6 PREVISIÓN Y RESPONSABILIDAD

 

Toda acción humana producirá algún efecto en el futuro. De ahí que denominamos “responsable” al que tiene presentes los efectos que ocasionarán sus acciones. La base de la acción ética es, justamente, la elección de las acciones que siempre producirán buenos efectos, tanto en el individuo como en la sociedad. Por el contrario, “irresponsable” será quien pocas veces tiene en cuenta los efectos de sus actos, lo que equivale a desconocer algún criterio ético.

 

   En el caso del aborto, hay quienes aducen que debe legalizarse para evitar que niños pobres tengan una vida desdichada. Quien está en desacuerdo con esta postura, ha de ser visto como una persona hipócrita, o perversa. Por el contrario, teniendo en cuenta que el pobre es también un ser humano, debemos contemplarlo como un ser capaz de aceptar criterios éticos y, por lo tanto, capaz de prever efectos futuros. Si, por el contrario, suponemos que se trata de un ser viviente guiado por instintos y por el principio del placer, renunciamos por siempre a la posibilidad de “humanizarlo”. La ley humana no debe legitimar actitudes irresponsables, sino contemplar la posibilidad de promover actitudes éticas que ayuden a encauzar a los individuos hacia su esencia humana.

 

   El aborto es una de las consecuencias del libertinaje y del relativismo moral; tendencias aceptadas por gran parte de la sociedad. Para evitar la gran cantidad de abortos que, según algunas estadísticas, reviste magnitudes importantes, se ha propuesto una “educación sexual” para niños del nivel primario, además del nivel secundario. También aquí existen posturas opuestas. En un caso se supone que no debe existir una educación particular, sino una educación ética que ha de servir para todos los aspectos de la vida. La educación ética ha de estar dirigida hacia la formación de niños y adultos responsables. Por otra parte, hay quienes proponen una educación no ética, dirigida al futuro hombre regido por la búsqueda del placer asociada a cierta irresponsabilidad. Se lo trata de adiestrar para mejorar su conducta, pero bajo un mensaje implícito que puede interpretarse como: “Sigue viviendo en el sagrado libertinaje, pero cuídate. Utiliza a las niñas como simples objetos de placer que darán satisfacción a tus instintos, pero trata de evitar embarazos”. La “educación” (o adiestramiento) sexual a niños de corta edad ha de producir la pérdida de sentimientos de intimidad, llevándolos hacia una vida de simples seres biológicos orientados por la búsqueda del placer.

 

   Incluso resulta sorprendente que varios padres, que están en contra de cualquier tipo de censura a la televisión, esperan que los docentes “eduquen” a sus hijos adecuadamente, siendo que los criterios éticos y el libertinaje están en total oposición. La sociedad espera efectos favorables logrados sin que se cumpla previamente con las causas necesarias para producirlos. Desconoce la existencia de leyes naturales que imperan sobre todos los hombres.

 

   Las tendencias opuestas siguen siendo el marxismo y el cristianismo. Aunque no faltará quien diga: “yo soy cristiano y estoy a favor de la legalización del aborto”, o cosas semejantes. Sin embargo,  no es difícil advertir que Cristo predicaba una actitud ética, como el aspecto fundamental de la acción humana. Incluso se han producido hechos significativos, como lo fue el caso del artista que denigró varios símbolos del catolicismo, y que ha tenido amplio apoyo de los sectores “pacifistas y defensores de los derechos humanos”. La máxima dirigente de las Madres de Plaza de Mayo expresó recientemente: “La Revolución sin armas es una c…..(no sirve, quiso decir)”. El “nunca más”, que se propuso como una prolongada tregua, debe ser aceptado incluso por los que constituyen el primer eslabón de la cadena de violencia y discordia.

 

   También llama la atención que se hayan retirado crucifijos de las aulas, en algunos establecimientos educativos estatales, aduciendo, seguramente, algún tipo de efecto negativo que tal símbolo habría de producir. Recordemos que el cristianismo es una religión ética, y que es necesario y oportuno eliminar las severas distorsiones que el mensaje original sufre con muchos de sus intérpretes, pero una sociedad que rechaza todo intento ético, transita por caminos peligrosos. La cruz, como símbolo, nos ha de recordar a cada instante que debemos adoptar una vida ética.

