, el otro grupo decide rodear
el cuadrado entre todos.
Allí comienza la discusión. Digna de una película de Ken
Loach, palabras simples como compañerismo, solidaridad, respeto, compromiso,
van resignificándose en boca de todos los participantes. Amas de casa,
obreros de la construcción, jóvenes desempleados, todos hablan
a su turno para la veintena de personas que participan y de a poco se van construyendo
las conclusiones.
Cuando el taller termina, el mismo pibe que horas después estaba en el
hospital con dos balas de itaka dice que "antes pensaba que esto era una
boludez, pero me estoy dando cuenta de que me sirve un montón venir y
hablar con los demás, creo que lo tendría que hacer todo el mundo".
4
-Y los demás, ¿dónde están?
Hoy por la mañana, a la misma hora en que se empezaba a amasar el pan,
un centenar de desocupados se fueron caminando hasta la estación de Lanús,
a unas 20 cuadras del barrio. De allí viajaron en tren hasta Glew, y
desde allí hicieron combinación para ir a Guernica, que sabe hacer
bien honor a su nombre.
A apenas unos metros de la estación,
en la municipalidad, los esperan el resto de sus compañeros de otras
zonas.
En la CTD Anibal Verón, que engloba a varios MTD de diferentes zonas,
tienen un punto básico en común; cuando tocan a uno, tocan a todos
los movimientos; cuando un barrio reclama por algo, el resto toma en sus manos
sus reclamos.
Allí, en Guernica, un policía acusado de torturador, la semana
pasada mandó a golpear a un grupo de docentes que realizaban una manifestación.
Los docentes fueron agredidos a golpes, hospitalizados y luego detenidos. Junto
con eso, el MTD de la zona además de sufrir persecuciones, también
sufrió un ataque que se está repitiendo en otros barrios; la "cajoneada"
de las planillas de los planes Jefes y Jefas de Hogar, que dejaron aquí
a una treintena de familias sin ingresos.
El ambiente es tenso; en los techos, detrás de las puertas vidriadas,
una combinación entre policías de civil con armas largas y matones
a sueldo con palos esperan a los piqueteros.
-Hoy vinimos todos sin pibes, porque acá la mano viene pesada.
El hombre fuerte de la municipalidad es el jefe de tránsito, hombre de
pasado torturador en la ESMA y con varios antecedentes represivos a en la zona.
Él maneja policía, punteros, funcionarios y hasta jueces y fiscales
a su antojo.
En el cuasi feudo peronista encontró
un consuelo luego de años de nefastos servicios a la patria torturando
y asesinando gente. Ahora -avisado de la bronca piquetera- no se deja ver y
da la cara un funcionario de tercera, casi cuarta línea del Concejo Deliberante.
La negociación se desarrolla en la calle; los piqueteros no quieren entrar
a una municipalidad que parece una trampa mortal, y mientras hablan delante
de las cámaras, se forma un cordón de piqueteros para proteger
a las mil personas que se congregaron para solidarizarse.
La escena desborda tensión, pero no deja de ser una imagen común
en cada protesta en los últimos meses. Nunca se sabe con qué pueden
salir; matones armados, disparos, provocaciones; todo es de esperarse.
A la vuelta, tomamos un tren, todos juntos. Nadie saca boleto, y la geografía
del recorrido cambia por algunas estaciones poblándose de pañuelos,
banderas y bastones que llenan varios vagones. Los pasajeros y el guarda no
parecen extrañados; es casi cosa de todos los días que los piqueteros
utilicen el tren como medio gratuito para movilizarse de un lado a otro.
5
-Juan anda corriendo atrás de una batería.
Juan es Juan Arredondo, un robusto correntino de 40 años, tres hijos,
de profesión albañil, carpintero y mecánico y piquetero
por necesidad y convicción. En él, la convicción sufrió
una prueba, literalmente, de fuego; hace poco menos de dos meses en una protesta
frente a la municipalidad de Lanús fue baleado por un policía
de civil que arremetió contra el piquete.
Cuando cayó al piso, sin perder el conocimiento, se dio cuenta de que
no se quería morir y decidió que allí mismo, con un proyectil
de 9 milímetros atravesándole un pulmón, él se aplicaría
los primeros auxilios. Con todas sus fuerzas apretó la espalda contra
el asfalto para evitar desangrarse, hasta que la policía decidió
dejar de reprimir a mansalva y una compañera pudo hacerle un torniquete.
Un mes después, también con todas sus fuerzas, Juan estaba otra
vez en la calle. En su primera movilización nos contaba que a pesar de
no estar de alta, y de no poder caminar bien, sentía que tenía
que estar presente, y que su actitud tenía que ser un ejemplo para los
más jóvenes.
Él entró hace un año al movimiento, luego de deambular
uno entero buscando trabajo. Como la mayoría, lo hizo por necesidad,
y como muchos, siguió allí por convicción de que era necesario
seguir adelante "para que todos pudieran progresar".
Ahora hace malabares para hacer andar un destartalado camión de los años
sesenta que, con el fondo común, adquirieron para trasladar máquinas
y compañeros, hacer compras comunitarias o repartir entre los barrios
lo producido, en los trabajos de herrería, bloques de hormigón
o, se ilusionan, "cientos de kilos de pan".
