Un diamante de lodo en la garganta
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La escritura y el pensamiento estético-político de este chamán de la tribu neobarrosa es un hito en las poéticas de habla española de finales del siglo XX. Como poeta, antropólogo y ensayista, Perlongher dialoga con sus contextos históricos, pero su punto de partida es la alquimia de la poesía en un cruce de caminos entre el abandono de los fetiches autoritarios, inclusive el del mismo “yo”, y el viaje extásico, ascendente y materializado en otras formas de concepción del cosmos y del discurso, que ya no devendrá el mismo. A ese discurso literario, crecido secretamente en América Latina (aunque sus raíces sean hispanas), el crítico argentino Héctor Libertella lo denominó “escritura de las cuevas”. Escritores de distintos países y culturas como Osvaldo Lamborghini, Severo Sarduy, Salvador Elizondo, y un poeta de la talla de Lezama Lima, le dieron, entre otros, estatura definitiva a ese juego de textura y delirio cuya impronta es la radical individuación del lenguaje. Si entre los movimientos de renovación de los códigos expresivos en lengua española, el neobarroco es, acaso, el de mayor impulso desde la segunda mitad del siglo, su más actual expresión encuentra en Perlongher a una de las plataformas más sólidas y visibles de un iceberg que aún sigue develándose.
¿Cómo ves el actual movimiento de la poesía argentina?
Pienso que hay un boom poético en la Argentina. Insisto sobre esto, y si pudiera estar más informado se podría extender el fenómeno al Río de la Plata. Insisto sobre esto y nadie me da bola, porque es un fenómeno que a nadie le interesa. De repente hay una proliferación de escrituras poéticas. Creo que puede estar iniciándose una mutación en el plano de la expresión. Esta proliferación puede llegar a modificar la expresión convencional de nuestra sociedad. De ahí que los discursos poéticos actuales no sean inocentes.
¿Qué líneas de expresión habría en ese hipotético boom?
Me interesa el fenómeno de barroquización, de ruptura o montaje sobre la poesía social que circuló en los años sesenta. Considero que esta entrada del barroco no significa sólo un cambio de escritura sino esencialmente un cambio de óptica. Se empieza a descubrir el barroco donde antes no se lo veía. Por ejemplo, el barroco del lunfardo en algunos tangos, el uso del vesre, que es un elemento cotidiano, muy de barrio suburbano, y que es factible de asociarse al modo de decir barroco. Hay otra línea que va por el lado del kitsch, de la parodia, y que tiene que ver con la extensión de la cultura a las clases media y baja.
¿Qué significa “superficie textual” en el código neobarroco?
Esto supone que la poesía no tiene por qué someterse a ninguna verdad que esté más allá de ella misma. O sea, no tiene por qué responder a ningún principio de trascendencia. Si queremos ir más allá de la superficie textual, yo diría que se trata de darle forma a la fuerza. O de suscitar una fuerza dionisíaca, de desestructuración, de éxtasis y turbulencia donde el trabajo del poeta consiste en darle una forma para que esa fuerza no se disipe en una desterritorialización absoluta.
¿No existe el riesgo de un neo-retoricismo que caiga en el vacío?
Sí, ése es uno de los peligros. Está plagado de piedras este camino. Porque el camino de la salida “de sí” es el rumbo hacia lo desconocido. Es un camino que parte del sobresalto. Parte hacia la invención de lo que no se sabe. Allí puede surgir artificialmente el retoricismo. Por eso tiene que haber un éxtasis serio, grave, un real desgarramiento. Me parece que un cruce interesante podría ser Lezama Lima-Antonin Artaud. El oropel de uno con el buceo en las profundidades del otro.
Has declarado que el neobarroco rioplatense, a diferencia del caribeño, es un discurso que termina chapoteando en el barro de los residuos realistas, y por tanto es un “neobarroso”. ¿Podrías precisar el origen de ese término?
Piglia acota que los grandes escritores argentinos del siglo XIX fueron básicamente políticos y por tanto su escritura de ficción se rendía sistemáticamente al “discurso eficaz de la política”. Para entender el cruce entre lo político-realista y el barroco creo que hay que refererise a El Fiord (Buenos Aires, 1969) de Osvaldo Lamborghini. Allí están los dos elementos simultáneamente. Una barroquización en la que se carnavaliza hasta el interior de la frase, generando una polifonía, una multiplicidad de voces antitéticas, cultas y populares, gastadas y renovadoras. Pero, a su vez, paga su deuda al discurso eficaz de la política. Termina con una manifestación después de destronar al loco autoritario. En el plano social El Fiord coincide con la prohibición de Nanina, la novela de Germán García. La leyenda dice que Lamborghini se asustó por el destino de su obra, y buena parte de la novela terminó en las llamas o en los inodoros. Después Germán y Osvaldo aparecen junto a Luis Gusmán en la revista Literal, que marcará la irrupción de esta nueva escritura en Argentina.
¿Cuál es la diferencia entre el barroco de finales de los sesenta y éste de los ochenta?
