Imbecilidad
Infinita
28/IX/01
¿Qué podría ser "justicia infinita"? Si preguntamos a las iglesias, dirán sin duda: la de nuestro dios. Y está bien que así lo crean respecto a seres presuntamente infinitos, cada uno de cuyos atributos tendría que serlo también: bondad, saber, potencia y el resto de la serie finita (y siempre inadecuada, por tanto) que se nos ocurra.
Consultado un filósofo célebre como Platón, que entendía bastante de estas cosas, diría a su vez que nada infinito hay en este mundo, puesto que lo único que goza de infinitud (es decir, de eternidad, de perfección, de quietud) son las Ideas que moran en su Reino, precisamente más allá, en el trasmundo. Por ejemplo, las cosas que creemos verdaderas, bellas o justas aquí abajo nunca encajarán exactamente con sus modelos de ahí arriba y, así, serán sus pálidas sombras. Lo más que podemos hacer es buscar la verdad, la belleza y la justicia "infinitamente".
Kant, que vivió en el siglo XVIII, dio la espalda en cierto modo a Platón cuando recomendó que nos olvidáramos de las "cosas en sí" (las puras esencias, las Ideas platónicas), ya que son absolutamente incognoscibles, salvo para un supuesto dios que las hubiera creado. Recomendaba también que centráramos la atención en el impuro submundo, escenario y objeto del único conocimiento humano posible: el de los fenómenos que aparecen y desaparecen ante nuestros sentidos, a los que la Razón da forma objetiva, porque la única forma de que se nos aparezcan en cuanto objetos es precisamente "formándolos", constituyéndolos como tales. Puede no haber, por ejemplo, "causa en sí", pero la noción de causa es indispensable para que exista un mundo para nosotros y, simultáneamente, para que lo podamos conocer y obrar sobre él.
Con Kant, el trasmundo platónico cayó un peldaño de su pedestal: ya ni siquiera era posible que los filósofos (como ocurre con Sócrates en el mito de la caverna de Platón) entrevieran, aunque deslumbrados, el mundo de las formas puras -la Justicia en sí, infinita de suyo, digamos-, siendo que éstas habitan un lugar oscuro, impenetrable, adonde no llega la luz de la Razón. Un agujero negro, vamos, del que uno puede creer lo que quiera, puesto que de noche todos los gatos son pardos, como es sabido.
Después, a principios del siglo XX, llegaron los filósofos fenomenólogos, y el Más Allá de Platón y de Kant siguió bajando de nivel. Mejor dicho, ya no hubo nivel porque la "cosa en sí" fue borrada del mapa. Sostuvo la fenomenología que sólo hay "cosas para nosotros" (esto es, fenómenos), lo cual se entiende si, por ejemplo, pensamos en un hipotético mar "en sí". Está claro que más allá del mar que experimentamos los humanos no hay nada (lo cual no quiere decir que no haya nada desde un punto de vista material), dado que eso que llamamos "mar", antes o después de nuestra existencia como especie, bien podría ser cualquier otra cosa, pongamos por caso, en el eventual horizonte de una eventual experiencia de unos eventuales seres provenientes de otras galaxias.
De ahí, por otro lado, que de la fenomenología surgieran los filósofos existencialistas, con su afirmación de la Nada "detrás" del mundo fenoménico, alojada en el corazón mismo del Ser, que no es más que, precisamente, otro nombre de la Nada. Con la fenomenología y el existencialismo, la noción de "cosa en sí" -un Ser independiente de la existencia humana- desaparece para siempre de la filosofía. Y con ella la pretensión de definir ahistóricamente, para la eternidad, lo Bueno, lo Bello, lo Verdadero o lo Justo, valores todos ellos inexistentes "en sí", exclusivamente históricos, esto es, construidos por la Razón que relaciona, saca conclusiones y postula fines a partir de la experiencia humana común.
Entre otras cuestiones, esto significa que no hay una Verdad, un Bien, una Belleza, una Justicia flotando en un limbo ultraterreno y susceptibles de sernos comunicados todos ellos por Palabras Reveladas a través de bocas proféticas o sacerdotales. Los profetas y los sacerdotes -se llamen Jesús o Mahoma, Wojtila o Jomeini- fueron relegados a su lugar natural, las catacumbas, por el luminoso siglo XVIII, el de Kant, pero también el de Voltaire y los enciclopedistas, que fueron aún más lejos que él en la negación de un mundo ultratemporal erigido en directriz, en amo y señor del mundo nuestro de todos los días.
Hoy la ola de "antiiluminismo" que nos invade desde hace por lo menos dos décadas -eso que se ha dado en llamar "posmodernismo" y que en realidad no es más que un regreso a los tiempos premodernos, a las edades oscuras de la humanidad- es la validación ideológica del retroceso en todos los terrenos (económico, político, moral y hasta estético) que estamos viviendo desde la infausta década de los 80. Y el nuevo "asalto a la Razón" impulsado por los ideólogos desde todos los frentes nos ha dejado finalmente inermes ante los ejecutivos de lo abominable que gobiernan el planeta como una sociedad anónima en la que los únicos que cuentan son los grandes accionistas, los peces gordos que se desayunan diariamente al resto de la fauna y la flora también.
En este marco de irracionalidad general promulgada desde las tribunas -como condimento necesario para que todos le encontremos sabor al veneno del "mercao"y lo engullamos mejor- no puede llamar la atención el retorno de los "valores eternos", de las ideas "infinitas", cerradas sobre sí mismas, perfectas, puestas en la cabeza de algún dios. La que ahora retumba, y pronto retumbará en serio con sus bombas y superbombas sobre Afganistán, es la idea de la justicia, más el aditamento de "infinita", por tanto divina, por tanto falsa también.