 

   La carencia de valores éticos lleva al individuo a la vagancia y a la irresponsabilidad. Sin embargo, muchos aprovecharán la situación para decirles que es la sociedad la que los ha marginado, y que no les da oportunidades. El autor del presente escrito recuerda a un tío abuelo suyo (Román Juárez) que padeció desde pequeño la amputación de un brazo y de una pierna, aspecto que no le impidió establecer y llevar adelante una familia con varios hijos. El Premio Nobel Bernardo Houssay se oponía a las protestas de quienes tenían poca predisposición al trabajo, diciéndoles: ”Yo me mantengo solo desde los catorce años de edad”. Es mejor citar estos ejemplos que envenenar a la juventud sugiriendo actitudes violentas contra los demás integrantes de la sociedad. Debe buscarse la previsión y la responsabilidad antes de culpar a los demás.

 

   Hay países que se endeudan para vivir (una parte de la población) en el lujo y la ostentación. Luego, con el tiempo, no alcanza el dinero para pagar dicha deuda. Y se mira, entonces, a los acreedores como malvados e insensibles, ya que no son “capaces de considerar la miseria y el hambre del pueblo”. El que no consideró la miseria y el hambre futuros, y derrochó el dinero, es el culpable de la situación, y no los acreedores.

 

   La base de la adaptación es nuestra capacidad para prever acontecimientos. Rodolfo R. Llinás escribió: “La predicción es la función primordial del cerebro”. La falta de previsión, que implica ausencia de normas éticas, es una medida del grado de desadaptación del hombre respecto del orden natural. De ahí que una mejora en el nivel de adaptación implicará una mejora de nuestro nivel ético.

 

 

 

7 HÉROES, SANTOS Y SABIOS

 

 

Además del derecho a la vida, que posee todo ser humano, debe existir también un derecho a la felicidad, que es tan importante como el anterior. Esto, en general, no es discutible, ya que hay amplio acuerdo en que así debe ser. Donde no hay acuerdos es en el criterio empleado para hacerlos efectivos, ya que la asignación de las causas que producen la felicidad varía según las distintas opiniones.

 

   Uno de los caminos propuestos para ese logro es el de la aproximación paulatina al hombre ideal. Delineamos lo que el hombre debe ser y luego tratamos de hacer más pequeña la diferencia entre lo que en realidad somos y lo que debemos llegar a ser. Para definir a ese hombre ideal debemos plantear, previamente, una ideología ética.

 

   El progreso del hombre consistirá, por lo tanto, en acercarnos a la ética propuesta. Nuestras acciones tendrán sentido en cuanto respondan a la aproximación mencionada. Podemos sintetizar el procedimiento diciendo que primero adoptamos una ideología orientadora y luego buscamos responder a ella mediante la acción cotidiana.

 

   Este procedimiento es inobjetable, sin embargo, es posible que se propongan distintos “hombres ideales”, lo que debilita los intentos por establecer coincidencias. Veremos que existe una alternativa más segura, aun cuando el método anterior siga teniendo amplia validez.

 

   La otra posibilidad consiste en la descripción detallada de las causas que producen la felicidad. En este caso, no es necesario “teorizar” demasiado, sino, sobre todo, observar y experimentar. Para cada hombre, la felicidad dependerá de la suma de satisfacciones que trata de optimizar (a veces en forma inconsciente). Así, si alguien se siente feliz viajando, tratará de optimizar la cantidad de viajes posibles. De esa manera, tratará de lograr mayores niveles de felicidad.

 

    Mediante esta idea (de la suma de satisfacciones) podemos describir adecuadamente la búsqueda de la felicidad emprendida por todo ser humano. Cristo dijo: “..porque allí donde está tu tesoro, allí estará tu corazón”. Con ello significaba que el amor destinado a las personas, o a los objetos materiales, depende directamente del valor que simultáneamente le hayamos asignado. Y el valor ha de depender de cuánta felicidad nos provea cada uno de ellos.

 

   Desde un punto de vista social, la optimización de la felicidad dependerá de los factores que la favorezcan, pero contemplando la inserción social del individuo. Así, la felicidad lograda mediante la realización de viajes, no será una meta general, no sólo por una cuestión de gustos, sino porque se trata de una actividad accesible a unos pocos. Además, no coincide con las posturas éticas propuestas, ya que es poco probable que el Creador, o el orden natural, hayan hecho al hombre para que “realice viajes” durante su vida.

 

   Podemos sintetizar la búsqueda de la felicidad, por lo tanto, en tres alternativas posibles: la búsqueda de satisfacciones para nuestro cuerpo (comodidades, placer, etc.), para nuestro intelecto (conocimientos, creatividad, etc.) y para nuestros sentimientos (vínculo afectivo con los demás seres humanos). Así, cada ser humano establecerá una búsqueda de todos ellos, con preponderancia en alguno de ellos y, a veces, con la exclusión de alguno de ellos.