En mi caso el proceso de barroquización es bastante parcial, porque yo trato de recuperar lo épico y lo histórico. Pero la diferencia es que el mecanismo es al revés. En mi escritura lo histórico pasa a estar al servicio del efecto poético. Ya no es pagar una deuda. Pero tampoco es una negación de la historia como algunos lacanianos quisieran. En Alambres, por ejemplo, está la serie histórica, y la otra que llamaría la “línea del deseo”. Lo deseante tiende a crear su propio campo de consistencia, donde el referente importa cada vez menos y donde me interesa responder a la pregunta: ¿cómo producir lo sensual en la escritura? No es la referencia al acto sexual, sino el ronroneo, el susurro, los fragores internos de la lengua que suscitan ese trabajo con la superficie, esa “celulosa de los sudores”.
¿El neobarroco y la posmodernidad son parte de una misma disolución?
No son exactamente lo mismo, pero ocupan territorios vecinos. La gran diferencia es que la posmodernidad suspende la experimentación, pues es básicamente una recreación de elementos ya frecuentados. El neobarroco, al contrario, continúa avanzando cada vez más en esa especie de pulsión, de distorsión del lenguaje y de simulacro. Y de repente en el simulacro se da una vecindad con lo posmoderno.
¿Qué tanto te preocupa la recepción masiva del discurso poético?
Esa es una cuestión muy delicada. Uno como poeta tiene un poder sobre las palabras. Uno tiene un grado de determinación acerca de cómo se dicen las cosas. Cuando uno escribe está haciendo también una política de la lengua, está llevando las cosas, hasta por saturación, a mudar, a salirse de la convencionalidad, de lo que está determinado en la manera de decirse. Pienso que para que se mantenga un orden en la sociedad hay, correlativamente, un orden en las sílabas. Si uno está incómodo con ese orden, en su reducto hiperpequeño y molecular, trabaja en ese plano para cambiar la expresión.
¿Lo deseante, en tu escritura, supone una lucha contra el discurso de la racionalidad del realismo, por ejemplo?
Supone más bien una apuesta a favor del discurso de la locura. Quizás lo que hace el discurso racional es tratar de exorcizar el miedo a la locura, al éxtasis, a la palabra poética como palabra sagrada. Argentina es un país muy racionalista. Parece que los intelectuales le tienen miedo al elemento pagano, a esa cosa más mántica. Eso está cambiando lentamente. Recuerdo una pintada de principios del ochenta, cuando el auge de las brigadas grafiteras, que decía: “Por una Argentina pagana y tropical”.
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Como ejemplo de la recepción negativa a lo distinto se puede mencionar el triste destino de quien tal vez sea uno de nuestros mejores prosistas, Néstor Sánchez, autor de Siberia Blues (1967) y El cómico de la lengua, entre otras novelas. Sánchez tenía una frase que me parece ilustrativa de ese entorno: “La mayoría de las novelas de mi generación pueden ser contadas por teléfono”.
¿Te identificás como un escritor gay?
No, me parece horrible toda esa historia de la “literatura gay”. Es algo que hay que encararlo desde un punto de vista sociológico e histórico. Tiene que ver con la dotación de una personalidad a una práctica sexual. En el siglo XIX era un encuentro de órganos que no implicaba una personalidad, pero a partir de determinado momento, el sodomita pasa a ser dotado de un perfil específico. Entonces aquello que era un desafío a cierta organización del organismo, en cuanto al uso consagrado y legítimo del ano como mero órgano excretor, la homosexualidad masculina lo transforma, recaracterizando al esfínter. A ese proceso la nueva subjetivación gay le adjudica una cierta construcción de la personalidad que acaba siendo una vanguardia del individualismo. En eso es en lo que yo discrepo. La cultura gay impone una modelización bastante arbitraria, un tanto despótica del sujeto. Hay un modelo corporal, de cierto corte de pelo, ropa, etc., y así se avanza en el sentido de darle a esa identidad unos límites cada vez más estrictos. Eso no quita que los elementos políticos, y las reivindicaciones del movimiento gay no sean justas. En otro orden, con las campañas del sida, se está incitando a una homosexualidad sin sexualidad...
Desde el punto de vista antropológico, ¿cómo ves las relaciones identitarias post-dictadura, en el Río de la Plata?
Dicho rápido, se me ocurre que el Río de la Plata es la Sudáfrica latinoamericana. Es como el último reducto “blanco” del continente y hay como un aferrarse desesperadamente a esos restos de “blanquidad”. En Brasil hay un término despectivo para designar al blanco racista, consciente o inconsciente, que es “branquela”, así como nosotros tenemos mil maneras insultantes de señalar a los negros y a los indios. Me parece que está habiendo en Latinoamérica un resurgimiento muy potente de la cultura negra y de las múltiples culturas indígenas, mientras nosotros somos como esos pingüinos que, por alguna corriente misteriosa, han ido a parar a una isla demasiado calma donde sobreviven por milagro, pero que están demasiado aislados. Ahora, en el plano psicológico o de las relaciones interpersonales, hay notorias diferencias entre Brasil y Argentina. Por ejemplo, en Brasil lo primero que se dice es “tudo bem”, lo cual quiere decir muchas cosas, pero no hay una traducción literal, no puede ser interpretado como que realmente está “todo bien”. En Argentina lo primero que se dice es “no”. Hay una constante en las relaciones cotidianas argentinas que es la díada “lealtad-traición”, porque siempre se está jugando al “todo o nada”. El argentino es leal o es un traidor en potencia, y eso produce efectos curiosos. Algunos sociólogos hablan de la “teoría del empate”, un empate de la lucha de clases donde habría un sistema tal que las fuerzas sociales, al estar empatadas y nadie pudiese predominar sobre el otro, daría una situación de pelea y de fricción constante como resultado.
