1 CONSTRUCCIÓN DEL ORDEN
SOCIAL
A partir de la existencia de las
leyes naturales, que rigen todo lo existente, podemos inferir la existencia de
un orden natural. El sentido de la vida de cada individuo, y el principal
objetivo de la humanidad, consisten en adaptarnos a dicho orden. Nuestros
intentos dan como resultado un orden social que puede, o no, coincidir con la
finalidad implícita en el propio orden natural.
El sufrimiento humano puede
interpretarse como un efecto derivado del grado de desadaptación
al orden mencionado. De ahí que la solución de nuestros males provendrá de una
posible adaptación. Marco Tulio Cicerón escribió respecto de la ley natural:
“El universo entero está sometido a un solo amo, a un solo rey supremo, al Dios
todopoderoso que ha concebido, meditado y sancionado esta ley; desconocerla es
huirse a sí mismo, renegar de su naturaleza y por ello mismo padecer los
castigos más crueles aunque escapara a los suplicios impuestos por los
hombres”.
El punto de partida de toda
actividad social ha de ser el conocimiento de la conducta humana. Al respecto
disponemos de la ética, que es la “ciencia del comportamiento”. Tal ciencia
ofrece, entre otros aspectos, la descripción de nuestras actitudes básicas y algunas
sugerencias que nos orientarán hacia el logro del Bien común.
En la actualidad predomina la
idea del relativismo moral, lo que implica desconocer la existencia del Bien y
del Mal como aspectos inherentes al propio orden natural. Sin embargo, podemos
identificar en las actitudes básicas del hombre a las causas que producen los
efectos clasificados bajo ambas denominaciones. Así, el amor produce el Bien,
mientras que el egoísmo, el odio y la negligencia producen el Mal. Esto siempre
ha ocurrido así y siempre así ocurrirá.
Así como un conjunto
desordenado de ladrillos no es una casa, tampoco un conjunto desordenado de
hombres es una sociedad. Tanto para la realización de una casa como para la
construcción de una sociedad, hace falta cierto orden. Si buscamos soluciones definitivas, debemos
pensar en una conversión de todos y de cada uno de nosotros. El término
“convertir”, asociado a la religión, implica un cambio desde la actitud egoísta
hacia la actitud que busca el Bien común. Este ha de ser el objetivo compartido
que podrá hacer resurgir a la sociedad.
Muchos piensan que el “sistema
ideal” permitirá superar la crisis. Otros consideran que bastaría un Presidente
honesto para cambiar al país, sin necesidad de que sus habitantes cambien en lo
más mínimo. El cambio desde “afuera hacia dentro” (desde el Gobierno hacia la
sociedad) nunca será tan efectivo como el cambio desde “dentro hacia afuera”
(desde el individuo hacia la sociedad). De ahí que debamos contemplar esta
última posibilidad.
El liberalismo económico, o
capitalismo privado, propone solucionar gran parte de nuestros males mediante
la economía de mercado, mientras que el socialismo, o capitalismo estatal,
propone algo similar mediante la economía planificada. Se acepta tácitamente que
el hombre debe primeramente resolver sus problemas económicos antes que el
aspecto espiritual. Por el contrario, Cristo sugería: “Primeramente buscad el
Reino de Dios y su justicia, que lo demás se os dará por añadidura”.
Toda crisis promueve cambios,
de ahí que la política, que es el “arte de gobernar los pueblos”, requiere una
pronta adecuación a la época. Se ha de gobernar a los hombres no sólo mediante
la promulgación de leyes, o mediante adecuadas decisiones desde el Estado, sino
mediante ideas que habrán de orientar la mentalidad generalizada de la
sociedad. Así como existen religiones para monjes y religiones para todos, la
mayoría de los partidos políticos se parecen a las primeras, ya que están
destinadas principalmente a los gobernantes. Debemos intentar que las
propuestas partidarias sirvan para orientar la acción de todos los habitantes
del país.
La sociedad de consumo es el
resultado de valorar con preponderancia la adquisición de bienes materiales y
comodidades destinadas a satisfacer a nuestro cuerpo. No olvidemos que nuestra
esencia humana presenta aspectos de mayor importancia; tales los valores
intelectuales y afectivos. Si los ignoramos completamente, despreciamos
precisamente lo que tiende a caracterizarnos como seres humanos y a distinguirnos
de los demás seres vivientes.
Quienes suponen que la
sociedad mejorará a partir del cumplimiento de las leyes humanas, que provienen
del Derecho, no tienen en cuenta que dichas leyes tan sólo limitan la acción
humana impidiendo realizar el Mal, pero pocas veces nos obligan a hacer el
Bien. Publio Cornelio Tácito escribió: “El Estado más corrompido es el que más
leyes tiene”.
Otros culpan a algunos países
extranjeros por ser causantes, se aduce, de todos nuestros males. Aun cuando
fuesen peores de lo que suponemos, debemos fortalecernos desde el nivel
individual hacia el nivel social, ya que culpar a los demás por nuestros males,
y no hacer nada por nosotros mismos, constituye el método infalible para el
fracaso definitivo.
La idea de la conversión da
una esperanza concreta a todos los hombres. Quien siempre ha sido poco feliz,
tendrá la posibilidad de serlo plenamente, no importando su condición social o
intelectual. Ello consiste en llegar a compartir las penas y las alegrías de
quienes están fuera de nuestro propio ámbito familiar. La sociedad, y la
humanidad, deben llegar a ser como
nuestra propia familia, ya que ser un hombre implica, precisamente, sentirse
parte del grupo que conforma la humanidad. Cristo dijo: “Te doy mi palabra de
que si uno no nace de nuevo no puede ver el Reino de Dios”.