 

   Todos los conflictos individuales y sociales perecen tener su explicación en “donde está nuestro tesoro”. También la solución de nuestros problemas vendrá de dicha distribución de preferencias.

 

   Nótese algo importante: si la mayoría de las personas buscaran la felicidad en la suma de satisfacciones morales, es decir, una suma de vínculos afectivos, la ética se daría por sí sola, sin necesidad de teorizar sobre ella, y sin necesidad de hablar de ella. La optimización de esta tendencia es la santidad. Podemos definir al “santo” como la persona que busca establecer muchos vínculos sociales y afectivos, dejando de lado completamente toda búsqueda de placer para su cuerpo e, incluso, de todo conocimiento que poco favorezca la tendencia adoptada.

 

   Otra de las posturas extremas es la que apunta al logro del conocimiento. Responde al ideal del sabio, que encuentra en la creación del conocimiento, o en su difusión, o bien en la adquisición del mismo, la meta de su vida y el logro de la felicidad. La tercera postura es la que apunta hacia la satisfacción del cuerpo, a través de las comodidades y el placer. Alguien que busque con exclusividad estos aspectos, será el hombre representativo de la sociedad de consumo, en la que predomina el egoísmo, la envidia y el conflicto.

 

   Los santos y los genios han sido, casi siempre, reconocidos a lo largo de la historia, ya que sus vidas estaban vinculadas, de alguna forma, a las leyes que gobiernan el orden natural. Por el contrario, el “héroe” cambia con las épocas y con los pueblos. En unos casos fue el guerrero, en otros el poderoso, o el político, o el millonario. Es indudable que debemos siempre buscar lo eterno antes que lo circunstancial.

 

   La elección y aceptación del héroe caracteriza a la sociedad, ya que tal personaje pasa a ser el ideal colectivo. De ahí que sea conveniente que el individuo busque la felicidad en las satisfacciones morales e intelectuales, mientras que la sociedad deberá encontrar a sus héroes en los santos y en los sabios.

 

 

8 ENVIDIA Y REVOLUCIÓN

 

 

Se ha dicho que quienes ignoran el pasado están condenados a repetirlo. Esto vale tanto para los pueblos como para los individuos. También es conveniente aprovechar las experiencias negativas de los demás, para no tener que vivirlas uno mismo. A continuación se transcribe un escrito de Henry Hazlitt, para que podamos tener presentes las experiencias de otros pueblos y para evitar vivir experiencias negativas.

 

Sobre el afán de apaciguar la envidia

                                                                                                           

                                                                                                                      Por Henry Hazlitt

 

   Cualquier intento de igualar la riqueza o la renta mediante la distribución imperativa sólo tenderá a destruir ambas. Históricamente, lo más que los sedicentes niveladores han conseguido es igualar hacia abajo. Incluso se ha afirmado, cáusticamente, que ésa era su intención. “Vuestros igualitarios –decía Samuel Jonson a mediados del siglo XVIII- quieren poner a todo el mundo a su bajo nivel, pero no soportan que alguien se eleve sobre ellos”. Y en nuestros días vemos a un liberal tan eminente como el difunto magistrado Homes escribir: “No siento el menor respeto por la pasión igualitaria, que me parece simple envidia idealizada”.

 

   Hay ya un puñado de autores dispuestos a reconocer el difuso papel que la envidia o el temor a ella ha desempeñado en la vida y en el pensamiento político contemporáneos. En 1966, Helmut Schoeck, profesor de sociología en la Universidad de Maguncia, dedicó al tema una obra muy aguda y erudita, en la que sin duda se apoyará gran parte de nuestra discusión.

 

   No cabe duda de que muchos igualitarios están motivados, al menos parcialmente, por la envidia, mientras que el motivo de otros no es tanto la propia envidia como el temor a lo que puedan suscitar en los demás, y el deseo de acallarla o satisfacerla.

 

    Pero este esfuerzo siempre será inútil. Casi nadie está plenamente satisfecho de su lugar relativo en la sociedad. El ansia de ascenso social del envidioso resulta insaciable. Apenas ha subido un peldaño en la escala social, sus ojos ya están fijos en el siguiente. Envidian a cuantos se encuentran por encima de ellos, poco o mucho; pero es más probable que envidien a sus vecinos y conocidos que viven un poco mejor, que a celebridades o millonarios de quienes les separa un abismo. La situación de estos parece inalcanzable, pero del prójimo que les lleva una mínima ventaja se sienten tentados a pensar: “¿Porqué él y no yo?”.