Siendo como es nuestro mundo, "fenoménico", a nada le podemos asignar un valor absoluto, sea el Bien, sea la Maldad, sea lo Justo o lo Injusto, la Belleza o la Fealdad. En un imaginario topós uranós (lugar celeste), las nociones puras, por serlo, están al abrigo de cualquier contaminación y no cambian. En el lugar terrestre, a la inversa, el Bien y el Mal, la Justicia y la Injusticia, aparte de andar generalmente mezclados, se transforman con el tiempo e incluso llegan a veces a convertirse en sus diabólicos contrarios. A Galileo se lo condenó y después la Iglesia pidió perdón. Los ciudadanos norteamericanos Ethel y Julius Rosemberg fueron llevados a la silla eléctrica por otra justicia "infinita" similar a la actual, que después, cuando hacía mucho tiempo ya que aquellos diamantes se habían transformado en estas cenizas, revió el proceso y se rectificó, rectificando al mismo tiempo su pretensión de perfección, de justicia inagotablemente justa, que no defecciona, ni se cansa, ni consume su sustancia infinita jamás.
Por lo demás, como en el topós uranós no hay vida, resulta fácil mantener cada cosa en su sitio: el Bien en el lugar del Bien y el Mal en el lugar del Mal. ¡Todos al suelo, coño! Pero no es así como discurren las cosas donde existen sangre, carne, nervios, sudor y lágrimas. Si queremos ser justos, por ejemplo, tendremos que salir de la morada eterna donde residen los Justos (los que aplican una abstracción -por ejemplo, el corte de manos- a otra abstracción -por ejemplo, el robo de gallinas), para zambullirnos en las moradas reales donde viven los pobres, los injuriados, las víctimas. Si queremos ser concretamente justos tendremos que abandonar entonces nuestros palacios de justicia abstractos, traicionar justamente esta justicia injusta y meternos dentro de las chabolas infinitas que se levantan día tras día en los lodazales dejados a su paso por los hunos de la Economía y la Política, los ignorantes señores y sus esbirros que hacen de los Palacios de Justicia (como en El Proceso, de Kafka) una abstracción más.
Salvo que por justicia entendamos que hay que cortar la mayor cantidad de manos posible, lo cual, tal como se avizora espantosamente en el horizonte, parece ser el único sentido atribuible a la desdichada fórmula teológica de "justicia infinita" puesta sobre el tapete por el rey de los hunos: cortar manos (o cualquier otra cosa que se ponga por delante) infinitamente.
"Todo fluye" en este mundo que no es el supramundo, como bien diría un ilustre antecesor de Platón. También: "Nunca nos bañamos dos veces en el mismo río". Y así, siguiendo emperradamente los "Justos" en sus trece (ese martes 13 que por casualidad cayó un 11), no sólo harán fluir la justicia "infinita" hacia su opuesto, sino que además torcerán el curso de las aguas hacia una abismal, imparable cascada. Catástrofe infinita que será la muy justa recompensa a su infinita imbecilidad.
El infinito olor a petróleo de los Justos
"[...] Debo hacer notar que nos interesa a todos que haya un adecuado suministro para las crecientes requerimientos de energía asiáticos. Si sus necesidades no son satisfechas, Asia simplemente presionará los mercados mundiales haciendo subir los precios en todas partes. La cuestión clave entonces es cómo los recursos energéticos del Asia Central pueden llegar a los cercanos mercados asiáticos. Hay dos posibles soluciones, con distintas variantes. Una opción es dirigirse al oriente a través de China, pero esto significaría construir un oleoducto de más de tres mil kilómetros sólo para llegar a China Central. Además, se debería contar con una conexión de dos mil kilómetros para llegar a los principales centros de población a lo largo de la costa china. La cuestión es entonces cuál será el costo de transportar el petróleo a través de este oleoducto, y cuál sería el precio que recibiría el productor por su petróleo o su gas en boca de pozo después de deducir los costos del transporte. La segunda opción es trazar un oleoducto hacia el sur desde Asia Central al Océano Índico. Una ruta obvia hacia el sur atravesaría Irán, pero esto está excluido para las compañías de los Estados Unidos, a causa de la legislación sancionatoria existente al respecto. Queda una única ruta posible que es a través de Afganistán, la cual tiene desde luego sus propios desafíos singulares. El país ha estado envuelto en una amarga guerra por más de dos décadas, y está aún dividido por la guerra civil. Desde el comienzo hemos tenido claro que la construcción del oleoducto que hemos propuesto a través de Afganistán no podría empezarse hasta tanto no haya un gobierno reconocido que tenga la confianza de los demás gobiernos, de los prestamistas y de nuestra compañía. El Asia Central y la región del Caspio han sido favorecidas con petróleo y gas en abundancia, que pueden mejorar la vida de sus habitantes, y suministrar energía para el crecimiento de Europa y Asia. El impacto de estos recursos sobre los intereses comerciales y la política exterior de los Estados Unidos es también significativo. Sin soluciones pacíficas a los conflictos de la región, no será posible construir las redes de conducción transfronterizas para transportar petróleo y gas. Urgimos a la administración y al Congreso a dar decidido apoyo a los procesos de pacificación liderados por las Naciones Unidas en Afganistán. El gobierno de Estados Unidos debería usar su influencia para ayudar a hallar soluciones a todos los conflictos de la región. [...]
John J. Maresca, vicepresidente de relaciones internacionales de Unocal Corporation, ante el subcomité de Asia Pacífico del Comité de Relaciones Internacionales de la Cámara de Representantes de Estados Unidos, 12 de febrero de 1998