Rosario Castellanos

  • El otro
  • Lo cotidiano
  • Apelación al solitario
  • Destino

  • El otro

    ¿Por qué decir nombres de dioses, astros
    espumas de un océano invisible,
    polen de los jardines más remotos?
    Si nos duele la vida, si cada día llega
    desgarrando la entraña, si cada noche cae
    convulsa, asesinada.
    Si nos duele el dolor en alguien, en un hombre
    al que no conocemos, pero está
    presente a todas horas y es la víctima
    y el enemigo y el amor y todo
    lo que nos falta para ser enteros.
    Nunca digas que es tuya la tiniebla,
    no te bebas de un sorbo la alegría.
    Mira a tu alrededor: hay otro, siempre hay otro.
    Lo que él respira es lo que a ti te asfixia,
    lo que come es tu hambre.
    Muere con la mitad más pura de tu muerte.


    Lo cotidiano

    Para el amor no hay cielo, amor, sólo este día;
    este cabello triste que se cae
    cuando te estás peinando ante el espejo.
    Esos túneles largos
    que se atraviesan con jadeo y asfixia,
    las paredes sin ojos,
    el hueco que resuena
    de alguna voz oculta y sin sentido.

    Para el amor no hay tregua, amor. La noche
    no se vuelve, de pronto, respirable.
    Y cuando un astro rompe sus cadenas
    y lo ves zigzaguear, loco, y perderse,
    no por ello la ley suelta sus garfios.
    El encuentro es a oscuras. En el beso se mezcla
    el sabor de las lágrimas.
    Y en el abrazo ciñes
    el recuerdo de aquella orfandad, de aquella muerte.


    Mariana Yampolsky

    Apelación al solitario

    Es necesario, a veces, encontrar compañía.

    Amigo, no es posible ni nacer ni morir
    sino con otro. Es bueno
    que la amistad le quite
    al trabajo esa cara de castigo
    y a la alegría ese aire ilícito de robo.

    ¿Cómo podrás estar solo a la hora
    completa, en que las cosas y tú hablan y hablan,
    hasta el amanecer?


    Destino

    Matamos lo que amamos. Lo demás
    no ha estado vivo nunca.
    Ninguno está tan cerca. A ningún otro hiere
    un olvido, una ausencia, a veces menos.
    Matamos lo que amamos. ¡Que cese ya esta asfixia
    de respirar con un pulmón ajeno!
    El aire no es bastante
    para los dos. Y no basta la tierra
    para los cuerpos juntos
    y la ración de la esperanza es poca
    y el dolor no se puede compartir.

    El hombre es animal de soledades,
    ciervo con una flecha en el ijar
    que huye y se desangra.

    Ah, pero el odio, su fijeza insomne
    de pupilas de vidrio; su actitud
    que es a la vez reposo y amenaza.

    El ciervo va a beber y en el agua aparece
    el reflejo de un tigre.
    El ciervo bebe el agua y la imagen. Se vuelve
    —antes que lo devoren— (cómplice, fascinado)
    igual a su enemigo.

    Damos la vida sólo a lo que odiamos.


    Sobre la autora