crítica
radical de la cultura
Robert
Kurz
La
ignorancia de la sociedad del conocimiento
11/2/02

¿Será
el estadio final de la evolución intelectual moderna una grotesca imitación
de nuestras acciones más triviales por las máquinas?
Conocimiento es poder: he aquí un viejo lema de la filosofía
burguesa moderna, que fue utilizado por el movimiento de los trabajadores
europeos del siglo XIX. Antiguamente el conocimiento era visto como algo sagrado.
Desde siempre los hombres se esforzaron por acumular y transmitir conocimientos.
Al fin de cuentas, toda sociedad se define por el tipo de conocimiento de
que dispone. Esto vale tanto para el conocimiento natural como para el religioso
o la reflexión teórico-social. En la modernidad, el conocimiento
es representado, por un lado, por el saber oficial, marcado por las ciencias
naturales, y, por otro, por la "inteligencia libre-fluctuante (Karl Mannheim)
de la crítica social teórica. Desde el siglo XVIII predominan
esas formas de conocimiento.
Parece
increíble que desde hace algunos años se esté difundiendo
el discurso de la "sociedad del conocimiento" que adviene con el
siglo XXI; como si sólo ahora se hubiese descubierto el verdadero conocimiento
y como si la sociedad hasta hoy no hubiese sido una "sociedad del conocimiento".
Al menos los paladines de la nueva palabra-clave sugieren algo así
como un progreso intelectual, un nuevo significado, una apreciación
más elevada y una generalización del conocimiento en la sociedad.
Sobre todo, se alega que la supuesta aplicación económica del
conocimiento está asumiendo una forma completamente diferente.
Filosofía
de los medios
Bastante
euforia es lo que se nota, por ejemplo, en el filósofo de los medios
alemán Norbert Bolz: "Se podría hablar de un big-bang del
conocimiento. Y la galaxia del conocimiento occidental se expande a la velocidad
de la luz. Se aplica conocimiento sobre conocimiento y en esto se muestra
la productividad del trabajo intelectual. El verdadero hecho intelectual del
futuro está en el diseño del conocimiento. Y cuanto más
significativa sea la manera en que la fuerza productiva se vuelva inteligencia,
más deberán converger ciencia y cultura. El conocimiento es
el último recurso del mundo occidental".
Palabras
fuertes. ¿Pero qué se esconde detrás de ellas? Quizá
sea esclarecedor el hecho de que el concepto de la "sociedad del conocimiento"
se está usando más o menos como sinónimo de la "sociedad
de la información". Vivimos en una sociedad del conocimiento porque
estamos sepultados por informaciones. Nunca antes hubo tanta información
transmitida por tantos medios al mismo tiempo. Pero ese diluvio de informaciones
¿es realmente idéntico al conocimiento? ¿Estamos informados sobre el
carácter de la información? ¿Conocemos en última instancia
qué tipo de conocimiento es éste?
En
rigor, el concepto de información no coincide de ningún modo
con una comprensión bien elaborada del conocimiento. El significado
de "información" es tomado en un sentido mucho más
amplio y se refiere también a procedimientos mecánicos. El sonido
de una bocina, el mensaje automático de la próxima estación
de metro, la campanilla de un despertador, el panorama del noticiero en la
TV, el altavoz del supermercado, las oscilaciones de la Bolsa, el pronóstico
del tiempo... todo eso son informaciones, y podríamos continuar la
lista al infinito.
Conocimiento
trivial
Claro
que también se trata de conocimiento, pero de un tipo muy trivial.
Es la especie de conocimiento con el que crecen los adolescentes de hoy. Quienes
se encuentran en la franja de los 40 años ya están tecnológica-comunicativamente
armados hasta los dientes. Pantallas y displays son para ellos casi partes
del cuerpo y órganos sensoriales. Saben que hay que someterse a las
informaciones para acceder a internet, y saben cómo obtener tales informaciones
de la red: por ejemplo, cómo se hace el "download" de una
canción de éxito. Y uno de los medios de comunicación
predilectos de esa generación es por escrito, el del "Short Message
Service" o, de forma abreviada, el SMS que aparece en el display del
móvil. El máximo de comunicación está limitado
ahí a 160 caracteres.
