Francis Ponge

My creative method


Sidi-Madani, jueves 18 de diciembre de 1947.

Sin duda que no soy muy inteligente: en todo caso, las ideas no son mi fuerte. Siempre he sido decepcionado por ellas. Las opiniones mejor fundadas, los sistemas filosóficos más armoniosos (los mejor construidos) siempre me parecieron absolutamente frágiles, me causaron desasosiego, melancolía, una penosa sensación de inconsistencia. Me siento menos seguro que nadie de las proposiciones que puedo llegar a pronunciar durante una discusión. Las que se me oponen me parecen casi siempre igualmente válidas; digamos, para ser exacto: ni más ni menos válidas. Me convencen, me desarman fácilmente. Y cuando digo que me convencen, quiero decir, antes que de una verdad, por lo menos de la fragilidad de mi propia opinión. Y además, el valor de los ideas se me presenta la mayoría de las veces en razón inversa al ardor empleado para sostenerlas. El tono de la convicción (e incluso de la sinceridad) se adopta, según creo, tanto para convencerse uno mismo como para convencer al interlocutor, y más aún quizás para reemplazar la convicción. De alguna manera, para reemplazar la verdad ausente de las proposiciones sostenidas. Eso es lo que siento muy profundamente.

De modo que las ideas como tales se me presentan como aquello de lo que menos soy capaz, y casi no me interesan. Me dirán sin duda que esto también es una idea (una opinión)... pero: las ideas, las opiniones me parece que son gobernadas en cada uno de nosotros por algo muy distinto al libre albedrío o al juicio. Nada me parece más subjetivo, más epifenoménico. Apenas puedo entender que alguien se vanaglorie de ellas. Me parecería insoportable que se pretendiera imponerlas. Procurar que la propia opinión sea válida objetivamente, o de manera absoluta, me parece tan absurdo como afirmar por ejemplo que los cabellos rubios rizados son más verdaderos que los cabellos negros lacios, el canto del ruiseñor más cercano a la verdad que el relincho del caballo. (En cambio, a menudo llego a formular las cosas y tal vez tenga un don para ello. "Lo que usted quiere decir es lo siguiente..." y generalmente obtengo el consenso de quien hablaba sobre la fórmula que le propongo. ¿Acaso es un don de escritor? Tal vez.)

Ocurre algo un tanto diferente con lo que llamaré las constataciones; o si se quiere, las ideas experimentales. Siempre me pareció deseable que nos entendiéramos, si no en torno a opiniones, al menos acerca de hechos bien establecidos, y si esto todavía resulta demasiado pretencioso, al menos acerca de algunas definiciones sólidas.  

  Tal vez era natural que con tales disposiciones (disgusto por las ideas, gusto por las definiciones) me dedicara al inventario y a la definición en primer lugar de los objetos del mundo exterior, y entre ellos de los que constituyen el universo familiar de los hombres de nuestra sociedad en nuestra época. ¿Y por qué, me objetarán, recomenzar lo que tantas veces se ha hecho y que está establecido en los diccionarios y enciclopedias? - Entonces, respondería yo, ¿por qué y cómo es posible que existan varios diccionarios y enciclopedias en la misma lengua al mismo tiempo, y que sus definiciones de los mismos objetos no sean idénticas? Sobre todo, ¿cómo es posible que antes bien pareciera que se trata de las definiciones de las palabras y no de la definición de las cosas? ¿De dónde surge el hecho de que pueda tener esa impresión, a decir verdad bastante estrafalaria? ¿De dónde surge esa diferencia, ese margen inconcebible entre la definición de una palabra y la descripción de la cosa que esa palabra designa? ¿De dónde surge que las definiciones de los diccionarios nos parezcan tan lamentablemente despojadas de concreción, y las descripciones (de novelas o poemas, por ejemplo) tan incompletas (o demasiado particulares y detalladas por el contrario), tan arbitrarias, tan azarosas? ¿No podríamos imaginar una clase de escritos (nuevos) que situándose aproximadamente entre ambos géneros (definición y descripción) tomaran del primero su infalibilidad, su indubitabilidad e incluso su brevedad, y del segundo su respeto por el aspecto sensorial de las cosas...?

 

Sidi-Madani, lunes 5 de enero de 1948 (1).

(...) No he publicado mucho más que un pequeño libro titulado De parte de las cosas. Hace cinco o seis años. Y sucede que habiéndolo leído algunas personas, resultó que un pequeño número me pidió explicaciones al respecto, deseando sobre todo que yo revelara un poco más mi método creativo, según decían.  

Naturalmente, eso me parece muy gentil. A decir verdad, también un poco embarazoso, pero era de esperar que pasara.

 Por supuesto, si tengo que ser completamente sincero, no concibo que se pueda escribir valederamente de una manera distinta a como lo hago yo.

 La primera pregunta que plantearé es la siguiente: ¿Cómo se puede escribir?

  

Sidi-Madani, viernes 9 de enero de 1948.      

Nada más banal que lo que me ocurre, ni más simple que la solución del problema que se me plantea. 