2 DERECHOS Y DEBERES
Cuando se crea una nueva empresa, es necesario establecer deberes y
derechos, tanto para los empleados como para los clientes; predominando los
deberes para los empleados y los derechos para los clientes. Puede
observarse que tales aspectos de la
acción humana tienen sentido sólo a partir de cierta finalidad asociada a un
ordenamiento previo. La misma idea puede aplicarse al orden natural, al social,
o a cualquier otro ordenamiento establecido por el hombre.
Los deberes y derechos se
establecen a partir de la búsqueda de lo deseado y del temor a lo no deseado.
Se favorece el cumplimiento de los deberes a través de premios y se desalienta su incumplimiento por medio
de castigos. De ahí proviene cierta “justicia” que orientará nuestras acciones
hacia alguna finalidad. Los deberes se cumplirán y se reconocerán plenamente en
cuanto sea conocida la finalidad dentro de la cual tienen significado.
El sistema de mayor interés es
el propio orden natural, del cual no están escritos ni las leyes, ni los
deberes, ni los derechos, sino que debemos describirlo para suponer la aparente
“voluntad de la naturaleza”. En esto consiste el “derecho natural”.
Así como un individuo, que
padece algún trastorno psíquico, deberá acudir a un psiquiatra, una sociedad en
crisis deberá acudir a la sociología, la que deberá dar respuestas convincentes
sobre las causas, y las posibles soluciones, de los distintos conflictos
existentes. De ahí que el sociólogo ha de ser un “legislador” de la ley
natural.
Legislar respecto del orden
natural es hacer explícitas tanto las leyes naturales como los deberes y los
derechos de cada ser humano. Se habrá establecido así una ética natural
respecto de la cual existirá cierto grado de acatamiento. Dicha ética se
identifica con la religión natural, de ahí que no resulte extraño el intento de
Auguste Comte de establecer
una “religión de la humanidad”, a pesar de que su proyecto no tuvo el resultado
esperado.
En otras épocas (y aún en la
actualidad) se consideraba un sacrilegio intentar legislar a partir de la ley
natural, por cuanto había quienes se atribuían la posesión de la
“concesión exclusiva” de la verdad
revelada y de su interpretación. Así como un médico, que no acierta con el
diagnóstico, deberá dejar actuar a otros, la religión tradicional debería, al
menos, aceptar que desde otros ámbitos del conocimiento se intente disminuir el
sufrimiento humano. Julián Huxley escribió: “Las
hipótesis relativas a lo sobrenatural, comprendiendo la de las divinidades, la
de los espíritus y las diversas consecuencias que de ellas resultan, parecen
haber llegado al límite de su utilidad en cuanto a interpretaciones del
universo y del destino humano y como base para la religión” (De “Nuevos odres
para el vino nuevo”).
Los conflictos entre
individuos se producen cuando existe superposición entre los derechos que cada
uno posee. Por ello, muchos optan por ceder parte de los propios previendo
mantener intacto el supremo anhelo de vivir en paz. Por el contrario, cuando se
busca un beneficio simultáneo entre las partes, los derechos individuales no
interfieren con los de los demás. Si se piensa en un beneficio unilateral, en
cambio, se piensa en los propios derechos, pero nunca en las obligaciones que,
generalmente, están constituidas por los
derechos de los demás.
Las obligaciones resultan más
fáciles de cumplir para el individuo que posee suficiente fortaleza espiritual.
El trabajo dejará de sentirse como una actividad obligatoria para convertirse
en un inapreciable derecho. El mandamiento del amor al prójimo dejará de ser un
deber para pasar a ser un derecho esencial. Los derechos son apreciados por
cuanto nos dan sensación de libertad, mientras que los deberes la restringen.
Marco Tulio Cicerón escribió: “Somos esclavos de las leyes para poder ser
libres”.
Hay veces en que una misma acción
resulta ser un deber para alguien y un derecho para otro. Hay quienes se
sienten felices por ofrecer su amistad, o incluso una ayuda material, a un
desconocido, mientras que otros sienten esa acción como un deber social que, en
caso de no cumplirse, les hará sentir cierto “cargo de conciencia”, o algo
similar.
Como nuestros pensamientos se
adelantan a la acción, orientándola hacia el logro del Bien común, nuestros
deberes son reconocidos primeramente por nuestro razonamiento, y luego
efectivizados por la acción espontánea, o hábito. Una vez que estamos
convencidos de la conveniencia de cumplirlos, ya no sentiremos el temor al
castigo asociado por no cumplirlos. Alguien dijo: “Busca la acción justa, que
la costumbre hará que sea agradable”.
La voluntad implica hacer lo
que nuestra razón nos indica que es conveniente hacer, aunque nuestros deseos
inmediatos nos impulsen a otra alternativa. Así, si alguien desea comer algo
que le afectará a su cuerpo, y lo sabe con anterioridad, protegerá su salud
evitando la causa mencionada, por lo que diremos que tiene “voluntad
suficiente”. En forma similar, la disciplina (a un nivel social) implica
cumplir con los deberes aún cuando nuestros deseos de comodidad nos impulsen a
no cumplirlos.
En cualquier sistema, la ley
otorga derechos y también impone obligaciones. Una forma de ignorar algún
ordenamiento consiste en salirse de su esfera y someterse a otro sistema más
tolerante. Así, muchos hombres ignoran abiertamente el orden natural para
acatar las leyes del orden social (que provienen del Derecho). De esa forma
tienen una plena justificación para cada una de sus acciones. Incluso se cree
que no existe otra ley que no sea la realizada por los legisladores del Estado.
