Ernesto Lumbreras |
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E L C I E L O (Fragmentos)
El que se den unidamente el respiro y la visión, y no como simple posibilidad sino en el acto, es ya un alto, puro cielo. María Zambrano
El cielo es un sauce desbordado. Entre sus ramas el sol es una oropéndola.
* Lo anterior provocará burla en los bribones. No me importa. El cielo es un sauce desbordado. Contiene en sus ramas, además de la oropéndola, un relámpago en reposo. Otra cosa es su reunión de violonchelos. Graves como piedra de arroyo. Tibios como una verdad. Ríanse vagos de esquina. No debe importarme. Buscando mi alma entre las llaves de San Pedro me encontré un chorro de agua. Ahora sin dilación de pluma puedo decirlo. El cielo es un sauce desbordado. Todo su follaje es una oración.
* exclamación o escaramuza de ardillas: ¡Cielo de San Francisco eres en Robert Frost una colina verde, una colina verde!
* También es una colina verde. Cómo no estar de acuerdo. En su césped el horizonte arde. Yo en cambio corro hasta su cima deseando encontrar un hacha de piedra o el cráneo de un toro. No les creará problemas estar de acuerdo conmigo. Una astilla de palomar en la hierba puede darnos la razón.
SAUCE DESBORDADO Su follaje: la piedad de quien duerme un corazón entre abejas. Su tronco: la lección de tinieblas de una parvada / la primavera en una brizna de escarcha. Su raíz: una larva de serafín en la sangre / lo múltiple de una hora de junio / el sol de las oraciones que nadie oye.
REUNIÓN DE VIOLONCHELOS
Copular y llover me recuerdan la noche blanca de un sauce. No siempre fue así. Antes poseía un deseo de piedras fósiles cuando la eyaculación (ojos de hormiga) anunciaba para mí una flama de alcohol. Ahora el culo de Helena (una alusión más festiva del cielo) me turba con su fuelle: espiral de petirrojo / grifo sin vocación. Ahora la penetro dormida con una lumbre de rosas. Ahora la penetro despierta con un aguacero. No siempre fue así. Copular y llover, en un tiempo lejano, no alumbraban recuerdos de ninguna noche blanca en ningún sauce.
Un caballo bebe luz a la orilla del cielo. Toma la sed con cautela de sapo entre nenúfares. En sus ojos, el otoño trama un molino de agua. A todos les pediré no asustarlo con monturas y espuelas. Un caballo que bebe nubarrones sólo reclama nuestra mirada.
Un gusto de castores en su fuente aturde mi corazón. Pensé en belfos de diablo cuando sobre un campo amarillo, el cielo dejaba fluir una leve parvada. Mi emoción, una ausencia de sal en la noche, contuvo sus labores de riego. ¿Qué espuma beber entonces, como semilla de cópula, leal a las constelaciones de un sauce? Habrá una aurora de frutos amargos para saberlo.
VAGOS EN UNA ESQUINA BLANCA
En un esquina blanca se oyen estas voces: sabe a lumbre arroyo más noche puro corazón grifo sin gracia puta enamorada vinagre Uno de ellos observa el cielo. Le hunde el pensamiento. Lo satura de sílabas: chaparrón sobre un bosque / parvada sobre un estanque. Acaso desea una torre de caracol para sosegar la noche. Acaso reniega de un pubis húmedo, si sus amigos, prenden candela a un cordero dormido
D E S P E J A D O
Robert Frost se levanta recordando un poema
de Píndaro o de Ovidio. Después del desayuno
lo veo cortar la hierba con un panamá blanco
en su cabeza blanca. Me ha propuesto, cercado
de un centenar de ardillas: "Venga a comer a casa.
Un camino con sombra tendremos en la mesa."
Tras su mudez se esconden las pícaras de nueces
rojas y de cola ancha como un corazón bueno.
No dirá más, se aleja con estribos de fraile
a remover el sol entre las briznas de hierba.
¡Cielo de San Francisco eres en Robert Frost
una colina verde, una colina verde!
* (e l c a b a l l o) Mirémosles comer lenguas de sol o alumbrar la noche con su orina. Ahora que si el observador de tempestades nos asegura una cuadra soleada hablaremos del cielo con camarería. Para despedirlo le daré una arroba de alfalfa. Después querrá un hormiguero para blanquear su osamenta. Ya entrada la noche escucharemos su galope sobre nuestro tejado.
* (h e l e n a) Ni humedad de bosque o fragor de duna. Una campana de incienso es su coño. Montarla de mediodía: labio asediado por flamas: ámbar tras la música. Sorbe un plantón de astillas. Lava mi glande en su ponzoña trémula. Ni humedad de bosque o fragor de duna. Su placer: hiel, alfileres, escarabajos. Se revuelca saturada de un corazón larvado. Montarla de noche: su rendija de boca de sapo: su landa de nenúfares: su oráculo que fuella. Hacerle llover en su claraboya rota. Mover los follajes.
* (labores de riego) Como quien duerme bajo un sauce, veo el cielo. Un goterón de Prusia me come los ojos. Su avidez termina en glebas de espuma. Fluir es su rabia: música de huesos. En su vastedad el colibrí toma la primavera de una isla. A la noche, el sauce de mis preguntas hunde santuarios de pólvora, legiones de plumas.