Mi pequeño libro: De parte de las cosas, que apareció hace casi seis años, dio lugar desde entonces a un determinado número de artículos críticos - en general bastante favorables - que hicieron conocer mi nombre en algunos círculos incluso más allá de las fronteras de Francia.

Aun cuando los textos muy breves de los que se compone ese ínfimo conjunto no contienen explícitamente ninguna tesis filosófica, moral, estética, política o de otro tipo, la mayoría de los comentaristas brindaron interpretaciones derivadas de esas diversas disciplinas.

Más recientemente, dos o tres críticos finalmente abordaron el estudio de la forma de mis textos (Estudios de J. Tortel, Ph. Jaccottet y L. G. Gros, aparecidos entre 1944 y 1947- NT).

La revista Trivium publicó uno de esos estudios, y como yo expresara mi satisfacción, me pidieron que agregara algunos comentarios propios sobre lo que una de mis críticas más benevolentes, Mrs. Betty Miller, llamó mi método creativo.

 

Sidi-Madani, sábado 10 de enero de 1948. 

"Dirigiéndome a los poetas, dice Sócrates, examiné las obras suyas que me parecieron mejor trabajadas, y les pregunté lo que querían decir, y cuál era su objeto, para que me sirvieran de instrucción. Pudor tengo, atenienses, en deciros la verdad; pero no hay remedio, es preciso decirla. No hubo uno de todos los que estaban presentes, incluidos los mismos autores, que supiese hablar ni dar razón de sus poemas. Conocí desde luego que no es la sabiduría la que guía a los poetas, sino ciertos movimientos de la naturaleza y un entusiasmo semejante al de los profetas y adivinos; que todos dicen muy buenas cosas, sin comprender nada de lo que dicen. Los poetas me parecieron estar en este caso; y al mismo tiempo me convencí que a título de poetas se creían los más sabios en todas las materias, si bien nada entendían. Los dejé, pues, persuadido de que era yo superior a ellos...

 ...En fin, fui en busca de los artistas. Estaba bien convencido de que yo nada entendía de su profesión, que los encontraría muy capaces de hacer muy buenas cosas, y en esto no podía engañarme. Sabían cosas que yo ignoraba, y en esto eran ellos más sabios que yo. Pero, atenienses, los más entendidos entre ellos me parecieron incurrir en el mismo defecto que los poetas, porque no hallé uno que, a título de ser buen artista, no se creyese muy capaz y muy instruido en las más grandes cosas; y esta extravagancia quitaba todo el mérito a su habilidad. Me pregunté, pues, a mí mismo... si querría más ser tal como soy sin la habilidad de estas gentes, e igualmente sin su ignorancia, o bien tener una y la otra y ser como ellos, y me respondí a mí mismo... que era mejor para mí ser como soy." (Utilizamos la versión editada por José Vasconcelos, con el sello de la Universidad Nacional de México en 1921, que recuerda el sabor arcaico de la que cita Ponge- NT).

¿Qué extraemos de lo precedente, si no (con el debido respeto) cierta estupidez de Sócrates? ¿Qué idea es esa de preguntarle a un poeta lo que quiso decir? ¿No es acaso evidente que si él es el único que no puede explicarlo es porque no puede decirlo de otra manera que como lo ha dicho (y que si no, lo habría dicho de un modo diferente)?

Y de allí deduzco también la certidumbre de la inferioridad de Sócrates con respecto a los poetas y a los artistas - y no su superioridad.

Porque si Sócrates en efecto es sabio en la medida en que conoce su ignorancia y solamente sabe que no sabe nada, y en efecto Sócrates no sabe nada (salvo esto), el poeta y el artista saben en cambio por lo menos lo que han expresado en sus obras mejor trabajadas.

Lo saben mejor que aquellos que lo pueden explicar (o pretenden hacerlo), porque lo saben en sus propios términos. Por otra parte, todo el mundo lo aprende en esos términos y lo retiene fácilmente en la memoria.

En seguida obtendremos de esto varias consecuencias (o ideas consecutivas). Pero tenemos que confesar primero que en efecto los poetas y los artistas abandonan muy a menudo su felicidad y su sabiduría, creen poder explicar sus poemas y creen también que su habilidad en esa técnica los hace aptos para intervenir en otras clases de problemas, lo que de ningún modo sucede fatalmente.

Que no se espere de mí semejante presunción. Cualquiera es más capaz que yo para explicar mis poemas. Y evidentemente soy el único que no puede hacerlo.

¿Pero acaso el hecho de que un poema no pueda ser explicado por su autor, antes que una vergüenza para el poema y su autor, no contribuye por el contrario a su gloria?

Y por cierto que tal vez lo único que sería una vergüenza para mí es que otro diga mejor que yo lo que quise decir y me persuada por ejemplo de un defecto (de una carencia) o por el contrario de una redundancia, que hubiese podido evitar. Por mi parte, corregiría de inmediato ese error, ya que la perfección del poema ciertamente me importa más que cualquier sentimiento de mi propia infalibilidad.

Pero finalmente, ¿acaso podría decirse que un poema que no puede ser explicado de ninguna manera es por definición un poema perfecto?