La actitud egoísta se proyecta
en el plano religioso cuando el individuo piensa sólo en sus derechos (la vida
eterna) pero ignora sus deberes (los mandamientos). Incluso está convencido de
que con sólo “creer” en tales derechos, les serán otorgados. Si la vida eterna
es un derecho que se otorga como
consecuencia del cumplimiento de los deberes previamente establecidos, implica
que es una ley asociada al propio orden natural, que tiene en cuenta la acción
humana antes que sus creencias.
La sensación de igualdad es un
anhelo que motiva la acción de quienes no están conformes con la posición
social que ocupan, ya sea porque se sienten inferiores al hombre medio, o bien
porque se sienten iguales a ese referente y desean sentirse superiores. En este
caso se trata de dar prioridad a los derechos propios y se ignoran los deberes
respectivos. Simultáneamente se ignoran los derechos de los demás, pero se les
exige cumplir con sus deberes.
El individuo que se siente
inferior a los demás, tiende a imitar actitudes de la nobleza de otras épocas, quienes
tenían mayor cantidad de derechos y
menor cantidad de obligaciones que sus súbditos.
Para compensar cierto descontento personal, trata de mostrarse exigente e
intolerante buscando la “nobleza” que no posee.
Se dice de un niño que “es
caprichoso” cuando contempla sólo sus derechos y su comodidad, mientras que no
admite ningún deber. Los adultos también muestran, en muchas ocasiones,
actitudes similares. Es común observar protestas colectivas reclamando por los
“derechos del grupo” sin tener en cuenta los deberes que ese grupo tiene
respecto de la sociedad.
Quien piensa sólo en sus
derechos, supone que el Estado “no es de nadie” y, por ello, le puede hacer
juicios, sin ningún cargo de conciencia, colaborando con el saqueo generalizado
impulsado principalmente por los empleados y ex empleados públicos. En cambio,
quienes contemplan tanto sus derechos como sus deberes, consideran que el
Estado “es de todos” y tienen plena consciencia de
que debemos cuidarlo para que
Así como el niño caprichoso se
pone insoportable cuando su padre no castiga a alguno de sus hermanos, ante lo
que considera un hecho reprobable, en una sociedad, muchos adultos estiman
tener plenos derechos para robar, no pagar impuestos, infringir leyes de
tránsito, etc, por cuanto, aducen, el Estado no
castigó severamente a quienes incurrieron previamente en esas faltas. Y ello
legitimaría sus propios errores. Esta actitud existe en quienes actúan en base
a premios y castigos exteriores, pero carecen de suficiente amor propio que les
pueda hacer sentir satisfacciones y remordimientos como una forma de premios y
castigos interiores.
Las sociedades en las que sus
integrantes responden a distintos órdenes legales, son sociedades débiles y
divididas, ya que unos se guían por los derechos y deberes otorgados por la ley
natural, otros por las leyes humanas, otros por las leyes religiosas adaptadas
a sus gustos particulares, etc. Todos nos sentimos “buenas personas” dentro de
nuestras creencias y suposiciones, a pesar de que los males existen, y en
cantidad. Es oportuno mencionar que el orden básico ha de ser el orden natural.
La ley humana ha de ser una aproximación a la ley natural y la deberá seguir
cercanamente, de lo contrario tiende a reemplazarla. La ley religiosa ha de ser
otra aproximación. Las leyes son como las reglas del juego de la vida. Para que
el juego sea efectivo, deberán ser comunes a todos, y no individuales ni
sectoriales. El concepto de “igualdad” sólo surge a partir de la previa aceptación
de una misma ley.
Las sociedades en decadencia
alaban a los transgresores; a los que desconocen todo tipo de normar sociales,
porque han descubierto su carácter subjetivo. En realidad, todo lo que el
hombre describe, respecto del orden natural, depende de lo que la realidad es,
y de nuestra habilidad para describirla. De ahí que sea inevitable cierta
subjetividad parcial. Pero la actitud rebelde casi siempre proviene de quienes
tratan de imponer una subjetividad mayor aún.
Ante la evidente hipocresía
reinante, se propone reemplazarla por el cinismo. Se piensa que, si la mayoría
finge cumplir con las normas sociales y se desinteresa por los demás, debería
anularse toda norma para que reine la total libertad (o el libertinaje que
conducirá al caos). No sólo hay quienes creen que la injusticia ajena legitima
el accionar delictivo propio, sino que toda ideología errónea legitimaría la
realización de ideologías aún más erróneas.
Otros, como cuesta bastante
trabajo adaptarse a cualquier orden legal establecido, optan por desconocerlo
totalmente. Es una actitud similar a la del que sugiere eliminar las reglas
ortográficas para no tener que aprenderlas. Quien se siente excluido de la
sociedad (a veces autoexcluido) muestra su disconformidad desconociendo
cualquier ley o reglamento existente.
El orden natural responde como
una “justicia sin memoria”, que a veces premia en demasía y a veces castiga en
esa forma. De ahí que muchos prefieran creer en la existencia del “Dios
benefactor” antes que en la ley natural invariante. La diferencia entre ambas
posturas es que la existencia de un Dios personal admite cierta flexibilidad en
la repartición de premios y castigos, algo que no ocurre cuando existe una ley
natural impersonal. Es importante preguntarse acerca de cómo funciona el mundo
real y no en qué creemos los seres humanos, o cuál es la forma en que deseamos
que el mundo funcione.
