NUEVO PROYECTO HISTÓRICO (Argentina)
MASA Y PODER (XXVI)
«En las organizaciones "piqueteras" hay una comprensión de que el trabajo es el único ordenador social válido para salir de la crisis. Los problemas no se solucionan en la calle.» (presidente Duhalde, 15/02/2003) «Si tiene que arder la Casa Rosada, que arda. No nos interesan las elecciones ni el próximo presidente. Nos interesa la situación de la gente.» (Osvaldo Dragún, secretario de Smata Córdoba, ante los despidos anunciados por Renault, 14/02/03) «Quiero una nueva gobernabilidad que tenga como base la autoridad.» (Elisa Carrió, 18/02/03) «Recoger las ideas (dispersas y no sistematizadas) de las masas y sintetizarlas [...] para luego llevarlas a las masas, difundirlas y explicarlas, de modo que las masas las hagan suyas, perseveren en ellas y las traduzcan en acción y comprobar en la acción de las masas la justeza de esas ideas [...] y así indefinidamente, de modo que las ideas se tornan cada vez más justas, más vivas y ricas de contenido.» (Mao-Tsé-Sung, «Algunas cuestiones sobre los métodos de dirección»)
El trabajo como ordenador social válido: elecciones, lucha de clases y contrapoder
A partir de junio del 2002, demostrando la enorme potencia estabilizadora y de intermediación social histórica del Partido Justicialista, comenzó una lenta pero perceptible recomposición capitalista. Esta capacidad de recomposición alude no a su sensibilidad social sino a su aptitud como "partido del orden" populista. Un partido conservador nutrido de votos populares (de los más pobres entre los pobres), capaz de suscitar consensos (en especial apáticos, pasivos y desmovilizados: Carlos Menem es muy fuerte en las localidades de menos de 50 mil habitantes y en zonas poco urbanizadas¡) y de contener el conflicto social. Contención que se realiza merced a surtidas destrezas, algunas autoritarias, otras neokeynesianas. No olvidemos que hoy, juntos, los candidatos peronistas suman el 45% de la intención de voto. Una de ellas, inimitable por fuerzas alternativas, es la compleja articulación entre el justicialismo y los movimientos de desocupados. Sus causas pueden ser múltiples, sus objetivos únicos: llegar a la legitimación de masas de las elecciones. La explosión de lo social, la irrupción de la figura del trabajador posfordista, la irrepresentatitividad ontológica de la multitud aparecían como una amenaza mortal al "Capital-Parlamentarismo". El "¡QSVT!" [¡Que se vayan todos!] (una consigna perfecta desde la perspectiva leninista) debía ser combatido en varios frentes. Eliminar, descomponer, "ghettizar" las nuevas prácticas (o al menos institucionalizarlas dentro del esquema "un hombre-un voto"), reconducir a la fuerza de trabajo antagonista a un nuevo nivel de recomposición técnica. Tal la tarea primaria, eliminando en un nuevo ciclo de desarrollo del capital el antagonismo comunista. La segunda reconstruir el sistema bipartidista, manteniendo la Constitución de 1994 férreamente y generar una nueva gobernabilidad capitalista. Tercero, y no menos importante, cooptar a los partidos nominalmente de izquierda y a las instituciones obreras fordistas (CTA, etc.) a los códigos de negociación capital-parlamentarios. En esta maniobra se incluía, vía el dominio desde la violencia monetaria (donde sostenemos el papel clave del FMI y el G-8), reconducir al trabajo vivo a nuevo niveles mínimos de reproducción, antesala de una nueva acumulación intensiva. La filosófica sentencia de Duhalde es un síntoma y un anagrama: el nuevo régimen va a tener como ordenador social prioritario y autoritario de su dominio natural al trabajo, es decir: a la forma-salario. El régimen sabe que los problemas de la multitud, ese inmenso continente que representa más de 70% de los argentinos (ver INDEC), se solucionan efectivamente en la calle combatiendo, codo a codo, cara a cara. No en las urnas, no en la ilusión social del cuarto oscuro y el marketing electoral. Negativamente nos indica el conflicto sin solución entre la potencia social y la autonomía represiva de lo político. Al movimiento se lo domestica con pan y circo, palo y zanahoria, legalidad y legitimidad, fuerza más consenso. Ciertos sectores de la izquierda plantean participar en las elecciones más deslegitimadas (desde las que coronaron a Illía) en la historia de la lucha de clases. No entienden la revolución que se produjo en la década Menem-De La Rúa: el cambio de la función de lo político. En esto también nuestra vanguardia es una retaguardia inconsciente guiada por un manual con técnicas del siglo XIX. La estructuración de lo social desde el "Capital-Parlamentarismo" es hoy destructiva, no es ya una forma de lucha, en la cual el Parlamento era un eco publicitario, donde el diputado rojo se transformaba en un Babeuf, en un tribuno del Pueblo (Lenin). El "Capital-Parlamentarismo", como funcionalidad de dominio en la era posfordista, niega la relativa autonomía de lo político, lo social es hoy directamente político (en realidad: trans-política). Encerrar el espesor político en el movimiento, en el alma social, no es identificar una cripta utópica sucia o neoanarquista, por el contrario: es que el posfordismo ha redefinido