Mario Arteca



 

 

Géminis

 

 

 

Aunque lo quisiera, el mundo demora

una eternidad en desplomarse; lo fáctico,

incluido en la lista de sucesos más postergados,

revienta en globos de nitrógeno y sostiene

las acciones al punto de volverse él sólo

una inmovilidad. No hay sinopsis que glose

esta escena, mientras la raya despide su año

con las aletas en menguante, la caroncha.

En su hedor está el cenotafio de la lucha

del bien contra los bienes, y de la versión

con el original. El problema es, entonces,

la legibilidad, y para autoimponerse estrategias

habrá de mezclarse con criterio los elementos.

La novedad retira su reserva; nadie recompone

una seña semejante siempre y cuando el lote,

la partida firmada, atraviese las paredes

del estómago y reconstruya su aldea, a base

de fuertes asechanzas.

 

Un cerebro, dos guarismos, reedita la solicitud

con la que vivió en otro tiempo serios perjuicios.

El quiebre de una voz, si aún recuerda

su facilidad para el silencio, y otorgarlo

cuando lo derriba. Los mejores textos

no abundan entre nosotros: cierta brecha

ajustó al máximo la habilidad del lector

para potenciar el estupor y convertirlo

en una sonaja dentro de una cafetera,

apenas asombro, y de tan pequeña creyó

ser un punto y coma sin soñar siquiera

con la quintaesencia de una frase o su perfil

a medias, ya extenuante por definición.

Hay antipatía, pero con esa no vamos.

Relegar es sucumbir, lo mismo que convencer

al propietario que la infusión casera que se ofrece

es la mejor bienvenida para un reencuentro

después de años. Lo lamentamos, no es así.

 

Al parecer, deben derribarse uno a uno

los instantes vertidos al arrebato, cuasi

automático, prendido de un alfiler

como fragmentos de tiza sobre la pizarra

de un aula. De seguir así, volveremos

hacia incógnitas preliminares, y el ingenio

a la orden presentará una materia sin suceso;

pero el tema es evitar la metáfora, siempre

al alcance. Si hay queja, prevalece el sonido

casi agónico de las pestañas, cuando aceleran

su instantánea. De tomar yodo o litio, sería

un portento si no saltaran de inmediato

los defectos de una cavidad de naturaleza

infrarroja. Cerremos por duelo, escojamos

pistola, otros lo harán por nosotros.

 

Esa instancia donde el poder de nombrar

sirve de plataforma por convencimiento ajeno,

y en el que minúsculos sosías establecen

desde el vamos nuevos ciclos de gobierno.

Quien logra sonreír ante la primera broma pesada,

sucede sin que los mínimos temblores apunten

a otra cosa que diferir, aunque fuese un poco,

la calma fuera de cosmético conseguida de antemano.

Él no lo sabe, pero huele bien, ya basta. Por eso

se pregunta qué sentido será dar el brazo, si nada

puede con la tensión nerviosa, a  torcer. Comen

de nuestro brazo, les dimos lo mejor, en el sentido

de que un trato ejecutado por parámetros confusos,

no debiera caer en manos extrañas. En el medio

está el cumplimiento de las normas, que incluye

cualquier objeción, y una palabra cancelando

todo tipo de posibilidades. ¿Que las hay?

No las hay. Y cada irrupción anima zonas

armónicas, lo mismo se diría de una corrida

de galgos-campo-traviesa; la liebre es recobrada

y sometida a volúmenes de incitación ante

la evidencia de haber perdido el control

de los hechos. Mejor asumamos como vicio

aquel apetito de asolar las generales de la ley.

 

Y todo hacia sitios más atractivos, por ejemplo,

una porción de pollo a la piedra, con guarnición

de papas y albahacas. Eso incluye lo estragante

de soltar amarras mientras la oración se hunde.

Lo mismo de siempre: un determinismo

cuyo testimonio aún no es dialéctica,

y arrebatando a un trinidad de hombres

ese cualidad de describir la parte por el todo,

o en criollo: “el árbol tapando el bosque”.

Mañana andaré por el pinar de Monte Hermoso

y así forzar mi propio circuito de salud;

la jornada playera cansa y postra de veras,

y por eso bien vale un reposo entre aquellos

donde fumar está prohibido y el universo

cobra ánimo entre sombras, en un pespunte

de hojas amarillas que acribillan de sonido

un tumulto de pretextos pedidos al voleo.

De hacerlo sería otro, pero la moneda

al probarla se doblega y un sistema

sujeta la petición ahora falsa de moverse

en un mundo con pronóstico escrito.

Así, remanente de bastillas aun pueden

leerse en comunidad. Pássim.

 

                                   (fragmento de Géminis, inédito 2005)

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

1.

