Nilson Araujo de Souza
El texto que sigue se presentó en el Simposio "Globalización y sus efectos", organizado por la Casa de los Sabios (Bayi-al-Hikma), Bagdad, entre el 14 y el 16 de abril de 2002. Fuente: La Otra Aldea [laotraaldea@hotmail.com]
"Globalización es el nuevo nombre del imperialismo", declaró un importante líder político brasileño.
En verdad, no pasa de un disfraz de la tentativa del imperio norteamericano de dominar al conjunto del mundo a fin de poder explotar desenfrenadamente sus riquezas naturales, su fuerza de trabajo y sus mercados y encontrar un campo rentable y seguro para sus capitales especulativos.
Quien percibió muy bien el real significado del término "globalización" fue el economista norteamericano John K. Galbraith, ex asesor de los presidentes Roosevelt y Kennedy. Dijo: "Globalización es un término que nosotros, los americanos, inventamos para disimular nuestra política de avance económico en otros países y para tornar respetables los movimientos especulativos del capital".
En esa concepción fue secundado nada menos que por el todopoderoso ex secretario de Estado norteamericano, Henry Kissinger: "Lo que se llama globalización es en verdad otro nombre de la posición dominante de los Estados Unidos".
La economía del imperio está atrapada en una crisis estructural desde los inicios de los años 70 y han sido vanas todas sus tentativas de recuperarse. Lo que pasó a llamarse globalización, el exacerbado dominio imperialista que se da desde el comienzo de la década del 90, no es más que un intento desesperado de evitar su destrucción.
La "globalización", por lo tanto, es la estrategia del imperialismo en su fase de decadencia, en su fase senil. La paralización de la economía norteamericana en el cambio de siglo y, tras ella, del conjunto de las economías atadas a la dinámica imperialista, revela que nada resolvió la explotación desenfrenada que, en nombre de la "globalización", sus transnacionales vienen realizando sobre el conjunto del mundo, y constituye además una demostración más de que el imperio americano ya dio lo que tenía que dar y que, de ahora en más, nada podrá impedir su trayectoria hacia el derrumbe final.
En el intento de imponer su dominio mundial, el imperio americano utiliza, hasta la exacerbación, y de manera cada vez más cobarde, su fuerza política, económica y militar, no sólo con sus propios instrumentos de poder como el Tesoro, el Pentágono y sus bancos y empresas nacionales, sino también a través de instrumentos internacionales que controla, como el FMI, el Banco Mundial o el antiguo GATT, actual Organización Mundial del Comercio (OMC). Esas organizaciones internacionales en verdad sólo funcionan en la medida en que sirven a la estrategia del imperio.
Nacidas de la matriz de los acuerdos de Bretton Woods, de 1944, ellas se destinaban, en principio, a ayudar a la regulación de las relaciones financieras y comerciales a nivel internacional, pero desde el principio fueron capturadas por la potencia hegemónica, los Estados Unidos de América, y pasaron a servir a su estrategia internacional. En el período reciente, fueron usadas ampliamente para imponer a los países de la periferia los programas llamados "neoliberales", que procuran someter sus economías a la política "globalizadora", esto es, expoliadora del imperio. Fue así como derrumbaron la protección de sus economías a fin de permitir la invasión de la producción extranjera, forzaron la entrega de sus empresas estratégicas (principalmente las de minería, petróleo, energía y telecomunicaciones) a grupos extranjeros, quebraron sus derechos laborales con vistas a abaratar el costo de la fuerza de trabajo y así aumentar los lucros y la "competitividad" de las transnacionales, promovieron la desregulación financiera a fin de favorecer la libre circulación de los capitales especulativos.
El surgimiento de la OMC vino a reforzar ese arsenal del imperio. La OMC surgió como continuación del antiguo GATT (sigla en inglés del Acuerdo General sobre Tarifas Aduaneras y Comercio), también creado en el contexto de los acuerdos de Bretton Woods. La transformación del GATT en OMC no fue un mero cambio de nomenclatura. Significó no sólo aumentar el poder de regular el comercio internacional, sino también, y sobre todo, aumentar el dominio del imperio americano sobre la institución, y por lo tanto, sobre todo el comercio internacional.
