(de un agente confidencial al Gran Hermano)
octubre-diciembre 1997
Un topo que tenemos infiltrado por ahí nos ha pasado el siguiente documento, que publicamos, resumido, debido a su indudable interés.
Excelentísimo Jefe:
Siguiendo las instrucciones del Departamento que usted tan patrióticamente dirige, me he puesto a la caza y captura de ciertos datos sensibles relativos a ese oscuro pasquín denominado no sin gracia, dicho sea de paso, PIMIENTA NEGRA. Como se me advirtió, no debía dejarme engañar por el número escuálido de sus hojas, típico de pasquines de todo tiempo y lugar, ni por sus no menos escuálidos puntos de distribución, ni por su no menos escuálida cifra de lectores, ya que (tratándose de un producto elaborado con paciencia, digamos, negra -con el debido respeto-, como se puede colegir de su mantenimiento contra viento y marea a lo largo de casi ya tres largos años, a pesar precisamente de todas esas escualideces, y no sin ingenio y hasta alguna profundidad y, lo que es más preocupante, proveyéndose de un lenguaje que no teme retorcer, evidentemente, el lenguaje adecuado sugerido desde las instancias supremas de este Departamento), ya que, como digo, todo aquello debía ser pasado por alto cuando lo que prevalece es todo esto que acabo de citar.
Quiero decir que era preciso que me cuidara muy mucho de que no hiciera mella en mi espíritu de funcionario la mera escualidez física, que no parece ser otra cosa que el disfraz que en el pasquín de referencia han adoptado para hacer pasar una mercadería realmente gorda ante la mirada distraída de todos los que seguimos con atención el curso de las cosas, para que no se desmanden, suscitando la consiguiente alarma o crispación social, como atinadamente define el Libro de Estilo de nuestro Departamento y que con fidelidad ejemplar recogen los instrumentos prácticos pertinentes (usted ya sabe a cuáles me refiero). En resumen, paciencia, ingenio, profundidad y peculiar manera de encararse con el lenguaje al uso, dándole la vuelta y extrayendo de él nuevas posibilidades, eran las cuatro características básicas de dicho pasquín por las cuales uno debía andarse con cuidado y no minimizarle como tal pasquín, de entrada.
En efecto, ante este cuadro, podría realmente importar poco el poco recomendable número de páginas, lectores y puestos de venta ya mencionados, ya que cae de su peso que cualquier epidemia o plaga empieza así -vea, si no, el sida- y acaba donde acaba, o sea, llevándose la gente las manos a la cabeza por no haber sido más cuidadosa. Partíamos, pues, de la presunción de que el pasquín citado era una posible reedición, en su esfera, del sida, y no era cuestión, por tanto, de llevarse otra vez las manos a la cabeza, sino de actuar preventivamente, es decir, sanitariamente, desplegando la cantidad adecuada de agentes especializados para seguir de cerca su evolución. Que cuántos mandaban sellos, que cuántos se suscribían, que cuántos conocían su nombre aunque sólo fuese de oídas -esto último, sobre todo, era muy peligroso-, que cuántos esperaban ansiosamente su siempre demorada, pero infaltable, salida, todo eso.
Vea, Jefe, no es que quiera preocuparle, pero veo que el virus, lentamente, se extiende. Éste es el primer punto que surge de mi atenta investigación. Aunque sé también que esto, en el fondo, le halaga, puesto que demuestra que usted nunca anda descaminado y no por nada nada está donde está. ¿Qué se puede hacer? Solemos confiar en las grandes virtudes de la Democracia, que, siendo propietaria de los dineros y las conciencias de la gente, no ofrece, por regla casi matemática, demasiadas oportunidades para anormalidades de este tipo. Pero como cada regla nace con su excepción, aquí estamos nosotros, por si la Democracia no se basta para ser todo lo virtuosa que debe, y permite, confiada en su potencia, que crezcan a su sombra virus como éste.
De momento, Jefe, habrá que seguir esperando con paciencia igualmente negra -con el debido respeto- el curso de los acontecimientos. Quién sabe, a lo mejor los pocos que (comprobado) hacen el referido pasquín se mueren en accidente de carretera (otra de las virtudes democráticas, aunque poco reconocidas) o cobran una herencia y entonces se olvidan del asunto, como es natural. O se muestran, finalmente, menos pacientes de lo que parecían en un principio y acaban desesperando por la lentitud con que penetra el síndrome y tiran la toalla. Pero que el síndrome penetra, es un hecho (otra comprobación de este agente), y mucho me temo que, a la luz de sus pocos pero crecientes y significativos éxitos, no sea tan fácil que se desalienten.
Dicho lo cual, le confieso que estoy realmente ansioso por saber con qué se salen en el próximo número, que por supuesto aparecerá atrasado. Adivino su mirada de reproche, Jefe, pero qué quiere, es más fuerte que yo. En mi condición de agente al servicio de la Democracia y el Estado, podemos tener ambos, usted y yo, la certeza de que siempre me sabré mantener al abrigo de todo virus contaminante, incluso el mencionado. Pero, mientras tanto, permítame que me lo lea de cabo a rabo y que me lo pase bien. Suyo, afectuosísimo....