La ley natural nos otorga el
derecho a la felicidad y el deber de compartirla con los demás. De ahí la definición
de “felicidad verdadera” que es, justamente, la que podemos transmitir al resto
de la sociedad. La obligación moral se va convirtiendo, a medida que progresa
nuestro grado de adaptación al orden natural, en un derecho que tenemos para
lograrlo. El camino hacia la felicidad y hacia la vida eterna (en caso de
existir) es el mismo, por lo que resulta
más sencillo descubrirlo experimentalmente, comprobando su éxito parcial en el
logro del objetivo más cercano e inmediato.
3 ÉXITO Y FRACASO
Los sistemas complejos adaptativos, como lo
son los seres inteligentes, perciben los atributos del medio ambiente y toman
decisiones en base a dicha información. A partir de los objetivos propuestos,
adoptan estrategias para su logro. Dichas estrategias se orientan para hacer
mínimos el tiempo y los esfuerzos requeridos para alcanzar el objetivo. El
método de “prueba y error”, utilizado por la ciencia experimental, no es más
que un aspecto del proceso general de adaptación al orden natural.
Cuando el hombre es consciente
de este proceso, asume que el fracaso circunstancial es el camino hacia el
éxito posterior; o que el error sucesivo es el camino imprescindible para
llegar a la meta propuesta. Muchos hombres, sin embargo, asocian el error al
fracaso y temen carecer de aptitudes para
el éxito; se desaniman y abandonan todo intento por alcanzar las metas
previamente fijadas.
Hay hombres que no tienen
éxitos ni fracasos, y ello ocurre porque tampoco han establecido metas para sus
vidas. De ahí que orientar a las personas
ha de consistir en sugerirles metas importantes y no en tomar decisiones
por ellos; situación que podría perjudicarlos por impedirles desarrollar sus
aptitudes como personas capaces de elegir en libertad.
Los esfuerzos destinados a la
obtención de las metas propuestas son tan intensos como importantes sea para
nosotros lograrlas. De ahí que la negligencia predominante en muchas personas
no sea otra cosa que el reflejo de una ausencia de metas trascendentes. Si la
humanidad definiera objetivos comunes a todos los hombres, se solucionaría gran
parte de los conflictos humanos.
Los errores humanos están
íntimamente ligados a la infelicidad. Según sea el estado anímico de una
persona, existe un límite tolerable para el
sufrimiento; ya sea físico o moral. Ante la presencia inevitable de
adversidades, debemos adoptar estrategias inmediatas. Si encontramos una salida
para la desdicha extrema, también nos servirá para todas las demás
circunstancias adversas. Posiblemente, ningún sufrimiento podrá compararse al
de los padres que pierden a un hijo. Esta adversidad podrá aliviarse adoptando
la postura cristiana en la que se considera a todo ser humano como un hijo de
Dios, o de
Hay quienes buscan el éxito
inmediato y tienden a acortar el camino hacia la felicidad; principalmente
cuando la buscan sin haber realizado un trabajo previo. No se busca el
mejoramiento individual, sino soluciones rápidas, para que cada uno pueda
seguir siendo lo que siempre ha sido. Es un efecto de la habitual tendencia a
desconocer cualquier orden legal. La infelicidad es el castigo que la justicia
natural impone al que ignora sus reglas.
La sociedad genera una escala
de valores asociada a las acciones humanas. Pero esos valores pueden, o no,
coincidir con la escala de valores implícita en el propio orden natural. La
divergencia, cuando surge, se debe a que las metas elegidas por el hombre no
coinciden con las metas que la ley natural ha asignado a la vida humana.
Encontrar el sentido de la vida es hacer coincidir nuestras metas con la
aparente finalidad subyacente al orden natural.
El éxito relativo es el que
surge al responder aceptablemente a las opiniones humanas, mientras que el
éxito absoluto es el asociado a nuestra
respuesta al orden natural. De ahí que el éxito absoluto ha de consistir
en el logro de un aceptable nivel de felicidad, que dependerá de nuestro vínculo establecido con el cosmos; como la
totalidad regida por leyes invariantes. Brigitte Bardot dijo: “He tenido éxito en la vida. Ahora intento
hacer de mi vida un éxito”.
El éxito en la competencia
contra los demás está favorecida por el fracaso de los
demás. Las metas egoístas casi siempre impiden la existencia de metas comunes.
La búsqueda del Bien común es la exigencia básica que el orden natural impone a
cada individuo. De esa forma, todos seremos exitosos o ninguno lo será. Quién
sólo responde a una actitud competitiva, tratando de triunfar ante la
valoración de las opiniones ajenas, obtiene un éxito relativo y una felicidad
ficticia. Oliver Goldsmith escribió: “Quién sólo
busca el aplauso de los demás, pone su felicidad en manos ajenas”.
Hay quienes viven bajo la
sensación de un éxito permanente, mientras que otros viven bajo la sensación de
un fracaso permanente, aún cuando los últimos hayan alcanzado logros similares
o superiores a los de los primeros. Ello se debe a que los primeros tienen
metas sencillas y valoran todo lo que las supera. Por el contrario, los otros
tienen metas inalcanzables y siempre están por debajo de ellas. Es el mismo
caso de los simpatizantes de los clubes de fútbol “chicos” y
“grandes”; los primeros están contentos sólo con no irse a la categoría
inferior, mientras que los otros están tristes porque no pudieron obtener el
campeonato. Las metas impuestas para lograr éxito absoluto son mucho más
accesibles que las metas que nos imponemos para lograr éxito relativo.
