José Morales Saravia Oceánidas Lima: editorial San Marcos, 2006.
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OCEÁNIDAS / JOSÉ MORALES O LA DESMESURA
Hay libros y obras que tienen el designio de la imprevisibilidad y surgen como una rara flor o, a veces, como un escollo o una trampa. Ese ha sido el lugar que ha ocupado desde 1979 la poesía de José Morales. Ese año, en el sello de una pequeña editorial artesanal, Ruray, apareció Cactáceas, un delgado libro de tapas amarillas que era el origen de un amplio y ambicioso proyecto. Difícil, alejada de los cánones y caminos poéticos dominantes en esos años, leída por muy pocos pero respetada sin reservas, la poesía de Morales siguió en los años siguientes expandiéndose y madurando en su secreto. Recuerdo largas conversaciones con el autor a fines de los años setenta y de los primeros ochenta, en las que me explicaba y cartografiaba minuciosamente su sistema poético. Empleo este término de reminiscencias lezamianas para entender el sentido de una propuesta que no se sustentaba en los poemas individuales, ni en el dinamismo, la experimentación o la vivacidad de la escritura que se esclarece en su proceso. Por el contrario, Morales privilegiaba aún antes de escribir la primera palabra, la estructura, el sentido global, un diseño que quería ser una genealogía y una geología y en el que se iban descubriendo linajes, estratos, sedimentos. Las plantas espinosas de pobres raíces (sábilas, cabuyas y pencas), fijas en el suelo árido y nostálgicas de un origen que se confundía con un destino, iniciaban una travesía cósmica. El sistema poético de Morales era el itinerario de ese viaje y sus metamorfosis: las cactáceas se volvían parásitas orquídeas para ir ascendiendo con sus raíces aéreas y transformarse luego en flamencos, cigüeñas, alargados cirros, o feroces ventiscas. Y también las metamorfosis del mar en tortugas, corales, peces, o los inmensos recorridos oceánicos hasta retornar otra vez a la fijeza del principio, el retorno a la tierra pero ahora con enormes raíces de ceibas. Se trata de la aventura del estar en el mundo, el destino del enraizar o el pertenecer, y todo articulado en los ciclos de un mito anterior a los hombres en el que solo existe el germen que origina e impulsa a la naturaleza, la irradiación de las mutaciones, el devenir. “La mañana se alza, se oyen las gaviotas poniéndose sus albas crestas a las olas; los cangrejos trazan su discurso oblicuo; / vuela un pez muy breve; un guijarro llano toca uno a uno varios tumbos, grises dorsos de los escualos; / saltan delfines”. Este fragmento elegido al azar -y podría haber sido cualquier otro- revela esa in–humanidad a la que me refería: una voz poética que es germen y sólo nombra el mundo en la máquina de sus transformaciones. Este aliento alegórico es, por cierto, uno de los vértices que sostiene el proyecto de Oceánidas, el otro es su artificiosidad. Desde su primer libro, la escritura de Morales se aposentó en un dominio de la poesía latinoamericana, el neobarroco, que ha ido con el tiempo ganando fuerza y reconocimiento entre nosotros y que se regocija en la manipulación, el esguince, la mutación y la permanente transformación de los signos: “Garza alabastra prístina, de surto mal / inflora fiel: genuflexión de gavilán / mirta desde puesto présbito, ¿sólo abril/ fecha plumas y desfojes bajo clavel?”. Estos versos pertenecen al Sonnet d´automne, uno de los poemas de “Los males de la flor”, tal vez una de las estancias más oscuras del proyecto, pero nos proporcionan una impresión del tejido lingüístico de los textos que no se presenta como un conflicto con el lenguaje, sino como un laborioso hervidero. El neobarroco de José Morales es más conceptista que sensual, más pensado que asumido e interiorizado como un apasionamiento sensorial y lingüístico; se trata de un monumento helado y en su frialdad y desmesura están sus riesgos y sus límites. Oceánidas tiene, pues, la planificación de una gran casa con sus espacios, alzamientos, salientes, texturas y acabados, pero queda la sensación de que uno está recorriendo una casa deshabitada. Pero deshabitada o no, haberse empeñado más de veinticinco años en construir esa casa es ya sorprendente y ejemplar. Hoy, en el que toda poesía es margen y disidencia y rareza, el proyecto de José Morales tal vez ya no parezca tan imprevisible. Sospecho, incluso, que va a convertirse en un referente fundamental entre los pocos libros y autores que realmente cuentan.
Carlos López Degregori |