Resulta
extraño que el armamento tecnológico de la ingenuidad juvenil
sea elevado a la condición de parte integrante de un icono social y
asociado al concepto de "conocimiento". Desde el punto de vista
de una "fuerza productiva inteligencia" o de un "acontecimiento
intelectual del futuro", esto es un poco decepcionante. Quizás
nos acerquemos más a la verdad si comprendemos lo que se entiende por
"inteligencia" en la sociedad del conocimiento o de la información.
Así, en una típica nota de prensa económica publicada
en la primavera de 2001, se lee: "A pedido de la agencia espacial canadiense,
la empresa Tactex desarrolló en British Columbia telas inteligentes.
En trozos de paño se cosen una serie de minúsculos sensores
que reaccionan a la presión. Ante todo, la tela de Tactex debe ser
probada como revestimiento de asientos de automóviles. Reconoce a quien
se sentó en el asiento del conductor... El asiento inteligente reconoce
el trasero de su conductor".
Para
un asiento de automóvil, se trata seguramente de un hecho grandioso.
Lo debemos admitir. Pero no se lo puede considerar en serio como un paradigma
del "acontecimiento intelectual del futuro". El problema reside
en el hecho de que el concepto de inteligencia de la sociedad de la información
–o del conocimiento– está específicamente modelado por la llamada
"inteligencia artificial". Estamos hablando de máquinas electrónicas
que por medio del procesamiento de datos tienen una capacidad de almacenamiento
cada vez más alta para simular actividades rutinarias del cerebro humano.
Objetos
inteligentes
Hace mucho que se habla de la "casa inteligente", que regula por
sí sola la calefacción y la ventilación, o de la "nevera
inteligente", que encarga al supermercado la leche que se terminó.
De la literatura de terror, conocemos el "ascensor inteligente",
que desgraciadamente se volvió malo y atentó contra la vida
de sus usuarios. Nuevas creaciones son el "carrito de compras inteligente",
que llama la atención del consumidor sobre las ofertas especiales,
o la "raqueta inteligente", que con un sistema electrónico
embutido permite al tenista un saque especial, mucho más potente.
¿Será
éste el estadio final de la evolución intelectual moderna? ¿Una
grotesca imitación de nuestras más triviales acciones cotidianas
por las máquinas, conquistando así una consagración intelectual
superior? Como todo lo indica, la maravillosa sociedad del conocimiento aparece
justamente por eso como sociedad de la información, porque se empeña
en reducir el mundo a un cúmulo de informaciones y procesamientos de
datos, y en ampliar de modo permanente los campos de aplicación de
los mismos. Están en juego ahí, sobre todo, dos categorías
de "conocimiento": conocimiento de las señales y conocimiento
funcional. El conocimiento funcional está reservado a la élite
tecnológica que construye, edifica y mantiene en funcionamiento los
sistemas de aquellos materiales y máquinas "inteligentes".
El conocimiento de las señales, por el contrario, compete a las máquinas,
pero también a sus usuarios, por no decir a sus objetos humanos. Ambos
tienen que reaccionar automáticamente a determinadas informaciones
o estímulos. No necesitan saber cómo funcionan esas cosas; sólo
necesitan procesar los datos "correctamente".
Comportamiento
programable
Tanto
para el comportamiento maquínico como para el humano, en la sociedad
del conocimiento la base está dada, en consecuencia, por la informática,
que sirve para programar secuencias funcionales. Se trabaja con procesos describibles
y mecánicamente reejecutables, con medios formales, por una secuencia
de señales (algoritmos). Esto suena bien para el funcionamiento de
tuberías hidráulicas, aparatos de fax y motores de automóviles;
está muy bien que haya especialistas en eso. Sin embargo, cuando el
comportamiento social y mental de los seres humanos es también representable,
calculable y programable, estamos ante una materialización de las visiones
de terror de las modernas utopías negativas.