materialmente, no nosotros, qué es hoy lo social. El movimiento de nuevas subjetividades antagonistas es hoy un generador sin mediaciones de contrapoderes, de conocimiento comunista, de contracultura práctica, de flujos biopolíticos subversivos. El patético intento de justificar en la coyuntura argentina ir a votar a un candidato a presidente, manteniendo incólume todos los poderes incluida la Constitución del ’94, sólo corresponde a una realidad, que si alguna vez existió en la historia (Rusia, 1917-1919) carece de correspondencia con la lucha de clases actual, con la forma-valor del posfordismo, y con la constitución actual de la sociedad. Ni siquiera con el astuto sentido común de la gente. Lo político hoy se ve forzado a ser la forma-valor de nuestra sociedad, porque los nuevos procedimientos del trabajo y la forma de la producción constituyen la razón de su crisis. Lo político hoy es mistificación y violencia extrema. ¿Merece la pena eliminar el nivel cualitativo del movimiento, el estado deliberativo de la multitud por un 15% de voto protesta (sumando en blanco e impugnados)? ¿Es útil para las condiciones de emancipación del proletariado legitimar un régimen vapuleado por la mayoría para conseguir cinco o seis Echegarays o Altamiras en sus bancas? ¿Vale reconducir la potencia constituyente de lo social dentro del capital por un minibloque parlamentario "rojo"? Estaríamos legitimando un presidente por cuatro años con sólo el 20 % del electorado. Viendo la evolución histórica de las elecciones de un padrón con 25 millones de votantes, sólo 15 millones participarían de esta elección. Esto significa que el que gane la primera vuelta tendría un 20% de voto positivo, lo que equivale a 3 millones de votos, que es menos de la mitad de lo que obtuvo la fórmula Fernando de La Rúa—Chacho Alvarez (sacó 9 millones devotos) en el ‘99. La izquierda acompañaría al gobierno burgués más ilegítimo y con menos representatividad de la historia del "Capital-Parlamentarismo", además de introducir a sus votantes en una ilusión estatal, bloqueando la transición comunista. ¿Es necesario ayudar a reconstruir el bipartidismo capital-parlamentario y las lealtades al estado burgués?
España, 1933; ¿Argentina, 2003? Uso de la analogía de la historia revolucionaria
En un contexto radical y revolucionario de pérdida de la credibilidad en el "Capital-Parlamentarismo" (y en el capitalismo en general) y la desaparición de las lealtades tradicionales del voto burgués, se debe boicotear activamente la salida electoral del régimen. Tenemos ejemplos históricos de catástrofes de este tipo, donde la más parecida, por el estado semiinsurreccional, fue la estrategia de cretinismo parlamentario del PC español, donde su activa legitimación ante la convocatoria de elecciones generales para noviembre de 1933, con las que las clases dominantes pensaban preparar el terreno para instaurar un gobierno fascista, el PCE propuso al Partido Socialista y a otras organizaciones obreras la formación de un "frente único electoral", ampliable a algunos partidos republicanos de izquierda, con el fin de establecer "candidaturas antifascistas" e impedir el triunfo de los partidos reaccionarios. También se agitó aquí el fantoche de "elecciones como forma de lucha", y se acusó de anarquismo, sectarismo y liquidacionismo a toda posición opuesta. Pero tal propuesta, en contra del criterio de algunas federaciones revolucionarias de base, como la de Asturias, no obtuvo ninguna respuesta y encontró poco eco entre la clase obrera, instintivamente abstencionista. Ésta, desengañada de los líderes tradicionales y sin ninguna confianza en que los problemas se pudiesen resolver mediante la máquina electoral burguesa, se decantó en su mayoría por la abstención o el boicot. Las elecciones fueron ganadas por las fuerzas reaccionarias, tal como será aquí. Con estos resultados y la alta abstención habida, se ponía de manifiesto, una vez más, que la única táctica justa para llevar a las masas a la unidad en la lucha contra el fascismo o la recomposición capitalista, en una situación de auge pre-revolucionario, era y es una campaña de boicot. En las condiciones argentinas, la participación electoral sólo puede favorecer a los partidos reaccionarios, al sistema "Capital-Parlamentario" y desmoralizar a las masas populares. Es ir contra el instinto revolucionario del casi 70% de las masas. Como sucederá con el triunfo de Kirchner o Menem, la legitimidad electoral envalentonará a la reacción capitalista (que económicamente ya está en marcha). Y tal como en España en el ’33 el Gobierno (en España, Lerroux y la CEDA; aquí el PJ) comenzará inmediatamente a eliminar las escasas conquistas económicas y democráticas arrancadas por el movimiento en los últimos dos años. Al gobierno de Lerroux le siguió la insurrección de 1934, levantamiento espontáneo donde ninguno de los partidos clásicos de la izquierda pude prever el estado de ánimo de las masas. La historia se repite, decía Hegel, pero la segunda vez como farsa... Que la vieja izquierda se haga cargo de esta responsabilidad histórica: acompañar a la restauración del sistema contra el instinto revolucionario de las masas.