Es un arma más en manos de las transnacionales de los Estados Unidos, en su afán de invadir el mercado de los distintos países, particularmente de los países más débiles, y para eso usan todos los medios para destruir las empresas locales.
El FMI y el Banco Mundial utilizan su poder financiero para crear esas condiciones. La OMC emplea su poder para sancionar a los países que eventualmente no se encuadren en sus reglas, inclusive con puniciones financieras o represalias comerciales, con el supuesto objetivo de abrir las economías al comercio internacional, pero, en verdad, sus reglas y resoluciones favorecen claramente a las empresas transnacionales, principalmente a los Estados Unidos.
Demostración cabal de esto fue el "fracaso" de las dos últimas reuniones de la OMC, realizadas en Seatle, en los Estados Unidos (1999) y en Doha, Qatar (2001). No consiguieron llegar a ningún acuerdo relevante porque Estados Unidos se negó, por todos los medios, a aceptar una mayor apertura de su mercado, principalmente en el área de los productos agrícolas. Los demás países, cuyos gobiernos ya habían abierto sus economías a los productos norteamericanos, para tener una contrapartida de los Estados Unidos, lo que recibieron fue un sonoro "no".
Los Estados Unidos venden la imagen de poseer una economía abierta, pero esa es una de las mayores falacias de la propaganda imperial en su período de decadencia. Es bien cierto que reducirán sus barreras aduaneras, pero se cuidarán rápidamente de sustituirlas por barreras no-aduaneras, que redundan en un proteccionismo, así disfrazado, tanto más efectivo que las tarifas de importación. Para eso, usan subsidios a la producción local, cuotas de importación, medidas antidumping y una serie infinita de prohibiciones en las áreas fitosanitarias o ambientales, entre otras. En el área de subsidios, la situación es escandalosa: según un informe de la OCDE (Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico), los 24 países más ricos vienen subsidiando a sus productores por 324 billones de dólares anuales (período 1999 a 2000), de los cuales 93 billones corresponden a los Estados Unidos. Pero al mismo tiempo el gobierno norteamericano impone tasas a los productos de otros países que, según afirman, están subsidiados. La reciente guerra del acero, desatada por el gobierno de Bush, para establecer cuotas y tasas al acero importado, es apenas un ejemplo de esa hipocresía imperial. La verdad es que están imponiendo restricciones a la importación de acero, no porque esté siendo subsidiado en los países de origen, sino porque la industria siderúrgica de los Estados Unidos está desfasada tecnológicamente y, por lo tanto, no consigue competir con la industria del Brasil, de Europa y del Japón.
Se engañan los gobiernos de las naciones periféricas que creen mejorar sus exportaciones cuando ingresan en la OMC. En verdad, si se someten a esas reglas estarán sometiéndose a la lógica imperial, que quiere invadir los demás mercados sin ofrecer ninguna contrapartida relevante. Entrar en la OMC es exacerbar aún más el dominio imperial sobre nuestros países y agravar aún más la ya muy precarias condiciones de nuestras cuentas externas. La llamada globalización es, por lo tanto, un proceso unilateral. Al tiempo que el imperio americano obliga a los demás países, particularmente a los menos desarrollados, a abrir sus economías para sus productos, refuerza cada vez más sus barreras proteccionistas. Y, en esa misma línea, operan los otros dos miembros de la "tríada imperialista": la Unión Europea y Japón.
Fueron solo los gobiernos de los países de la periferia los que quedaron hechizados con el cuento del tío de la apertura económica, y por eso nuestros países están pagando severamente su error: enorme vulnerabilidad externa, deuda externa explosiva, desnacionalización de la economía, desindustrialización, desempleo en masa, finanzas públicas en harapos, hambre, miseria. La situación caótica a la que llegó la economía argentina es apenas el ejemplo más dramático de esta situación que alcanza al conjunto de las economías dependientes.