No. Hacen falta además otras cualidades, y quizá solamente una cualidad. Tal vez Sócrates no era tan estúpido como nos parecía al principio. ¿No tuvo acaso de alguna manera la idea de pedir que le explicaran un poema que llevara su evidencia consigo...? (Pero, ¿se lo llamaría todavía poema?...)

 

Sidi-Madani, sábado 31 de enero de 1948.

 

PLAN. - Poemas, que no se explican (Sócrates).

Superioridad de los poetas sobre los filósofos:

a) (no sé muy bien si tengo razón en emplear la palabra poeta),

b) (superioridad en tanto que no se creen superiores en nada más que en su poesía).

Sobre la evidencia poética. Evidentemente, debe ponerse en tela de juicio. Ése es el riesgo. Conocimiento poético (poesía y verdad).

De lo particular a lo común.

(Inclusión del humor: grandes juegos de palabras.)

Dos cosas llevan a la verdad:

la acción (la ciencia, el método), la poesía (a la mierda esa palabra);

¿la calificación?

- la constatación de relaciones de expresión.

Si defino a una mariposa como pétalo superfetatorio, ¿qué es más verdadero?

Poemas, que no se explican:

1º Poemas-poemas: porque no son lógicos. Objetos.

2º Poemas-fórmulas: más claros, impactantes, decisivos que cualquier explicación.

Superioridad de los poetas sobre los filósofos:

saben lo que expresan en sus propios términos.

De lo particular a lo común:

lo particular en el mundo exterior;

una retórica por objeto;

todo lenguaje tiende siempre al proverbio.

 

Sidi-Madani, martes 3 de febrero de 1948, de noche (1). 

Sin duda que nada es más halagador que lo que me ocurre, aunque cuando pienso en ello a pesar de todo me provoque risa. ¡Hace falta que la época esté tan curiosamente despojada como para que se le otorgue algún interés a una literatura como la mía! ¿Cómo es posible engañarse hasta ese punto?

Nunca, al escribir los textos de los cuales algunos integran De parte de las cosas, nunca hice más que divertirme, cuando tenía ganas, escribiendo solamente lo que se puede escribir sin romperse la cabeza, a propósito de las cosas más comunes, escogidas completamente al azar.

En verdad, se trata de una empresa concebida totalmente a la ligera, sin ninguna intención profunda e incluso, por cierto, sin la menor seriedad.

Nunca dije nada más que lo que se me pasaba por la cabeza en el momento en que lo decía, a propósito de objetos totalmente comunes, escogidos perfectamente al azar.

Como por ejemplo aquellas higueras de Berbería: ...

 

Le Grau-du-Roi, 26 de febrero de 1948. 

  PROEMIO. - El día en que se llegue a admitir como sincera y verdadera la declaración que pronuncio a cada momento de que no pretendo ser poeta, que utilizo el magma poético pero para librarme de él, que tiendo más a la convicción que a los encantos, que para mí se trata de desembocar en fórmulas claras e impersonales,

me complacerán,

se evitarán muchas discusiones ociosas con respecto a mí, etc.

Tiendo a las definiciones-descripciones que den cuenta del contenido actual de las nociones,

- para mí y para el francés de mi época (a la vez al día en el libro de la Cultura, y honesto, auténtico en su lectura para sí mismo).

Mi libro tiene que reemplazar: 1º el diccionario enciclopédico, 2º el diccionario etimológico, 3º el diccionario analógico (que no existe), 4º el diccionario de rimas (también de rimas internas), 5º el diccionario de sinónimos, etc., 6º toda poesía lírica a partir de la Naturaleza, de los objetos, etc.

Por el solo hecho de querer dar cuenta del contenido íntegro de sus nociones, me hago sacar, por los objetos, fuera del viejo humanismo, fuera del hombre actual y por delante de él. Le agrego al hombre las nuevas cualidades que nombro.

Eso es tomar partido por las cosas.

Tener en cuenta las palabras hace el resto... Pero la poesía como tal no me interesa, en la medida en que actualmente se denomina poesía el magma analógico en bruto. Las analogías son interesantes, pero menos que las diferencias. Hay que captar la cualidad diferencial a través de las analogías. Si digo que el interior de una nuez se asemeja a una almendra garrapiñada, es interesante. Pero más interesante aún es su diferencia. Hacer que se experimenten las analogías ya es algo. Nombrar la cualidad diferencial de la nuez es la meta, el progreso.

 

(Traducción de Silvio Mattoni)


Francis Ponge (Montpellier, 1899–Bar-Sur-Loup, 1988). Marcel Spada nos dice que la obra del poeta francés "no pertenece a ningún género en particular; es la suma de todos los géneros. Hay en ella el deseo de abolir las distinciones caprichosas que comúnmente impone la crítica literaria". Obras: :Doce pequeños escritos (1926); De parte de las cosas (1942); Proemes (1948); La Seine (1950); La Rage de l'expression (1952); La gran recopilación (1961, 3 vols.); El jabón (1967) y Fábrica del Prado (1971). También, escribió ensayos como Pour un Malherbe (1965) y un libro sobre crítica del arte, Estudios de Pintura (1948).


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