Ave de olvido llévate siempre
el ruido sonoro de mi desesperación,
que consume en llanto el grito interno
y retoma el vuelo con tan vil fragilidad,
aún suspendido en el espacio donde el ruido
viaja y donde la frescura interna se convierte
en frialdad, ¡vete lejos! No me mires que en tu presencia
clavas en mí tu prisión.
Con tus ojos tristes me mirabas,
entendí bien tu frustración,
y viví en carne, la inmensa agonía
que llevabas dentro por tu vil decepción;
en esa caída donde no pudiste, levantar el vuelo
y ser libre otra vez y la prisión cubrió tu mirada tierna, tu vida
misma y tu juventud, cerrando la puerta a la
esperanza misma donde el blanco cielo cubriera
tu luz, y las migajas mismas del amor sincero
escaseaban siempre, por una cadena, que entre
peso y peso, agrandaba más la locura misma, la
frescura interna, para que el tiempo mismo le
diera fin.
Y las noches pasaron así como el mar, que aún
siendo grande su profundidad aumenta, mas la
esperanza fija de mirar el horizonte logró
con voluntad, romper las cadenas, para que el
vuelo en alto pudieras erguir con tu mirada
clara y tus suaves alas a nuevos mundos
poder sonreír.
Y ahí te ví, en el nuevo mundo con la oscuridad completa
del tardo amanecer, mi tierna ave, paloma indefensa
entre peligro y soledad poder subsistir, te ofrecí mi mano
me pediste amor, y ante el asombro absoluto de tu bella
hermosura, mi mundo giró llegó la cordura y por tu sabio
cuidado volví a nacer.
Ave mía, rendido a tus pies, resisto pedir que te vayas
una vez más, sé libre y flota ante lo bello que es la
vida donde la alegría sigue y el horizonte no tiene fin, pues
quizá en mi mano aún exista prisión, aún ¡oh, mi amor!
incompleta estás, mas tu alma es pura y tu grandeza alta,
para que mi sola oración pida que te quedes aquí.