Si arranca, dicen, es magia. Él se tiene fe; nosotros también.
6
El camión descansa en la entrada del obrador, donde se fabrican bloques
y se están levantando habitaciones para que haya lugar para carpintería,
herrería y costura. En la obra trabajan hoy cuatro hombres, dos mayores
y dos muy jóvenes. Todos son de pocas palabras; acostumbrados a los rigores
de la construcción, sólo intercambian comentarios en forma espaciada,
con total tranquilidad.
Es la misma tranquilidad con la que están trabajando ahora, casi pegando
como si fuera una caricia cada uno de los bloques. La falta de apuro se explica
porque la semana de lluvias fue aprovechada por alguien para llevarse por un
intransitable camino de tierra 14 bolsas de cemento y una mezcladora.
Cuando se encontraron con el hallazgo de candados
rotos y falta de material, comprendieron que el obrador molestaba a alguien
y por eso quizás decidieron seguir, pegando ladrillo sobre ladrillo con
el escaso cemento que los ladrones dejaron.
Los más jóvenes aprenden y ayudan, o se dedican a armar los bloques.
No existe más jerarquía que la que puede dar la edad o la experiencia
acumulada en el trabajo; la figura del capataz está total y felizmente
suprimida.
Alguien nos había advertido que las personas mayores eran de poco hablar.
Igualmente queremos probar y le pedimos a uno de ellos si le podemos hacer un
reportaje. Accede.
-Nosotros dos estamos hace un año, o más. Antes de empezar acá,
hicimos la guardería de acá a la vuelta. Todo hicimos; las paredes,
los techos, la electricidad. Estamos contentos porque ahora la gente puede ir
ahí; un ranchito de chapas teníamos antes, y ahora por lo menos
los chicos, la gente puede estar.
-Ahora estamos levantando algunos cuartos acá, vamos construyendo despacito,
pero estamos avanzando.
El hombre habla con orgullo de su trabajo; cuando le pregunto sobre cómo
ve al movimiento de desocupados, se queda largamente mirando la pared que hasta
hace minutos estaba levantando y repite, casi idénticas, las mismas palabras;
"vamos despacito, pero estamos avanzando".
7
Los otros son los que fueron; son los que aceptaron,
por miedo o por ignorancia, "pasarse a la municipalidad". Con el Plan
Jefes y Jefas de Hogar, el gobierno lanzó una ofensiva sobre el movimiento
de desocupados y fue particularmente feroz en el Barrio La Fe. Punteros justicialistas
recorrieron casa por casa, entregando papeles que convocaban a los desocupados
a trabajar en la municipalidad, adelantándose a una posible reglamentación
de la ley que sólo en teoría universalizó la ayuda social.
-Si no venís con nosotros, te quedas sin plan.
Esa es la amenaza mas usada, el latiguillo preferido tanto por los punteros
como por los funcionarios municipales que recorren el barrio personalmente para
amendrentar desocupados. Como eso no alcanzaba, también recurrieron a
sus métodos preferidos; la amenaza patoteril, la ostentación de
armas, el robo, etc.
Este accionar es ilegal en todo sentido, no sólo por el uso de armas
como forma de convencimiento; el decreto habla de contraprestaciones, pero no
está reglamentado ni una coma de cómo se va aplicar eso, y por
lo tanto no están en vigencia desde ningún punto de vista legal.
Además, de parte de todas las municipalidades de la zona existe el compromiso
formal -arrancado con la movilización- de que en todos los barios se
respetaría la autonomía de las organizaciones de desocupados y
sus proyectos comunitarios.
El "venís con nosotros", tiene básicamente dos significados;
juntar yuyos y barrer calles para la municipalidad o hacer número en
los actos oficiales. En ambos casos termina siendo la misma cosa; la definitiva
pérdida de la dignidad.
Es sabido que lo que mata fortalece, y aquí parece haber pasado precisamente
eso; frente a las amenazas de la municipalidad, el movimiento se ha fortalecido
cualitativamente, más allá de grupos que abandonaron la organización.
-Para nosotros, la autonomía es una confrontación con el estado-
apunta uno de los integrantes del MTD, consciente de que ese enfrentamiento
se volvió más cotidiano que nunca.
8
Son las cinco y los pibes que vuelven de la escuela toman la copa de leche.
La bolsa de pan que todos los días deja la municipalidad se acaba hasta
el otro día, y el último turno de desocupados que hace guardia
en el salón se divide entre los que hacen herrería y los que barren
el lugar.
Cuando empiece a anochecer, cada uno enfilará para su casa. Las figuras
de los hombres, las mujeres y los jóvenes se perderán en las hileras
de casitas desparejas de chapa, madera y bloques, y con braceros o garrafas
pasarán otra noche de los días más fríos del invierno.
Mañana, cuando vuelvan a cantar los gallos, comenzará otro día
en el Barrio La Fe, ese jardín de miseria donde también florece
la lucha por la subsistencia y la dignidad.
18 de junio de 2002