 

Y quien atiende entre manos

no siempre suplanta asunto sencillo

para otros. Comienzo de frase y residuos,

síntomas, por impronta mueve un azulejo,

norteño. Mayólica, de un alicatado ahora viéndote

en lo puesto, entre medio y un cuarto de camino,

selva-selvaggia. La referencia es estirpe,

matiz y paso, al que pronto quitarán la máscara.

Dámela, otra vez, que con el curso de una nota

sugiere la cenefa a favor de media res: sucumbiste. 

Que querés menos: hacer no es realizar.

Este tiempo insufla un reposo de charcos

y cierta llovizna que no cesa.

Se dice edema donde debiera decir paroxismo,

ahora y por siempre, indócil; tildar aquello

imperturbable, no sonoro, tratándose

de una vida cuyo mobiliario es sólo purgatorio

o antesala de relevos. Qué vida

en contraste, qué mayúsculo canje

de identikits, entre siervos y collazos.

A cierta altura, restaurar la mirada será

indicio de una lucha desigual, ninguna guerra

extracta sus señales y apoltrona el sedimento

de ríos cuyas ánimas carecen del mínimo balbuceo. 

No es amenaza, es la zarza que arde. ¿Adrede?

No, ese es Deniz, cierto demiurgo, blasón

que reduce lo portátil a la imbricación duchampiana.

Y otra vez el accesorio que incrusta a pico

al arte en privilegio. De nuevo el roce

de la mochila. Pesada remesa, ¿no?, sin embargo

describe, propugna enseres donde antes

colegía la carcoma de sesos para nada.

Dedos pelados encimando una falla de galaxias.

Aquello bien heterogéneo, todo tuyo, corresponde.

El espejo de Kane es solitude a la ene. Será verdad:

réplicas de efigies traban comercio por complacencia;

son los límites del tedio en el instante de volverse,

e indivisible, uno visible.

 

 

3.

 

Sostenés en la predicción (la ambivalencia

es una). Única, divisible a veces (las menos),

pero las imperfecciones del cárabe reclutan

poesía. En el defecto bracea la piedra,

y no hay prestación ni perífrasis: el punto

de creación propaga el breñal. Así, desnivel

es darse vuelta en dimensión y una obertura

de labios será detector de músculos. Ojo,

e ingestión el brillo de un conato. Hay roce,

o bien espulga la retina. La gatera cuando

arrimo un candil, está cegata; en los intersticios

se prueban ocasiones de repudio. Catar,

paladeo, y hallar en la apetencia lo que mezcla

los códigos. Adagio, no sirve sino para traspasar

flujos (lingual de la cadena, u olvido e indolencia,

modo inconsciente), dux de la mano a su lado.

Dicen, un cuerpo sin órganos es modelo

de muerte, pero tus órganos deponen ninguno.

Catatonia, intensidad-cero para una nueva partida.

On puede ser uno. Ojival. Nunca se acaba

de morir, mientras existan piezas contiguas

al contorno. ¿Yo será otro, entonces,

por la manera de cargarse las puntas

de un edificio santo?

 

 

 

56.

 

Siempre pensó que su faena

era contar destinos atados

a la inclemencia de un poder

con mayúscula. Estaba equivocado,

pero su jerga era mayor cuanto más

se ensañaba la fuerza y el espíritu

de corrosión. Ese es su peso específico.

Si bien sobresale la voz, por momentos

ésta se vuelve detective. Los datos van

apareciendo a través de una tercera voz,

cuyo lenguaje es menoscabado

por la ignorancia. Así se aleja la memoria

de su pretendido valor absoluto. No existe

recuento sino enumeración de datos,

lo que provoca fragmentos, lo mismo

que una reunión de fotogramas.

Toda historia nivela responsabilidades.

“Es necesario retroceder para avanzar,

como los cangrejos” (Grass):

no reiterar errores del pasado.

El peligro de relativizar las masacres,

de comparar cifras y ver quiénes

cometieron más crímenes. Después 

quedará bien claro el orden de las cosas:

¿quién empezó con las expulsiones?

A cuenta del orden histórico, no se recurre

al recobro en la busca de una conclusión

novedosa. En ese sentido, una genealogía

se irá anudando: no existen grandes

empresas manejadas por hombres pequeños,

y el fracaso está a la vuelta de la esquina.

Suerte de tabula rasa, ninguna de las voces

sobresale en detrimento de otra, relieve

y pivoteo debido a su carácter de testigo

aunque a riesgo de adulterar la información.

Cómo reciclar la transmisión oral

y convertirla en algo relevante. Todos

los recursos: la memoria como testificación,

la búsqueda de archivos e internet.

Una suerte de estética interactiva. “Disparé

porque soy judío”. Se incriminan, aceptan

un destino común, in memoriam. Pero

hay más. Vuelven los sucesos en espejo,

en el momento en que la historia se cierra

en su punto más temido: el desquite.