Quien tiene mínimas
necesidades para su cuerpo, posiblemente tendrá como finalidad satisfacer
necesidades intelectuales y afectivas. En cuanto tiene algo más de lo
necesario, se siente una persona exitosa porque descuenta el éxito en los otros
aspectos, ya que buscar lo espiritual es algo bastante accesible. Por el
contrario, quien vive contemplando las comodidades del cuerpo, descuida su
mente y sus sentimientos. De ahí que debemos tener en cuenta nuestra esencia
cultural y no sólo nuestra esencia biológica.
Cuando un país entra en una
severa crisis social y económica, sus habitantes sienten que, como Nación, se
ha fracasado. En estas circunstancias aparecen dos posturas predominantes; la
actitud que lleva al fracaso definitivo y la que lleva a salir de él. En el
primer caso se culpa a los países poderosos por todos nuestros males y se
describen nuestros defectos como una consecuencia inmediata y
inevitable de la maldad de los imperialistas. En el otro caso se buscan los
defectos individuales porque son los que podemos solucionar con menor dificultad.
Así como la comunidad
educativa busca que los fracasos estudiantiles sean provisorios, y no
definitivos, los organismos internacionales deberían tratar que los países
fracasados lo sean sólo en forma circunstancial, y no definitiva. En el caso
del alumno problema, cuando se hacen averiguaciones sobre su comportamiento,
nos encontramos, a veces, con dos posturas opuestas respecto de su realidad
única. Los profesores dicen que es indisciplinado, irresponsable, etc.,
mientras que sus padres dicen que no quiere ir a la escuela porque sufre cierta
“persecución” por parte de algunos profesores.
La divergencia de opiniones
también existe respecto de una nación; la que es juzgada tanto por la comunidad
de naciones como por la propia sociedad de ese país. Respecto de
Según la información
periodística, un 10% de la deuda ha sido contraída con el FMI, un 40% se debe a
los fondos de jubilaciones privadas de los propios argentinos (y de otros
países), mientras que el resto se contrajo con otros organismos y bancos internacionales. Además, gran parte
de los capitales que los bancos no pudieron devolver a sus ahorristas, son
capitales prestados al propio Estado argentino. De ahí que la deuda estatal
tiene más de deuda interna que de externa.
En un programa televisivo
apareció un político partidario del ex presidente Menem.
Habló del éxito de la gestión presidencial en la década de los 90, pero en
ningún momento hizo referencia al gran incremento de la deuda estatal en ese
periodo (unos 10 mil millones de dólares anuales). Pero lo más sorprendente es
que los periodistas y políticos antagonistas, presentes en el programa, tampoco
nombraron dicha variable económica al hacer las críticas adversas. Pareciera
que en la mente de los argentinos está firme la idea de no pagar deudas.
Los políticos han adoptado una
actitud similar a la del emperador romano Nerón, quien incendió Roma e
inmediatamente culpó de ello a los cristianos. La estrategia de varios
políticos consiste en culpar a los capitales extranjeros, a las empresas, al
FMI, a EEUU, por la grave crisis nacional, mientras que fue el Estado argentino
quien se quedó con el dinero de los ahorristas y con parte de las jubilaciones
privadas. Tanto dinero fue necesario para pagar los gastos normales del Estado,
su ineficiencia y para cubrir el enorme “robo legal” de la clase política.
Incluso culpan al “sistema neoliberal” por el fracaso, mientras que la
preponderancia estatal se pareció más a la de un Estado comunista, que
contempla privilegios para la clase dirigente.
Se protesta contra las
empresas petroleras por el aumento del precio de los combustibles, siendo que
alrededor de un 50% del mismo va como impuesto. Los impuestos indirectos y
compulsivos son los pocos que se pueden cobrar eficazmente en nuestro país.
Además, el Estado, falto de recursos, tiende a hacer recaer todo el peso de la
economía en las pocas empresas productivas, en la agricultura y en la ganadería.
La clase política, mientras tanto, no cede a sus pretensiones de clase
privilegiada ni aún en la severa crisis que ha favorecido con sus desaciertos.
En el país predominan dos
posturas opuestas; la de los encubridores de la clase política, que atribuyen
todos nuestros males al “imperialismo yankee”, y la
de los “ingenuos colaboracionistas” que suponemos que la mayor causa del
fracaso es la mala administración estatal y la severa crisis moral. En el
primer caso se sugiere tácitamente que el pueblo no cambie en lo más mínimo y
que odie a EEUU con todas sus fuerzas. En el segundo caso se sugiere un cambio
importante en la mentalidad generalizada de la sociedad. De esa forma, aún
cuando la crisis fuese un efecto de la maldad foránea, la dependencia se verá
disminuida.
Así como los rivales de Louis Pasteur afirmaban que los microbios eran causados por las
enfermedades, y no a la inversa, en la actualidad muchos piensan que la crisis
del individuo es causada por la crisis económica, y no a la inversa. Si nos
alejamos de la verdad y si buscamos soluciones económicas o políticas para los
problemas éticos, ocurrirá el mismo efecto que el producido por un medicamento
suministrado bajo un diagnóstico erróneo.
4 TENDENCIAS DESTRUCTIVAS
Entre el individuo y la sociedad existe una influencia mutua, que puede
favorecer tanto la construcción como la destrucción del orden social. Si, de
alguna manera, perjudicamos a la sociedad, nos estaremos perjudicando
indirectamente nosotros mismos, mientras que, si nos perjudicamos a nosotros
mismos, estaremos perjudicando indirectamente a la sociedad.
Siempre resulta más fácil
destruir que construir. Ello se debe a que se necesita mayor cantidad de
conocimientos para esta última acción. Además, existe mayor cantidad de formas
posibles para hacer algo mal que para hacerlo bien. En lo que respecta a la
conducta humana, varios son los caminos que conducen al Mal, pero sólo uno es
el que conduce al Bien. De ahí que deberíamos concentrarnos en describir aceptablemente
a este último. Una forma de hacerlo será considerando los efectos que producen
las desviaciones a ese camino.