 

   Por otra parte, el envidioso suele disfrutar más si ve a otro privado de algo que si lo consigue para sí. Lo que les alborota no es tanto lo que a ellos les falta como lo que tienen los demás. Los envidiosos no se satisfacen con la igualdad; lo que secretamente anhelan es la superioridad y el desquite. Se cuenta que en la revolución francesa de 1848, una repartidora de carbón decía a una dama ricamente ataviada: “Sí, señora; ahora todos vamos a ser iguales; yo vestiré de seda y usted tendrá que acarrear carbón”.

 

    La envidia es impecable. Las concesiones sólo consiguen abrirle el apetito. Como escribe Schoeck, “la envidia humana alcanza su máxima intensidad cuando todos son casi iguales; sus clamores de que se reparta se hacen más fuertes cuando virtualmente no hay más que repartir”. (Debemos, naturalmente, distinguir siempre entre esta envidia puramente negativa, codiciosa del bien ajeno, y la ambición positiva que lleva al hombre a la emulación, la competencia y el esfuerzo creador).

 

   Pero la acusación de envidia, o incluso de miedo a la envidia ajena, como motivo dominante de toda propuesta de redistribución es algo muy grave y muy difícil, si no imposible, de probar. Además, los motivos de una propuesta, aunque nos sean conocidos, tienen poco que ver con las ventajas de lo que se propone.

 

   Podemos, no obstante, aplicar ciertos tests objetivos. A veces, el propósito de aplacar la envidia ajena es confesada abiertamente. Hay socialistas que se expresan a menudo como si cualquier forma de miseria para todos fuese preferible a una abundancia “mal repartida”. Una renta nacional que crece sin tregua en términos absolutos y prácticamente para todos se juzgará deplorable porque hace más ricos a los ricos. Uno de los principios tácitos, y a veces confesados, del partido laborista británico después de la última guerra era el de que “nadie debe tener lo que no pueden tener todos”.

 

   Pero el principal test objetivo de una medida social no consiste sólo en saber si pone mayor acento en la igualdad que en la abundancia, sino si va más allá, y se propone obtener aquélla a expensas de ésta. El objetivo primordial de esa medida, ¿es ayudar a los pobres o castigar a los ricos?. Y ¿castigaría a los ricos a costa de perjudicar a los demás?.

 

   Este es el efecto real de los impuestos sobre la renta acusadamente progresivos y los impuestos confiscatorios sobre la herencia. Tales gravámenes no sólo son contraproducentes desde el punto de vista fiscal (al conseguir menor recaudación por los tipos más altos de la que se obtendría con tipos más bajos), sino que desalientan o confiscan la acumulación e inversión de capital, que hubiese incrementado la productividad nacional y los salarios reales. Muchos de los fondos así confiscados son después disipados por el gobierno en gastos consuntivos corrientes. A largo plazo, el efecto de tales tipos impositivos es, por supuesto, dejar a los trabajadores pobres en peor situación de la que ya estaba a su alcance.

 

Cómo provocar una revolución

 

Hay economistas que, aun admitiendo todo cuanto acabamos de decir, replicarán que, políticamente, en necesario imponer tales gravámenes casi confiscatorios, o dictar otras medidas redistributivas del mismo jaez, a fin de aplacar a los descontentos y envidiosos: en realidad, para evitar una revolución. Tal argumento no puede ser más especioso. Lo que se consigue al tratar de aplacar la envidia es provocarla aún mayor.

 

   La teoría más común acerca de la revolución francesa es que se produjo porque las condiciones económicas de las masas empeoraban sin cesar, mientras el rey y la aristocracia permanecían ciegos a la realidad. Pero Tocqueville, uno de los más agudos observadores sociales de su época, y aun de todas las épocas, dio una explicación exactamente opuesta. Permítaseme exponerla primero tal como la resumió en 1899 un eminente comentarista francés:

    “He aquí la teoría inventada por Tocqueville…Cuanto más ligero es un yugo, más insoportable resulta: lo que exaspera no es el peso, sino la traba que supone; lo que inspira la rebeldía no es la opresión, sino la humillación. Los franceses de 1789 estaban irritados contra los nobles porque eran casi sus iguales. Son estas pequeñas diferencias las que se nos hacen presentes y, por tanto, las que cuentan. La clase media del siglo XVIII era rica. Su posición le permitía ocupar la mayoría de los cargos, y era casi tan poderosa como la nobleza. Fue este casi lo que la exasperó, y su estímulo la cercanía de la meta, pues son siempre los últimos trancos los que provocan la impaciencia”.