 

                        (de Vinilo, inédito 2004)

 

Kierkegaard en Chengdu (un azote)

 

 

Ser espía de Dios, correctivo

de la Iglesia, el punto. Capuana,

somanta, solfa. Luego buscará

aliados hasta madurar un género,

de inmediato socializa. Ello

se convierte en masa amorfa

y se corre peligro a cada instante.

Por suprimir aquello efímero

y lo que se previó, toma ahora

consistencia, cuaja (pepsina

más diastasa) condiciones

seguras donde el hombre fuera

responsable. En el fondo no llegó

al punto de destruir el cuerpo

místico: cierta forma de cristiandad

o régimen. Eso. Las Escrituras

no son nada, apenas cosa histórica.

Nadie dijo nada y sin embargo

alguien habló, una voz proviene

de allí. Alguien comenzó a hablar

pero nadie dijo nada. Tertium

non datur. Llegará a un mensaje

genuino: una palabra dicha no

resuena cuando la claridad juega

en lo abierto y lucha con la sombra.

Y eso allí, recuperado (modalidad

naufragio), e indivisible: el momento

cuando Dios retira de su criatura

la calma de una marea y desciende.

 

 

Una insurrección familiar

 

El barco trayendo gran tranquilidad –arribó-

a 14 del noveno mes del tercer año del emperador

Süan tung, hacia el embarcadero de la mansión

de los Chao. Gran intranquilidad de Wei, casi

inmediata. Estaba a punto de alborear cuando

partió. En los salones de té y en las tabernas,

nada decían: silbaban las asperezas del agua

de limón así de buena para recuperar la flora

tras el decurso del malestar. La nao, ¿no?,

trajo mayor sosiego, escisión en el reposo,

y sólo la mujer de Tsou el Séptimo

insinuaba una versión opuesta de los hechos.

El señor pensó que eso no iba a perjudicarle,

aunque vio con sus propios ojos a guisa de qué

los ejecutaban, previa puesta en la pared:

el rezo a segundos de la descarga, la inepcia

de la táctica y el proyectil haciendo omisa

la trastienda. Igual que Chung cheng,

último Ming, ciñéndose el cogote ante

la llegada de los manchúes. Esos facciosos

con sus corazas, cascos blancos, y empuñando

sables, mazas de hierro con bombas

y culebrinas. Con tridentes de doble filo

(el segundo invisible, para extirpar todo

atajo de defensa), lanzas arponadas también.

Entraron en sus casas tras el desalojo,

escurrieron sus baúles, lingotes y monedas

de plata, aquello un monograma de saqueo,

póliza. Al Templo Tutelar llevaron esa cama

estilo Ning-po, la sumatoria de mesas y sillas.

Todo muy rápido antes de zumbar dos sopapos.

Después, los rayos del sol y cierto mareo.

Y por momentos palidecía. Fulgor en los ojos

y ese brillo hinchado por la fatiga contra

la pared bien indistinta. Desplomado. Pagoda 

de azúcar ante el embate de las olas. Luego

hizo sonar un gong junto al oído; lavó las tazas

y los palillos, poniendo manos a la obra. Dejó

hablar a las riquezas para que fuesen (Brodsky)

“el fracaso del tiempo frente al hierro fundido”.

El alcohol en el pescuezo y esos poros abriéndose

ante el aire repleto de proximidades, consigo.

 

                                               (de Cuello Mao, inédito 2000)

                        

 

Y DE PRONTO SE FUERON

 

 

Ve donde fueron aquellos

hasta el linde oscuro

 

Zbigniew Herbert

                      

 

Sito en Sofía a mediados del 45

la casa del lebrel se lió en retirada,

el topo magro de Ionov pintó su vello

entre la mierda en fuga de las barracas,

y el peludo en la madriguera ofrece

el trasero al meñique que lo eche

de una vez al invierno turbulento.

Sigue hasta donde ellos huyeron

en la barra oscura del horizonte.

 

En la mezquita de Roland, los siervos

llenan sus huesos como filas de ikebanas

en la simplificación del ocaso. Antes Breslau

y ahora nada, antes Oswieçim.

Los espinos penetran los túmulos

regados de San Antonios, se hincan

hasta más no poder pero nada entienden

del silencio que abrió la pudrición

de los lechos, del chillido de los roperos

de pronto también abiertos

como mudas de chicharras.

 

El aire se puso inerme, pero era otro aire.

Desde la frontera regresan el tedio

de los prólogos personales y las ballestas

que en su limpieza llamaron a silencio

(dos veces) la promoción de la heráldica.

 

Y el hoy de la garrapata en la zancadilla

de la cigüeña huye tras el calor

que absorben las chimeneas.

Después de todo el color local

será un mismo sitio donde dormir

luego de muerto.