Cuando alguien es invitado a
una casa ajena, quedará mal si trata de imponer reglas o, incluso, su propio
criterio personal. Por el contrario, deberá adaptarse de la mejor manera
posible. En forma similar, el hombre parece haber sido “invitado” a participar
de un mundo estructurado por reglas invariantes que denominamos “leyes
naturales”. Podemos describir las
tendencias destructivas como la consecuencia de ignorar esas leyes, de no
buscarlas; o de tratar de reemplazarlas por reglas propias.
Las crisis sociales extremas
están asociadas a la anarquía, por cuanto, en esos casos, no son respetadas las
leyes humanas. También podemos hablar de anarquía cuando no son respetadas las
normas de conducta individuales, o cuando ni siquiera son reconocidas como
tales. Se dice que es mejor un mal gobierno que la falta de uno. También
podemos decir que una ética rudimentaria puede ser más efectiva que la ausencia
de toda norma.
Generalmente, nos preocupamos
cuando la justicia humana no coloca límites al accionar de algunos integrantes
de la sociedad. Sin embargo, fallaron previamente dos instancias que no
permitieron encauzar al individuo por el camino del Bien. Una de ellas es la
influencia del ámbito familiar y la otra es la del ámbito social. De ahí que no
debemos evadir nuestra responsabilidad esperando que el Estado resuelva todos
los conflictos existentes.
La función limitadora de la
familia y de la sociedad se cumplirá con eficacia cuando vislumbremos que las
acciones humanas son efectos de causas previas, y que existen actitudes, o
tendencias individuales, que pueden conducir tanto al Bien como al Mal. Su
conocimiento preciso facilitará la tarea orientadora de la familia y de la
sociedad.
Respecto de las generaciones
anteriores podemos adoptar actitudes extremas (junto a las intermedias). Así,
una sociedad conservadora llega a rendirles culto, pero tendrá poca
flexibilidad para producir cambios favorables. Por otro lado, una sociedad que
ignora su cultura y sus costumbres, podrá deslizarse hacia la anarquía social. F.M. Klinger escribió: “Muchos
hay que se quejan de la sociedad humana y mueren con esa queja, sin pensar o
haber pensado nunca que esa misma sociedad ha hecho por ellos más en un día,
que ellos por ella en toda su vida”.
Las sociedades en crisis
cuestionan el fundamento de toda sugerencia ética. Se supone que toda norma que
proviene del hombre es puramente convencional y que su validez sólo es relativa
a las opiniones humanas. Sin embargo, ciertos hechos, como el divorcio, que
afecta también a los niños, produce una influencia negativa aún cuando s
destinatarios no se enteren de las ideas, o de las convenciones, imperantes en
la sociedad.
Para revertir la tendencia
destructiva, la mayoría pregunta por el mejor “sistema económico” o por el
mejor “sistema social”. Se pretende imitar a los países desarrollados en los
aspectos visibles que puedan apreciarse. Pero pocas veces nos preguntamos por
las ideas dominantes en esas sociedades. Los “sistemas” son los efectos de las
ideas, que son la causa principal del comportamiento social.
Los valores éticos son
promovidos principalmente por la religión. Cuando en ella prevalece lo
irracional, se producirá cierto rechazo, que afectará también a la aceptación
de la ética propuesta. Debemos tener presente, sin embargo, que existe una
ética natural de la cual las distintas religiones son aproximaciones con
distinto grado de veracidad.
Frecuentemente aparecen, en
personas con trascendencia pública, ciertas tendencias autodestructivas. Emile Durkheim señaló que la
anomia (falta de normas) es una de las principales causas de suicidio, que es
la forma extrema de autodestrucción. Este síntoma puede aparecer en las
personas que se sienten encima, o fuera, de la sociedad y de las normas
aceptadas. Puede sospecharse que en el individuo predomina un pensamiento
estrecho y especializado que lo hace ubicar en la “cima del mundo”, ignorando
otros valores y otras habilidades humanas. El pensamiento estrecho, que podemos
denominar “monopensamiento”, produce efectos
similares a los padecidos por el que se nutre siempre de los mismos alimentos.
Es posible que, con el tiempo, carezca de las vitaminas que pueden ofrecerle
otros alimentos. Tanto el monopensamiento como el monoalimento producirán el deterioro parcial de la mente y
del cuerpo, respectivamente.
Una medida del sentido de
pertenencia a la sociedad es la tendencia a admitir y a respetar sus leyes. Por
ello podemos observar en los sectores marginados de la sociedad un síntoma de
autoexclusión, antes que de exclusión social.
La actitud destructiva del hombre
está asociada al odio. Esta actitud presenta dos aspectos, o dos respuestas
posibles, ya sea ante el sufrimiento o bien ante la felicidad ajenos. Por ejemplo, si a la persona A le ocurre algo malo,
la persona B se alegrará por ello. Esa alegría podrá manifestarla en forma de
burla. En forma similar, si a A le ocurre algo bueno,
B se entristecerá. Esa tristeza podrá convertirse en rabia, o envidia.
Como la burla y la envidia
coexisten simultáneamente en una misma persona, los adultos tratarán de disimular
sus reacciones para no delatar sus sentimientos negativos. Quien en una ocasión
se burla de alguien, en otra ocasión se castigará a sí mismo, con el castigo
más cruel y cercano, que es la envidia. Horacio escribió: “Todos los tiranos de
Sicilia no han inventado nunca un tormento mayor que
la envidia”.