Están próximos a editarse dos nuevos poemarios tuyos, Hule (en Último Reino) y Parque Lezama (en Sudamericana). Pero ya estás preparando nuevos textos...
Hule son dos poemas largos, “Viedma” y “Riga”. El primero es la reterritorialización de un barroquismo ya sofocante. Es el traslado de la ciudad de Buenos Aires, con sus edificios y sus emblemas, parte en barco y parte por tierra. Cuando pasan por Mar del Plata, la pirámide se cae al mar. “Riga” es la desterritorialización transoceánica. Es un poema más Artaud y tiene un estribillo, “cuerpo sin forma”; es para ser leído porque allí hay grito y aullido. Parque Lezama es un trabajo sólo con el campo de la inmanencia, en la línea deseante. Comienza con el poema “Abisinia Exibar”, unos polvos contra el asma que usaba Lezama Lima. Él se envolvía con sus polvos en una especie de humareda azul y escribía, ése era el ritual de su éxtasis. Todo el libro es un homenaje a Lezama que es quien reinaguró los pendones barrocos en el español de Latinoamérica, en lo que yo llamo la “conexión cubana”, para darle un nombre contemporáneo. Y ahora preparo un libro que se llamaría Yagé, que proviene de una experiencia muy particular. El yagé es la voz indígena de la ayahuasca, una bebida sagrada y secreta que viene de los incas. Frecuento una comunidad religiosa ubicada en la zona selvática del Acre, cuyo santoral consiste en beber este narcótico dionisíaco, como diría Nietszche, de manera ritual. Como no hay texto escrito van surgiendo los cantos, como himnos que son recibidos por los creyentes. Allí estaría contenida la doctrina inspirada por el dios que, en cierta manera, es la bebida misma. Lo que trato de escribir es la descripción sensorial de la conexión cósmica y comunitaria que allí se produce.
Esa experiencia parece coincidir con una de tus definiciones del neobarroco, cuando hablas de una poesía “antes del yo”, que busca soltar al chamán de cada poeta...
Sí, lo que uno escribe no es expresión de lo personal exactamente. Creo que uno es una especie de médium atravesado por las revoluciones del lenguaje. El título de un libro de Alejandra Pizarnik me parece exacto para definir esto, es la Extracción de la piedra de locura. Para mí la escritura es como hacer pasar una piedra por la garganta, una piedra brillosa o barrosa, un diamante de lodo, tal vez.
Addenda: Cinco párrafos sobre el neobarroco
En ocasión de la 1ª Bienal de Arte Joven en Buenos Aires (en los mismos días en que se realizara esta entrevista), Néstor Perlongher coordinó durante varias jornadas un taller de escritura donde asistieron decenas de jóvenes aspirantes a poetas, quienes una y otra vez le preguntaron qué era el neobarroco. Aquí cinco definiciones que el poeta dio en forma oral a dicha interrogante (L.B.)
- Sitiados por la crítica improvisada y el patrullaje universitario, el neobarroco puede ser una estrategia que sirva de puente de paso a una nueva autonomía del valor poético entre nosotros.
- Una poesía contra-yo, antes del yo, que busca soltar lo que está antes: el ritual, el chamán de cada poeta.
- Una resignificación de lo mágico. Fruición por la derrución. Palabra que interviene sobre lo real, antes que comunicarlo.
- Un delirio riguroso, artesanal, turbulento. Pues se trata de una fuerza que está más acá de esas mónadas individuales de la discontinuidad, que la civilización impone a los seres, según Georges Bataille.
- Transformar las fuerzas en reverberación. Intensificar esa fuerza en sí misma. Y esperar lo que vendrá.
[Entrevista realizada en Buenos Aires, 1989. Publicada por primera vez en el Semanario Brecha (Montevideo, abril 1989), fue también publicada por la revista Vox (año 6, núm. 9, diciembre de 2001, Bahía Blanca). A su vez integra el libro Nómades y prófugos (entrevistas literarias), de Luis Bravo (Universidad Eafit, Medellín, Colombia, noviembre de 2002). Para la ocasión, el autor encontró los manuscritos completos de la entrevista, por mucho tiempo extraviados, por lo que ésta se publica por primera vez en su versión íntegra, incluyendo varios párrafos eliminados en las anteriores publicaciones.]
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