LO QUE DIJERON LAS ESTRELLAS EN EL OJO DE UN SAPO (Inédito) 1 Agua del limbo donde se mira, sin estar, el ciervo.
5 Enunciación de actos que están sucediendo: del presente remoto de una enfermedad mortal al pasado líquido de la gota de ámbar que nunca caerá. Actos que están siendo, diré también al final de esta anotación, pero, que de algún modo dejaron ya en mi alma una marca de agua que fluye.
13 Atravieso el umbral de la vigilia; en mi sueño prosigue la lluvia de oro lloviendo sin cesar su epifanía. Puedo regresar (y lo hago con timbales) al reino de este mundo y llevar conmigo a mi hija (con su paraguas amarillo y su risa de “mira ese sapo de lumbre”). Como hombre de bien gritaré, ronco, muy ronco, ¿quién está vivo en esa realidad de alegrías rápidas? para luego apretar el paso tras oír la cadencia del agua corriendo entre el musgo. Y ahí, otra vez, bajo la bóveda de estrellas nos iremos poco a poco despertando mientras la mano del amor orea al sol nuestras botas manchadas de un fango dorado.
16 Emoción de quedarme dormido en un pasto momentáneo. Así no más, mientras lo que es se fortalece y no acaba.
17 Apenas despierte comenzaré a repartirme hasta quedar de nuevo dormido y mojado por la mirada de un pájaro bobo.
18 Te llamaré piedra de ámbar dentro de un vaso de agua. Ni salvación de ánimas en un huerto de granados. Ni noria de sapos azules. Desde antes de despertar tuve ese nombre, hecho con una alegría fácil como de campana a la hora del ángelus. Busqué una música de patio interior y un abanico de viaje largo para que al llamarte estuvieras aquí, sin haberte ido, despertando apenas con cara de haber soñado un jaguar abriendo a canal tu propio sueño. De algún modo así ya te llamabas, en la otra vida, sin que mis palabras te inventaran saliendo de la tina de baño y yo me encontrará ahí para decirte, te llamaré piedra de ámbar dentro de un vaso de agua.
19 (Ozumba) Subimos la montaña donde duermen, a pleno sol, los muertos. Como río turbio o mercado de domingo, el otoño cantaba su luz en nuestros ojos. Llevados por san Miguel Arcángel, la tarde que caía nos iluminaba por dentro. Entre aquellas tumbas, tu pie marcaba su rastro en un camino de arena que para el regreso ya no era un camino de arena. Yo tenía mi mano en tu mano. Tú tenías pensamientos de callar y muchos nombres de flores. Subimos la montaña buscando una aparición que ya no estaba: ¿un niño tocando un tambor?, ¿un perro orinando una piedra negra? ¿un templo sostenido por abejas? Cuando la realidad nos habla así, en el lenguaje de la poesía, me resulta embarazoso contrariarla, creerle la mitad, tirarla de loca. Yo tenía mi mano en tu mano. Tú tenías un corazón que deseaba dormir en la hierba. La realidad nos hablaba de esa forma, en ese camposanto mojado de polen, en esa iglesia que ya no estaría cuando abriéramos los ojos. Entonces, yo te hablé, abusando de la literatura, de la Antología de Spoon River de Edgar Lee Master donde los difuntos de ese poblado del medio oeste norteamericano “todos, todos están durmiendo en la colina.” La belleza que sabe cortar hierba de anís estaba en tu rostro. Yo te miré hondo porque el dolor de la verdad es también lo bello de tu rostro. Luego callamos, callamos un silencio al que pudimos rotularle un verso que dijera: el amor es la luz que los muertos ven. Pero realmente no estábamos para escribir sino para presenciar, corpóreamente, el espíritu de la poesía.
26 Oyendo un molino de viento, quiero respirar la vida que tuve. Lo que no quiero, y eso se dice fácil, es un garfio de gavilán rayando el agua.
Ernesto Lumbreras (Ahualulco de Mercado, Jalisco, 1966). Es egresado de la carrera de Administración Pública de la Universidad de Guadalajara. Ha publicado en poesía: Clamor de agua (1990); Espuela para demorar el viaje (1993); El cielo (1998) y Encaminador de almas (1999). En crítica: Del verbo dar. Emboscadas a la poesía, (2003). Ha recibido la Beca de poesía en la categoría de "Jóvenes Creadores" del Fondo Nacional para la Cultura y las Artes en tres ocasiones: 1989-1990, 1994-1995 y 1996-1997; el Premio Nacional de Poesía Ciudad de la Paz en 1991, Premio Nacional de Poesía Aguascalientes 1992, Premio de Poesía: “México Tierra de Imágenes” 1993. También la Beca del Ministerio de asuntos Sociales de España, para asistir al Congreso Foro Joven de Escritores Iberoamericanos en Mollina, Málaga, España, 1993, beca Programa de Intercambio de Residencias Artísticas México-Canadá 1998 y Primera mención en el V Premio FILIJ de Dramaturgia el Mejor teatro para niños 1999. |