La actitud solidaria es
opuesta a la anterior, ya que si la persona A sufre por algo que le haya
sucedido, la persona B compartirá ese dolor. También si A se siente feliz, esa
felicidad será compartida por B. En esto consiste, esencialmente, el camino que
conduce al Bien.
Podrá resultarnos indiferente
lo que le pueda acontecer al burlesco, por cuanto tendremos poca predisposición
a compartir sus penas (originadas en la felicidad ajena) y su alegría
(originada en la infelicidad ajena).
El desprecio y la indiferencia
pueden ser aún más perjudiciales que el odio y la maldad. Ello se debe a que
nos sentimos parte de la sociedad en cuanto podemos existir en la mente de los
demás. Si nadie piensa en nosotros, es posible que aparezca la desagradable
sensación de soledad. Pensar y ocuparnos de los demás es una forma de
incorporarlos a la vida social.
La ideología marxista trata
de unir a sus adeptos mediante el odio a los EEUU. Sin embargo, el odio
generado en una sociedad ha de ser “consumido” por ella misma, sin llegar a
destino. Se culpa a los países ricos por todos los males de los países pobres.
Esta actitud impide todo tipo de mejoramiento y favorece la dependencia que se
pretende combatir.
Puede decirse que existe una
tendencia destructiva en aquella sociedad que incorpora a su mentalidad
generalizada, a través de los medios masivos de comunicación, ciertas actitudes
que favorecen la crisis. Así, algunos programas televisivos promueven actitudes
burlescas y grosería extrema. La sociedad violenta, que ha perdido su dignidad,
considera a sus realizadores como personas exitosas y los toma como ejemplos.
A veces, lo que debería ser un
festejo deportivo, se transforma en un conjunto de burlas y groserías
destinadas al club rival. No falta quienes lo aceptan y lo estimulan diciendo
que ese comportamiento “es parte de nuestra cultura”. En realidad, deberíamos
decir que es parte de nuestra incultura.
Se junta, en una misma época,
la promoción de la burla con la poca tolerancia del que padece una reducida
autoestima, producto inevitable de la crisis social reinante. Esto resulta ser
una especie de “fórmula explosiva” infalible. Otros, desde la política y desde
el periodismo, alientan actitudes violentas, en los sectores de menores
recursos, en contra de los sectores productivos de la sociedad, a quienes
culpan por todos los males existentes.
Se promueve la “intimidad
cero” intentando destruir la tendencia natural a la comunicación gradual y
selectiva. Lo sexual queda desvinculado de lo afectivo, resaltándose los
aspectos biológicos del hombre en desmedro del aspecto cultural. Es un error
creer que lo biológico es lo natural y que lo cultural es lo subjetivo. El
principal objetivo del hombre consiste en establecer una adaptación cultural al
orden natural, mediante el conocimiento y la razón. Volver a lo biológico
implica retroceder hasta las etapas previas de la humanidad en las que
predominaba el salvajismo.
El hombre “emancipado” y sin
“prejuicios morales”, guiado por el relativismo moral, se siente desprovisto de
maldad, como si fuese un niño pequeño, y emite, si las circunstancias lo
permiten, groserías en público (mejor si es por televisión). Se deja de lado la
sana tendencia a tratar de no perjudicar a los demás ni a imponerles la
obligación de tolerar el cinismo personal ajeno.
El biologismo
trata de imponer una mentalidad que favorece la idea de que somos una especie
biológica en la cual el cuerpo ha de ser el destinatario de los placeres más
variados y que la cultura implica una serie de prejuicios que tratan de
impedirlos.
Otra forma de describir las
tendencias destructivas de la sociedad implica considerar el deterioro de los
lazos afectivos existentes entre las personas. Si esos lazos son débiles,
implica que no son sustentados por valores éticos. Estos valores surgirán como
respuesta a la existencia de una finalidad objetiva de nuestra vida, que está
asociada, principalmente, al sentimiento religioso, en alguna de sus formas.
Sin valores éticos no existen
buenas relaciones dentro de un ámbito laboral. Tampoco habrá un vínculo estable
entre los integrantes de una familia. Agregado a la inexistencia de
romanticismo, consecuencia inmediata de la desvalorización social de los
sentimientos de intimidad, conspiran contra la duración y la estabilidad
familiar.
Revertir las tendencias
destructivas de la sociedad implica favorecer la tendencia constructiva del individuo.
Ello implica que debemos realizar nuestra vida priorizando los ideales éticos
sobre los ideales estéticos y, principalmente, sobre la ausencia de ideales.
5 CRISIS Y PROGRESO
En los últimos tiempos, la ciencia y la tecnología han permitido
eliminar varias enfermedades que diezmaban a poblaciones enteras. Sin
embargo, todavía persisten, como en
otras épocas, las enfermedades de la sociedad: la violencia, la desorientación,
la pobreza. Epicuro escribió: “Vana es la palabra del filósofo que no remedia
ningún sufrimiento del hombre. Porque así como no es útil la medicina si no
suprime las enfermedades del cuerpo, así tampoco la filosofía, si no suprime
los sufrimientos del alma”.
Los atributos éticos son
denominados “valores” posiblemente porque cuesta mucho trabajo adquirirlos. De ahí que, a
veces, resulta más cómodo no poseerlos, aunque se los reconozca como tales. Así
surge la hipocresía, actitud que busca compensar la ausencia de dichos atributos.
Finalmente se cae en el cinismo, actitud que desconoce la existencia de
valores. Se adopta una postura antisocial ya que el individuo se jacta de no
respetar los valores aceptados por el resto de la sociedad, cualesquiera ellos
sean.