Los economistas del orden imperial pregonan que hay globalización de la economía porque hay un libre movimiento internacional de capitales, tecnología, fuerza de trabajo y mercancías. Pero no hay nada de eso. Las tecnologías avanzadas son monopolizadas por los cárteles de los países centrales; las mercancías de los países centrales invaden las economías dependientes, pero las de éstos enfrentan mil obstáculos para acceder a los mercados de aquéllos; los trabajadores que, en la fase de la invasión de los productos extranjeros, pierden el empleo en la periferia no logran perforar el bloqueo para llegar a los países desarrollados.
El hecho de que el capital financiero de los países centrales vague por el mundo para apropiarse de la riqueza de los distintos países o para especular no significa que el conjunto del capital tenga esa movilidad, sólo apenas el capital controlado por las corruptas oligarquías financieras de los países desarrollados Y lo que predomina en ese movimiento de capital no es la parte que se vincula a la producción, sino aquella ligada a la especulación.
El predominio del capital financiero puramente especulativo es la característica central de la economía imperialista en esta su fase moribunda. Ese hecho exacerba al límite el parasitismo típico de la etapa imperialista del capitalismo. Al mismo tiempo, al establecer ligazones financieras en todas partes del mundo, moviéndose literalmente a la velocidad de la luz, ese capital especulativo condujo a la economía mundial a un grado de vulnerabilidad nunca verificado anteriormente. Y, por fin, al retirarse de la producción, y aplastarla, llevó al desempleo y a la miseria a millones de trabajadores. Es esa la globalización posible en la etapa senil del imperialismo: la globalización del hambre y la miseria.
Como dijo el compañero Claudio Campos, secretario general del Movimiento Revolucionario 8 de Octubre (MR8), de Brasil, en un reciente artículo titulado "Sin soberanía nacional no hay globalización, hay imperialismo": "Es un antiguo sueño del ser humano que la Humanidad sea una sola, con una sola e integrada cultura y economía, que los hombres sean solidarios en todo el mundo, sin estrecheces ni egoísmos nacionales. Pero es evidente que eso sólo puede ser fruto de la acción y la decisión de hombres libres e independientes. El sofocamiento, aplastamiento y sumisión de algunas naciones por otras no puede conducir a 'globalización', integración alguna, sólo a la desintegración, a la esclavización de la gran mayoría". Y concluyó: "El imperialismo, la sujeción política y económica de algunas naciones a otras, es hoy precisamente el principal obstáculo de esa integración. Quien quiera en realidad alcanzarla debe luchar enérgicamente por la independencia y la soberanía de los pueblos, porque es lo único que puede servir de base a una integración verdadera."
El creciente aislamiento al que se viene sometiendo el imperio americano demuestra que ese nuevo mundo ya comienza a ser construido. Hasta en la ONU, donde los Estados Unidos venían teniendo la hegemonía, se está manifestando ese aislamiento.
En mayo de 2001, el Consejo Económico Social de la ONU excluyó a los Estados Unidos, por la mayoría de votos de sus miembros, de dos importantes comisiones de la institución: la de Derechos Humanos y la de Control de Narcóticos. También el año pasado, el gobierno norteamericano abandonó en solitario el Protocolo de Kyoto sobre medio ambiente y la Conferencia de la ONU sobre racismo.
Y ahora acaba
de sufrir otra clamorosa derrota en ese organismo: a pesar de todas las presiones
que ejerció, fue ampliamente rechazada por votación su tentativa de
expulsar al diplomático brasileño José Mauricio Bustani de la dirección general
de la Organización para la Prohibición de Armas Químicas (OPAQ). El diplomático
brasileño viene siendo un importante obstáculo para la compulsión histérica
del gobierno de Bush de volver a agredir al bravo pueblo iraquí. La victoria
obtenida en la ONU es una victoria del pueblo iraquí. Es una satisfacción
muy grande, para nosotros, brasileños, que haya sido un brasileño el instrumento
de esa victoria. ¡Iraq vencerá! ¡La humanidad vencerá!
"Globalización" es el nuevo nombre del imperialismo
13/6/02