Paul Guillén La transformación de los metales Lima: tRpode, 2005
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LA TRANSFORMACIÓN DE LOS METALES / EL NACIMIENTO HACIA LA MUERTE
El texto principia con el poema y estancia titulados “El Prado”, como alegoría inicial que descubre un sujeto, que parece plantear su existencia en el enfrentamiento con la realidad y las construcciones que lo cobijan y conflictúan; y a las cuales, no atina bien el modo de rehuir, si con la autorreflexión, el escepticismo o la completa negación. La imagen del Prado hace que se proyecten en la naturaleza las características de la totalidad del cuerpo y espíritu que el hombre aspira a conseguir, pero que le son ajenas desde su origen pedestre, desde el Prado que no puede gobernar: “El prado no distingue entre las eras / y sólo se limita a hablar del caos y el olvido”. El yo lírico del poema se enfrenta a esta realidad insoportable que organiza el tiempo y el espacio que comparten, a su libre albedrío, desde el caos; y que nace no de la palabra, mas bien del silencio (“de signos robustos que nos hieren con las manos”); que destruyen con violencia, transforman y aturden en su continuidad, “no nos deja seguir pensando”, que no es conocimiento, pero persevera en la existencia mejor que si lo fuera. Este primer poema es uno de los más logrados del libro y enlaza muy bien el Fin y el Principio (el orden no es accidental) del corpus más extenso: “A mí me jode el viento / mucho más que la verdad” Siendo el yo lírico un cuerpo esencialmente unido al cosmos, en las directrices que contacta este con la tierra. Un cuerpo alejado del cosmos, es pues el descubrimiento de una tragedia, donde el no ser significa permanecer inmóvil entre la creación o la destrucción, en el limbo; equivale a una conciencia devastada por su peso ontológico, atrapada en un constante limbo de inmortalidad forzada y sufriente, desde donde no se sabe de uno mismo, más allá de la sola pregunta “¿y esos trazos desesperados se los llevó la muerte?”. La relación hermética entre el sujeto y el mundo trata de ser expresada a través del poemario, desde las claves más precisas de la realidad universal, que también lo son de la poesía más compleja: El nacimiento hacia la muerte, y en medio, la travesía; y sus imágenes alegóricas correspondientes, como la continuidad de las aguas, la navegación como tránsito de ensimismamiento, el escepticismo racional ante la irreferencialidad que prefigura el retorno fatídico ante la misma pregunta por la existencia, que reclama un destino, un puerto que cure la ansiedad. En “Del océano podrido primordial”, la alegoría así planteada se expande para explicar el origen en la propia muerte y su escatología. La imagen del barquero y la descripción de su espacio de cadáveres-navíos, transportándose por ríos de sangre donde “sus propias aguas serán la muerte”, nos trae a la memoria la temática ojediana y su magistral exploración ontológica del hombre frente al poder, la muerte como consecuencia totalizante. El origen indiferenciado de los seres, como el milenario transcurso de los metales, hacen que en esta segunda estancia se hagan más fuertes las imágenes del neo-nato, el limbo y la infinitud del mar. En “De la dulce infinita bóveda materna”, el yo lírico nos describe una semiótica del vacío, este punto medio de existencia en la forma de un navío enfrentado a la terrible realidad que significa amanecer en algún puerto. El yo lírico se dirige al oyente desde una posición que conservará hasta el siguiente apartado. Parece hablarnos desde su actante virgiliano, sin ser un Virgilio meramente referencial, acercándose más bien a una poderosa conciencia de imaginería verbal, que conlleva a la fórmula del Elogio. “Ese niño que vaga perdido, jamás encontrará el camino de regreso al vientre materno”, parece ser en el poemario una metáfora de la condición humana, del sujeto escindido, originado en el dulce caos, cargado de vacío constitutivo y limbo hasta su postrero retorno a la “dulce infinita bóveda materna”. Hablamos del Elogio en este poemario, y creo que podríamos aprehender este concepto no sólo desde el mero contenido de la fórmula y el de la imagen, para nombrar un sujeto que afirma: “te das cuenta que lo único que queda es elogiar tu muerte y espanto”. Aquí el elogio nace de la imposibilidad de conocer un orden entre las categorías, y escapa a la mirada segura del mundo de las convenciones, descubre la falibilidad de la palabra: “estas palabras muertas que se incrustan en los muros/ no nos dicen nada del mañana o del presente/ por encima de la embarcación nada se ve/...nuestras manos/ rotas por las venas tiemblan y se espantan/ de tener que recorrer siempre un mismo camino”. En este caso las imágenes del libro podrían considerarse un elogio de la muerte, como la más patente de las realidades, como diría Heidegger, nuestra más grande certeza. La muerte es el navío, el elogio del navío o el elogio del barquero, según se vea, todo aquello que diferencia y hermana al yo lírico, de la masa tristemente irredenta del limbo. Si la clave del Elogio y la imagen del barquero nos acercan a estas reflexiones, la imagen del no-nato hará enlace con la tercera estancia titulada “La muerte del hombre amarillo”, hasta donde quedará sellado un uniforme estilo de registro. “La muerte del hombre amarillo” y “La transformación de los metales”, los poemas más logrados de este apartado coincidirán en expresar la continuidad del mundo real o irreal (tema que sigue su paso desde “El Prado”), desde la mirada de lo que no se siente vivo, fenomenológicamente hablando, (el metal o el no-nato), apareciendo otra vez la imagen del paso acuático, inverso hacia el no ser, inverso del amniótico, más semejante al cauce del Leteo, tan cerca, tan dependiente, tan semejante, pero a la vez tan alejado de la divinidad: “Es tan extraño estar debajo de los dioses y ver pasar los ciclos y las estaciones o como prefieran llamar a esta desgracia” El Elogio se extenderá en la Estancia Final, “Salmos de Marco Valerio”, tanto a nivel temático, como al nivel de intertextualidad. Guillén parece actualizar la tradición poética, recorriendo y en cierta medida, renovando, la temática y la conformación de la estética ojediana, así que podríamos estar hablando de otra acepción del vocablo Elogio, desde el concepto más íntimo de la imitatio. La referencia cultista y la construcción de un lector que asuma la responsabilidad de tomar este último apartado como una construcción y registro de una intensa aventura de pasión y conocimiento, desde el final y el principio del transcurso. Marco Valerio, es la experiencia sintetizada en nombre, del sujeto que hemos relevado en el poemario, que instaura una semiótica referencial de auténtica reconstrucción espacial y temporal. El actante Marco Valerio, nos habla de la vejez del tránsito hacia la muerte, pero también de la caducidad de términos que han nacido ya muertos, como los de alma, civilización e historia. Y aún aquí, el tema que hemos venido rastreando, como directriz de esta presentación, se hace presente. Así, como Marco Valerio puede figurar el final de un ritual en todo el libro, también acierta en representar este limbo de constante retorno que ya habíamos anotado. El apartado tres empieza “Oh tú Marco Valerio hijo mío no nacido aún creo que nunca nacerás”, en un diálogo autorreferencial entre el Marco Valerio existente en la debacle y su alter ego, imaginado, emergente desde la posibilidad de esta segunda naturaleza límbica que hemos perseguido en el análisis. Estos dos actantes dialogan en su plena conformación, encerrando en sí mismos, como sujetos escindidos, el conocimiento total. Este apartado es el que en realidad contiene la forma anunciada del título, la estructura del Salmo en plena lucidez, simulando un intento ya fallido, porque la vida es un fracaso desde que se inicia, y en este primer y maduro libro de Paul Guillén se canta bellamente a este fracaso, que es la muerte.
Miguel Ángel Malpartida |