Esa
especie de conocimiento social de señales sugiere vuelos mucho menos
audaces que los del famoso perro de Pavlov. A comienzos del siglo XX, el fisiólogo
Ivan Petrovitch Pavlov había descubierto el llamado reflejo condicionado.
Un reflejo es una reacción automática a un estímulo externo.
Un reflejo condicionado o motivado consiste en el hecho de que esa reacción
puede ser también desencadenada por una señal secundaria aprendida,
que está ligada al estímulo original. Pavlov asoció el
reflejo salival innato de los perros ante la visión de la ración
de comida con una señal, y pudo finalmente provocar también
ese reflejo utilizando la señal de manera aislada.
Por
lo que parece, la vida social e intelectual en la sociedad del conocimiento
–o sea, de la información– debe orientarse por un camino de comportamiento
que corresponda a un sistema de reflejos condicionados: estamos siendo reducidos
a aquello que tenemos en común con los perros, puesto que el esquema
de estímulo-reacción de los reflejos tiene que ver absolutamente
con el concepto de información e "inteligencia" de la cibernética
y de la informática. El conjunto de nuestras acciones en la vida esta
supervisado cada vez más por dígitos, reglas, clusters y señales
de todo tipo. Sin embargo, ese conocimiento de las señales, el proceso
reflejo de informaciones, no es exigido sólo en el ámbito tecnológico,
sino también en el más elevado nivel social y económico.
Así, por ejemplo, se es como se dice: los gobiernos, los "managers",
los que tienen una ocupación, todos en fin deben observar permanentemente
las "señales de los mercados".
Este
conocimiento miserable de las señales no es, a decir verdad, ningún
conocimiento. Un mero reflejo no es al fin y al cabo ninguna reflexión
intelectual, sino exactamente lo contrario. Reflexión significa no
sólo que alguien funcione, sino también que ese alguien pueda
reflexionar "sobre" tal o cual función y cuestionar su sentido.
Ese triste carácter del conocimiento-información reducido fue
preanunciado por el sociólogo francés Henri Lefebvre ya en los
años 50, cuando en su Crítica de la vida cotidiana describía
la era de la información que se avecinaba. "Se adquiere un ‘conocimiento’.
¿Pero en qué consiste éste exactamente? No es ni el conocimiento
(Kenntnis) real o aquel adquirido por procesos de reflexión (Erkenntnis),
ni un poder sobre las cosas observadas, ni, por último, la participación
real en los acontecimientos. Es una nueva forma de observar: un mirar social
sobre el retrato de las cosas, pero reducido a la pérdida de los sentidos,
al mantenimiento de una falsa conciencia y a la adquisición de un seudo
conocimiento sin ninguna participación propia..."
El
"sentido de la vida"
En
otras palabras, la cuestión del sentido y de la finalidad de los propios
actos de cada uno se hace imposible. Si los individuos se vuelven idénticos
a sus funciones condicionadas, dejan de estar en condiciones de cuestionarse
a sí mismos o al ambiente que los rodea. Estar "informado"
significa entonces estar completamente "en forma", formado por los
imperativos del sistema de señales técnicas, sociales y económicas;
para funcionar, por lo tanto, como una puerta de comunicación de un
circuito complejo. Y nada más. La generación joven de la llamada
sociedad del conocimiento es tal vez la primera en perder la pregunta ingenua
sobre el "sentido de la vida". Para eso no habría espacio
suficiente en el display. Los "informados" desde pequeños
ya no comprenden ni siquiera el significado de la palabra "crítica".