 

   He citado este pasaje porque no encuentro la teoría expresada en forma tan adecuada por el propio Tocqueville. Pero tal es en esencia el tema de su obra L’Ancien Régime et la Révolution, donde ofrece convincente documentación en su apoyo. He aquí un fragmento típico:

   “A medida que se desarrolla en Francia la prosperidad que acabo de describir, los espíritus parecen, sin embargo, más intranquilos, más inquietos; el descontento público se va agriando cada vez más; el odio a las antiguas instituciones va en aumento. La Nación marcha visiblemente hacia una revolución”.

   “Es más, las zonas de Francia que habían de ser el foco principal de esta revolución son precisamente aquellas en que los progresos son más notorios…Extrañará tal espectáculo, pero la historia está llena de otros semejantes. No es siempre yendo de mal en peor como se cae en la revolución. Ocurre con mucha frecuencia que un pueblo que ha soportado sin quejarse, como si no las sintiera, las leyes más abrumadoras, las rechaza violentamente en cuanto su peso se aligera. El régimen que una revolución destruye es casi siempre mejor que el que lo ha precedido inmediatamente, y la experiencia nos enseña que el momento más peligroso para un mal gobierno es generalmente aquel en que empieza a reformarse. Solamente un gran talento puede salvar a un príncipe que emprende la tarea de aliviar a sus súbditos tras una prolongada opresión. El mal que se sufría pacientemente como inevitable resulta insoportable en cuanto concibe la idea de sustraerse a él. Los abusos que entonces se eliminan parecen dejar más al descubierto los que quedan, y la desazón que causan se hace más punzante: el mal se ha reducido, es cierto, pero la sensibilidad se ha avivado…”

   “En 1790 nadie pretende ya que Francia esté en decadencia; se diría, por el contrario, que no hay en aquel momento límites a sus progresos. Es entonces cuando surge la teoría de la perfectibilidad continua del hombre. Veinte años antes, no se esperaba nada del porvenir; ahora nada se teme de él. La imaginación, apoderándose por adelantado de esta felicidad próxima e inaudita, hace a los hombres insensibles a los bienes que ya tienen y los precipita hacia cosas nuevas”.  

 

   Las expresiones de simpatía de la clase privilegiada sólo sirvieron para agravar la situación: “Las gentes que tenían más que temer de la cólera del pueblo conversaban en alta voz en su presencia sobre las crueles injusticias de que siempre había sido víctima; se indicaban unos a otros los vicios monstruosos que encerraban las instituciones que más pesadas resultaban para el pueblo: empleaban su elocuencia para describir las miserias y el trabajo mal recompensado de éste; y al esforzarse de este modo para aliviarlo, lo que conseguían era llenarlo de furor”.

 

   Tocqueville sigue citando largamente las recriminaciones en las que el monarca, los nobles y el parlamento se culpaban mutuamente de las desgracias del pueblo. Al leerlas, tenemos la pavorosa impresión de hallarnos ante un plagio de la retórica de nuestros obreristas de salón.

 

   Todo esto no significa que debamos vacilar en adoptar cualquier medida realmente adecuada para aliviar las penalidades y disminuir la pobreza. Lo que afirmo es que nunca ha de actuarse con el simple propósito de calmar a los envidiosos o apaciguar a los agitadores, o de evitar una revolución. Tales medidas, que denotan debilidad o mala conciencia, sólo conducen a exigencias mayores e incluso desastrosas. El gobierno que cede ante el chantaje sólo conseguirá precipitar las mismas consecuencias que teme.

 

(De “LA CONQUISTA DE LA POBREZA” – Unión Editorial SA – Biblioteca de la Libertad)

 

 

 

9 LIBERTAD

 

 

Debido a la existencia del libre albedrío, por medio del cual el hombre tiene libertad de elección, es necesaria una orientación adecuada, ya que podemos elegir tanto el Bien como el Mal. Este es el riesgo que el orden natural ha impuesto al hombre como precio a su supervivencia. De ahí que el predicador religioso sugerirá el camino que conduce al Bien, siendo éste el sentido de la vida y la razón de ser de la ética.