 

Así los bichos de la noche. Antes

sólo malestar para el sastre que cose

la levita del predicador; antes la sal

de la piedra ortodoxa, y su destino:

la pechera del guerrero que mutiló la economía.

Ahora beben el hielo venido del Ural;

lamen los reflejos sin presencia

en la chispa del alambre.

 

La púa y el puercoespín

cambian a disgusto de sentido.

 

LA DINAMO (UNA MAÑANA DE 1999)

 

 

Y es el momento en que la bobina

toma velocidad, suelta el sonido

oculto en el fondo del río

y donde anochecen dentro de uno

gotas que parecen doblar

los bordes de la acera;

a un kilómetro a la redonda

podría escucharse alarido

semejante. La paz que hicimos

alcanza su estilo en la ingratitud.

 

De a poco vemos, olemos, rogamos

porque surja otra marea reconocible

que acerque al menos los residuos

de una fiesta -si concluye.

Ese sonido, el que pone a trabajar

el día en la amenaza, casi neutra,

sin embargo deshace en ronquidos

todavía débiles las sábanas, cuece

en su punto la leche

y el pan en el gorgojo.

Y es cuando se desploma sin sentido

propio esta tierra en la mirada,

por fin la afrenta.

 

Una condena (no otra)

sin respuesta en la mejilla.

 

 

                        (de Bestiario búlgaro, Vox, Bahía Blanca, 2004)

 

La cresta de la ola 2 (nuevo manifiesto de poesía visual y fónica)

                       

                        El empleo del grabador altera

la forma de la poesía (escribir

sobre banda magnética, etc.),

menos mal. Son técnicas, y nada

agregan a cualquier sentido

proyectado por los batidores de versos.

                        Garnier dice que cada poema fónico

                        es un preludio, no un todo. ¿Y qué

poema no lo es? Por ende lo visual

                        y lo fónico apenas se distinguirían

de cualquier hecho estético preciado

como tal. Recordar la faena objetiva

de Henri Chopin, Chavignier, Leo Breuer,

y los lieders aquellos en los que se activa

una voz seca registrándose en el instante

de salirse de volumen. Esa cadena

de reacciones sensibiliza la tonada

del psiquismo en el poema visual

que no se lee. El estado puro del arte,

vieja usanza para qué. Estúpido cateto

donde aún rehíla la palabra “enfermedad”.

                        

Víctor V.                   

 

Una nota: “... no podemos dejar el disfrute

de la obra de arte a la élite de los expertos.

El arte presente se transporta hacia innúmeros,

a deseos donde el arte de mañana será tesoro

común, o no será. Las tradiciones degeneran,

las formas usuales decaen en vías por un instante

condenadas. El tiempo juzga y elimina, mientras

el renacimiento pasa por una ruptura en la aserción

de lo auténtico, y viaja hacia una ilusión discontinua.

Doloroso, sí, indispensable, como abandonar antiguos

valores y garantizarse una ética, u otra estética,

y asimismo cambiarlas en el ojo de un remolino

ya deshecho por la idea de una obra que no resiste

planteo artesanal. El mito de la ‘única parte’,

la concepción misma de pasatiempo y desarrollo,

cede ante una imagen fija en dos dimensiones

mientras desarrollan idénticos Lascaux. Así el futuro,

y esas formas donde la belleza se reserva inmóvil

para un puñado, antes de batirla bien y sacudir”.

 

                                               (de Sketchbook, inédito 2001)


Mario Arteca (La Plata, Argentina, 1960). Trabaja como periodista en Radio Universidad de esa ciudad. Colabora regularmente como crítico en distintos medios gráficos y electrónicos nacionales y del extranjero. Textos suyos son publicados en Diario de Poesía, Bazaramericano.com y Tsé-Tsé (Buenos Aires), entre otros medios, y en revistas como Nueve perros (Rosario), Clarín Cultural (Buenos Aires), Inimigo Rumor (Brasil), Mandorla (México/Illinois), entre otras. Colaboró en la edición extraordinaria Crèation/Creación/Creaçao (Chile-Brasil-Francia), en homenaje a Vicente Huidobro. Obtuvo el Segundo Premio del Concurso Hispanoamericano VOX-Diario de Poesía 1999, y fue finalista del II Premio Casa de América de Poesía Americana Innovadora, organizado por la Editorial Visor, Madrid, en 2002. Publicó en poesía: “Guatambú” (Tsé-Tsé, Buenos Aires, 2003), “La impresión de un folleto” (Siesta, Buenos Aires, 2004) y “Bestiario búlgaro” (Vox, Bahía Blanca, 2004). Integra la antología de poesía neobarroca Jardim de Camaleôes (Editorial Iluminuras, Sâo Paulo, Brasil, 2004). Fue co-fundador de la revista La muela del juicio (La Plata) y de Ediciones El broche, también en La Plata.


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