Identifican ese concepto con el error crítico, indicación de
un problema serio, que debe ser rápidamente eliminado en la ejecución
de un programa.
En
esas condiciones, el conocimiento reflexivo intelectual es tenido como infructuoso,
como una especie de tontería filosófica de la cual ya no tenemos
necesidad. Sea como fuere, se tiene que convivir con eso de manera pragmática.
El primero y único mandamiento del conocimiento reducido dice: éste
debe ser inmediatamente aplicable al sistema de señales dominante.
Lo que está en discusión es el "marketing de la información"
sobre "mercados de información". El pensamiento intelectual
debe encogerse hasta la condición de "informaciones". Lo
que, por ejemplo, será en el futuro un "historiador" ya lo
demuestra hoy el historiador Sven Tode, de Hamburgo, con su doctorado.
Bajo
el título de History Marketing, éste escribe, por encargo,
la biografía de las empresas que conmemoran los aniversarios de su
creación; también las ayuda cuidando de sus archivos. Su gran
éxito: para una empresa norteamericana que estaba envuelta en una disputa
por la patente de una juntura tipo bayoneta para mangueras de bomberos, Tode
pudo desenterrar archivos que proporcionaron a quien encomendó sus
servicios un ahorro de siete millones de dólares.
Cada
vez más desempleados, individuos sometidos a una dieta financiera de
hambre y portadores escarnecidos de un socialmente desvalorizado conocimiento
de reflexión, se esfuerzan en transformar su pensamiento, reduciéndolo
a los contenidos triviales de conocimientos funcionales y reconocimientos
de señales, para permanecer compatibles con el supuesto progreso y
vendibles. Lo que surge de ahí es una especie de "filosofia de
asiento de automóvil inteligente". En verdad, es triste que hombres
instruidos en el pensamiento conceptual se dejen degradar a la condición
de payasos decadentes de la era de la información. La sociedad del
conocimiento se encuentra extremadamente desprovista de espiritualidad, y
por eso hasta en las mismas ciencias del espíritu, el espíritu
está siendo expulsado. Lo que queda es una conciencia infantilizada
que juega con cosas inútiles desconectadas de conocimiento e información.
Sin
embargo, el conocimiento degradado en "información" no se
reveló todo lo económicamente estimulante que se había
esperado. La New Economy de la sociedad del conocimiento entró en colapso
tan rápidamente como fue proclamada. Eso también tiene su razón;
pues el conocimiento, en la forma que sea, a diferencia de los bienes materiales
o los servicios prestados, no es reproducible en "trabajo" y, por
tanto, en creación de valor, como objeto económico. Una vez
puesto en el mundo, puede ser reproducido sin costos, en la cantidad que se
desee. En su debate con el economista alemán Friedrich List, en 1845,
Karl Marx ya escribía: "Las cosas más útiles, como
el conocimiento, no tienen valor de cambio". Esto también vale
para el actualmente reducido conocimiento-información, cuya utilidad
se puede poner en duda.
Así,
la escasa reflexión intelectual se venga de los profetas de la supuesta
nueva sociedad del conocimiento. La montaña de datos crece, el conocimiento
real disminuye. Cuanto más informaciones, más equivocados los
pronósticos. Una conciencia sin historia, volcada hacia la atemporalidad
de la "inteligencia artificial" ha de perder cualquier orientación.
La sociedad del conocimiento, que no conoce nada de sí misma, no tiene
más que producir que su propia ruina. Su notable fragilidad de memoria
es al mismo tiempo su único consuelo.
Enero
2002
Este
artículo fue tomado de la edición brasileña de la revista
Krisis (Alemania). Robert
Kurz es sociólogo y ensayista alemán, autor de Os Últimos
Combates (ed. Vozes) y O Colapso da Modernizaçao (ed. Paz
e Terra).
Versión portuguesa
de Marcelo Rondinelli. Traducción del
portugués: R. D.

René
Magritte: Les jours titaniques (1928)