Estas tendencias generalizadas
no son otra cosa que las proyecciones sociales de las actitudes básicas del
hombre. Así, el amor está asociado a los valores éticos, mientras que el
egoísmo lo está a la hipocresía, el cinismo al odio y la indiferencia a la
negligencia. Quien posee valores éticos se interesa en “ser”, al hipócrita le
interesa “parecer” y al cínico ni una cosa ni la otra.
Podemos denominar “crisis” al
descenso de los niveles de felicidad, seguridad y bienestar en la sociedad,
mientras que “progreso” ha de significar el ascenso de los mismos. Nos interesa
más el cambio que el nivel mismo, ya que implica una tendencia. Considerando
que es el propio individuo el causante principal de tales tendencias, “crisis”
será el descenso según la secuencia “valores-hipocresía-cinismo”, mientras que
“progreso” implicará la secuencia opuesta.
Hay quienes suponen que la
causa de todos los males reside en el “sistema económico”. Esto constituye un
justificativo para el accionar poco ético que predomina en muchos sectores de
la sociedad. Las decisiones económicas, como cualquier decisión humana, han de
prever, o no, los efectos sociales que se producirán. Si el capitalismo
privado, a través de la economía de mercado, presenta serios inconvenientes, se
debe a que el ámbito de la libertad también se presta para el libertinaje
económico. En cuanto al capitalismo estatal, o socialismo, puede decirse que
acentúa los defectos atribuidos al capitalismo privado, ya que es mayor la
concentración económica y el poder asociado a la clase gobernante. Favorece, de
esa forma, la desigualdad social. Peter Drucker escribió: “En lugar del capitalista de la vieja
escuela, en los países desarrollados son los fondos de pensiones los que, de
forma creciente, controlan la provisión y asignación de dinero”. “Los
propietarios beneficiarios de los fondos de pensiones son, por supuesto, los
empleados del país. Si el socialismo se define, como lo hizo Marx, como la propiedad de los medios de producción por
parte de los trabajadores, entonces Estados Unidos se ha convertido en el país
más socialista que existe al tiempo que sigue siendo también el más
capitalista” (De “La sociedad poscapitalista”).
Si se desea sintetizar la
grave crisis económica de
Respecto a la tendencia a
dejar a muchos empleados estatales sin trabajo, aún con adecuadas
indemnizaciones, suponiendo que esa situación favorecerá la reactivación del
sector privado, ha sido una decisión que no contempló la “inercia mental” o la
“inercia cultural” de la sociedad.
Desear cambiar comportamientos exteriormente, sin que el individuo
cambie en lo más mínimo, equivale a utilizar el método simple y directo, como
el que algunos emplean para enseñar a nadar, consistente en arrojar al aprendiz
al agua. Con ello existen dos posibilidades: o aprende a nadar o se ahoga en el
intento. En el caso argentino ocurrió esto último.
Cuando se establece
artificialmente, y no por lo que indica el mercado, una paridad de un peso por
un dólar, se produce una situación inevitable (que resulta clara después de
haber sucedido): los países con mayor nivel tecnológico producen con menores
costos y la industria del país menos eficiente tiende a desaparecer. Esto no es
aconsejable por cuanto la finalidad de la economía debe contemplar el beneficio
de todos. Y si el sistema productivo es poco eficiente, se lo debe mejorar en
forma gradual.
La economía debe desarrollarse
en base a la vivienda antes que en base al automóvil. La actual crisis
económica, social y moral, no sólo debe combatirse disponiendo de una ideología
de adaptación, sino también disponiendo de leyes que favorezcan la construcción
de viviendas para alquilar o para alquiler con opción a compra. De esa forma,
dando seguridad a los inversores, se resolverá parcialmente el problema de la
desocupación. Incluso es una posibilidad muy interesante para quienes no son
expertos inversores. La salida económica mencionada es la única opción que no
depende de la buena voluntad o de la buena predisposición de los demás países.
Si bien resulta conveniente
progresar a partir de la experiencia que nos brinda el sufrimiento ajeno,
muchas veces hemos de progresar a partir de nuestro propio sufrimiento. De esa
forma le daremos un significado, o un valor. La adquisición de valores espirituales,
que hacen resurgir al individuo, puede lograrse aún en las peores situaciones.
Víctor Frankl dijo: “Las circunstancias no me
dominan, soy yo quien determino si me someto a ellas o las desafío” (Citado en
“La búsqueda del significado” de J.B. Fabry).
La hipocresía es como una
máscara que oculta la realidad de quien la lleva. Así, varios políticos desean
mostrar un gran interés por la niñez y por la juventud. Han dictado leyes que
elevan la edad de la imputabilidad por delitos y han reducido las sanciones
disciplinarias en las escuelas. De esa forma han logrado favorecer la
delincuencia haciendo que los adolescentes se sientan apoyados en su falta de
respeto hacia los demás. La docencia secundaria se ha convertido en una
actividad casi denigrante por cuanto el docente debe soportar la grosería
generalizada que los alumnos adoptan desde la televisión, estando impedido
legalmente a reaccionar en forma natural según corresponda a cada situación.
Cuando uno habla de una
posible censura de los medios masivos de comunicación, la mayoría se opone
rotundamente. De ahí que uno comienza a preguntarse si tiene sentido intentar
hacer algo para revertir la crisis. En la antigua ciudad de Sodoma,
sumergida en la corrupción, un predicador era criticado por los cínicos ya que
sus prédicas no interesaban a nadie. Por lo que contestó que repetía sus
proclamas, no para cambiar a los demás, sino para no cambiar él mismo.