Área de la autonomía
Pensar desde la práctica que el alto grado cooperativo de la multitud posfordista, su enorme creatividad (desde el piquete pasando por la autogestión hasta la asamblea de barrio) es un dato material incuestionable de toda estrategia y táctica revolucionaria, queda claro. Nadie olvida el trabajo en torno de un programa, cuyo eje directriz no es otro que el "¡QSVT!", pero un programa entendido por nosotros no como una declaración vacía de retórica marxista vulgar, un punteo de lugares comunes de la vulgata tercerointernacionalista, sino como un paso colectivo a la unión, a la organización, al cerebro colectivo del movimiento. El paso a la organización de la autonomía debe ser un programa que debe expresar las ideas fundamentales del movimiento, fijar y establecer con exactitud las tareas inmediatas, señalar con precisión las reivindicaciones más cercanas. El programa del movimiento es el que determinará, siempre en un ida y vuelta, el contenido del trabajo de publicidad proletaria, el "agitprop", su unidad, extensión, transversalidad y profundidad social, permitiendo que se convierta de combate fragmentado, de ebullición parcial y segmentada (pequeñas reivindicaciones desligadas unas de otras) en una enorme agitación antagonista por el conjunto de las reivindicaciones contenidas en el "¡QSVT". La propia historia autónoma de la clase obrera, no la ritualizada en los manuales "ad usum delphini" de la vieja izquierda, nos indica que es más fácil ponerse de acuerdo en torno a programas de acción, concretos, circunscriptos y de complejas consecuencias revolucionarias merced a los que cada componente del movimiento intenta realizar sus propios valores. Aquí ya no haría falta entenderse abstractamente acerca del fin del objetivo final puesto metafísicamente, con falsa dialéctica; aquí las masas nada tendrían que discutir o rumiar sobre lealtades o sagradas escrituras, desde el momento en que sólo a través de los medios específicos de acción constituyente, de militancia social, puede obtenerse un acuerdo serio en relación a fines. Programa en tanto estructura, sí: pero estructura en la que se hallarán todos los elementos reales que constituyen la lucha, la organización y la vida revolucionaria de las masas; estructura como utopía de disciplina autodeterminada, de autoridad como momento de la construcción colectiva de consenso, el trabajo diario de las masas y el trabajo de vanguardia, la autovalorización y la autoorganización, la construcción de instituciones autónomas de poderes constituyentes, de tomar el trabajo vivo como línea divisoria entre la crítica de la economía política y la construcción del partido. Dos tareas enormes en este sentido pueden lanzarse a la militancia: construir una plataforma nacional de boicot activo a las elecciones (con variantes de diverso tipo: desde abstención hasta escaño ausente) es una tarea básica que permitiría un grado de unificación común, un nivel de centralización desde abajo, establecería vínculos entre los centros del movimiento, transmitiría informaciones y experiencias, lanzaría una subjetividad antagonista a nivel institucional, sería un paso de hegemonizar a los sectores fordistas y corporativos del movimiento obrero; una segunda a realizar sería una campaña de resistencia al aumento de tarifas, que incluya no sólo los servicios públicos sino alquileres populares y medicamentos básicos. El movimiento podría realizar una alianza en la lucha con sectores neutrales de la nueva clase media y la tercera edad. Pensemos siempre que en toda revolución que se atreva a ser digna de sus fines, la autonomía es siempre un presupuesto, no un fin.
Colectivo Nuevo Proyecto Histórico (NPH) http://nuevproyhist.tripod.com.ar