 

   Una vez que Adam Smith descubre que el mercado es un proceso autorregulado, y que no necesita ser dirigido desde el Estado, el predicador liberal debe sugerir que se mantenga la moneda estable, la propiedad privada, etc., de manera de garantizar que las decisiones económicas, acordes con la ética, producirán resultados beneficiosos para todos.

 

   La economía de mercado puede funcionar aceptablemente a pesar del egoísmo humano, aunque algunos optimistas suponen que ha de funcionar adecuadamente gracias al egoísmo de los hombres. Wilhelm Roepke escribió: “Ni el mercado ni la competencia poseen la aptitud de generar en forma autónoma las condiciones éticas que les son previas, como erróneamente ha supuesto el inmanentismo liberal. No sólo es preciso que tales normas provengan del exterior, sino que además tanto el mercado como la competencia presionan constantemente sobre ellas, se nutren de ellas y, por así decirlo, las consumen” (De “El marco espiritual y moral”). El sistema ideal, que funcione adecuadamente a pesar de la corrupción humana, todavía no se ha inventado (de la misma manera en que todavía no se ha inventado la máquina del movimiento continuo). Podemos hacer una síntesis de lo que este sistema implica:

 

                  Liberalismo  =   Trabajo  +  Ahorro productivo  +  Ética

 

La libertad económica, como la individual, es una ventaja condicional, ya que está supeditada a las adecuadas decisiones del hombre. De ahí que es esencial la ética, tanto en el comportamiento social como en el económico.

 

   Cuando el hombre protesta y dice: “el sistema liberal es malo e injusto”, adopta la misma actitud del que reniega contra Dios por haber permitido el sufrimiento. Recordemos que en el Génesis aparece, varias veces, la expresión: “Y vio (Dios) que era bueno”. Si en el mundo existe el sufrimiento es porque nos hemos olvidado de leer el “manual de instrucciones” (la Biblia). Ese “manual” ha de posibilitar tanto la mejora del orden social como la mejora del orden económico.

 

   El hombre, muchas veces, imagina un Dios que interviene, a su favor, suspendiendo las leyes naturales. Cambia su libertad por protección (o eso cree). Así su vida será segura. Atribuye las causas y los efectos de sus actos a las sabias decisiones del Dios imaginado. De ahí que no siente responsabilidad por esos actos, porque tampoco siente la libertad.

   Otra postura distinta es la del que busca la adaptación a las leyes naturales. La seguridad la encuentra en la posibilidad de hacer previsiones respecto del futuro. De esta forma, sigue sintiéndose libre y responsable, tampoco pierde la posibilidad de una vida segura.

 

   En el plano económico, muchos prefieren la existencia de un Estado protector, quien decidirá por ellos. Cambiarán la protección por la libertad. Aunque hay veces en que ese Estado podrá hacer, de la Nación, una cárcel.

   Otros prefieren la existencia de reglas de juego claras y estables en el tiempo. Así podrán prever el futuro y en su previsión encontrarán la seguridad. Se sentirán libres en cuanto puedan dominar las reglas establecidas.

 

En esta analogía puede apreciarse que la religión natural adopta una actitud similar a la adoptada en las posturas económicas de tendencia liberal, mientras que el paganismo (que ignora el orden natural) se identifica con las economías planificadas desde el Estado.

 

   Una sociedad se establece a partir de la unión de los hombres mediante un vínculo. El vínculo de unión propuesto por el cristianismo es el amor, por medio del cual comparte las alegrías y tristezas de sus semejantes. Desde este punto de vista, una persona será tanto más sociable cuanto más, y mejores, vínculos afectivos pueda establecer. Para desarrollar este vínculo, deberá mejorar éticamente.

    El vínculo de unión propuesto por el marxismo, son los medios de producción. De ahí que es necesario expropiar dichos medios de sus dueños legales. Para establecer la sociedad comunista, se debe partir de la revolución y de la expropiación (robo). Algo completamente opuesto a la sociedad propuesta por el cristianismo.

 

   Al adaptarse al orden natural, el hombre se siente libre. Esa sensación de libertad puede manifestarse incluso en las preferencias de los hombres a trabajar en forma autónoma, en lugar de buscar el trabajo en relación de dependencia.

   La sociedad de economía planificada se adapta a quienes prefieren trabajar en relación de dependencia, mientras que la obligatoriedad laboral, de hombres y mujeres, hace que el Estado decida dónde y cómo cada uno desarrollará su actividad laboral.