¿Qué diablos querrá decir eso de «que se vayan todos, que no se quede ni uno»? Los medios de formación de masas argentinos (en este caso, alguno de «izquierdas» financiado por alguno de derechas) plantean la pregunta y, para responderla, convocan a sociólogos, psicólogos, politólogos, columnistas, calumnistas e interpretólogos en general (últimamente también se ha sumado algún ex comunista, por iniciativa propia). Las consignas del pueblo son tan misteriosas que se hace necesaria la iluminación de los "especialistas". Como si se tratara del síntoma de una rara enfermedad, hay que recurrir al médico. Como siempre, la chusma no sabe lo que dice ni lo que quiere, por lo que en sus reclamos habrá que introducir un poco de racionalidad. Algo similar a lo que hace el psicoanalista: «devolverle» el sentido profundo, implícito, al discurso aparente, explícito, del paciente. En el mejor de los casos el pueblo vive una neurosis (el discurso, con todo, mantiene alguna coherencia). En el peor, una psicosis (la incoherencia prevalece). ¿O tal vez se trata de discursos mezclados, de neuróticos y psicóticos a un mismo tiempo? Si es así, habrá que proceder a identificar cada tipo, aislar terapéuticamente el uno del otro. Primera medida: locos por aquí, recuperables por allá; diferenciar neuróticos de psicóticos, curables de incurables, buenos de malos, razonables de irrazonables, pacíficos de violentos, y así sucesivamente. Porque está claro que eso de «que se vayan todos, que no se quede ni uno», para los primeros significa una cosa y para los segundos otra. Hecha la pregunta y hecha la división (hecha la pregunta, hecha la trampa), obtenemos dos resultados: 1. Por la pregunta, que el pueblo sepa, de entrada, que no sabe lo que dice. Es como si lo dijera en chino y necesitara él mismo traductores chinos. Sabiendo que no sabe lo que dice, empezará por sospechar de sí, de su salud mental. Devolverá los utensilios de cocina a la cocina, se aquietará. 2. Por la división, el pueblo descubre que, como mínimo, no es uno (serlo sería sumamente peligroso) sino dos: el cuerdo y el enfermo, el del diván y el del manicomio (y como máximo, muchos, tantos, tantísimos, como lo exige la moderna doctrina posmoderna). Así, cuando los unos estén tendidos cómodamente en el diván analítico, los otros serán perseguidos por la porra policial. De este modo contribuyen los medios en general (y los argentinos en particular) a la causa de sus propietarios, representantes de la Propiedad como tal (luego se llaman medios de comunicación). No sólo ignorando o encubriendo –a veces, cuando pueden– las protestas del pueblo, sino también, y sobre todo, «interesándose» por ellas desde el único nivel en que les es posible hacerlo: el de los «científicos» en su gabinete, los «experimentadores» en su laboratorio, mientras desfilan bajo sus ojos, en libros o tubos de ensayo, gérmenes y bacterias cuyos extraños movimientos hay que descifrar. ¿Qué diablos querrá decir esta constelación específica de microorganismos, o esta otra? ¿Qué este lenguaje críptico en que nos hablan? ¿Qué significa, ¡Dios mío!, «que se vayan todos, que no se quede ni uno»? Pues aquí se lo traducimos, para su comodidad: "¡VÁYANSE!" Y desde aquí también les enviamos, anticipadamente, nuestros recuerdos.
Argentina
Recuerdos al Poder
11/2/02