17.12.02

 

 

 

 

COLECTIVO NUEVO PROYECTO HISTÓRICO (Argentina)

LA FRATERNIDAD COMO ARMA POLÍTICA

 

En el capitalismo fordista toda fuerza obrera sometida al capital es una fuerza homogénea, organizable y representable. Y toda fuerza organizable es una fuerza conducible por un partido. En el posfordismo la multitud asalariada, expoliada y desocupada, es heterogénea e imposible de ser abarcada completamente por intermedio de un partido político. Y, por lo tanto, resulta irrepresentable.

La multitud antagoniza con su opresor capitalista. Se autonomiza y autovalora en los piquetes y las fábricas autogestionadas. Se autoorganiza en fábricas, haciendas, comercios, bancos, universidades y asambleas. Y confluye como potencia constituyente antisistémica y contrapoder instituyente anticapitalista. Cada coyuntura determinará su táctica hacia el estado y las elecciones (remitimos a nuestra colaboración publicada en Indymedia: “Argentinos: ¿Votar o no votar?”). Pero no aspira, como su máximo logro, a consagrar una representación que ocupe el actual estado. Sino que apela a su abolición y reemplazo por una república asamblearia.

En toda forma organizativa autonomista hay que apelar al cerebro del conjunto. Todos piensan, todos hacen.

Todo conflicto, que se da en un colectivo y no es asumido, termina estallando y arrastrando al propio colectivo a la atomización.

Por el momento, aún en la democracia más horizontal, surgen liderazgos. Referentes instituidos por la asamblea y no autoproclamados por ningún sujeto externo.

En función de una artificial unidad no hay que ocultar los debates ni reprimir la confrontación que expresan diferentes maneras de entender una sociedad ideal. La heterogeneidad política de los diferentes partidos y núcleos militantes, que participan en la construcción asamblearia, resultan el síntoma de la fragmentación social de las diferentes clases y fracciones de clase.

Lo importante es que al constituirse nuevas referencialidades estas conducciones no sean aditivos superpuestos al movimiento. Acelerando o retardando, el líder y sus seguidores, los tiempos de las masas y creyéndose portadores del destino del conjunto del colectivo asambleario. Imponiéndose, para lograr este fin, prácticas autoritarias. Los líderes y su grupo se arrogan saber qué hacer y cómo hacerlo mejor que la multitud, desarticulando los lazos de fraternidad entre compañeros, que no reniegan de la confrontación, pero que la ven contenida en una tumultuosa unidad en la diversidad.

La fraternidad es ontológica a una nueva política. Lo que es y lo que se quiere ser, es lo que se hace, aquí y ahora. La fraternidad no es un aditivo caritativo del poder constituyente de la multitud. Es la forma de expresión del contrapoder múltiple de las masas. Y es tan diferente al poder dominante que, por esta razón, se la pueda llamar un anti-poder.

La fraternidad no es la ética del contrapoder. Ni un llamado ingenuo a superar, sin antagonizar, las diferencias colectivas.

Si se quiebran los afectos colectivos toda disputa política deja de ser revolucionaria y, se transforma, sin más, en la vieja manera de hacer política. Vale decir, mero ejercicio de sometimiento del conjunto por una parte de él, aunque esta política se haga con vistas a las mejores intenciones antisistémicas. Los buenos propósitos y sus objetivos no son una meta a la que se arribará, sino que son comportamientos que se practican en el presente. Para el anti-poder no hay un resultado (la revolución) que justifique procedimientos antinómicos (el sometimiento del colectivo), ya que la asamblea constituye el origen, medio y fin de una nueva sociabilidad anti-capitalista.

La que está en juego es la biopolítica. Es decir, la materia cambiando la naturaleza, el intelecto colectivo y los afectos puestos a producir autónomamente. O dicho de otro modo, una inherente correspondencia entre sujeto social, económico y político, que no admite límites, heteronomías o ataduras externas, provenientes de la lógica partidaria-administrativa o disciplinadora-estatal. Por esta razón resulta autónoma. Porque instituye una multitud productora, autoorganizada y dirigente. Es un poder constituyente.

Quebrando la fraternidad como biopolítica afectiva, los liderazgos de viejo cuño, provocan la desconfianza de la propia asamblea en esas conducciones. Y los partidos y nucleamientos más dispuestos a la lucha pero que reproducen una lógica política vertical, fracturante y a la postre sectaria, quedan visualizados como microburocracias, un poder externo, heterónomo o un poder-sobre el asambleísmo y pasibles del mismo reclamo del movimiento: ¡Qué se vayan todos, qué no quede ni uno solo!

La multitud, en su pasaje de la representación parlamentaria a la des-representación asamblearia, inviste a ciertos sujetos, con carácter imperativo y funcional, como sus circunstanciales líderes. Su poderío proviene de la potencia derivada por la asamblea. Pero nunca como energía expropiada por el líder. El poder nace del colectivo y el líder es su servidor.

De producir la multitud un cambio de paradigma histórico y el fin de la des-representación, el capitalismo y la política, como ejercicio del poder de unos sobre otros, el autogobierno de la multitud no precisará más de los líderes. Cada singularidad expresará al colectivo. El conjunto contiene a cada persona sin masificarla y, por lo tanto, la especie conquista, por vez primera en la historia, la oportunidad de que cada individuo sea un sujeto de subjetividades múltiples y expresión de la libertad, en toda su potencia y originalidad, del género humano.

Fin de la delegación desrepresentativa. Liderazgo de la multitud y, de este modo, fin de todo liderazgo.

Antagonizar al capital.
Autonomía constituyente.
Fraternidad de la multitud.

Argentina, 10 de diciembre de 2002

Colectivo Nuevo Proyecto Histórico (NPH) http://nuevproyhist.tripod.com.ar
nuevproyhist@hotmail.com

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